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[Warcraft] Thrall y los Frostwolves - Capítulo 18


Thrall e Ifta se encaminaron hacia la zona del campamento que habían preparado para acomodar a los heridos. Al principio ninguno de los dos habló, aunque en el fondo ambos querían romper el hielo de algún modo. Thrall le lanzó una mirada de reojo y comprobó que ella iba con la vista al frente, aparentemente tranquila; sin embargo, no pestañeaba. Y él la conocía lo suficientemente bien como para saber que estaba incómoda o contrariada por algo.

Entonces observó cómo Sharpfang y Snowsong caminaban por delante de ellos, olisqueando aquí y allá, a veces entrecruzándose entre sí para rozarse, una leve caricia, como si para ellos no se hubiera abierto una especie de grieta por la que cualquiera de los dos podría caer a un abismo de incertidumbre. ¿Por qué lo sentía así? Estuvo tentado de preguntárselo, pero cambió de opinión ya que presentía que si lo hacía lo único que haría sería empeorar la situación.

Aunque al final no pudo soportar más ese silencio y finalmente habló.


- ¿Qué clase de complicaciones tienen los heridos que mencionaste? – preguntó, sonando más brusco de lo que había querido.

- Uno es una hembra en la flor de la vida con una herida muy fea en el vientre – respondió Ifta, sin apartar la vista del frente – Tuvimos que atenderla rápidamente porque de lo contrario perdería sus entrañas. Está febril y débil, aunque estable, gracias a las atenciones de Drek’Thar. Podemos hacerle una camilla, pero nuestro chamán mayor lo desaconseja, pues por sus heridas no convendría que se moviera tanto. Así que hemos mandado construir un carromato del que tirarán dos orcos para transportarle más adecuadamente.

- Este terreno es bastante llano, así que es una buena idea – opinó Thrall - ¿Y el otro?

- Se trata de un macho de edad avanzada que apenas puede caminar por la enfermedad de los huesos; la falta de atenciones y duras condiciones de su encierro ha ayudado a empeorar su situación. Aparte padece una fuerte sordera producto de una lesión que sufrió en combate hace años. Pensamos en incorporarle al carromato, pero se niega a ello ya que le parece una ofensa. Así que habíamos pensado hacerle una camilla, pero…

- Déjame adivinar, tampoco lo tolera.

Ifta resopló, frunciendo el ceño.

- Pues no. Por suerte a Drek’Thar se le ocurrió otra idea que pareció agradarle más.

- ¿Cuál?

- Llevarlo en una angarilla*.

Thrall se la quedó mirando pasmado a la par que divertido.

- ¡Vaya, eso sí que no me lo esperaba! ¿Con eso sí estuvo de acuerdo?

- Y tanto – asintió ella, volviendo el rostro para mirarle por primera vez.

Sus miradas se cruzaron y se echaron a reír. Thrall tuvo más ganas aún de conocer al anciano en persona ya solamente por dicha ocurrencia. Esa forma de transporte no era muy usual para ellos, pero solía hacerse sólo para casos de orcos totalmente impedidos y de rango importante. Podría parecer un acto de insolencia por parte del anciano, pero compañeros suyos que habían estado con él en el campo de internamiento le tenían un gran respeto, pues era un veterano de guerra con importantes hazañas detrás. Se lo merecía.

- ¿Y qué me dices de ti? – preguntó entonces Thrall, cuando hacía rato que las risas de ambos se habían extinguido.

Ella le miró sorprendida.

- ¿De mí?

- Sí, de ti – insistió él, más serio - ¿Estás bien? ¿Cuándo fue la última vez que paseamos juntos?

- Cuando diste con aquel ciervo – respondió ella y entonces torció la mandíbula, como si se hubiera dado cuenta de que había respondido demasiado rápido y con demasiada seguridad.

Tal y como él recordaba; hacía ya bastante tiempo. Sí, claro, otras veces habían coincidido, pero apenas habían cruzado palabra.

- ¿Y Uthul? – preguntó entonces Thrall, en tono dudoso - ¿Roggar, Igrim? Siento como si hiciera cien años que no hablara de verdad con ellos… ni siquiera con Drek’Thar.

- Sabemos que estás ocupado – repuso Ifta, adivinando lo que realmente intentaba expresar: una disculpa - Ser lugarteniente del Jefe de Guerra es un cargo honorable, aunque requiere de muchas responsabilidades. Pero están bien. Aun así, si tanto te preocupa, búscalos y habla con ellos tú mismo.

Pues sí, lo haría justo después de comprobar el estado de los heridos y de las medidas tomadas por Drek’Thar, aunque sabía que era algo innecesario porque sin duda habría hecho un trabajo excelente, pero él debía cumplir con la orden de Doomhammer. 

Cayó entonces en la cuenta de un detalle.

- ¿Y bien? – preguntó de nuevo – No respondiste a mi pregunta. ¿Éstas bien?

Ifta se detuvo un momento y le estudió con sus inquisitivos ojos castaños.

- A veces añoro a la abuela y a Morga, pero por lo demás… sí, estoy bien. ¿Y tú? ¿Cómo te sientes viendo lo que has conseguido?

- Lo que HEMOS conseguido – corrigió él – Pues me siento increíble. Esto es algo que debía haber sucedido hace mucho tiempo. Por fin podremos ser libres, vivir con la dignidad y orgullo de antaño, como nos merecemos.

- Pues sí, pero aún nos queda un largo camino que recorrer, encontrar un lugar donde echar raíces de forma definitiva. Aunque no alcanzo a deducir dónde podríamos encontrar algo así – aventuró con ánimo de sondearle. 

- No vendamos la piel del oso antes de haberlo cazado – dijo Thrall, pasando por alto el matiz de sus palabras.

- ¿Qué?

- Es un refrán humano. Significa que no debemos precipitarnos. 

- Pero estos orcos no pueden vagar sin rumbo fijo por los reinos humanos – insistió Ifta – La vida nómada no es para nuestra raza, por no hablar que los humanos no querrán tener a orcos como vecinos. Doomhammer habrá pensado algo al respecto.

- Si es así aún no nos lo ha revelado. Quizá el valle…

- El valle no es un lugar para albergar a tantos de nosotros – le interrumpió ella, negando con la cabeza – Ya viste cómo es la vida allí en invierno, Thrall. Ni por asomo es viable para tantas bocas.

- Estoy seguro que Doomhammer lo tiene todo pensado – insistió él, poniéndose súbitamente de mal humor.

- Eso espero – se limitó a decir Ifta antes de continuar, dejándole con la sensación de que lo había dicho con cierta acritud.



Fue en la oscuridad de una madrugada cuando la nueva Horda liderada por Doomhammer, Hellscream y Thrall rodeó el quinto campamento.

Como siempre hacían se adelantaron unos exploradores para examinar tanto al terreno como al campamento en sí. Las noticias que trajeron no eran buenas.

- Los guardias están alertas – informó uno de ellos – Aparte de que hay más del doble de lo que habíamos visto hasta ahora han encendido grandes hogueras para que sus ojos débiles puedan ver en la oscuridad.

- Y esta noche las lunas están llenas – observó Doomhammer, mirando el firmamento – La Dama Blanca y la Niña Azul no se aliaron con nosotros esta noche.

- No podemos esperar otras dos semanas – señaló Hellscream a su lado – Los ánimos están exacerbados, necesitan combatir; debemos aprovechar que ahora son suficientemente fuertes como para sobreponerse a la apatía demoníaca.

Grom tenía razón. La espera había caldeado los ánimos en sus tropas, los nervios estaban a flor de piel. Ya habían tenido que disolver algún que otro altercado en el campamento. Orgrim asintió ante sus palabras, pero aun así parecía preocupado.

- ¿Habéis visto indicios de que esperen un ataque?

A pesar de que no habían seguido ningún orden en concreto para atacar los campos a fin de que los humanos no pudieran adivinar su próximo objetivo Thrall sabía que este día llegaría; el día en que los humanos se prepararan debidamente para rechazarlos. 

Pero los exploradores negaron con la cabeza, así que Orgrim se decidió del todo.

- Bajemos – ordenó, no sin antes dividirles en tres grupos distintos, uno encabezado por él y los otros por sus dos lugartenientes.

Apenas descendieron la colina y entraron en el radio de luz de las hogueras las puertas del campamento se abrieron dejando paso a la caballería. Thrall observó que portaban estandartes de un halcón negro sobre fondo rojo y dorado: el emblema de Blackmoore. Por un momento se temió que el mismísimo Aedelas Blackmoore en persona saldría por esa puerta, pero no fue así.

El aire fue hendido por el atronador grito de batalla de Hellscream, que sofocó los gritos y órdenes de los humanos a la par que enalteció los ánimos de los orcos. Por su parte Thrall buscaba una forma de inclinar la balanza a su favor, ya que el angosto terreno no dejaba espacio suficiente para llamar al relámpago y al trueno. Por suerte tuvo una idea, así que formuló su petición.

De improviso se desató el caos en el campo de batalla. A ojos de los humanos sus caballos se habían vuelto locos y no hacían más que encabritarse, cocear o salir corriendo sin ningún motivo… pero eso es lo que ellos creían. Thrall había hablado con el espíritu de la naturaleza y éste había aceptado darle su ayuda, provocando la rebelión de las monturas de los caballeros.

Y esa no fue la única intervención elemental de aquella noche. Instantes después de haber sido arrojados al suelo grandes raíces surgieron de la tierra, envolviendo a los caballeros caídos, permitiendo a la marea verde avanzar hacia las murallas. Satisfecho Thrall comprobó cómo los guerreros no se ensañaban con ellos, si no que pasaban de largo hacia su auténtico objetivo: los prisioneros.

Sin embargo, una segunda oleada de soldados cargó contra ellos y esta vez las raíces no se alzaron: a pesar de su frustración no olvidó agradecer al espíritu su intervención y, con su hacha** en la mano, se lanzó de lleno a la batalla. Ya había intervenido en la misma como chamán, llegaba el momento de hacerlo como guerrero.

La lucha se tornó encarnizada, con ambos bandos asestando mandobles terribles, los orcos intentando abrirse paso hasta la zona donde mantenían cautivos a los suyos con ánimo de liberarlos y abandonar el lugar cuanto antes. Gritos, aullidos, rugidos y gañidos entremezclados con sonidos de porrazos en los escudos, tajos que hendían metal y carne, sangre regando el suelo… y en medio de ese caos, contra todo pronóstico, Thrall dio con una cara familiar.

El joven chamán avanzaba despacio pero constante, con Snowsong a su lado cuidando su retaguardia. Las hogueras que habían encendido los humanos daban algo de luz que, aunque no demasiada, era totalmente innecesaria para un orco. Un escudo entró en su campo de visión y él lo golpeó. Pero cuando el escudo se apartó no dio crédito a quién estaba mirando en ese instante a los ojos. 

- ¡Thrall! – exclamó el dueño del escudo.

Se trataba nada más y nada menos que de Lord Karramyn Langston, el protegido de Aedelas Blackmoore. Un hombre al que conocía demasiado bien. Estaba pálido, sudoroso, con mirada de cordero degollado; claramente deseaba estar en cualquier otro sitio salvo allí. Sujetaba su espada de forma torpe y descuidada de modo que cualquier golpe que le dieran haría que se le saltara de la mano. Y es que Langston pegaba en un campo de batalla lo mismo que un orco haciendo ballet. 

Este sujeto le importaba bien poco, pero a Thrall se le ocurrió que ya que estaba allí podría serle útil. De modo que en vez de rebanarle la cabeza con el hacha optó por una medida algo más comedida: noquearle de un contundente puñetazo. Eso era menos de lo que se merecía.

Thrall siempre había visto a Langston como una pálida sombra de Blackmoore, continuamente pegado a él, deseoso por complacerle e impresionarle, testigo de sus abusos, mudo ante los mismos, carente de personalidad propia. Admiraba al teniente general como un pupilo lo hacía con su maestro. Y por ello podía resultar muy valioso si lo mantenía vivo.

Así que cargó su inconsciente cuerpo al hombro y retrocedió hasta la retaguardia de la contienda. Allí se aproximó a un árbol y arrojó al humano al suelo sin ninguna delicadeza. Entonces le arrancó el tafetán y ató sus manos con él. 

- Vigílalo hasta que regrese – pidió y las raíces del árbol se alzaron y envolvieron el cuerpo postrado de Langston.

Por su parte, el orco volvió al fragor de la batalla, y enseguida comprobó que algo iba mal. Normalmente las liberaciones se llevaban a cabo de una forma rápida: golpeaban, rescataban y se retiraban. Thrall se fue abriendo paso y así se cruzó con Igrim quien peleaba sin cuartel, el rostro adornado con la pintura de guerra crispado en medio del frenesí del combate.

- ¿Qué pasa que no avanzamos? – le gritó Thrall cuando llegó a su lado, buscando con la mirada a Hellscream y a Doomhammer. Más allá llegó a ver a Roggar y a Ifta peleando codo con codo ferozmente, junto a sus respectivos lobos.

- ¡No lo sé! – exclamó ella asestando una estocada mortal al soldado con el que había estado intercambiando golpes- ¡Ni siquiera sé si ya salieron todos!

Thrall soltó un juramento.

- ¡Ven conmigo!

Su amiga asintió. Siguieron adelante y comenzaron a registrar los barracones del campamento. Allí encontraron a varios orcos acurrucados en los rincones, incapaces de moverse. Con la sangre hirviéndole por la batalla a Thrall le costó dirigirse a ellos de buenas maneras, pero consiguió convencerlos de que le siguieran y luego se los asignó a Igrim.

- Llévatelos al lugar acordado – le pidió.

Ella asintió, pero cuando vio que se volvía, le agarró del brazo.

- ¿Adónde vas?

- A poner orden – contestó él - Vete.

Sin embargo, se quedó hasta asegurarse que Igrim y los prisioneros huían con éxito y entonces volvió a sumergirse en la refriega. Por fin pudo vislumbrar en medio de todo ese caos a Hellscream luchando con gran pasión: se desenvolvía en el campo de batalla como un pez en el agua. Pero de Doomhammer no había ni rastro. Era él quien ordenaba la retirada para acudir al lugar de reunión, permitiendo que se reagruparan, que atendieran a los heridos y que organizaran el siguiente asalto. Viendo la cantidad de cadáveres de camaradas caídos y moribundos decidió ser él quien diera la orden.

- ¡Retirada! – gritó - ¡Retirada!

Pero el barullo era tan grande y los orcos estaban tan extasiados por la lucha que no le oyeron. Tuvo que correr de guerrero en guerrero, protegiéndose de los golpes, gritándoles la orden para hacerse oír.  Consiguió llegar hasta Ifta. Cuando la llamó ella se giró hacia él con una expresión salvaje en el rostro pintado, el cabello trenzado agitándose al aire, los ojos brillando por la conmoción de la lucha. La encontró hermosa de esa guisa, pero no había tiempo para apreciaciones.

 - ¡Retirada! – le indicó él, gesticulando con una mano hacia los otros guerreros que había cerca.

Pareció tardar un par de segundos en asimilar el mensaje, pero asintió con vehemencia y se puso a rugir la orden a los Frostwolves con los que iba. 

La voz se fue corriendo y poco a poco los orcos salieron de su ensimismamiento y, tras unos golpes finales, dieron media vuelta y echaron a correr lejos del campo de batalla, algunos ayudando a los camaradas heridos. Y una vez que subieron la loma estando a salvo Thrall se volvió y llamó por una última vez al espíritu de la tierra. 

El suelo comenzó a temblar bajo sus pies y la muralla que rodeaba el campo simplemente se vino abajo, llevándose por delante la vida de los soldados que quedaban allí. No sintió lástima por ellos: estaban dispuestos a luchar por su señor, así pues, que murieran por él. 

Una vez todo quedó calmo, a excepción de débiles gemidos entre los escombros, Thrall agradeció al espíritu de la tierra su ayuda y se marchó a auxiliar a su pueblo.


Cuando llegó a lo alto de la colina descubrió que había alcanzado al grueso de sus tropas. La batalla había finalizado, ningún humano les perseguía. Aun así, consideraba que debían seguir hasta el lugar de reunión, porque sin duda muchos orcos esperarían allí, como Igrim y los prisioneros que había escoltado, así como Drek’Thar y Palkar. Miró alrededor y se topó de nuevo con Ifta que estaba atendiendo a Uthul. 

- ¿Estás bien? – le preguntó Thrall cuando llegó a su lado. 

- Sí, es sólo un rasguño – respondió su amigo mientras ella terminaba de coserle un tajo que había sufrido en el antebrazo.

Thrall iba a marcharse al ver que ambos se encontraban bien pero entonces vio a Hellscream acercándose a toda prisa. Iba a preguntarle el motivo de tanto desorden, pero la cuestión murió en su garganta cuando vio la expresión grave del líder Warsong.

- Es Doomhammer – informó, jadeando – Será mejor que te des prisa.

A Thrall le dio un vuelco el corazón y se apresuró. 

- No… Doomhammer no – pensó casi de forma compulsiva, mientras se abrían paso a empujones entre una multitud congregada alrededor del Jefe de Guerra. Apenas se dio cuenta que sus dos amigos también les habían seguido cuando escucharon la noticia de mal agüero.


Thrall se quedó sin aliento cuando vio a Orgrim Doomhammer tendido de costado contra el tronco de un árbol con al menos medio metro de una lanza partida sobresaliendo de su ancha espalda… y una sanguinolenta punta por la parte delantera. El golpe había sido tan fuerte que el arma lo había empalado. Cerca se desataba una disputa entre dos de sus ayudantes personales; pugnaban por ver quién le quitaría la coraza.

- Fue antes que consiguieras que los caballos rechazaran a sus amos – explicaba Hellscream, aunque Thrall apenas le escuchaba – Luchaba él solo contra ocho, todos a caballo. Nunca vi a nadie comportarse con tanto valor***…

Un orco permanecía postrado al lado del líder y no era otro que Drek’Thar. Thrall le creía en el lugar de reunión, pero de algún modo, el anciano había acudido hasta allí para ayudar. Cuando percibió la cercanía de su pupilo el viejo chamán se incorporó y volvió su rostro ciego hacia él. Sacudió la cabeza y entonces se alejó.

El joven orco no podía pensar, no podía hablar ni moverse, y sentía la sangre martilleando en su cabeza. Apenas escuchó a Orgrim que le llamaba, y cuando se arrodilló a su lado lo hizo totalmente inhiesto.

- Me han asestado un golpe de cobarde**** – jadeó Doomhammer, con un hilo de sangre brotando de su boca – Por la espalda.

- Mi señor – se lamentó, pero fue silenciado por un gesto del orco mayor.

- Necesito tu ayuda, joven Thrall – hablaba lenta y débilmente. Cada palabra le costaba un gran esfuerzo, pero estaba decidido - En dos cosas: una, que continúes lo que hemos empezado – hizo una mueca, se estremeció y continúo – No era mi destino liderar por segunda vez a la Horda, así que tuyo es el título de Jefe de Guerra, Thrall hijo de Durotan. Tu portarás mi armadura y blandirás mi martillo - Orgrim alzó una mano acorazada y ensangrentada que Thrall envolvió en la suya – Ya sabes qué debes hacer. No podría… haber pedido un sucesor mejor. Tu padre se habría sentido muy orgullo de ti… ahora ayúdame.

Con manos temblorosas Thrall auxilió a los otros dos orcos a quitar, pieza por pieza, la armadura del caudillo. Sin embargo, se toparon con un impedimento y ese era la dichosa lanza. Orgrim gruñó.

- Esta es la segunda cosa. Si ya es una deshonra morir por un golpe cobarde como este, más si lo hago con este pedazo de traición humana clavado en el cuerpo – intentó asir la punta de la lanza, pero estaba demasiado débil – No puedo… Thrall, deprisa, hazlo por mi…

La maniobra que le estaba pidiendo le causaría un gran dolor a su amigo y mentor, pero el joven chamán tuvo que aceptar. Cerró los dedos en torno a la punta sanguinolenta mientras Orgrim se tensaba, apretando la mandíbula, preparándose.

- ¡Tira! – ordenó, con los dientes apretados.

Thrall cerró los ojos y tiró… en vano. El gemido que soltó Doomhammer le rompió el corazón.

- ¡Otra vez! – jadeó el orco mayor, esbozando una mueca que casi parecía de rabia.

Esta vez el joven chamán tomó aire y tiró con todas sus fuerzas, decidido a no repetir su error. Y la lanza salió con tanto ímpetu que cayó de espaldas. Doomhammer exhaló el aire retenido y Thrall se apresuró a su lado.

- Gran feje – murmuró, de tal modo que sólo él pudiera oírle – Yo… no soy digno de portar ni tu armadura ni tu martillo... Yo… Tengo miedo.

- Nadie hay más digno que tú – replicó éste, con una amplia sonrisa cariñosa, su voz cada vez más débil – Los conducirás… a la victoria… y… a la… paz…

Se le cerraron los ojos y su cuerpo quedó laxo en los brazos de Thrall, quien lo abrazó con fuerza como si con ese simple gesto pudiera retenerlo a su lado, a pesar de que Orgrim Doomhammer ya había abandonado este mundo terrenal.

Al cabo sintió una mano cálida en su hombro. Era Drek’Thar, quien le hizo un gesto y le ayudó a incorporarse.

- Están mirando – dijo, en voz baja – No deben desmoralizarse. Tienes que ponerte la armadura enseguida y demostrarles que tienen un nuevo jefe. Así lo ha querido él.

- Señor – era uno de los asistentes del finado líder – La coraza está… agujereada. Habrá que reemplazarla…

- No – repuso Thrall – No hará falta. Antes de la próxima batalla pasará por la forja y recuperará la forma. La conservaré en honor de Orgrim Doomhammer, quien dio su vida por salvar a su pueblo.

Se irguió y permitió que le colocaran la armadura, con el corazón roto pero el rostro hierático. La muchedumbre que se había congregado a su alrededor le observaban en un respetuoso y solemne silencio. Él mantenía la vista fija, en el horizonte, pero podía ver de soslayo sus caras. Distinguió a Uthul e Ifta, situados casi en primera fila, observando expectantes. Incluso creyó distinguir a Roggar a un lado, más atrás, pero no estaba seguro. Estaba demasiado dolido como para fijarse con detalle; a pesar de ello sabía que estaba haciendo lo correcto. 

Una vez terminaron de pertrecharle se agachó y tomó el martillo en su mano ahora acorazada. Nuevas esquirlas de dolor se clavaron en su corazón cuando cerró los dedos en torno a la empuñadura, pero debía continuar. Suspiró para sus adentros y cuando alzó el enorme martillo lo hizo sin dudar, mirando a la multitud.

- Orgrim Doomhammer me ha nombrado Jefe de Guerra – anunció – Un título que no buscaba pero que ahora me ha sido cedido, por lo que acataré su decisión. Juro hacer todo lo que esté en mi mano para estar a la altura de merecer semejante honor, y eso implica terminar lo que empezó. Así, pues ¿quién me seguirá para conducir a nuestro pueblo hacia la libertad?

Se elevó un grito, descarnado y lleno de pesar por el fallecimiento de su líder. Pero ahora tenían uno nuevo, más joven y capacitado, de modo que el lamento no era sólo triste. Y Thrall sabía, con la famosa arma de Doomhammer alzada sobre su cabeza, que a pesar de cualquier adversidad que pudiera cruzarse en su camino, saldrían victoriosos.






* Una angarilla es, en esencia, una camilla también pero aquí va enfocado más a una especie de asiento que es llevado por dos personas, uno delante y otro atrás, más propio de clases privilegiadas.


** En el libro dice que empuña un sable regalo de Hellscream. Y yo digo ¿qué? Bueno vale, quizá sea porque en el Warcraft 3 Hellscream es de una clase llamada Maestro de Espadas, aunque curiosamente en todo el arte posterior y en la propia cinemática del Warcraft 3, siempre va armado con una enorme hacha. ¿Cuál es el motivo? Cosas más misteriosas que ésta, pocas.

 

*** Me llama mucho la atención que Hellscream haya sido testigo de esto y no fuera a ayudarle, ya bien rechazando a los caballeros o apartándole de la refriega si justo lo estaban hiriendo. Quizá se deba a algún tema orco, eso de no meterse en peleas ajenas o algo así, pero no sé, estamos hablando del Jefe de Guerra, la figura más importante de su jerarquía. Estos orcos deberían pensar seriamente en asignar algún tipo de guardia personal a sus líderes seleccionando a aquellos mejores guerreros; pensadlo, sería un cargo del que cualquiera se sentiría orgulloso y por el que se incentivarían a acumular logros o aceptar duelos. Eso me lleva a preguntarme ¿qué demonios estaban haciendo mientras tanto los dos asistentes que ahora se pelean por lo de la armadura?

 

**** En su día toda esta parte me emocionó, pero teniendo en cuenta su historia y lo que sucede con otros personajes como por ejemplo Hellscream, entiendo por qué algunos fans mostraron su descontento con este final para Doomhammer. Pero bueno, no sería la primera vez en la historia (la real, no la del WoW) que un personaje importante muere de una manera tan irrelevante como esta. También creo que esta muerte debería haber aparecido en el videojuego de algún modo y no en una novela, aunque es cierto que Doomhammer no aparece como personaje jugable en Warcraft 1 ni en Warcraft 2, sólo mencionado en el lore de trasfondo.




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