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[Relatos oníricos] La ruptura de un vínculo - Capítulo 3



El agua estaba muy fría pero consiguió nadar hasta la superficie para recuperar el aliento y después hasta la orilla. Se quedó tumbada un momento, tosiendo y miró a sus alrededores. No veía a sus perseguidores, pero algo le dijo que no tardarían en llegar hasta ella. Vio más ruinas cerca del río y se apresuró a esconderse allí, detrás de una gruesa columna. No tardó mucho en escuchar los gruñidos guturales de los Uruks, que empezaron a discutir hablando en la lengua negra. Natalie se mordió los labios cuando les vio mirar el suelo y seguir lo que sería su rastro.

Se pegó a la columna reteniendo el aliento y entonces vio, entre la floresta, algo que se movía. Se quedó mirando fijamente con el ceño fruncido, por un momento olvidándose de los Uruks. ¿Qué había sido eso? Entonces algo le tocó en el hombro. Fue a gritar pero alguien le tapó la boca. Se trataba de una chica de ojos grandes y oscuros, de pelo muy corto moreno que tenía algunas hojitas secas enredadas. Ladeando la cabeza se puso el índice en la boca para indicarle que debía guardar silencio y tras asegurarse que Natalie le obedecería le retiró despacio la mano de la boca y esbozó una amplia sonrisa que desconcertó a nuestra a Natalie. Quizá esa chica no entendía la gravedad de la situación.
A sus oídos llegó el sonido de un gran revuelo, ruidos de pelea. Los Uruks montaron un gran escándalo con sus rugidos y gritos. Natalie quiso saber qué estaba sucediendo pero cuando intentó asomarse por la columna la chica no le dejó. Se mantuvo delante de ella y Natalie la estudió con más atención. Era bajita y delgada, de facciones finas que le daban un aire de duendecillo, sobre todo porque miraba a Natalie con la cabeza ladeada y los ojos muy abiertos. Entonces la tocó el pelo, haciendo que Natalie se revolviera ligeramente. La chica no pareció molestarse por su reacción.
- Eres muy guapa y hueles muy bien  – dijo con una vocecita agradable - ¿Cómo te llamas?
A pesar de lo extraño de la situación, decidió responder.
- Natalie… ¿Tú?
Se hizo el silencio, la lucha había sido breve.
- Daisy – dijo la chica y alzó la nariz respingona -  Y él es Moss.
En ese momento un hombre joven entró en el campo de visión de Natalie. Tenía el cabello largo hasta los hombros. Esbozaba una media sonrisa y sus ojos oscuros la miraron con cierto descaro, una de sus cejas permanecía alzada. Era alto y delgado pero se le veía en forma y su única ropa la componían unos pantalones, algo rotos y sucios. Natalie le devolvió una fugaz sonrisa pero bajó la mirada porque él seguía observándola.
- ¿Y bien? – preguntó Daisy.
- Los orcos son historia – dijo él haciendo un gesto con la cabeza al lugar donde hacía un momento estaban los Uruk-hai.
- ¿Acaso tú? – preguntó Natalie, levantando la cabeza y vio manchas negras en su ropa que sabía que era la sangre de los uruks – Pero ¿cómo? Si no llevas armas.
Daisy y Moss intercambiaron una mirada.
- Moss tiene unas habilidades fuera de lo común – explicó Daisy de manera un tanto enigmática – No necesita armas y es más fuerte de lo que parece.
- Y ¿por qué me ayudáis? No me conocéis de nada.
- En realidad no lo hemos hecho por ti – dijo él en un tono que a Natalie se le antojó demasiado seco-  Los orcos no son bienvenidos en este lugar.
Algo en su forma de decirlo hizo que a Natalie se le pusieran los pelos de punta. Sin embargo la sensación pasó rápida.
- Ven, chica caída del cielo – dijo ofreciéndole la mano – Tenemos cosas de las que hablar.


Resultaba que Daisy y Moss vivían en el bosque desde hacía mucho tiempo; bueno, el término exacto que usaron para definirlo fue “territorio”. Últimamente los orcos se adentraban cada vez más en los bosques trayendo la destrucción a su paso: talaban y quemaban los árboles, mataban a la fauna del lugar para alimentarse o, simplemente, por pura diversión. Esto obviamente traía de cabeza a ambos jóvenes y ellos se dedicaban desde hacía un tiempo en cazar a los orcos. Según le explicaron Saruman – o Zarquino, como ambos preferían llamarle -sabía ya de su existencia y había llegado a mandar partidas de uruks para matarles a ambos.
- Sin embargo nunca nos pillan de sorpresa ¡ja! – se jactaba Daisy mientras caminaba, con un trote grácil y veloz, casi como si bailara – Los olemos mucho antes de que ellos puedan detectarnos. Y es que huelen realmente mal esos apestosos. ¿Verdad Moss?
El susodicho, que cerraba la retaguardia, no dijo nada. Natalie podía sentir sus ojos castaños clavados en su nuca.
A pesar de que ambos chicos fueron hospitalarios con ella había algo en ellos, en su forma de ser, que hacía que los instintos de Natalie se mantuvieran alerta. Para empezar dedujo, por lo que la vivaracha Daisy le contaba, que vivían en cualquier parte del bosque, a la intemperie, algo que ni siquiera hacían los elfos. Iban descalzos y  había algo en la profundidad de sus ojos castaños que a Natalie le dieran ligeros escalofríos.
- Los uruks no son orcos corrientes, están hechos para caminar por el día ¿entiendes? – explicaba Daisy mientras Natalie devoraba unas bayas que le habían traído– Porque son artificiales, creados por la magia del mago para la guerra que se avecina Como nosotros los cazamos el mago ha intentado usarlos a su vez para cazarnos a nosotros. Lo ha intentado hasta por la noche pensando que así nos pillaría más desprevenidos… el viejo Zarquino se equivocaba.
La risa de Daisy sonaba como las campanillas y su locuacidad y buen humor contrastaban con el silencio y la seriedad de Moss.
- ¿Qué es tan gracioso? – preguntó Natalie.
- La noche no encierra ningún secreto para nosotros – respondió él de manera enigmática.
Natalie no entendía nada de nada.

Se estaba bañando en el río pues se sentía sucia y apestosa. Se preguntaba una y otra vez cómo podría volver a casa y, sobre todo, cómo demonios había ido a parar aquí. Moss y Daisy le habían prometido que al día siguiente le llevarían a alguien que quizá pudiera ayudarla, según le dijeron se trataba de otro hechicero (éste era de fiar) que también habitaba en los bosques y que era amigo de ellos. Decían que estaba claro que Saruman tenía interés en ella así que lo más sensato era alejarla lo más rápidamente posible del lugar. No mencionaron el motivo por el que sabían que aquella estrella fugaz que vieron por la noche se trataba de ella y Natalie no se lo preguntó, pensó que cuanto menos supiera mejor. Habían caminado el resto del día pero al crepúsculo hicieron alto, pues Natalie no podía más, y ahora estaba aprovechando los últimos rayos del sol para darse un refrescante baño. 
Apenas fue consciente de haber salido del agua. Parpadeó confusa dándose cuenta de que había anochecido; el tiempo había volado. Se agachó para recuperar su ropa y entonces escuchó un crujido en la espesura del bosque que se extendía alrededor. Elevó la mirada y se quedó totalmente paralizada pues veía claramente dos ojos amarillos que la observaban. Quiso gritar llamando a Daisy y Moss pero pensó que no era prudente, que mejor era permanecer quieta y, en última instancia, intentar volver al río. Pasaron unos segundos que a ella se le hicieron eternos pero entonces la criatura que la observaba desapareció adentrándose en la espesura. Ella suspiró aliviada, pues había llegado a entrever que se trataba de un gran lobo.


Volvió al campamento, que estaba realmente compuesto por una modesta hoguera. Moss alimentaba el fuego arrojando unas ramitas. Con unos palitos se las había apañado para colocar un pescado que se cocinaba lentamente y que él mismo había pescado.
- ¿Ocurre algo? – le dijo cuando la vio llegar.
Ella le miró por un momento como si no comprendiera, perdida en sus temores.
- Tu respiración se escucha agitada – aclaró él, manteniendo una calma envidiable.
- He visto… he visto un lobo, allí, en el río – soltó Natalie - Era enorme. He pasado mucho miedo porque pensaba que iba a atacarme y…
- No debes preocuparte, no te hará nada.
La seguridad con la que él lo dijo sólo la desconcertó más. 
- ¿Y Daisy? 
- Ha ido a comprobar que no haya orcos merodeando por aquí – esbozó una media sonrisa – No debes preocuparte. Y ahora ven, siéntate al lado del fuego y come algo…
- Pero si hay lobos – empezó Natalie tras unos minutos de silencio, mordisqueando el pescado.
- ¿Confías en mí? – le preguntó él, mirándole a los ojos.
Natalie tragó el pescado y sintió el influjo de esa mirada, las llamas danzando en las pupilas.
- Sí… supongo que sí.
- Pues entonces créeme, no debes tener miedo. Estás a salvo.
Justo en ese momento escucharon un aullido lejano, tembloroso y prolongado. Moss se levantó de un salto y se tensó, mirando fijamente en una dirección. Natalie también se levantó y le agarró por el brazo cuando notó que él quería marcharse.
- Espera aquí – pidió él sin volverse.
- ¿Qué? ¡N-no, no me dejes sola! 
- Hay problemas – dijo él volviéndose al fin apoyando sus manos sobre los hombros de ella – Pero si te quedas aquí estarás bien. No tardaré… pero si algo va mal grita con toda la fuerza que tengas en los pulmones, vendré corriendo a buscarte.
- Pero…
Quiso decir algo más pero él la acarició el pelo, le guiñó un ojo y se internó en la espesura sin llevar, dicho sea de paso, nada con lo que iluminarse. Natalie se agazapó delante del fuego, temblando y asustadísima, mirando en todas direcciones con el único pensamiento de que pronto surgirían muchas figuras de entre los árboles y se le echaría encima un animal enorme y hambriento. En ese momento todo empezó a girar a su alrededor y parpadeó, confusa, sintiendo que se encontraba en una pesadilla de la que tenía que despertar.
No supo cuánto permaneció así pero todo se le pasó cuando vio aparecer a Moss con Daisy apoyada sobre su hombro. La chica parecía al borde del desmayo y estaba cubierta de sangre; negra de orcos, roja la suya. Natalie, con los nervios a flor de piel, se levantó para ayudar a Moss a tumbarla.
- ¡¿Qué ha pasado?!
Moss no respondió enseguida. Escupió una pasta oscura sobre sus manos y se lo extendió a Daisy en la herida. Daisy gimió un poco.
- Una partida de Uruks mandada por Zarquino nos seguía el rastro. Cuando llegué Daisy ya los había matado a casi todos pero la habían herido. No te preocupes, acabé con los que quedaban, por ahora estará todo bien…
- Espera. ¿Cómo sabías dónde estaban?
- Porque ella me llamó… Daisy, eh…
Sostuvo el rostro pequeño de ella entre sus manos. Daisy volvió a gemir y abrió los ojos, sonriéndole cuando le vio.
- Moss… me has librado de una buena.
- ¿Por qué no me llamaste antes? – murmuró con el ceño fruncido y acariciándola suavemente la mejilla.
Ella no dijo nada y miró a Natalie, quien intentaba no perder detalle.
- Creo que me han hecho más de lo que puede curarse con un poco de medicina ¿verdad? Debería…
- No, no deberías cambiar de piel – susurró él hablando tan dulcemente que a Natalie le sorprendió.
- Creo que no hay peligro Moss… ella lo entenderá… y si no mañana no podré hacer nada más que retrasaros… en tal caso mejor que me dejarais…
- No te abandonaré nunca y lo sabes.
- Lo sé
Ella le sonrió cálidamente y le acarició el rostro. Justo cuando Natalie sintió que sobraba y estaba pensando en dejarles intimidad Daisy la miró.
- Déjame explicárselo primero, que no sea demasiada impresión para ella – pidió con esfuerzo.
- ¿Qué es lo que pasa? – preguntó Natalie molesta – Oye, si hay algo que debáis contarme por mí no os cortéis. Me estáis ayudando y si se trata de algo fuerte… en fin, podré soportarlo.
- Creo que lo es, sí, es fuerte para ti – dijo Moss y la miró con una ceja enarcada - ¿Podrás asumirlo o no?
- Pues sí – dijo Natalie, enfadándose cada vez más - ¿Creéis que no me he dado cuenta de que guardáis un secreto? Puede que sea forastera pero no soy estúpida.
Moss frunció los labios en una mueca de fastidio y se volvió a Daisy que le miraba con sus grandes ojos castaños. Asintió una única vez.
- Está bien – dijo Moss – Tienes razón, es la única manera de que mañana estés recuperada. Pero debes hacerlo ya, sin preliminares, porque si dejas pasar más tiempo estarás tan débil que ya no podrás hacerlo.
- ¿Hacer el qué? – preguntó Natalie.
Moss no respondió, le dio un beso en la frente a Daisy y se incorporó, echándose hacia atrás junto con Natalie.
 - Está bien – dijo ésta incorporándose un tanto y alzando la cabeza - Chica caída del cielo, no te asustes pero allá voy…
Y Daisy comenzó a cambiar: su cara se acható y su nariz se alargó, sus orejas se elevaron y sus ojos se volvieron de un color amarillo, el cuerpo entero sufrió una profunda metamorfosis, cubriéndose de pelo oscuro. Y donde antes estaba una delgada muchacha de pelo corto ahora se encontraba un lobo.


- Somos cambiadores de piel – explicó Moss poco después – Podemos transformarnos en lobo y volver a ser humanos a voluntad. Fue a Daisy a quien viste en el río, que estaba vigilando que no hubiera orcos por los alrededores, por eso te dije que no tenías nada que temer.
- Hombres lobo – murmuró Natalie quien se había sentado al lado de Moss y miraba a Daisy con atención – Es decir ¿seguís conservando vuestra personalidad mientras sois lobos?
- Pues claro ¿qué esperabas? 
- Siento mi ignorancia. Por lo visto mi concepto de los hombres lobo no es muy acertado… ahora hay muchas cosas que entiendo.
Él sonrió ligeramente.
- Me imagino que debíamos resultarte un dúo de lo más extraño…
- Pues sí…
Tras un rato de silencio Natalie se atrevió a preguntar.
- ¿Sois pareja o algo así?
La expresión de él parecía de pura piedra.
- ¿O acaso sois familia? – preguntó para intentar desviar lo incómodo de su pregunta.
- Somos una manada… una familia, pequeña pero unida por un vínculo fuerte – respondió él tras un instante de silencio - Mmmm… creo que también tenemos conceptos diferentes de lo que es una familia. Ella es mi amiga, mi hermana, mi compañera… estamos juntos pero no se nos puede considerar una pareja como parecen considerarlo los humanos. ¿Pero por qué estás tan interesada en saber esto?
- Por nada… ehm, simple curiosidad supongo. No conozco a muchos hombres lobo ¿sabes?
Él la miró por unos segundos con una ceja enarcada, luego ambos soltaron una risita.
- Así que curiosidad – olfateó el aire – Mmm… bueno, sólo te diré que los lobos tenemos buen olfato, no lo olvides.
La miró a los ojos tan fijamente con una expresión tan seria que Natalie se sonrojó hasta la raíz del cabello y volvió a retirar la mirada, sin decir nada. Moss no hizo tampoco más comentarios y se estiró, arrojando una ramita al fuego.
- Será mejor que duermas. Mañana nos espera un largo día de marcha… yo haré la guardia. 
- ¿Hasta qué hora? – dijo ella empezando a recostarse.
Él enarcó una ceja. La verdad que a Natalie empezaba a gustarle la manera en que lo hacía.
- Pues hasta el amanecer.
- Pero ¿y cuándo dormirás? 
- Puedo aguantar días durmiendo apenas unas pocas horas, no te preocupes. Ahora duerme, lo necesitas.
Ella fue a protestar pero una vez cogió postura los ojos se le cerraron solos.

Tenía algo húmedo apoyado en el hombro. Natalie abrió los ojos despacio y parpadeó a un día gris y nuboso. Se sobresaltó cuando se encontró con la cara de un lobo a escasos centímetros de su rostro. El lobo, cuyo pelaje era casi negro en su totalidad encogió las orejas y meneó el rabo.
- Lo siento, tengo que acostumbrarme a esto – dijo Natalie y, aún con ciertas reservas, extendió la mano para acariciar la cabeza del lobo, cuyo rabo empezó a menearse con más énfasis.
Daisy apareció entonces dando un brinco e hizo que Natalie se sobresaltara.
- ¡Buenos días! – dijo risueña estirándose con total despreocupación y empezando unos estiramientos.
- ¿Cómo te encuentras? – le preguntó Natalie aliviada porque estuviera bien.
- ¡Maravillosamente bien! ¡Aah! – aspiró con fuerza y se volvió hacia el lobo - ¿A qué esperas? ¿Acaso no decías que te morías de hambre? ¡Te he dejado un buen pedazo allí, usa el hocico que para algo lo tienes! – señaló en una dirección, Moss se alejó trotando -  A la señorita ya le he traído yo el desayuno.
Natalie se sintió algo decepcionada cuando vio las bayas que le ofrecían pero la sonrisa de la chica lobo era tan radiante que se le contagió.
El viaje de aquel día fue… extraño. Tuvo la sensación de que el tiempo volaba mientras caminaban. Tan sólo recordaba el bosque, los cielos nublados y las miradas de Moss y de Daisy… sobre todo de Moss. Ambos murmuraban y la miraban mucho pero a Natalie no le molestaba, intuía de qué estaban hablando.
Esa noche, cuando fueron a descansar ninguno dijo nada. Hacía frío a pesar de la hoguera, no habían visto orcos en los alrededores por lo que el trío permaneció junto. Natalie, con el estómago lleno por la cena que ellos habían conseguido, se tumbó en el suelo boca arriba. Era algo incómodo pero la hierba, verde y fresca, ayudaba un poco. Los dos hermanos se tumbaron uno a cada lado de ella. Fue Daisy la primera que se arrimó a ella. Daisy dio un beso a Natalie en la frente, en el puente de la nariz, en la comisura de la boca y luego en los labios: los de Daisy eran húmedos y suaves. Entonces Moss se acercó por detrás besándola despacio por el cuello y los hombros. Natalie se giró y se abrazó a Moss, echándole los brazos al cuello y tomándole por los cabellos buscó sus labios; él besaba tan bien como se había imaginado. Una de sus manos se deslizó por debajo de la camiseta de Natalie y ella soltó un gemido cuando encontró lo que buscaba. Mientras tanto Daisy se había apretado a su espalda, pasado una pierna por encima hasta dar con Moss, quien bajó la mano hasta acariciar el muslo de la chica de pelo corto, quien comenzaba a besarle en la nuca a Natalie... 



Con un respingo Natalie abrió los ojos. Miró a su alrededor, parpadeando, viendo lo que era su dormitorio. Frunciendo el ceño por las legañas y la luz de la lámpara de la mesilla de noche giró la cabeza y alargó la mano para ver la hora: el depertador marcaba las 23:25. El libro que había estado leyendo se había deslizado hasta el colchón, quedándose cerrado. “El Señor de los Anillos y las Dos Torres”. Se debía haber quedado dormida mientras lo leía.
Natalie resopló, lo tomó en la mano y lo dejó en la mesilla de noche. 
- Tengo que dejar de leer para relajarme antes de dormir porque sólo sueño tonterías – pensó mientras acomodaba la almohada.
Apagó la luz de la mesilla y se acostó boca arriba, tirando de la ropa de cama hasta arroparse hasta la barbilla pero al cabo sacó los brazos por encima de la colcha. Cerró los ojos y pensó en lo que acababa de soñar. No quería admitirlo pero estaba enfadada porque el sueño se había cortado en el mejor momento. ¿Y si intentaba repescarlo?
- ¿Por qué demonios he soñado con hombres lobo? – pensó, en cambio – No hay hombres lobo en El Señor de los Anillos así que ¿de dónde han salido?
Recordó los detalles de la última parte del sueño y no pudo evitar esbozar una sonrisa y, automáticamente, pensó en Esteban. No estaba cómoda. Suspiró frunciendo el ceño y se volvió para ponerse de lado, metiendo uno de los brazos por debajo de la almohada. Mejor.
- Creo que lo primero que haré mañana cuando vuelva de trabajar será mandarle a la mierda, igual que hice con Saruman… debí hacerlo según supe que estaba casado.
Sonrió. Sí, no tenía sentido seguir en una relación que no conducía a nada. ¿Por qué se había aferrado a esa farsa? Además Verónica era muy maja y no se merecía eso…. Esteban era un auténtico capullo. Conocería a otra persona, quizá alguien que fuera tan protector y cálido como Moss pero atento y divertido como Daisy. Sí, que le dieran por saco a Esteban.
Natalie respiró hondo, soltó lentamente el aire y volvió a sonreír ante la expectativa de un futuro mejor. Fue entonces cuando se quedó dormida…

FIN


[Relatos oníricos] La ruptura de un vínculo - Capítulo 1

Menuda mezcolanza que has creado, señorita.



Natalie no podía creerlo. Sencillamente no podía. Mientras se apresuraba a vestirse Esteban ya le alargaba el bolso y la espoleaba en susurros como si pudieran escucharles desde el portal, once pisos más abajo. No se puso la gabardina sino que agarró el bolso dando un ligero tirón y a él no pareció importarle. En su lugar salió disparado hacia la puerta y ella también una vez terminó de encajarse un zapato.
Cuando llegó al umbral vio la luz naranja del indicador del ascensor brillando, lo que significaba que la puerta estaba abierta en algún piso; en el bajo seguramente. Tenía tiempo así que se volvió y encaró a Esteban que miraba con nerviosismo con los ojos clavados en el ascensor.

- ¿Cuándo piensas decírselo? – le dijo ella sin susurrar con un timbre algo más agudo de lo que pretendía.
- ¿Qué? – preguntó mirándola con el ceño fruncido.
Natalie le sostuvo la mirada consciente, por el sonido del ascensor, que éste ya estaba ascendiendo. Sin embargo se permitió la demora porque una parte de ella estaba deseando que les pillaran.
- Mira Nat, no es el mejor momento ¿vale? – contestó él finalmente haciendo un gesto significativo con la cabeza hacia las escaleras y mirando por último al ascensor de nuevo.
Natalie negó con la cabeza mirándole, sintiéndose como una completa idiota pero finalmente la razón se impuso a su carácter y se volvió hacia la puerta de las escaleras. La cerró despacio porque de lo contrario se escucharía el golpe del pestillo encajando y se quedó un momento pegada a ella, escuchando. Estaba fría. Pocos segundos después escuchó el murmullo que hacían las hojas de la puerta del ascensor al abrirse y un saludo afectuoso de Esteban a su esposa, que ese día llegaba de trabajar antes de lo esperado. Luego la puerta del domicilio se cerró… y se hizo el silencio en el descansillo.
Natalie inspiró hondo mientras se ponía la gabardina, se cambió el bolso de brazo y se puso a bajar por las escaleras lenta y pesadamente, con el corazón aun palpitándole en las sienes.

Estaba muy enfadada y francamente harta de la situación. ¿Cuánto tiempo llevaba así? Tenía veintisiete años y, a pesar de todos los tíos que había en la ciudad (eso como mínimo) se le había ocurrido enamorarse de su vecino del portal de al lado. Un hombre que, al principio, ella creía soltero. Y pensar que todo empezó de la manera más simple: coincidieron un día en la lavandería de la esquina.
Ella ya llevaba un buen rato y, mientras su ropa giraba y giraba en el tambor, leía un libro forrado con papel de revista. Entonces él entró en el local. Esteban tenía treinta y cinco años, era moreno, alto y atractivo, sencillo en el vestir y siempre aseado. Natalie había aprendido a fijarse en los detalles para sacar conclusiones y, aunque a veces se equivocaba, era una técnica que había demostrado ser bastante útil, por lo que disimulando lo máximo posible se fijó en la cesta que él llevaba. Pero nada de esa colada compuesta por camisas, trajes, ropa deportiva e interior masculina le había hecho sospechar que Esteban pudiera estar casado. No llevaba alianza y no olía a perfume de mujer si no a su suave colonia de hombre.
Así que cuando él le habló:
- ¡Eh, hola! Tú vives en el portal de al lado, el cinco. ¿Qué libro es ese?
Ella no pudo evitar sonreírle y entablar conversación. A partir de ahí una cosa llevó a la otra y en un abrir y cerrar de ojos habían quedado un día para comer y después estaban acostándose.
Cuando Natalie empezaba a sentirse bien consigo misma y a sonreírse cada vez que pensaba en él descubrió un día nublado de noviembre que Esteban estaba casado. Fue todo tan casual como el día de la lavandería. Ella casi nunca iba al supermercado del barrio puesto que prefería hacer la compra una vez había salido del trabajo para ahorrar tiempo. Pero justo ese sábado se había quedado sin patatas y las necesitaba para hacer la comida. 
Su sorpresa fue mayúscula cuando, mientras escogía las mejores patatas disponibles, se encontró con Esteban y una mujer rubia que iba agarrada a su cintura. Él estaba contando algo que debía ser gracioso por lo que ella se reía. Natalie en un principio se había quedado petrificada con la patata agarrada débilmente en una mano enguantada en plástico pero rápidamente pasó a la evasión y el sigilo. Se agachó, con los ojos abiertos como platos y el corazón a cien por hora, intentando buscar una explicación lógica a lo que estaba viendo y que no implicara que Esteban estaba con otra: quizá fuera su hermana o quizá una amiga… pero la forma en que ella se apretaba a él hacía que estas teorías se tambalearan. Tenía que asegurarse, lo mismo su paranoia le había hecho ver algo que no era.
Como luego pensaría de lo más avergonzada se arriesgó a seguirles supermercado arriba, supermercado abajo, haciendo que miraba productos que ni siquiera le interesaban lo más mínimo cuando realmente lo que hacía era espiarles como si fuera una vieja cotilla. Sus dudas pronto se despejaron cuando, mientras la supuesta parejita depositaba la compra sobre la cinta de la caja, vio cómo se daban un fugaz beso en los labios…
- ¿Puedo ayudarla señorita? 
Natalie dio tal respingo que el dependiente dio otro recomponiendo por un instante un rictus de susto pero enseguida la sonrisa cordial se impuso a cualquier otro gesto. Ella parpadeó confusa al ver ahí al empleado del supermercado y éste, sin duda pensando que estaba ante alguna rarita, alzó las cejas y bajó la vista hacia lo que ella sostenía en las manos: preservativos. Entonces fue consciente del ridículo que estaba haciendo.
Natalie se sonrojó hasta la raíz del cabello, masculló un “no gracias” y prácticamente le estampó al chico los preservativos en la cara mientras se apresuraba por el pasillo en dirección contraria, alejándose todo lo posible de las cajas.

A partir de entonces se encontró en medio de una diatriba: exigirle explicaciones a Esteban o hacer como que no había visto nada, que fuera él quien, a base de sutiles comentarios de pasada por su parte, confesara. ¿Quién era esa mujer? ¿Desde hace cuánto tiempo estaba con ella? ¿Se acostarían juntos o todavía no? Esas dudas la carcomían y en el trabajo no daba pie con bola cuando le daba por divagar. Al día siguiente le había llegado un mensaje de Esteban de lo más normal y ella le tecleó torpemente que no podía quedar ese día. Pero no podía esquivarle para siempre… así que finalmente le escribió diciéndole que quería verle pero sin poner ninguna de esas gilipolleces típicas estilo “tenemos que hablar” porque entonces él se olería la tostada e iría preparado. Quería pillarle con los pantalones bajados, hablando en plata.
Estuvo esperando tontamente durante la comida que él mencionara algo pero sólo se dedicaba a hablar de lo habitual. Luego subieron a su casa, se acostaron y él siguió sin decir nada. Cuando fue al servicio, como siempre solía hacer justo después, ella se dedicó a abrir los cajones buscando las fotografías porque NO había ninguna foto con ninguna mujer. 
- ¿Pero qué estás haciendo Nat?
Él la había pillado pero ella no se dejó avergonzar.
- ¿Estás con otra mujer?
Él se la quedó mirando sorprendido, soltó una risotada.
- ¿Por qué dices eso?
- No disimules. Te vi con una mujer el sábado en el supermercado. Una rubia y muy guapa.
Él entonces se puso serio, terminó asintiendo con la cabeza y se sentó en la cama, pasándose una mano por la cabeza ante la atenta mirada de Natalie que permanecía de pie tapada con la sábana.
- Verónica es mi esposa – aclaró finalmente – Lo más apropiado sería decir que la otra eres tú… pero ¡escúchame Nat! Verónica ya no significa nada para mí. Nuestro matrimonio… hace aguas, por todos lados, lo mires por donde lo mires.
- Pues se os veía muy bien en el supermercado, abrazaditos, riéndoos como colegiales mientras decidíais si llevaros los Cornflakes o los Honey Loops.
Él enarcó una ceja.
- ¿Nos estuviste siguiendo?
Natalie volvió a ruborizarse y se giró, haciendo un mohín por la vergüenza, el dolor y la rabia. Él se apresuró a acariciarla por los hombros y ella, aunque en un principio había pensado en no permitírselo, lo hizo.
- Te lo pregunto porque entonces es que sólo nos viste un rato…
Procedió a explicarle que llevaba cinco años casado pero que hacía tiempo que él y su mujer se estaban distanciando; que ella pasaba muchas horas en el trabajo y que a pesar de que había momentos en que se llevaban bien la mayoría de las veces todo eran discusiones y riñas. Su relación se había enfriado hasta tal punto que él había sacado el tema del divorcio pero entonces, explicó, su esposa se había puesto a la defensiva indicando que necesitaba un tiempo para pensar. Sin embargo él tenía muy claro que ya no la quería, que había veces en que había creído pero tras muchas discusiones y desplantes había abierto los ojos. Entonces él le aseguró que desde que estaba con ella, Natalie, estaba más que dispuesto a seguir adelante y que estaba volviendo a mencionar el divorcio a Verónica y estaban para llegar a un acuerdo… Natalie le creyó y se echó a sus brazos.


Miró el piso por el que iba, el octavo. Decidió bajar un par de pisos más por si acaso y allí tomaría el ascensor pensando en que, por aquel entonces, pensó que todo volvía a estar bien… pero y lo equivocada que estaba…
Pasó un mes desde lo del supermercado y Esteban no había parecido avanzar mucho con el tema del divorcio. Le dijo que estaba llevando un tiempo en ponerse de acuerdo con Verónica porque ella de pronto se había puesto a malas y estaba muy caprichosa con el reparto, pues quería adjudicarse cosas que no le correspondían. Decía que eso le crispaba los nervios pero que cuando veía a Natalie conseguía que todo el malestar se le pasara. Esteban estaba de lo más atento, regalándole rosas y bombones, mimándola con cariño. Y ella se dejaba mimar.
Febrero. Sábado. Natalie iba cargada con un par de bolsas bastante llenas del supermercado, sudando bajo su gabardina gris. Por suerte ya estaba llegando al portal, tan sólo le quedaban unos veinte metros. Entonces escuchó un crujido como de tela rasgándose y de pronto vio las naranjas rodando por el suelo, los dos bricks de leche cayendo a la acera junto con todo lo demás.
- ¡Mierda!
Depositó la otra bolsa en el suelo, suspirando de resignación mientras agitaba la bolsa rota. No había nada que hacer. Molesta se puso de rodillas a recoger las naranjas desertoras y el resto de la compra desgraciada y entonces vio una mano pálida que le alargaba un par.
- Tenga.
- Muchas gracias, se me ha roto la bolsa y…
Entonces Natalie se quedó de piedra porque la persona que le estaba ayudando con la compra era nada más y nada menos que Verónica, la esposa de Esteban. La mujer lucía una amplia sonrisa de amabilidad y era más guapa de lo que ella recordaba. Llevaba el pelo rubio bien peinado, ondulado hasta los hombros e iba vestida con un dos piezas de color neutro. Sus ojos azules parecían muy amistosos.
- Son cosas que pasan, yo por eso nunca voy a comprar sin mi carrito. ¿Le entra en esa bolsa? – le preguntó echando una ojeada y Natalie se encontró admirando lo bonito de su perfil.
- N-no, q-que va – balbució torpemente volviendo en sí – Oh, mierda. No tengo otra bolsa…
- No se preocupe – dijo Verónica despreocupadamente y hurgó en su gran bolso de Tous sacando un par de bolsas dobladas de manera triangular. Le guiñó un ojo – Siempre llevo bolsas por si, ya sabe, se me antoja algo por el camino. Veamos qué podemos hacer…
- Oh, no, no, de verdad, muchas gracias. Ya me apaño yo y…
- Tonterías. Creo que somos vecinas… sí, su cara me suena mucho del barrio… ¿vive en esta calle?
- Sí – se encontró respondiendo Natalie forzando una sonrisa – En el cinco…
Ambas se pusieron a repartir la compra desastrada en las bolsas de Verónica.
- Yo vivo en el siete, en el 11-F, escalera de la izquierda. Me llamo Verónica por cierto…
- Yo soy Natalie…
Su voz murió apenas pronunciado su nombre porque vio cómo relucía la alianza de matrimonio de oro en el dedo de Verónica.
- ¡Oh, qué nombre más bonito! – alabó la esposa de Esteban en un tono de lo más natural y sincero sin percatarse de la mirada de Natalie – Bueno pues esto ya está. Vámonos…
- Oh, no, por favor. Ya ha hecho suficiente por mi…
- No se preocupe, al fin y al cabo ambas vamos al mismo sitio ¿no? – dijo Verónica y soltó una risita. Los portales, pese a ser diferentes, pertenecían al mismo edifico y se comunicaban por el garage – Por cierto, si somos vecinas espero que no te importe que te tutee. Y tú puedes hacer lo mismo conmigo, Natalie… ¿O prefieres Nat? Tú puedes llamarme Vero si quieres…
“Ay Dios” pensó Natalie. Verónica, quien iba cargada con las bolsas de la compra desastrada, se puso a charlar animadamente sobre la ventaja de los carritos de la compra de cuatro ruedas frente a los de dos mientras Natalie, que apenas la escuchaba, deseaba con gran fervor que se le tragara la tierra porque no había forma de sentirse más avergonzada y culpable que en esos momentos. Verónica era increíblemente simpática, amable y parlanchina; una personalidad que se alejaba mucho de lo que Esteban le había explicado, pues él la retrataba más bien como amargada y antipática. ¿Acaso le había mentido en eso?
- No quiero pecar de cotilla – dijo Verónica una vez llegaron al portal y Natalie se puso a abrir la puerta – pero me he fijado en las bolsas de tela que usas para la fruta. ¿Dónde las has comprado?
- En Amazon.
- ¡Oh! ¿Te importa pasarme el enlace? Es que estoy intentado reducir al mínimo la cantidad de plástico y no encuentro unas bolsas de tela decentes. A ver si consigo convencer a Esteban… Esteban es mi marido…. de que son mucho mejor que usar las del supermercado.
Natalie decidió aprovecharse de la situación.
- Ah, ¿estás casada? 
- Oh, sí, desde hace cinco años. ¿Por qué?
- Oh, no sé – dijo Natalie, encogiéndose de hombros y sonriendo sin problemas – es que me parecías muy jovencita…
Verónica se rio y hasta su risa era encantadora, como de campanitas.
- Suele pasarme, siempre me echan menos años de los que tengo. No es que me queje, ojo… ¿Cuántos pensabas que tenía?
Natalie llamó al ascensor. 
- Pues no sé ¿veinticinco?
- ¡Uy! Ojalá. No, cariño, tengo treinta. ¿Tú no estás casada?
- No, de momento sigo soltera.
- Bueno, eso es que aún no has encontrado al hombre adecuado. Cuando lo hagas lo sabrás, créeme…
El ascensor llegó y Verónica sujetó la puerta mientras Natalie metía las bolsas.
- ¿Tú estás satisfecha con tu matrimonio? – se encontró preguntando Natalie sin pudor por no tener que verle la cara ocupada como estaba con las bolsas.
- ¡Sí! Es verdad que no veo mucho a Esteban pero como él tiene un trabajo a jornada parcial hasta que le hagan fijo… así que yo estoy echando todas las horas extra que puedo, necesitamos el dinero, sobre todo si queremos tener un hijo.
Natalie, quien ya estaba metiendo la penúltima bolsa, por poco no la dejó caer. Y menos mal porque ahí iban los huevos.
- ¿Un hijo? – preguntó intentando que su voz no temblara.
Verónica se agachó a coger la última bolsa y entró en el ascensor. Natalie pulsó el botón con los dedos entumecidos.
- ¡Sí! Estamos intentando por todos los medios tener uno… dejé de tomar la píldora hace un par de meses pero de momento no hay suerte. Este mes tuve un retraso pero luego resultó ser una falsa alarma. Pobre Esteban, se quedó más decepcionado incluso que yo y… oye ¿te encuentras bien? Te veo muy pálida…
- Se-será la luz del ascensor – musitó Natalie.
Minutos después, ya en la soledad de su apartamento, permaneció sentada con la espalda contra la puerta blindada, hecha un ovillo, con la compra abandonada en sus bolsas sobre la encimera de la cocina. El reloj hacía tic-tac, el tiempo seguía su curso, pero ella no tenía ganas de moverse.

“Me ha mentido. En todo…” pensaba mientras esperaba el ascensor. A pesar de aquel encuentro con Verónica se había vuelto a ver varias veces más con Esteban; él le había asegurado que lo del niño era un intento de su esposa por mantener el matrimonio. Se había echado para atrás con el tema del divorcio y fantaseaba con quedarse embarazada, así de pronto, y lo iba anunciando a los cuatro vientos. Pero Esteban le juraba y perjuraba que el matrimonio se iba a acabar porque hacía decidido decirle a Verónica que había alguien más en su vida. Sin embargo estaban ya casi en marzo y, por lo que acababa de comprobar Natalie por cómo le había echado de su casa, aún no se lo había dicho ni tenía pinta que lo fuera a hacer pronto.
Natalie se sentía muy mal con toda la situación y casi le resultaba insostenible. No dejaba de darle vueltas porque temía que Esteban le estuviera mintiendo y que realmente no tuviera intenciones de divorciarse de su mujer. Verónica parecía tan ilusionada… a ella no le parecía que fueran delirios de una mujer obsesionada por evitar el fin de su matrimonio. ¿Qué estarían haciendo? ¿Quizá Verónica estuviera preparando una cena romántica para luego ir a la cama e intentar consumar su amor engendrando un hijo?
Justo cuando se lo imaginaba con un nudo en el estómago las puertas del ascensor se abrieron y, para su sorpresa, se encontró con una mujer de color algo rolliza, vestida de negro y azul, embutida en un impoluto traje que recordaba al de los botones de un hotel. Tenía una de sus manos apoyada con gran desparpajo en su gruesa cintura y la otra agarraba en una palanca, como la de los ascensores antiguos, si bien éste de antiguo no tenía nada. Era enorme, muy espacioso, más del doble que el de un hospital, de un blanco de lo más higiénico. Natalie miró dubitativa porque no recordaba que el ascensor de Esteban fuera así pero como la mujer se le quedó mirando.
- Bueno cielo, no tenemos todo el día – le dijo, con un acento sureño - ¿Subes o no?
Natalie le dedicó una sonrisa veloz y se apresuró a subir. La mujer pulsó un botón y las puertas se cerraron. Súbitamente Natalie sintió mucho calor y se puso a abanicarse.
- ¿Adónde? – preguntó la mujer de color.
- ¿Cómo?
- ¿Arriba o abajo?
Natalie la miró sin comprender. Entonces la mujer le dedicó una sonrisa que dejaba ver unos dientes grandes, de lo más blancos y perfectos.
- Pues… creo que es obvio – respondió Natalie un tanto confusa.
- No, querida, no lo es. Verá: si vas hacia abajo… en fin, ya sabes que es lo que te espera ¿Verdad? Pero si, por una vez, decides ir hacia arriba quizás encuentres algo nuevo.
- ¿Cómo dice?
Natalie se percató de que las luces del ascensor, por algún extraño motivo, eran de un violeta muy pálido lo que hacía destacar aún más la sonrisa perlada de la ascensorista.
- Nena, a veces hay que volar alto por encima de los problemas, porque si no éstos la hunden a una… ya sabes – continuó la ascensorista – Tú eres joven y tiene más carácter y fortaleza de lo que crees. Es hora de una se suelte la melena y tome las riendas para variar ¿eh?
- Pero oiga ¿qué…?
- Hazme caso – la cortó la mujer, con un tono más firme y adoptando la típica expresión seria de las madres sermoneadoras -  Al menos por una vez, elije arriba y no abajo. ¿Quieres? Créeme, será de ayuda.
Natalie la miró de hito en hito pero había algo de las galimatías que decía esta señora que podía tener sentido… si bien la situación en la que se encontraba no tenía ni pies ni cabeza. Pero ¿qué opción tenía? Finalmente se encogió de hombros, decidiendo que si era lo que tenía que ser, pues adelante.
- Está bien, qué demonios – asintió Natalie y aferró el bolso que llevaba al hombro con fuerza – Lléveme arriba.
La ascensorista le sonrió de lo más complacida. 
- No te arrepentirás, querida.
Y tiró de la palanca…



[Relatos oníricos] La ruptura de un vínculo - Capítulo 2



Natalie se despertó en medio de lo que parecía un bosquecillo. Se incorporó y miró alrededor, súbitamente aturdida. ¿Dónde estaba? Lo último que recordaba era el ascensor subiendo a toda velocidad, la risa de la ascensorista y a ella encogida en un rincón, cerrando fuertemente los ojos. Aquí no había ni ascensor ni edificios ni nada, desde luego que no estaba en su barrio.
Había árboles por todas partes, el césped bajo sus pies estaba húmedo de rocío y no se escuchaba ni un sonido excepto el canto de algún ave.

- Ya era hora de que despertaras – dijo una voz detrás de ella.
Natalie se giró ahogando un grito, pues se había asustado. Se encontraba ante ella un hombre muy alto, delgado y anciano. Vestía una túnica blanca y blancos también eran sus largos cabellos y su larga barba, a excepción de algunos mechones negros. El hombre se apoyaba en un báculo rematado en una esfera blanca entre sus puntas. Del anciano emanaba un gran poder, un porte regio y firme que imponía respeto se veía en cada una de las líneas de  su rostro alargado, su alta frente, quedando aún más acentuado por sus profundos e insondables ojos negros.
- Has estado durmiendo largas horas, niña – dijo el hombre con una voz suave – Estaba tentado de usar la magia para despertarte.
- Esto… esto no puede ser verdad… aún debo de estar soñando – dijo Natalie mirando al hombre quien, a pesar de que nunca le había visto en persona, sabía perfectamente de quién se trataba, pero eso era totalmente imposible.
- No estás soñando, te lo garantizo, porque acabas de despertar. ¿Sabes dónde te encuentras?
Natalie miró de nuevo alrededor, a la alta torre solitaria que se erguía muy por encima de ellos, sobrepasando a los árboles por mucho en altura.
- No… pero no es posible… ¿cómo he llegado hasta aquí?
- Eso mismo iba a preguntarte yo. ¿Acaso no sabes la respuesta?
Ella intentó responder pero sólo balbuceó algo ininteligible. 
- Anoche pudo verse una estrella fugaz de lo más imprevista y cuál fue mi sorpresa que la estrella caía aquí, en Isengard, sin dejar cráter alguno. Tan sólo a una muchacha inconsciente y sin un rasguño.
Natalie intentaba encontrar explicación a lo que él contaba pero no podía hallarla en algo tan carente de lógica como era su situación.
- Mas se dijo en su día que aquella estrella serviría de guía al más sabio de los hechiceros en un momento de necesidad. Y hete aquí y ahora, en el momento oportuno, tal cual se me reveló tanto tiempo atrás.
A Natalie no le gustaba nada como le estaba mirando el hechicero, porque de eso se trataba precisamente. Y para colmo, por algún motivo estaba interesado en ella. Eso no la convenía, sobre todo teniendo en cuenta quién era.
- Creo… creo que me he perdido – empezó a decir, dando pasitos atrás – Pero ya… ya estoy bien y sé dónde tengo que ir…
¿Por qué, de todos los sitios de la Tierra Media que existían tan acogedores, había tenido que ir a caer precisamente aquí, en la boca del lobo? ¿Por qué no en la Comarca, en Rivendel, Rohan o en Lórien? Incluso Minas Tirith no era tan mala opción.
- Por favor, no tengas ninguna prisa, es obvio que con tu caída te has desorientado y andas perdida como un gorrión que acaba de escapar de una jaula. Podrás marcharte una vez te recuperes pero hasta entonces serás… mi invitada – esto último lo acompañó con un movimiento apenas perceptible de su vara.
Ella no dijo nada pero se detuvo en su retirada no tan disimulada. Y enseguida se maldijo pues sabía que era víctima de un hechizo.


- Hay cosas que sabes y guardas. Debes decírmelas pues necesito de tu sabiduría – dijo el hechicero.
Ella decidió permanecer callada. 
- Oh vamos, nada de farsas, niña. Sé perfectamente que escondes algo puesto que ni siquiera me has preguntado quién soy – dijo, enarcando las cejas.
- Eres Saruman el Blanco – musitó ella. 
El asintió con una ligera sonrisa en sus finos labios pero sus ojos, advirtió Natalie, no sonreían en absoluto.
- ¿Y sabes dónde estamos ahora?
Natalie miró alrededor pero sólo había ruinas. No recordaba cuándo y cómo habían abandonado Isengard, se sentía desorientada y aturdida como si hubiera estado bajo el influjo de un hechizo. 
- Debes ayudarme, muchacha – susurró Saruman - Hay unas fuerzas malignas que quieren acabar con el orden natural de las cosas. Si miras atentamente verás que esto antes era un poblado; un poblado que fue asolado por estas fuerzas de las que te hablo pero no sé de dónde vinieron ni adónde fueron. Tú sabes algo, lo intuyo. Necesito que me ayudes a identificar la fuente y acabar con ella…
“No le escuches, te está mintiendo” dijo una vocecita dentro de la cabeza de Natalie, “lo sabes de sobra y te está tomando por estúpida”. Ella ladeó la cabeza, con los ojos cerrados, porque esta voz contrastaba mucho con la del hechicero, pues en comparación parecía torpe y grosera. Y sin embargo ella sabía, efectivamente, que tenía razón.
Saruman seguía hablando pero ella se esforzaba por no escucharle, resistiéndose. Seguía mirando las ruinas y apenas se sorprendió en darse cuenta de que no había ningún cadáver, nada que hiciera pensar que aquí había sucedido algo reciente.
- Necesito que me digas lo que sabes – seguía la voz del hechicero, persuasiva pero firme – Necesito que me ilumines con lo que está por pasar, porque creo que alguien, algún otro hechicero, intenta embaucar mi mente nublándola con sus malas artes... sospecho que éste es un hermano de mi orden que se ha corrompido y quien posee un conocimiento, un secreto que yo necesito conocer… A cambio te daré lo que más deseas, tan sólo tienes que pedirlo…
“Miente, miente igual que Esteban… con un tono cálido pero todo lo que dice no es verdad”. Natalie, quien ahora daba la espalda al hechicero, que seguía su cuidado discurso por detrás de ella, seguía examinando el lugar. La frase “De improviso otra voz habló, suave y melodiosa: el sonido mismo era ya un encantamiento” le vino a la mente y ella, haciendo acopio de toda su voluntad, comenzó a resistirse.
- Hace algunos años él tuvo muy cerca un artefacto que es necesario para frenar esta guerra de la que te estoy hablando. Un artefacto que en las manos equivocadas podría hacer un gran mal… 
- Pero en tu mano blanca podría hacer un gran bien ¿no? – dijo ella, volviéndose.
Él guardó silencio, su penetrante mirada se clavó en ella como un alfiler.
- Tú, Saruman el Blanco – continuó ella, liberada - líder del Consejo Blanco, usaría ese artefacto para expulsar al enemigo y dar la paz a la Tierra Media. Pero Saruman, también conocido como Curunír o Zarquino, no conoce dónde se encuentra ese artefacto tan valioso y quiere que yo traicione mi propia moral y se lo revele.
Un brillo de astucia relucía en los ojos oscuros del hechicero pero también de ira; se había dado cuenta de que ella ya no estaba bajo su influjo.
- Pues sí, es cierto que sé cosas pero muchas más de lo que tú te crees – dijo ella – Sé quién eres, de dónde viniste y con quiénes, pues tú tampoco eres nativo de la Tierra Media. Sé que envidias a Gandalf tanto como le temes. Y que sólo quieres el Anillo para tu uso y disfrute; quieres dárselo a Sauron y gobernar con a su lado la Tierra Media. ¿De verdad crees que Él lo va a compartir? ¿Y de verdad te crees que yo voy a ayudarte? ¡No eres más que un traidor a tu orden y un corrupto sediento de poder!
Saruman no dejó que siguiera y usó su vara para castigar tal insolencia. Pero, para su sorpresa, la vara no funcionó con la mujer. Ella no pudo evitar sonreír en señal de triunfo, pues sentía llevar las riendas de la situación. Tenía pensada la escapatoria pero antes no pudo evitarlo y desahogó sus frustraciones contra el hechicero en lo que iba retrocediendo.
- Los Istari fuisteis enviados de más allá del Mar por vuestros maestros para contrarrestar el poder de Sauron y para incitar a las razas de esta tierra a emprender grandes y peligrosas hazañas. Tú que llegaste el primero has sido también el primero en caer bajo la ambición y ahora sólo trabajas para ti mismo. Pero déjame decirte algo, ya que tanto deseas mis conocimientos: no te saldrás con la tuya. El artefacto será destruido no sin antes de que tú pierdas todo y te veas obligado a arrastrarte en un intento inútil y rastrero por tener algún mínimo control sobre la gente más pequeña, pero allí no obtendrás nada más que la muerte más vil, que es la que te mereces. Y no quedarán de ti ni el polvo de tus huesos… eso es lo que sé, Saruman el Blanco, y eso es lo que tengo para ti.
Natalie no podía evitar sentir una honda satisfacción al ver el rostro del hechicero, crispado por la ira, que aferraba con las manos casi blancas su vara. 
- ¡Tú! – dijo él con la voz temblorosa de rabia, pero una voz tan potente que la hizo retroceder un tanto - ¡Tú, descarada y deslenguada! ¡A mí, Uruk-hai! Traedme a la insolente para que reciba el castigo que merece.

Natalie salió corriendo todo lo que le permitían sus piernas pero antes de volverse pudo ver a dos guerreros Uruk-hai, grandes y terribles, que salían con un rugido de entre los árboles de detrás del hechicero. 
- ¡Mierda, mierda, mierda, mierda! 
Corría campo a través y ellos le iban pisando los talones. Era de día – nublado, pero a fin de cuentas de día - pero eso no molestaba a estos orcos. Poco tiempo después escuchó un sonido de agua fluyendo y Natalie se apresuró hacia allí pensando, por alguna razón, que los orcos no sabrían nadar y allí podría despistarles. Se trataba de un río y, sin pensárselo mucho, se lanzó al agua pero no fue capaz de nadar al otro lado. Los orcos comenzaron a bramar ya que, como ella adivinó, no querían mojarse. Pero no se dieron por vencidos; por suerte para ella no usaban sus arcos. Querían atraparla de una pieza así que la siguieron por la orilla y luego corrieron adelante, apostándose cerca de la orilla. Natalie entendió lo que pasaba: había una cascada. Intentó de nuevo nadar hacia la orilla opuesta pero la corriente la arrastró sin remedio. Al menos estaría lejos de las manos de los Uruks pensó.  Para sus adentros rezó porque el salto no fuera muy alto y se dejó arrastrar por la corriente…. Y entonces cayó.


Nueva sección: Relatos de mis viajes al universo onírico


Sin duda todos nosotros nos hemos sumergido en este universo de límites insospechados de la mano de Morfeo y, sin duda también, muchas de las aventuras que hemos vivido en este lugar han sido de lo más rocambolescas o tenebrosas pero, en esencia, de lo más originales. Y es que en cuanto cerramos los ojos desconectando de todo lo acontecido durante el día y ponemos rumbo a lo desconocido, a merced de nuestra mente y subconsciente, nos metemos lleno en historias que van mutando, obteniendo una mezcolanza de fantasía con realidad incluyendo sensaciones y preocupaciones que arrastramos de la vigilia hasta este universo.


En muchísimas ocasiones nos encontramos que nos hemos olvidado por completo de lo soñado - incluso tenemos dudas si lo hemos hecho o no - pero en otras tantas conseguimos recordar, de manera más o menos vívida, lo que hemos experimentado. El universo onírico es, como ya sabemos, de lo más caprichoso.

Ante lo variopinto de las posibilidades que me ha ofrecido este universo con el paso de los años siempre he deseado escribir aquellos sueños -y pesadillas - más originales o extraños que he experimentado pero, por desgracia, no es algo que haya hecho asiduamente. Hace años apunté en un papel en sucio varios de ellos y, como era de esperar, este manuscrito se perdió. Así que lo que he ido haciendo es irlos almacenando en esta pequeña cabecita mía y, como también era de esperar, por este motivo la mayoría se han perdido en las fauces del olvido.


Podría exponeros los más comunes como pueden ser permanecer desnudo delante de un montón de gente que hace como que no se da cuenta mientras tú imploras para que de verdad sea así (por lo visto es un símbolo de vulnerabilidades que sientes en la vida real), el típico donde de pronto te das cuenta que tienes dientes o muelas sueltos por la boca y que te los sacas con los dedos sufriendo la mayor de las ansiedades (reflejo de insatisfacciones o tristezas) o que vuelas por los cielos al más puro estilo de Superman (posible metáfora de superación de obstáculos o liberación, algo que causa gran felicidad).

Pero no, estas son experiencias demasiado comunes. Quizá aquí tenga más cabida, por poner un ejemplo, un sueño que tenía mucho de niña: subes a un ascensor pulsando el piso al que quieres ir (normalmente en el que vives) y el ascensor se lo salta mientras sube a alturas imposibles de 45435 piso para luego bajar cada vez más rápido hasta profundidades insondables de -1645 siempre saltándose justo el piso al que una desea ir. Y cuidado como la puerta se abra, que lo que verás será tan sin sentido que hasta preferirás la cabina que sube y baja en un bucle sin fin.

Nah, este tipo de sueños tan simples tampoco. Aquí expondré auténticas movidas que surgen de mi cabeza. El más claro ejemplo es uno de los fics que ando subiendo actualmente y que da nombre al blog, Universos Entremezclados, ambientado en el mundo de Crash Bandicoot, un sueño que tuve hace cosa de un año o así. Obviamente en estos sueños suele haber ciertas lagunas o incluso cosas que se dan por sentado. En ese caso me toca improvisar algo para exponerlo en el blog.

Lejos de querer enrollarme más os invito a pasaros por esta sección de relatos cortos que no se originaron mientras permanecía despierta si no mientras soñaba.

[Crash Bandicoot] Universos Entremezclados - Prólogo



 A Ana siempre le gustaron los juegos de Crash.

Siendo bien pequeña, corría el año 1997, cuando apenas levantaba un palmo del suelo, sus padres se compraron una Playstation porque ellos también eran jugadores desde la época de las recreativas. El adquirirla suponía una clavada a sus ahorros, pero no les importó porque consideraban que era una buena inversión al ser un medio que les iba a proporcionar horas y horas de diversión. Junto con la misma compraron varios juegos a los que les habían echado el ojo desde el primer momento, tales como Metal Gear Solid, Tekken, Gran Turismo, Medievil, Spyro el dragón, Tomb Raider… o Crash Bandicoot.

Como sus trabajos les permitían en esa época tener las tardes libres éstas las usaban en su mayoría para jugar con la nueva consola, apartando de su rutina un poquito a la NES, la Sega Megadrive y la SNES que aún conservaban (las dos primeras del padre, la última de la madre). La pequeña Ana enseguida mostró un gran interés por lo que veía en el televisor, como ya lo hizo con las anteriores consolas y enseguida se le consintió sostener un mando entre sus manos, si bien es cierto que se le hizo muy difícil acostumbrarse a su tacto y peso, pues no tenía que ver en absoluto con los mandos de las anteriores, más delgados y pequeños. Y es que la pequeña Ana fue creciendo viviendo todo tipo de aventuras entre coches de carreras y saltos entre plataformas y su soltura al mando era tan buena que hasta superaba a sus padres.

Disfrutó de todos los juegos pero el de Crash Bandicoot se hizo un hueco en su corazón casi desde el principio, inspirándole un gran cariño que iría perdurando con el paso de los años.

Ana se desternillaba de risa con las caras de Crash, sufría calculando sus saltos y desafiaba a los malos malísimos como Cortex, o cuando éstos asomaban el careto. Aún así a Ana le caían simpáticos porque siempre eran derrotados por Crash bajo su control excelente y porque aunque fueran malvados tenían cierto toque cómico que sumaban encanto a la saga. Sobre todo su favorito era el Dr. Cortex porque, por muy malo que fuera, en el fondo a Ana le daba pena que siempre fracasara en sus planes… Con el tiempo incluso le cogió más cariño, cuando supo que sufrió el desprecio de sus compañeros de clase. De todos modos eso no era excusa para que ella le dejara salirse con la suya en su idea de conquistar el mundo.

- Además, no me gusta que experimentes con animalitos – le había regañado ella, muy seria, cuando tenía 7 años mientras jugaba a Crash Bandicoot 2 con su hermano mayor, Daniel, a quien todos llamaban Dany. Y es que otra cosa que le encantaba a Ana eran precisamente los animales, cuanto más pequeñitos y peluditos mejor.

- Que no te oye, tonta – había murmurado su hermano poniendo los ojos en blanco.

Ana le contestaba sacándole la lengua.

Sin embargo no siempre todo era divertido puesto que las consolas eran motivos muchas veces de discusiones entre Ana y Dany, lo que provocaba a su vez que sus padres se enfadaran con ellos, poniéndose a veces de parte de Ana y otras de Dany según correspondiera. Se peleaban por el mando en los juegos de un jugador – en realidad, se peleaban casi por cualquier cosa – y este era el principal motivo de discusión. Sin embargo y a base de disciplina se solucionó enseguida este problema y se convirtieron en buenos colegas: disfrutaban mucho más jugando juntos que por separado, ayudándose a pasar las fases y desafíos que les eran planteados e intentando batir los récords del otro; si la palmabas le pasabas el mando al otro, una regla que impedía las discusiones. Se pasaban también horas hablando en casa, en el bus del cole (en los recreos Dany prefería estar con sus amigos, aunque Ana al final se ganó un hueco entre ellos porque todos eran jugones) hablando sobre los personajes, los juegos, buscando explicaciones a hechos no expuestos en las historias o, a su vez, fantaseando con el juego ideal.

Y cuando salió la Playstation 2 los hermanos no se lo pensaron dos veces y la pidieron a sus padres. Éstos por aquella época ya no solían ponerse a los mandos porque tenían obligaciones muy diferentes a los de unos hijos entrados en la adolescencia, pero también iban mucho mejor de dinero por lo que les compraron la consola de buena gana. Los hermanos ahorraban parte de su paga y eso les permitía comprarse los juegos una vez que eran rebajados, y los Crash no faltaban entre ellos. La Venganza de Cortex que salió allá por un frío mes de octubre del año 2001 fue comprado de salida y acabado en menos de una semana. Dany había sacado hacía tiempo la broma de que ellos eran homólogos de los hermanos Bandicoot (Dany era mayor que Ana en un par de años, llevaba el pelo algo de punta como Crash mientras que su hermana era rubia como Coco y muy lista, aunque ésta última afirmación él la hiciera sin mirarle directamente a la cara y con cierto fastidio) por lo que no era de extrañar que sus nombres en clave entre sus amigos frikis del instituto era precisamente "Los Bandicoot".

Tras el instituto vinieron las responsabilidades. Dany empezó a salir con chicas y a trabajar para pagarse los estudios universitarios, aunque al poco tiempo los abandonó. Con sus ahorros y con la ayuda de sus padres se montó un bar donde el rock y el metal eran los géneros principales, pues Dany era un amante de este tipo de música. La propia Ana trabajaba allí tras las clases, sobre todo los fines de semana, como camarera para pagarse la universidad; una carrera en veterinaria no iba a pagarse sola.

En cuanto a salir con chicos… ella nunca se había considerado guapa y no estaba muy satisfecha con algunos de sus rasgos, pero cualquiera hubiera dicho que sí que era bonita. Siempre llevaba su pelo rubio largo hasta la cintura, normalmente con flequillo recto o desfilado. Sus ojos eran azules de largas pestañas y sus labios ligeramente gruesos y redondeados. En cuanto a su nariz era un poco puntiaguda y presentaba un pequeño arco sobre el hueso nasal, que disgustaba a la chica a pesar de no ser en absoluto pronunciado. Tampoco le agradaba que le salieran pecas sobre la nariz y pómulos, sobre todo en los meses de verano por la acción del sol, ya que las pecas no le parecían en absoluto bonitas. Por suerte con la edad le salían muchas menos.

Realmente el problema de no haber tenido novios era ella misma. Por supuesto siempre le gustaba algún chico por el que suspiraba pero éstos solían ser curiosamente lo más populares del instituto y, por algún motivo "misterioso", Ana era invisible para ellos. Bueno, quizá tuviera que ver con que por aquella época no se preocupaba mucho por su aspecto, pues prefería ir con la cara lavada, el pelo recogido en moños o coletas y casi siempre iba con deportivas y ropa cómoda, al contrario que sus compañeras. Como no podía tener a los chicos que le gustaban tenía que conformarse con sus amores platónicos del cine y de los videojuegos.

Esta costumbre terminó una vez que conoció a Greg casi al finalizar el instituto. Él era el novio perfecto para ella y Ana estaba perdidamente enamorada de él… pero Greg le rompió el corazón. El comportamiento del chico, que en boca de su hermano había sido el de un auténtico capullo, provocó que Ana cayera durante muchos meses en la más absoluta miseria emocional. La ruptura apenas había ocurrido hacía un año y, en este tiempo, Ana pasó de los chicos y se enfrascó en sus estudios y en el trabajo… y, cada vez más ocasionalmente, en los videojuegos; eso sí, si sacaban un título de Crash Bandicoot éste era imprescindible que acabara en sus manos. Los tenía todos comprados de salida, rejugándolos en muchas ocasiones. Era una friki del universo Bandicoot, y eso la enorgullecía. Sus favoritos eran el 1 (por ser el primero al que jugó), el 3 y el Twinsanity, éste último le provocó muchos dolores de barriga de tanto desternillarse y fue el título que más jugó durante esos primeros meses de infierno.

Por supuesto que nada de esto jamás entorpeció en sus obligaciones: sus notas siempre eran brillantes, trabajaba sin parar en el bar tanto por el dinero como por estar con su hermano, sus padres estaban encantados con ella y la apoyaban en todo lo que se embarcaba… y, a pesar de que todo esto le ayudó a superar el dolor, en el fondo nunca más se sintió feliz.

A veces la tristeza era tan fuerte que se pasaba horas llorando porque lo que más echaba en falta eran amigos; siempre fue una marginada, que es como la llamaban cruelmente sus compañeras porque en vez de interesarse por las típicas cosas de chicas ella lo hacía por los videojuegos y los estudios. Los únicos amigos que había tenido eran los colegas frikis de su hermano (llamados "nerds" o "perdedores" por el resto de sus compañeros) de los cuales apenas tenían contacto con un par de manera muy ocasional, por no decir de los de su última pareja. Esa fue la única vez que se sintió bien de verdad con "gente normal" pero se distanciaron incluso antes de que Greg cortara con ella, sin duda porque ya sabían lo que iba a pasar. La única que no la dio de lado y, que de hecho, era su única y mejor amiga, era Jessica, que trabajaba como psicóloga en una clínica privada. Jess sabía escuchar a la gente y no se impresionaba con facilidad, por lo que Ana sentía que podía contarle cualquier cosa. Lo malo es que ella también era amiga de Greg y eso incomodaba a Ana, pero su amiga evitaba cualquier comentario acerca de él. Ana sabía que jamás superaría lo de Greg sino era rompiendo todos y cada uno de los lazos que les unían pero Jess y ella se tenían tanto cariño que eso era impensable. Se sentía tan sola a nivel emocional pero a la vez tan temerosa de entrar en otra relación… sin Greg nada sería igual…

Ana sacudió la cabeza y abrió los ojos, que estaban húmedos por las lágrimas, al igual que sus mejillas. ¿Por qué estaba soñando con eso? Directamente ¿por qué estaba soñando? Si no se había acostado… iba… no podía recordarlo.

Parpadeó porque había mucha luz, de fondo escuchaba el arrullo del mar. El olor característico del eucalipto le invadió la nariz y por un rato no pudo oler nada más. Se incorporó y soltó un gruñido cuando la cabeza le dio vueltas. Una náusea casi le hizo vomitar pero Ana respiró hondo varias veces tragando con firmeza, refrenando así el malestar. Tras un rato inspirando y expirando con la mano en el pecho y los ojos cerrados pudo por fin recuperarse del mareo. Entrecerrando los ojos por el sol y colocando su mano extendida sobre su frente echó un vistazo a su alrededor.

Estaba en medio de la naturaleza y hacía un calor de mil demonios. El sol irradiaba con mucha fuerza sobre su cabeza lo cual era un problema porque Ana era de piel pálida y, si no se echaba crema protectora, se ponía roja como un cangrejo.

- ¿Pero qué…? – susurró mirando fijamente el eucalipto, empeñado por lo visto en que su olor fuera el que gobernara el lugar.

Ana pensó con lentitud que no había eucaliptos en su ciudad, estaba completamente segura. ¿Cómo había acabado aquí? Era sencillamente imposible. Se sacó el móvil del bolsillo e, incrédula, comprobó que no funcionaba.

- Estupendo… gracias – dijo para sí misma volviendo a guardárselo.

Entonces oyó sonido entre la vegetación. Avanzó unos pasos y un canguro salió escopetado de su escondite. Apenas le vio pero Ana estaba segura que estaba ante un Macropus Giganteus o Canguro Gris. Y si no había eucaliptos en su ciudad menos aún había canguros dando saltos de aquí para allá.

- ¿Pero qué…? – volvió a decir, esta vez en voz alta.

¡¿Estaba en Australia?!

Su cabeza empezó a darle vueltas de nuevo y sintió un gran vértigo.

Era absolutamente imposible. Se mordió los labios y miró nerviosa en la dirección por la que el canguro se había marchado asustado.

- A ver, Ana, tranquila, todo tiene una explicación científica – dijo en voz alta y miró el reloj– Oh, maldita sea.

Por mucho que pensara no se le ocurría ninguna idea en absoluto que explicara cómo demonios había acabado en Australia si estaba en su ciudad, a miles de kilómetros, en tan sólo un momento. Su reloj marcaba tan sólo una hora de diferencia pero el día era el mismo.

- Una broma, sí, tiene que ser eso – dijo no muy convencida – Veamos – continuó elevando la voz - ¿Dónde están las cámaras? Porque ya vale.

Nada sucedió. Ni vio ninguna cámara ni nadie salió de entre los matorrales a decirle que todo era una pesada broma y que ya había terminado, que se podía ir a casa.

Resignada pensó que no ganaba nada quedándose ahí parada y decidió seguir el sonido del mar por si encontraba alguna forma de averiguar lo que estaba pasando. No tenía otra opción.

Caminó durante casi otra hora. Por el camino tuvo más que suficientes pruebas para confirmar de que se encontraba en algún lugar de Australia: llegó a ver a una hembra de koala con su cría en un eucalipto echándose una siestecita e incluso distinguió el característico canto de un Cucaburra, que era similar a una risa. No era un ave muy conocida pero su hermano le enseñó unos años atrás un vídeo que le hizo desternillarse de risa, llamado el Remix del Cucaburra, a pesar de que él no tenía ni idea de que animalito se trataba. Qué demonios, si hasta lo tenía de tono de llamada en el móvil cuando Dany le llamaba.

El sol no daba tregua y Ana comenzó a tener sed. Llegó hasta un promontorio y miró abajo. Por delante de ella se extendían los árboles hasta llegar a orillas del mar y, aliviada, pudo ver construcciones de madera en la playa.

- De acuerdo, sólo debo seguir esa dirección y podré salir de este lugar – pensó más animada.

Bajó la cuesta trotando y, para su alivio, encontró un sendero.

Pero lo que vio en él le provocó quedarse unos minutos totalmente rígida, con los ojos mirando como platos, totalmente incrédula y ahora sí casi desquiciada.

Porque había fruta wumpa por todas partes.



Emisario de las Sombras



Nueva York, 2006

Despacho de la detective freelance
Susan Bluestone
23:30

Querido Richard:
Escribo a toda prisa porque apenas me queda tiempo, estoy totalmente segura, ya no hay duda. Vienen a por mí. Pero antes de que esos cabrones enajenados se me echen encima debo escribirte estas palabras para advertirte.

¡Oh Dios! ¡Jamás debí aceptar ese trabajo! Porque todas mis sospechas se han hecho realidad, Richard. TODAS. Todo esto me ha rebasado y bien sabe Dios – aunque ya dudo de su existencia - que me he fumado cuatro paquetes en lo que va de día y que tengo el pulso tan inestable por la urgencia, por el whisky y porque tengo tanto miedo que creo volverme loca. Por nada del mundo deseo que sepas lo que sé pero no puede dejar que se salgan con la suya, espero de verdad que puedas perdonarme; creo que lo harás en cuanto hayas leído esta carta.

¿Recuerdas aquel material del que te hablé hace unos días? ¡Finalmente lo encontré! Fue endemoniadamente complicado dar con él pero lo conseguí y ahora te aguarda en aquél sitio que tú ya sabes. Siento ser tan vaga pero no puedo permitir que esos lunáticos encuentren esta carta cuando me registren de nuevo y que sepan lo que tengo, por eso te he mandado diferentes mails hace un momento. ¡Pero por el amor al cielo no leas lo que hay en ese paquete! Al menos, no todo. Es importantísimo que transfieras ese condenado pergamino a un experto en ocultismo y magia blanca porque ahí, estoy segura, se encierra parte de la clave para detenerlos. El libro ayuda, lo he leído de cabo a rabo y no entiendo la mitad de las cosas – ni falta que me hace, sé más de lo que me gustaría. Tras muchos problemas y búsquedas di con la persona conveniente, el Dr. Craven, de Salem. Intenté entrevistarme con él pero me fue imposible porque no estaba en el país, aunque le dejé un mensaje. Aún no ha contestado, a pesar de que tiene que estar a punto de regresar. Pero para mí es tarde; el sueño llegó a su fin y ahora Él puede cazarme también en el mundo real. Y yo con estas pintas.

Susan se interrumpe porque empieza a reír histéricamente. ¿De veras era capaz de bromear en un momento como este? Sin embargo, termina llevándose las manos a la cabeza agarrándose los cabellos, abrumada por recordar de nuevo aquella pesadilla. Tiembla de puro terror porque desde el rincón más profundo de su mente le llega un grito de su propia conciencia, a pesar de haberla intentado silenciar con el alcohol, advirtiéndole que no tendría una muerte rápida e indolora si Él conseguía atraparla, cosa que ocurriría de un momento a otro.
Intentando serenarse pensando en Richard y en la enorme carga que depositaba sobre sus hombros, acariciando mientras tanto con mano temblorosa el revólver que descansa sobre su escritorio Susan consigue tranquilizarse de manera más efectiva y menos nociva que con los cigarrillos y la bebida, retomando así su escrito:

He tomado ciertas medidas como colocar ciertos amuletos ocultos por todo mi despacho y mi apartamento, recitar ciertas frases que ni puta idea de qué significan e, incluso, dibujar un hechizo protector en la entrada. En teoría pueden frenar su avance, pero creo que debes ser un auténtico creyente para que funcionen. Sabes que nunca he creído ni en lo divino ni en lo sobrenatural, pero después de lo que he visto y lo que he leído es posible que suene la flauta. Todo está en el libro.
Y si aun así toda esta mierda de parafernalia mística no funciona tengo otro método más directo para asegurarme de que no me atrape.
A pesar de mi fracaso estoy segura de que Craven descifrará en su totalidad el contenido del manuscrito y así estarás protegido, pero hasta entonces ¡cuánto menos sepas mejor! Porque si sabes demasiado Él te visitará en tus sueños también, Richard, tal como hizo conmigo. Y de verdad, de verdad te lo digo, que NO te conviene que eso ocurra. Aunque algo ya sabes ¿verdad? A fin de cuentas yo misma te conté una parte…

Susan deja de escribir y levanta la cabeza ahogando un grito mientras un escalofrío le recorre la espalda. Mira con ojos desorbitados la puerta de su despacho, cree haber escuchado un ruido en el pasillo pero tras permanecer unos segundos totalmente inmóvil y no oír nada aparte del suave repiqueteo de la lluvia y su acelerada respiración vuelve de lleno a su actividad frenética garrapateando el papel con su mano derecha mientras que de la izquierda se desprende la ceniza de su consumido y olvidado cigarrillo. Mecánicamente y sin prestar atención lo aplasta contra el cenicero desbordado de colillas anteriores.

Lo único que te conviene saber, al menos de momento, es lo siguiente:
Los temores del Sr. Deveraux eran ciertos. Como te dije, su mujer está metida hasta las cejas en esa mierda de secta. Pero no hablo de un chanchullo como la Cienciología, los Masones y toda esa mierda, te digo que es algo realmente chungo y antiguo, MUY antiguo. Agárrate esos machos, se hacen llamar Hermandad de la Auténtica Sabiduría; creo que se bautizaron así porque se creen que lo saben todo y que por ello pueden hacer y deshacer según les convenga. Según he podido averiguar en mis investigaciones, esos tipos son sólo engranajes en una maquinaria que opera a toda velocidad desde hace muchísimo tiempo en las sombras y son jodidamente peligrosos, unos auténticos fanáticos tarados. Ya te digo que la desaparición de mi cliente, el Sr. Deveraux, y su súbita negativa a que siga con la investigación no las considero fortuitas.
No tengo pruebas pero creo que hay gente más gorda que los Deveraux metida en medio, aunque sigo ignorando hasta dónde puede llegar su presencia. Por supuesto, intenté rastrear los orígenes de la secta pero se pierden en las tinieblas del pasado, cierto que no he concluido mi trabajo, pero ya digo que creo que es bastante más antigua de lo que parece. Está todo en el expediente.
Que, por cierto, mi "amiguita" la Sra. Deveraux ostenta un rango alto dentro de este sistema pero ni por asomo es la que dirige el cotarro como tal. Tampoco el tipo albino de aspecto siniestro. No, no, no. ¿Recuerdas al tipo alto y negro del que te hablé? Si hay que cortarle la cabeza al monstruo para que deje de joder por Él es por quien deberías empezar. Pero ojalá fuera tan fácil como podar la mala hierba. A ese… ese…

Susan da un respingo cuando el trueno retumba en su despacho, que está prácticamente a oscuras salvo por la tenue luz de su lámpara de escritorio. Estaba tan absorta en la lectura que no se percató del relámpago que apenas unos segundos antes había iluminado de manera súbita el cuarto. Cree haber escuchado un sonido superpuesto al de la tormenta proveniente del pasillo pero eso sólo hace que se apresure aún más en su escrito mientras el aleteo acelerado de su corazón le golpea en las sienes.

No te lo conté todo Richard. Sé que las cosas se enfriaron entre nosotros por mi culpa. Sé que siempre te ha confundido enormemente mi estoico hermetismo y que te dolió enterarte de aquel asunto, aunque ya te digo que no hubo – ni hay - nada entre esa persona y yo. Pero… soy tan, tan cobarde que por eso me empeñaba en dejar pasar lo que debería haber ocurrido de nuevo. No sabes lo realmente importante que eres para mí. Necesitaba al menos decirte eso…

¿Recuerdas el sueño Richard? Claro que sí. La oscuridad, el altar blanco de marfil, las ataduras de manos y pies a los cuatro pilares cubiertos de runas trazadas con sangre humana… mi total exposición porque no podía ni moverme ni soltarme… los cultistas orando con un tono monocorde a cierta distancia del altar que me sostenía, sus rostros totalmente ensombrecidos por las grandes capuchas de sus túnicas granates. La única luz provenía de un par de lámparas de aceite en un escalón inferior al altar y de las propias estrellas del cielo, que era lo que podía observar desde aquella perspectiva sin girar la cabeza. Intentaba liberarme pero me sentía como si estuviera "colocada" y lo único que conseguía era saltarme la piel de las muñecas y tobillos hasta sangrar. Por este motivo miraba hacia abajo y me percataba que estaba totalmente desnuda, mi vientre surcado por unos dibujos extraños de runas, grabados y otras cosas que no consigo rememorar trazadas con lo que parecía sangre, ya algo reseca.
¿Recuerdas que entonces Él emergía de la oscuridad caminando hacia mí? ¿Qué adelantaba una de sus negras manos tocando mi cuerpo mientras se intensificaban los cánticos? ¿Cómo parecía tumbarse sobre mí como si fuera a poseerme? ¿Qué yo temblaba de terror pero que una parte de mi parecía desearlo enormemente? Hasta ahí sabías tú, pero hay más. Oh sí, precisamente gracias a eso he podido saber qué es lo que se traen entre manos. ¡Él me lo ha mostrado porque el muy cabrón está convencido que no puede ser detenido! ¡Confirmó las sospechas que empecé a tener tras leer aquel libro!

No se colocaba encima con intenciones sexuales como en otros rituales que hacían estos sectarios, Él está más allá de eso, lo supe en ese momento. En su mano, invisible para mí hasta ese último sueño, portaba un puñal de afilada daga serpenteante. Subía los brazos lentamente mientras los cánticos se aceleraban e intensificaban cada vez más. Gritaba algo totalmente incomprensible para mí, con una voz increíblemente profunda hablando en un idioma blasfemo que hería los oídos. Un destello de luz era arrancado justo antes de que bajara con fuerza la daga, hundiéndola en mi pecho. Dicen que en los sueños no sientes dolor. ¡Ja! Porque yo lo sí que lo sentía con ganas, no sabía ni cómo podía soportarlo. Gritaba, gritaba hasta desgarrarme la garganta.

Y, algo igual de malo, es que no podía moverme ni un ápice, como si alguna invisible fuerza sobrehumana me lo impidiera empujándome en la dirección contraria a la que me movía. Tras esa puñalada Él continuaba cortando bajando hasta mi vientre lentamente. Luego, retiraba la daga y metía su mano dentro de mí, sacando algo. Sé que me negaba a ver qué órgano u órganos de mi ser sostenía entre sus manos ensangrentadas. En ese momento el cántico ya se había convertido en un enfebrecido alarido.

En medio de esa agonía mientras la risa de mi ejecutor y los gritos demenciales de sus seguidores me penetraba en los oídos… vi las estrellas. ¡Sabes cuánto me ha serenado siempre su contemplación! Pero en esta pesadilla horrorosa ellas también brillaban mortecinamente hostiles.
Y entonces… se rompían Richard, se hacían añicos a la par que mi vida se apagaba para dejar paso a la auténtica oscuridad invocada tras mi sacrificio cuya aparición hendía el aire a mi alrededor… pero eso no era lo peor, oh no… peor era ver aquella cosa, ser consciente de su existencia y, por ello, perder por completo el juicio, sintiendo que mi alma quedaba irremediablemente atrapada, bailando enajenada por toda la eternidad al compás de esa música demencial de flaut

Otro ruido proveniente del pasillo hizo que Susan se sobresaltara de nuevo. Ahora sí que se podían oír claramente el sonido de pasos, pisadas lentas, decididas, imparables. Susan, con el sudor ya perlándole la frente haciendo que su flequillo se le pegara soltó un breve gemido pero sabía que no debía detenerse, a pesar de que estaba al borde de la histeria. De pronto, fue consciente de que la lámpara, a pesar de que seguía encendida, emitía muchísima menos luz de lo que debiera, como si la bombilla hubiera perdido fuerza. Pero el problema no era la bombilla si no que la oscuridad alrededor había aumentado. Ansiosa, buscaba espacio que ocupar alargando sus tentáculos, cercando a la mujer en un terreno desconocido y para nada deseado. Supo en ese momento que los trazos torpes y débiles de tiza en el suelo, adyacentes a la puerta, no frenarían a su cazador. Ella, que siempre había rechazado lo sobrenatural apenas había comenzado a creer pero el miedo era tan atroz y estaba tan aferrado a su alma que era incapaz de encontrar tiempo para hacerlo. ¡Debía terminar la carta!

¡Dios! Está aquí… le siento… toda resistencia es inútil.
Olvídate de momento del Otro. Si Él es detenido el Otro no podrá llegar y tendrán que esperar de nuevo a que las estrellas sean propicias, esto es, dentro de cientos y cientos de años. Él además es posible que quede atrapado en otro espacio, aislado y encadenado, si tenéis éxito. Pero su derrota sólo tendrá lugar si sabes su nombre: el auténtico, impronunciable y blasfemo, no aquellos mil que recibe, si no aquél que sólo conocen unos pocos, como sus seguidores – incluso yo, pues está oculto en ese terrible libro y se me ponen los pelos de punta por ser incapaz de pronunciarlo o escribirlo sin perder el juicio, sospecho que Él así lo desea para guardar su rastro… y divertirse; se regocija con el sufrimiento ajeno.
Las instrucciones vitales las tienes en el paquete, en "Madagascar". Pero si por alguna razón no puedes hacer llegar los textos a Craven él tendrá alguna pista de su identidad si

El picaporte giró, la puerta se abrió a pesar de estar cerrada con llave. Susan dejó de escribir y miró hacia la puerta…


Nueva York, 2006
Despacho de la detective freelance Susan Bluestone
Más tarde

Richard apretaba los puños con fuerza haciendo acopio de toda su voluntad para no desmoronarse allí mismo. Había tenido todo el trayecto en coche hasta el lugar de los hechos para digerirlo, pero estaba pensando que era más de lo que podía soportar.
Cuando recibió la llamada del departamento no se imaginaba ni por un momento que fuera a tratarse de Susan, adormilado como estaba; había decidido aprovechar el respiro que tenía esa noche para acostarse temprano. Hubiera preferido estar una semana sin dormir hasta las trancas de trabajo que recibir semejante noticia.
- ¿Qué tenemos Alan? – preguntó intentando sonar indiferente mientras se ponía los guantes. Miraba con cierta aprehensión, e incluso con incredulidad, el bulto que yacía bajo la lona.
- No mucho, la verdad– comenzó éste leyendo la libreta que portaba – Al parecer los vecinos oyeron un grito de una mujer sobre la medianoche. El vecino de al lado, un tipo que se llama Roger Brown, encontró el cuerpo y llamó a la policía. Parece que sufrió algún tipo de ataque cardíaco fulminante…
- Improbable. No padecía ningún tipo de enfermedad crónica. Y, por mucho que fumase y bebiera, me parece escasa la posibilidad de que sufriera un ataque cardíaco. No tenía mala salud.
Alan, incómodo, bajó la cabeza.
- Bueno, nunca se sabe. A veces esas cosas pasan… sin embargo, hay algunas cuestiones un tanto extrañas y por eso, aparte de por ser también tu zona y que la conocías, te han llamado…
Richard apenas le escuchaba. Tenía que retirar la lona para examinar el cuerpo, era su trabajo. Lo había hecho infinidad de veces prácticamente sin inmutarse debido a su veteranía, incluso con cuerpos realmente destrozados, pero jamás había tenido que hacerlo cuando la víctima era un ser querido para él.
- Lo sé – contestó Richard – pero, tal como le he dicho al jefe, es demasiada coincidencia que estuviera metida en un caso tan delicado. Explícame un poco la situación que tenemos, por favor, antes de enumerarme los hallazgos tan extraños – añadió, mientras se agachaba para enfrentarse a su tormento.
- Verás. Para empezar no hay signos de violencia, ni en la víctima ni en el mobiliario. La puerta no fue forzada. Sin embargo, a su lado está ése revólver, un Colt 345 – dijo, señalando hacia la misma.
Efectivamente, Richard vio que estaba muy cerca de la única mano que quedaba al descubierto, la derecha.
- Lo reconozco. Es su arma, con los permisos totalmente en regla. Que lo reco… ¡cielo santo! – exclamó quedamente.
- Sí – corroboró Alan – le hiela a uno la sangre en las venas…

Richard sintió su corazón rompiéndose en mil fragmentos a pesar de su épico esfuerzo por intentar que la situación no lo superase. Cerró los ojos con fuerza unos instantes, respirando hondo, pero la sensación de vértigo lo golpeó con fuerza. A continuación los volvió a abrir y, ahogando un sollozo a duras penas, examinó por un momento la expresión desencajada, los ojos abiertos de par en par inyectados en sangre que parecían salirse de las órbitas, el cabello revuelto con unas canas más numerosas que la última vez que la vio y lo extraño de la postura corporal.
- ¡Dios, Susan! ¿Qué te ha ocurrido? - musitó, tapándose la boca con el dorso de la mano. El olor penetrante del guante invadió sus fosas nasales – Has… has sufrido terriblemente antes de morir, algo espantoso te sorprendió…
Richard vio que la otra mano de su amiga se aferraba la parte izquierda del pecho, con el puño cerrado, como si efectivamente Susan hubiera sufrido un infarto brutal. Una manera que tenía el médico de saber qué tan intenso había sido el dolor para el paciente tras el colapso era observar cómo éste describía sus sensaciones enfatizándolas llevándose la mano al pecho; si la apoyaba abierta, el dolor había sido de leve a moderado, mientras que si cerraba el puño significaba que había sido desgarradoramente intenso.
Tuvo que contenerse para no tomar las manos inertes entre las suyas, un gesto que había tenido mucho con ella.
- Quizá recibiera alguna noticia terrible y le diera el infarto o, tal vez, sí que estaba enferma – dijo Alan con cierta timidez - No sé, fíjate en ese cenicero y en la botella de whisky… no parecía estar muy tranquila que se diga
- Como te digo, no me consta, a pesar efectivamente de que abusaba de sus vicios - respondió Richard casi en un susurro mientras examinaba de cerca las manos de la muerta guardándose el hecho de que a él también le apetecía fumarse varios cigarrillos y emborracharse hasta perder el sentido – De hecho fue al médico hace poco y estaba como un roble. Sí que estaba expuesta a una gran tensión por el último caso que llevaba y tenía que tomar medicación. Por cierto, eso me recuerda…
Richard tapó el cuerpo y se dirigió al archivo con una sombra de sospecha. Efectivamente, el expediente del caso había desaparecido.
- No está – susurró.
- ¿Qué buscas! – preguntó Alan.
- Nada – mintió Richard, intentando disimular su desconcierto – Sólo comprobaba una cosa.
Se dirigió entonces a la mesa y rebuscó evitando todo lo posible el cambiar las cosas de lugar. Entonces se percató del bolígrafo que yacía bajo la mesa, cerca también del cuerpo.
Se agachó a examinarlo. ¿Qué hacía ahí? Susan no soportaba ver cosas por el suelo, era un poco maniática con el orden. Quizá acabara en el suelo cuando ella cayó.
Alan guardó silencio y lo miró extrañado, pero no dijo nada más. Richard le señaló el boli sin hacer comentarios y luego volvió al cadáver y le examinó los dedos de la mano derecha.
- ¿El boli? – preguntó el policía levantando una ceja - Sé que es absurdo preguntártelo. Pero ¿va todo bien?
Richard no contestó enseguida, porque justo se fijó en las manchas recientes de tinta en los dedos de Susan.
- Estuvo escribiendo recientemente, quizá justo antes de morir, pero no veo ni un solo papel manuscrito. ¿No te parece llamativo? – preguntó, ignorando la otra pregunta a su vez.
Alan guardó silencio, pero anotó obediente la observación en su libreta.
- ¿Qué me dices de la tiza? – preguntó de nuevo Richard- Parece un puto pentagrama ¿no? ¿Tienes alguna idea?
- Pues ni la más remota, la verdad. Está intacto, tal cual fue realizado. No hay borrones, ni pisadas. Quizá lo hiciera ella, aunque qué me aspen si lo entiendo. ¿Le tiraba el rollo esotérico?
- Susan era de todo menos creyente de esas paparruchas – inquirió Richard, pensativo – Pero, si en teoría no vino nadie, no se me ocurre otra posibilidad de que efectivamente lo hiciera ella misma, pero… ¿con qué fin?
Se acercó al dibujo y lo examinó con atención. Las palabras estaban escritas en latín y él no tenía ni pajolera idea de latín.
- Hay que buscar a alguien que sepa qué pueden significar estas palabras - susurró, copiando en su bloc el dibujo.
- ¿Crees que será necesario? Como te digo, no hay señales de violencia. Ni de robo. Sé que para ti es difícil Richard, pero ella ha muerto de…
- ¿Qué no hay señales de robo? – exclamó éste perdiendo los nervios – Alan ¡falta el puñetero expediente Delacroix! Era el caso en que Susan llevaba trabajando estas semanas y no está en su archivo. Un poco raro ¿no te parece? ¿Y qué me dices de la pistola?
- Quizá se lo llevara a su piso. Nadie ha entrado en este despacho aparte de la muerta y del vecino. Y lo de la pistola puede que…
- Hablando del rey de Roma, el vecino que la encontró, el tal Roger. ¿Qué dijo exactamente?
- No mucho, estaba muy nervioso, déjame mirar – repuso el policía, pasando un par de hojas en la libreta – Comentó haber escuchado el grito y que pensó que quizá la Srta. Bluestone estaba en apuros y salió rápidamente de su apartamento. Dijo que, cuando él llegó, la puerta estaba abierta y el cadáver tal donde está con el revólver muy cerca de la mano diestra, como si lo hubiera tenido agarrado pero se le cayera cuando se precipitó al suelo. Dijo también que él sólo tocó lo justo para comprobar que no respiraba y entonces nos llamó. Fin de la historia.
- ¿Nada más? ¿Dónde está?
No era mera coincidencia, no podía serlo. Las últimas veces que vio a Susan ésta estaba cada vez más preocupada y nerviosa, aunque poco le había revelado del caso, pareció empezar a afectarle en lo personal. Apenas comía y dormía. Aquellas pesadillas…
- Está en su piso, con un compañero, estaba muy nervioso y quería tomarse una tila…

Richard salió como una exhalación, enfilando el pasillo hasta llegar a la puerta abierta del apartamento de al lado.
Estaban en la cocina. Dos compañeros permanecían de pie delante del testigo, uno de ellos sostenía otro blog y tomaba nota de la declaración. El Sr. Brown estaba sentado en bata y con una taza caliente entre las manos. Se le veía pálido y ojeroso. Richard le conocía apenas de haberse cruzado con él un par de veces en alguna de las muchas visitas a Susan en su despacho.
Sabía que este paso era muy insoportable para los testigos puesto que tenían que repetir a diferente personal su historia, una y otra vez, pero era un paso esencial para el esclarecimiento de cualquier caso.
- Perdonad chicos – dijo Richard con voz cansada – pero ya me encargo yo…
- ¡Por favor! – se quejó, como se podía esperar, Roger – ¿No me diga que ahora tengo que contárselo también a usted? ¿No es acaso bastante terrible lo que le ha pasado a esa pobre mujer? ¡Sólo quiero descansar!
- Soy el detective forense Richard Bradford, del departamento de policía – dijo a modo de presentación enarbolando su placa unos instantes – Sé que para usted esto es difícil señor Brown, pero necesito su colaboración. Es muy importante porque podemos estar ante un caso de homicidio. Cuénteme, por favor, con todo detalle, lo que sabe.
- ¡Ya se lo he dicho! – exclamó el vecino, suspirando de frustración – Me levanté a por un vaso de agua cuando oí el grito al lado. Cogí el revólver del armario de entrada (siempre tengo uno ahí) y salí por la puerta cagando leches. La puerta de la Srta. Bluestone estaba abierta de par en par y ella yacía en el suelo. La tomé el pulso y vi que no tenía, si bien es cierto que me costó horrores porque no soportaba la expresión de su cara. ¡Jamás vi nada igual! ¡Dios! Aún sigo viendo esa expresión… Y luego les llamé enseguida a ustedes desde el teléfono de su despacho.
- ¿Está usted seguro, Sr. Brown, de que no vio a nadie salir del despacho de la Srta. Bluestone?
Éste bufó, incrédulo.
- Totalmente. Era muy extraño que la puerta estuviera abierta pero si hubiera habido alguien me hubiera dado en las narices con él, digo yo.
- ¿Nadie más puede haber visto u oído algo?
- El despacho de la Srta. Bluestone es el último del pasillo, como bien ha visto Sr. Bradford – dijo entonces uno de los policías – El apartamento de enfrente está vacío porque el propietario está de viaje. Los que están por encima y debajo no oyeron nada por estar en la cama.
Richard asintió y se volvió hacia Roger.
- Perdóneme que insista pero es muy importante. ¿No vio nada extraño? ¿No escuchó nada más? Por favor, sé que está cansado y harto de nuestras preguntas, pero esfuércese.
Roger chasqueó molesto la lengua y sacudió la cabeza, pero entonces frunció el ceño.
- Bueno, ahora que lo pienso… aunque no estoy muy seguro…
- ¡¿Qué?!
- Pues… la verdad estaba muy dormido cuando me servía el agua. Madrugo mucho por el trabajo ¿sabe usted? Juraría que escuché una voz grave masculina un momento antes de oír el grito. Es extraño, ya digo, pero creo que venía del despacho de la Srta. Bluestone. Pero ya le digo, lo más probable que fuera de la televisión de mi vecina de arriba, que es un poco dura de oído y, por supuesto, de las que se acuestan tarde. Si hubiera habido alguien en el piso de al lado ya le digo que me las hubiera visto con él. No tenía otra vía de salida...
- Gracias, Sr. Brown. Me ha sido muy útil – dijo Richard volviéndose a toda prisa y saliendo por la puerta, dejando a Roger y a sus dos compañeros un poco desconcertados.

Volvió al lado del cuerpo de Susan. En cuanto llegó hasta él se agachó levantando parcialmente la lona pero sin destaparle el rostro. Alan, que le había seguido hasta la entrada de la cocina del Sr. Brown, permanecía incómodo en el quicio de la puerta observando sus movimientos, evitando en todo momento pisar la tiza del suelo.
- Vamos nena – susurraba Richard mientras hurgaba en los bolsillos – dime que me has dejado alguna pista más. Dime que puedo ayudarte… o dime, que al menos, esos cabrones son de los que dejan tarjeta de visita…
Justo en el momento en que musitaba esas palabras sus dedos notaron algo suelto en uno de los bolsillos de la falda de la mujer. Cuando lo extrajo vio que se trataba de una pequeña tira de papel, con unas letras escritas con lo que parecía sangre – era imposible saber si era humana o no - rezando un mensaje tan anodino como indescifrable para él:

Tú, el más grande.
Emisario de Asmodeo,
de la ignota Kadath.

Richard sufrió un escalofrío al leer para sus adentros las tres líneas. Qué coño, se le helaron los huesos.
- Alan – dijo sin despegar la vista de aquellas letras y sintiéndose muy pero que muy cansado - me temo que vamos a necesitar café. Que interroguen al portero por si vio entrar o salir a alguien sospechoso y quiero un registro completo de las llamadas entrantes y salientes de este despacho, por no decir que quiero la declaración del Sr. Brown en marco de plata. Interroga también a los vecinos de la planta. Que se examinen minuciosamente los zapatos de la víctima en busca de trazas de tiza y el suelo en busca de restos de humedad, que está diluviando afuera. Estoy convencido de que estamos ante un asesinato.


FIN