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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Noche de chicas - Capítulo VI

 

A su regreso a las alcantarillas a la mañana siguiente Gioconda les había contado a las tortugas y al maestro Splinter toda la historia por lo que desde entonces y, por turnos, habían hecho guardia en parejas por los alrededores del edifico para asegurarse de que Big B. cumplía su palabra. Aunque los Ferguson jamás vieron a las tortugas en persona en más de una ocasión sintieron su presencia, silenciosos ángeles de la guardia que velaban durante sus sueños, según decía la señora Ferguson.

En agradecimiento por las molestias siempre dejaba algún postre delicioso en el alféizar de la ventana del salón para que los hermanos de Gioconda lo disfrutaran durante sus horas de vigilia. Por esta razón a veces los turnos eran motivos de disputa entre las tortugas.

- ¿Por qué no puedo ir yo, eh? – preguntó en una ocasión Michelangelo, quien insistía en cubrir el turno de esa noche con Leonardo.

- Porque comer tantos pastelitos se te están empezando a notar, Mikey – le dijo Raph, señalándole el plastrón a la atura de la tripa.

- ¡Mira quién habla! El que la otra noche se zampó más de media bandeja él solo.

Raphael se cruzó de brazos y miró para otro lado, incómodo.

- Dejaos de rollos chicos – dijo Leonardo, zanjando la discusión – Hoy le toca a Donnie venirse conmigo.

- ¡JO! – protestaron tanto Raphael como Michelangelo.

Así transcurrieron dos semanas durante las cuales los mafiosos no hicieron acto de presencia alguna. Este tiempo era justo lo que faltaba para que el vencimiento del contrato de alquiler llegara a su fin y el último día el señor Ferguson le confirmó a April lo que le había comentado un par de días atrás.

- Nos han aceptado– le anunció – El nuevo apartamento es algo más caro pero está más cerca de mi trabajo y mejor comunicado con los hospitales en caso de que mi madre tenga una recaída. Cambiaremos de dirección y además donde nos vamos ahora es mucho más tranquilo, de modo que no hará falta que tus amigos sigan vigilando. Ya han hecho demasiado por nosotros. Siento mucho no poder renovar el contrato y te agradezco de veras que me lo ofrecieras a pesar de saber lo que sabes de mi pasado.

- Siento mucho que os vayáis, pero me alegro por vosotros, de verdad – dijo April – En cuanto al piso seguro que enseguida encuentro nuevos inquilinos.

Se guardó el confesar que había perdido las ganas, teniendo en cuenta lo que había pasado. Pero no le parecía justo ni necesario que ellos lo supieran.

- ¿Puedes avisar a Gioconda que nos marchamos? Esta tarde vienen los de la mudanza a por nuestras cosas pero tanto a mi madre como a mi nos gustaría despedirnos de ella antes de marcharnos.

April sonrió.

- Con mucho gusto.

Pero desgraciadamente Gioconda no pudo despedirse porque cuando April fue a buscarla a la alcantarilla Splinter le informó que la chica se había ido a divertirse con Michelangelo aprovechando que tenía ese día libre.

- Vaya, es una lástima – comentó April.

Leonardo y Donatello tampoco estaban porque volvía a tocarles turno de vigilancia ese día. Entonces April vio a Raphael, entrenando con su saco de boxeo y decidió aprovechar la tesitura.

- Eh, tipo duro. Ven aquí un momento, hay algo de lo que quiero hablar contigo.

Raphael la miró ligeramente sorprendido pero se aproximó y aguardó expectante.

- ¿Qué pasa con Gioconda? – preguntó April, yendo directamente al grano.

- ¿Qué pasa de qué?

- Sabes perfectamente de qué estoy hablando.

Raphael la miró con una ceja enarcada y expresión de la más absoluta confusión. April suspiró de frustración y se llevó una mano a la frente. ¿Cómo podía ser tan espabilado para unas cosas y tan lento para otras?

- No tienes ni la más remota idea de qué estoy hablando. ¿Verdad?

- Ah-ah, ni la más remota – contestó él, pero entonces se dio cuenta del modo en que April le miraba y una ligera sospecha comenzó a tomar forma en su mente. La miró suspicaz y cuando ella le asintió, él resopló – Te lo ha contado.

- Sí. ME lo ha contado – asintió April con cierto tono de reproche, poniendo los brazos en jarras y preguntó ligeramente a la defensiva- ¿Tienes algún problema con eso?

Él meditó unos instantes.

- No, en realidad no.

- Ya decía yo. Y bien ¿se puede saber qué vas a hacer al respecto?

- ¿Qué quieres decir?

- ¡Por el amor del cielo, Raphael! ¡Está enamorada de ti! ¿Es que tanto cuesta darse cuenta?

Raphl alzó las manos, chistándola, y miró con cierta aprensión en dirección al maestro Splinter, que veía la televisión en apariencia ajeno a su conversación.

- Mira April, no te ofendas – le dijo – Sé que lo haces con buena intención, pero eso es algo que sólo nos atañe a Gioconda y a mi.

- En eso tienes razón pero ¿por qué no le has dicho nada?

Raphael guardó silencio y no contestó. April creyó interpretar su expresión de la manera correcta y se le cayó el alma a los pies.

- No… no la correspondes.

Raphael nunca expresaba sus sentimientos en voz alta; tampoco lo hacía con sus inquietudes ni temores. No era normal que exteriorizara más emociones que la ira pero eso no significaba que fuera un insensible ni un egocentrista. Simplemente no era capaz de expresarlas con palabras y, por tanto, para él esta situación resultaba tan complicada y desconcertante. Se dio cuenta de que tenía la opción de recibir consejo sobre el tema que más le había traído de cabeza en toda su vida, uno del que no se sentía capaz de hablar ni con ninguno de sus hermanos ni con el maestro Splinter.

Quizá fuera momento de sincerarse, aunque fuera un poquito.

- Mira, ni siquiera yo sé qué es lo que siento – confesó, tras un rato de silencio – Estoy hecho un lío.

April bajó la vista y suspiró.

- Si la quisieras de la forma en que ella te quiere a ti lo sabrías – explicó – El amor es una sensación única, es como… como si tuvieras mariposas en el estómago – confesó y un ligero rubor tiñó sus mejillas – Cuando te enamoras no hay nada más a tu alrededor que esa otra persona y te sientes… en fin, te sientes volar cuando ella te mira y sientes cómo tu corazón está a punto de salírsete del pecho. Podrías hacer cualquier cosa por ella… cualquier cosa – concluyó con un susurro.

Raphael se daba perfecta cuenta de que cuando April estaba hablando así pensaba en Casey. ¡Puaj! Y cuando se dio cuenta de su propia reacción suspiró para sus adentros con amargura. A fin de cuentas él estaba metido en un lío similar.

- Deberás decírselo en algún momento – repuso April, en tono serio – Cuánto antes lo hagas menos doloroso será para ella y…

- Ya lo sé – espetó él, incómodo, y se cruzó de brazos – Créeme, lo tengo más que presente – al darse cuenta del tono carraspeó y lo suavizó – Gracias.

April le dedicó una sonrisa torcida pero no carente de calidez que él correspondió, si bien la suya era más pesarosa. April no estaba enfadada con él: era duro cuando alguien te rechazaba, pero el tener que ser el que rechazara a alguien a quien tienes aprecio era tan o más duro que lo otro. Entendía que a Raphael le costara, pues sabía que él quería a Gioconda (aunque al parecer no del modo que la chica ansiara) y lo último que quería era lastimarla, pero tendría que hacerlo para evitar un mal mayor.

Con estos pensamientos tan tristes April O’Neil abandonó la alcantarilla y regresó a su casa, donde trasladó a los Ferguson que no había podido localizar a la chica. Ellos lo lamentaron de veras pero Eddie le pidió que le transmitiera un mensaje.

- Es probable que ya lo sepa pero dile que puede estar tranquila de que nunca hablaremos de ella ni de su familia a nadie – dijo – Mantendremos el secreto de su existencia pase lo que pase. Y que si algún día cualquiera de ellos necesita cualquier tipo de ayuda, por favor, que nos avisen.

- Por supuesto – asintió la señora Ferguson, con la mano apoyada en la cruz de oro que llevaba al cuello – Seguiremos siempre en deuda con ellos. ¡Qué Dios los bendiga! Y a ti también, querida, de verdad, gracias por todo. ¡Cuidaros mucho!

 Tras despedirse ambos subieron al coche de Eddie y partieron con el camión de la mudanza detrás de ellos. April les despidió con la mano desde la acera prometiéndose que no iba a llorar como siempre hacía en las despedidas.

Y así fue como los señores Ferguson partieron hacia un nuevo hogar. ¿Volverían alguna vez a cruzar sus caminos con los de las tortugas? Es posible que en un futuro no muy lejano lo sepamos.


FIN



[Teenage Mutant Ninja Turtles] Noche de chicas - Capítulo V

 

Colarse en el edifico fue fácil, demasiado fácil, a juicio de Eddie. Confiaba en que eso no significara que una vez dentro las cosas tuvieran que ponerse feas, si bien se dijo que quizá sólo intentaba engañarse a sí mismo: las cosas se pondrían feas. Suponiendo que llegaran hasta su jefe sin contratiempos éste no daría su brazo a torcer fácilmente: no bastaría con exigirle que condonara la deuda a su madre. Pero Eddie estaba seguro de ser lo suficientemente persuasivo: sólo debía recordar lo que le habían intentado hacer a su madre. Y además, tenían un plan.

Una vez dentro dieron a una especie de almacén que también hacía las veces de garage, a juzgar por la gran cantidad de cajas y coches que vieron en su interior. En total unos seis coches, algunos realmente bonitos, permanecían alineados en dos filas de tres. A Eddie no le sorprendió, a fin de cuentas: sabía que su antiguo jefe era un amante de los coches. En cuanto a Gioconda, que iba a la vanguardia, los ignoró totalmente. Rondando entre los vehículos había un par de tipos trajeados con cara de pocos amigos que hacían la ronda pero, afortunadamente, lo hacían lejos de su trayectoria.

Se desplazaron a cubierto entre las cajas y Eddie señaló una de las dos puertas que entraban en su campo de visión. Seguro que conducían a la planta superior. La chica mutante asintió y se acercaron hasta la puerta más cercana. Gioconda llevó sus dedos verdes hasta el pomo y lo giró… para darse de frente con una salita donde había una mesa con cuatro hombres jugando al póker mientras que otros dos observaban la escena, simplemente siguiendo la partida. En otra mesa del fondo había un buen montante de dinero: usaban también ese lugar para mover su dinero ilegal. Todos ellos volvieron sus cabezas hacia los recién llegados.

- Mierda – dijo Eddie – Puerta equivocada.

- ¡Eh! – gritó uno de los hombres señalándoles. Era Ferret; el haberse aflojado la corbata y abierto en parte la camisa les permitió ver la cadena de la cruz de oro de Gloria Ferguson reluciendo en su cuello  -  ¡Es esa cosa-lagarto de la que os he hablado!

- ¡Sí, es ella! – gritó Ermine, quien también estaba allí.

- ¿A quién llamas cosa-lagarto, tuercebotas? – gritó Gioconda, enarbolando un puño, pero Eddie la sujetó y tiró de ella hacia atrás.

Ambos retrocedieron pero los gritos de los hombres alertaron a los dos vigilantes del almacén, que se sumaron a la fiesta. Por suerte ninguno de ellos llevaba armas de fuego: el jefe seguía siendo un paranoico y no quería a nadie que las portara cerca de sus preciosidades de cuatro ruedas.  Sin embargo enseguida mostraron que no estaban del todo desarmados: tres de ellos se colocaron los puños americanos, otros dos prefirieron pelear con las manos desnudas y el último había cogido una gran llave inglesa que había por allí.

- Creo que Ermine y yo nos vamos a tomar la revancha – dijo Ferret con una sonrisa feroz en los gruesos labios – Te enseñaremos que la gente de este planeta no se va a dejar esclavizar por marcianos caníbales como tú.

- ¿Esclavizar? ¿Marcianos? Pero ¿qué dices? – preguntó Gioco sacudiendo la cabeza.

- ¿Qué me decís chicos? ¡Vamos a divertirnos un poco!

Todos emitieron diferentes sonidos de aprobación, algunas apenas un gruñido, pero parecían estar de acuerdo.

- Y yo qué pensaba que estos tíos no podían ser más tontos. ¿Se entrenan o qué? – preguntó Gioconda de manera retórica mientras sacaba las dos barras planas de su cinto. Hizo un movimiento seco y en sus manos surgieron dos abanicos, que alzó en una posición de combate por delante de ella.

Eddie apretó los dientes y fue a echar mano de la pistola pero Gioconda alargó un brazo, haciéndole un gesto de que se detuviera. Habían acordado que la pistola la usarían sólo como último recurso, pues sólo tenía seis balas en la recámara.

- ¡Déjame estos pringados a mi! – siseó.

- ¿Qué? ¿Y yo qué hago?

- ¡Quitarte de en medio y cubrirme las espaldas! – dijo ella, dándole un empellón que le derribó tras uno de los coches.

A continuación ejecutó una pirueta para salvar la distancia que aún los separaba, alejando la acción de Eddie, y se puso a repartir leña.

 

Eddie, que observó la escena detrás del coche que le servía de parapeto se quedó durante unos segundos atónito, viendo a la mutante saltar de un lado a otro, llevando a cabo todo tipo de movimientos y piruetas propios de unas de esas pelis de artes marciales tan entretenidas que veía cuando era niño. Era metódica, rápida y fluida, y su estilo de lucha dejaba a la altura del betún a los muchachos de su exjefe, que fueron cayendo uno a uno a una velocidad pasmosa.

Al poco de comenzar la trifulca la otra puerta que había visto se abrió de par en par y aparecieron un par de hombres que, alertados por los sonidos de la lucha, habían decidido ir a echar un vistazo. Al otro lado de la puerta Eddie pudo ver unas escaleras de madera. ¡Esa sí que era la puerta correcta! Pero el señor Ferguson se centró en los hombres que, tomando posiciones justo delante de su coche, miraron en dirección a Gioconda.

- Mira tú por donde – dijo uno de ellos – Otro de esos tipos a los que les gusta disfrazarse.

- ¿Será el mismo del que hablaron Ferret y Ermine?

- Ni lo sé ni me importa, pero pienso cargármelo – contestó su compañero y sacó una pistola.

- ¡Espera Meerkat! ¡No puedes abrir fuego aquí! ¡Los coches del jefe!

- ¡No están a tiro, cretino! Además seguro que se alegra si acertamos a ese cabronazo. Acuérdate de las ganas con las que se quedó de echarle el guante a uno de ellos todo aquel asunto de la periodista*…

Eddie miró con cierto horror cómo el hombre alzaba la pistola en dirección a Gioconda, quien daba en esos momentos la espalda en esa dirección mientras se encargaba de los tres últimos matones. El señor Ferguson debía actuar y rápido.

Así que salió de detrás del vehículo y se abalanzó sobre los dos hombres antes de que estos pudieran hacer nada. Apenas los tres cayeron al suelo el expresidiario se había liado a puñetazos con uno de ellos: puede que él no supiera artes marciales como la mutante pero sabía repartir mamporros cuando llegaba el momento. En la cárcel había recibido y había repartido bastantes, e incluso antes de todo eso. En las calles era la manera más sencilla de hacerse respetar.

Mientras estaba enzarzado con uno de ellos el otro le asió por las axilas desde atrás y tiró de él, para incorporarle y alejarle de su compañero. Éste se levantó y fue a golpear a Eddie en el estómago, pero éste alzó la pierna y le pateó, luego le empujó hacia atrás y el tipo que le agarraba dio de espaldas contra el coche. Eddie siguió forcejeando de tal manera que le obligó a soltarle, se dio la vuelta y encajó un derechazo en la mandíbula. Hacía mucho tiempo que nadie le daba un puñetazo pero se recuperó enseguida, bloqueó el brazo de su oponente dirigido de nuevo a su cabeza, hundió el puño en el estómago del matón y por último le asestó un gancho con la izquierda, haciendo que cayera despatarrado de espaldas contra el coche.

Cuando Eddie se dio la vuelta se encontró con que el primer hombre había recuperado la pistola y le estaba apuntando con una sonrisa triunfante en el rostro. Pero entonces una cadena envolvió el brazo del hombre y se tensó de tal forma que el disparo fue desviado. Eddie siguió la cadena y se encontró que en el otro extremo estaba Gioconda, que volvió a tirar para atraer al tipo hacia ella y lo noqueó con un contundente golpe con la parte roma de la hoz. El matón cayó a sus pies, aún unido por la cadena a la muchacha pero ésta la liberó con un simple movimiento.

- Gracias – dijo Gioconda – No ha estado mal ¿eh?

Eddie, quien respiraba con agitación por la pelea, vio la estela de cuerpos incapacitados detrás de la chica. Sacudió la cabeza, ahogando una carcajada.

- No, no ha estado nada mal – concedió, asombrado. Entonces señaló la hoz – Eso era…

- El kusarigama – informó Gioco, recogiendo la cadena y volviéndolo a colgar de su cinto.

- Y esos abanicos…

Ella le sonrió y asintió.

- Tessen.

- Lo que yo decía.

- ¡Chicos! ¿Estáis bien? – preguntó April al otro lado del casco – Hemos oído disparos…

Ella y la señora Ferguson habían escuchado todo el alboroto de la pelea y, por un momento, se habían asustado. Pero cuando los oyeron hablar de nuevo se tranquilizaron un tanto.

Pero antes de que cualquiera de ellos pudiera responder alguien los interrumpió.

- Vaya, Chip, ¡quién te ha visto y quién te ve! – dijo una voz, detrás de ellos que Eddie Ferguson reconoció muy bien a pesar de los años que habían pasado desde la última vez que la oyó.

 

Se trataba del jefe de la banda de mafiosos cuyo nombre no estoy autorizada a daros, de modo que a partir de ahora le llamaremos Big B**. Éste era un hombre corpulento, vestido con un inmaculado traje color marfil, camisa rosa palo y una corbata amarilla. Tenía una nariz torcida y aplastada, producto de varias peleas en las que se vio metido en su juventud y llevaba el cabello castaño corto engominado, peinado hacia atrás. En cuanto a sus mocasines decir que los llevaba perfectamente limpios y abrillantados: si había algo que despreciara Big B. era a aquellas personas que no se preocupaban por el aseo de sus zapatos.

A su lado permanecía un hombre, alto y delgaducho, de cabeza rapada y perilla pelirroja que llevaba un par de anteojos oscuros. Vestía una gabardina escarlata y traje negro; la corbata era de lunares naranjas. Se trataba de Wessel, el lugarteniente de Big B. (conocido de las tortugas, por cierto) y les apuntaba a ambos con una pistola.

- Diría que me alegro de verte pero sería una mentira – contestó Eddie, con los puños apretados.

Big B. enarcó una ceja y esbozó una sonrisa.

- Ha pasado mucho tiempo, Chip, pero veo que sigues siendo igual de bocazas que antaño.

- ¿Chip? – preguntó Gioco, mirando a Eddie con curiosidad.

- Era su apodo por aquel entonces – le respondió Big B – Cuando robaba cajas fuertes para nosotros.

- Hace mucho que dejé de ser Chipmunk– dijo Eddie con cierto rencor en la voz – Sobre todo a raíz del último trabajo que hice para ti.

Big B. se encogió de hombros.

- Los negocios son los negocios.

- ¡Me dejasteis tirado! Os llevasteis todo el dinero pero el único pago que recibí yo fue la cárcel.

- Culpa tuya por dejarte pillar, Chip – hizo una pausa y su expresión un tanto risueña se volvió amenazante -  Y ahora tienes la desfachatez de venir a mi territorio sin ser invitado y abrirte paso por la fuerza. Voy a decirlo, è proprio un’enorme cazzata***. Pero también estúpido.

- Vengo a saldar la deuda de mi madre – dijo Eddie.

Big B. enarcó una ceja y Wessel soltó una carcajada.

- ¿No me digas? – preguntó Wessel - ¿Has traído dinero? Porque no lo veo por ninguna parte.

- No me interesa esa miseria – digo Big B -  Dado que has puesto todo esto patas arriba tú y tu amiga disfrazada os merecéis una buena lección.

Hizo una señal a los dos hombres con los que Eddie había peleado y que, recuperados de la paliza que les había caído, agarraron al exconvicto por los brazos. Big B. comenzó a arremangarse y se volvió a mirar a Wessel.

- Tú encárgate si quieres de la pirada del disfraz – dijo.

- ¡No tan rápido! ¡Porque te arrepentirás! – exclamó Eddie mientras se revolvía en los brazos de sus captores.

- ¿Ah sí?

- ¡Sí! ¡Porque ahora tengo colegas y de los buenos, además!

Según pronunció esas palabras algunas de las ventanas de la nave explotaron en pedazos. ¡Alguien les estaba disparando!

Apenas los mafiosos se dieron cuenta de que alguien abría fuego contra ellos desde el exterior Gioconda ya estaba en movimiento. Giró sobre si misma y atizó con su cola, a modo de látigo, a Wessel en la muñeca. Había pillado al hombre desprevenido por lo que su agarre sobre el arma no fue suficiente para evitar que ésta saltara por los aires. Desde su posición de agachada Gioconda alzó la pierna y le derribó al suelo de una patada ante la atónita mirada de Big B.

Eddie tampoco se quedó quieto. Aprovechando que los dos gorilas que le aferraban se habían encogido por los disparos dio un codazo en la cara a uno de ellos y al otro un buen puñetazo. Luego extrajo la pistola que mantenía oculta a su espalda, en la cintura del pantalón y de la que afortunadamente no se habían percatado los matones.

Los disparos habían cesado pero ahora Eddie mantenía su arma alzada hacia Big B. apuntándole a la cabeza, lo que hizo que sus compinches se mantuvieran indecisos en sus posiciones.

- ¡Quietos! O me cargo a vuestro jefe – dijo, sin poder evitar esbozar una sonrisa triunfal en el rostro.

Wessel intentó incorporarse pero Gioconda apoyó un pie en su pecho.

- Yo que tú me quedaría echado un rato  – dudó un momento pero terminó asintiendo – Replanteándome qué es lo que hice mal en mi vida. ¡Sí!

Wessel la miró como si estuviera loca.

- Se acabó Big B. Has perdido esta vez – dijo Eddie – No nos importa que te quedes el dinero que te dio mi madre, a fin de cuentas, un préstamo es un préstamo. Pero olvídate de los intereses y dile a tu amigo – dijo, señalando a Ferret – que me devuelva la cruz de mi madre.

- ¿Y qué te hace pensar que haré eso? – repuso Big B. altivo aunque ya no burlón.

- ¿He de darles la señal a mis amigos para que abran fuego de nuevo y conviertan esto en un infierno? – preguntó Eddie.

Por supuesto, era un farol. A pesar de que April había aprovechado un artilugio de los que tenía en casa de otra de las misiones de las tortugas, acoplando la pistola que Gioconda le arrebató a Ermet en el piso de April para que abriera fuego por control remoto cuando Eddie le diera la señal convenida por los cascos, ya no quedaban más balas en la recámara del arma. Gioconda había alienado de tal forma la torreta improvisada para que disparase de tal forma que no hiriera a nadie. Si las cosas se torcían ya no podían contar con ello y perderían un respaldo muy importante de cara a la negociación con Big B. Eddie esperaba a que no sucediera esto último para evitar que se descubriera su artimaña.

Pero de este truco nada sabía Big B. de modo que guardó silencio. Momentos después sonrió.

- Vamos Chip, ambos sabemos que no está cargada – dijo, alzando la cabeza para señalar el arma que Eddie tenía en la smanos – Nunca te gustaron las armas de fuego y…

Se interrumpió cuando el sonido del disparo reverberó por toda la nave. Big B. bajó la vista y vio a sus pies un agujero humeante en el suelo. Cuando alzó la vista la expresión desdeñosa que había adquirido había desaparecido.

- ¿Y bien? – preguntó Eddie, amartillando la pistola.

- Volverás a la cárcel.

Eddie se encogió de hombros.

- Bueno, no hay nada nuevo que puedan hacerme que no me hicieran en su momento.

- No creas, ahí adentro tengo amigos… incluso una vez que te marches de aquí es posible que puedas tener cierto accidente.

- Eso no va a suceder – le dijo Gioconda, aún reteniendo a Wessel – ¿Te acuerdas de mi y de mi familia, ¿verdad? Los pirados disfrazados, como nos llamas. Ya sabes cómo nos la gastamos, por no hablar de los tipos que hay allí fuera apuntando en esta dirección. Yo que tú me lo pensaría un par de veces antes de tomar represalias – entonces se encogió de hombros – De todos modos no creo que puedas hacer gran cosa desde ultratumba, que será donde acabes como no aceptes el acuerdo ahora mismo.

Big B. la fulminó con la mirada, pero Eddie notó que empezaba a dudar, que tenía sus reservas. Así que, guardándose la sonrisa por el comentario de la chica, continuó.

- ¿Y bien? ¿Reconsiderarías mi oferta? Es muy generosa: te quedas con el dinero que mi madre ya te pagó pero a cambio te olvidas de los intereses y le dices a ese bruto de ahí – agregó, señalando a Ferret – que me devuelva el rosario que le quitó a mi madre. A cambio no volverás a saber nada de mi ni de mi madre y no te meteré una bala entre ceja y ceja, claro.

- Claro, y de paso también querrás que te pague tu parte de la otra vez, ya que te pones.

- ¿Acaso lo he mencionado? No me interesa, por mi puedes quedártelo. Sólo te pido que nos dejes en paz, nada más.

Big B. meditó durante un buen rato, seriamente. Cuando Gioconda estaba a punto de intervenir de nuevo el mafioso asintió.

- Está bien, condono el resto de la deuda a cambio de mi vida.

Eddie avanzó unos pasos, sin dejar de apuntarle y entonces extendió la mano libre, adoptando para ello una postura de lo más forzada, pues no quería dejar la pistola al alcance de su exjefe. Mientras tanto Gioconda se encaminó hasta Ferret y le arrebató el crucifijo de un tirón.

- Un trato entre caballeros siempre debe cerrarse con un apretón de manos ¿no? – preguntó Eddie tras observar la acción de la muchacha.

Big B. observó su mano abierta durante un par de segundos y a regañadientes, se la estrechó.

- Ya tienes lo que querías. Ahora largo de aquí. No quiero volver a verte el pelo nunca más, Chip.

- Como guste, jefe – pronunció él, acentuando la última palabra.

- Más te vale no incumplir tu palabra – amenazó la mutante – Mis hermanos y yo te estaremos vigilando.


Retrocediendo como los cangrejos Eddie y Gioconda llegaron hasta la salida más próxima y de ahí echaron a correr hacia la oscuridad de la noche, aguantándose un ataque de risa porque el muy bobo había mordido el anzuelo.







* Se refiere a los sucesos ocurridos en el capítulo 24 de la primera temporada, "Raphael y el cachorro", donde Raphael se enfrentaba a esta banda de mafiosos en este mismo lugar mientras ayudaba a un niño a rescatar a su madre, que tenía una cinta con pruebas contra estos criminales.

** Esto es una coña que me permito porque en la serie a este personaje nunca se le llama por su nombre propio, me limito a darle el que encontré en la wiki, que es Big Boss o Mob Boss (que viene de mobster, que traducido del inglés es gángster). Tampoco se nos dice la nacionalidad de la organización pero según la wiki la de este personaje es la italiana, así que se entiende que será algún clan o familia de la mafia italiana.

***Hay que tener cojones, en italiano.


[Teenage Mutant Ninja Turtles] Noche de chicas - Capítulo IV

 

Sin duda Eddie había tenido toda una suerte de emociones fuertes esa noche pero no estaba preparado cuando vio a la tal Gioconda, una chica… que no era humana. Sintió que las rodillas se volvían de mantequilla y pensó que quizá estuviera malinterpretando lo que veía... pero no sabía cómo. Debió de lucir una expresión de completo imbécil porque la chica, no sin cierto desparpajo un poco forzado, se sacudió la melena y le miró con una ceja enarcada.

- ¿Ya has terminado de contar los monos que tengo en la cara? – le preguntó cruzándose de brazos y frunciendo el ceño finalmente.

April aguantó una sonrisa, porque aunque Gioconda estaba imitando de nuevo a Raphael se la notaba a la legua que estaba cohibida, incómoda ante el escrutinio de su inquilino; por muy chulita que se pusiera no dejaba de ser una chica tímida e introvertida ante los desconocidos. Eddie se dio cuenta entonces de que la miraba con la boca abierta de par en par, comportándose como un maleducado aunque claro ¿acaso veías algo así todos los días? La cerró despacio, lentamente y carraspeó.

- L-lo siento, es que no me esperaba esto para nada – dijo, y soltó una risita nerviosa – Me llamo Edward Ferguson, pero puedes llamarme Eddie – dijo, alargando una mano. 

Ella observó con una mezcla de timidez y curiosidad la mano extendida pero finalmente se la estrechó. A continuación sonrió.

- No pasa nada. A fin de cuentas ya estoy acostumbrada. Yo soy Gioconda, pero puedes llamarme Gioco. Si quieres patear unos cuantos traseros, yo soy tu chica. Aunque antes de eso; has dicho que conoces a esos tíos de antes. Cuéntame, soy toda oídos...

 

Edward Ferguson habló durante un buen rato sobre su antiguo jefe y sus compinches. Gioconda le escuchó con atención, de brazos cruzados, meneando con perezosa parsimonia su cola de un lado a otro: April sabía que cuando hacía eso es que estaba realmente concentrada o preocupada por algo. Eddie fue casi incapaz de apartar los ojos de aquella cola reptiliana, llegando a pensar que lo mismo estaba en un sueño del que no conseguía despertar.

- ¡Pero si yo también le conozco! – exclamó Gioco llegados a cierto punto. Se volvió a April, que le miraba con una ceja enarcada – Cuando ocurrió todo el tema de la guerra de bandas. Estaban los Foot, los Dragones Púrpura y los mafiosos. El tipo grandonte pelirrojo del traje blanco y con acento italiano: le recuerdo muy pero que muy bien. Ese día recibió de lo lindo.

- Cielo santo – murmuró la señora Ferguson, espantada por la naturalidad con la que aquella niña hablaba de ello.

- ¿Guerra de bandas? – preguntó Eddie - ¿Te refieres a esa ola de violencia que sacudió la ciudad hace unos pocos meses y de la que no paraban de hablar en la tele?* ¿Estabas allí?

- ¡Bingo!

Eddie se pasó una mano por la frente y por el pelo, en un gesto que era heredado de su madre y soltó un silbido de admiración.

- Es posible que tengamos una oportunidad contra ellos – comentó, mucho más animado – Pero son muchos y peligrosos.

Gioconda se estiró, crujiéndose la espalda.

- Al lado de los Foot y Shredder, son pan comido – dijo.

- ¿Crees que deberíamos avisar a los chicos? – preguntó April, mirándola con seriedad.

- ¿Cómo? ¿Hay más como ella? – preguntaron los Ferguson a la vez pero nadie les respondió.

Gioconda apenas lo meditó.

- Nah, es mejor dar el golpe antes de que termine el plazo para asegurarnos que la lucha tiene lugar lejos de aquí. Además no quiero inmiscuirlos. Es noche de chicas, nosotras nos encargamos; no vamos a depender siempre de ellos ¿no crees? – agregó, ganándose una sonrisa de April.

- ¿Vas a ayudar tú también? – preguntó Eddie.

April asintió.

- No soy una chica de acción pero puedo echaros una mano desde la distancia, así tu madre no se quedará sola – dijo, y se volvió a Gioco – Tengo algunas cosas por casa que nos vendrán bien...

- Genial porque me gustaría cambiarme. Me encanta este look pero no creo que sea cómodo para pelear – dijo y miró a Eddie – Tardamos diez minutos. Estate listo para entonces.

 

Esa noche era especialmente calurosa pero con el aire acondicionado del coche de Eddie se hacía más llevadera. Gioconda no obstante parecía soportar mejor el calor que el frío y por eso el señor Ferguson no lo puso muy fuerte, si bien por él lo habría dejado a máxima potencia. Mientras conducía lanzaba miraditas de soslayo a la muchacha mutante, que iba despatarrada en el asiento del copiloto meneando la cabeza al ritmo de la música de la radio; la emisora la había elegido ella. Ya no llevaba aquel vestido rojo que el la viera, si no otra indumentaria de lo más curiosa, una especie de kimono negro y rosa, cuya capucha se había echado por encima. Sumado al antifaz rosa y el pañuelo que le cubría la mitad inferior del rostro ocultaba muy bien sus facciones; así cualquier transeúnte que se fijara en ella desde la calle no sería capaz de distinguir sus rasgos de reptil.

Cuando él le preguntó el por qué de la indumentaria ella le contestó que era una kunoichi y ése era su traje de combate. Eddie tuvo que preguntarle qué demonios era una kunoichi porque nunca había escuchado ese término. Ella resopló.

- Típico. Pero seguro que de los ninja si has oído hablar. ¿A que sí?

Oh sí, desde luego que sí. Entonces ella le respondió que las kunoichi eran la contraparte femenina de los ninjas. La aclaración no hizo que toda la escena en general fuera menos surrealista. Porque ¿quién le hubiera dicho que llevaría de copiloto a una chica-lagarto que era ninja (perdón, kunoichi) mientras iba de camino a ajustar cuentas con su antiguo jefe? Él desde luego no.

- Así que kunoihci. Vaya… ¿Y qué es eso que llevas en tu cinturón? – preguntó el hombre tras un rato de silencio mientras hacía girar el volante. Llevaba un rato preguntándose por los extraños palos negros y la cadena unida a una especie de hoz que la chica llevaba en el cinto.

- Son mis tessen** – respondió ella sin separar la vista del frente – También llevo surikens y el kusarigama***, así que voy armada hasta los dientes, tío.

- ¿Cómo?

Le miró y le dedicó una sonrisa.

- Ya lo verás.

Y siguió a lo suyo, tarareando la canción que sonaba en esos momentos mientras meneaba la cabeza y daba toquecitos con la mano sobre la puerta. Se preguntó cuántos años tendría. ¿Trece? ¿Quince? ¿Diecisiete? Era difícil saberlo, pero desde luego era más joven que su casera, que sabía que estaba por los veintipico: obviando su aspecto reptiliano parecía una adolescente normal y corriente, a juzgar por sus maneras y su gusto musical.

Eddie se preguntó cómo podía estar tan tranquila cuando él era un manojo de niervos. Sentía su corazón latiéndole en los oídos y sudaba profusamente. Estaba asustado pero decidido a poner fin a todo esto. Había tomado el arma que Gioconda arrebatara a uno de los matones que había ido a amenazar a su madre, un revólver de nueve milímetros, que descansaba en la guantera con su cartuchera correspondiente. Ni qué decir tenía que el arma seguramente no estaba registrada, de modo que se podía meter en un buen lío si le pillaba la policía con ella encima, por no hablar si veían a la mutante que tenía justo al lado. Eso le recordó una cosa.

- Cuando April mencionó de llamar a “los chicos” ¿qué quería decir? – inquirió, mientras esperaba que el disco se pusiera en verde de nuevo- ¿Acaso hay más como tú?

- Sí, pero eso es información clasificada. Si te lo dijera, tendría que matarte – respondió ella volviendo el rostro hacia él. Eddie la observó durante unos instantes: casi la había tomado en serio pero entonces ella esbozó otra sonrisa – ¡Era broma! ¡Siempre he querido decir esa frase! Ya sabes, pelis de espías y esas cosas – aclaró ante la mirada de él, pareciendo más cría que nunca. Se encogió de hombros - Pero de todos modos cuanto menos se sepa de nosotros, mejor. ¡Uh! ¡Ahí viene la mejor parte! – exclamó y subió el volumen de la radio, resultando ligeramente molesto para Eddie. Pero la dejó que siguiera con sus aspavientos y su canto; que se lo pasara bien mientras pudiera.

Fue en ese punto en que se percató de que había comenzado a tamborilear con los dedos en el volante.

En esos momentos se le antojaba imposible que aquella cría hubiera sido capaz de despachar ella solita a dos matones de su antiguo jefe. ¿Habría sido buena idea confiar en ella y en April O’Neil?

Es demasiado tarde para echarse atrás, Ed – se dijo, para sus adentros –Dentro de poco lo sabrás.

 

Poco después comprobó por sí mismo qué tan en serio se había tomado la chica esta misión. Una vez estacionaron el coche, un par de manzanas de distancia de donde querían ir y se pusieron en marcha Gioconda abandonó ese aire festivo y despreocupado que había mostrado en el vehículo; ahora lucía mucho más seria y concentrada. Donde antes había una muchacha alborotadora ahora había una sumamente discreta y ágil, antojándosele que se movía de esa manera tan increíble porque estaba harto acostumbrada.

Tomaron varios callejones para llegar hasta el edificio donde Eddie sabía que su antiguo jefe tenía ahora su cuartel general. Cuando estaban llegando Gioconda insistió en que no se dejaran ver a ras de suelo y le hizo subir por unas escaleras de incendios de un edificio adyacente, mucho más alto. Escondidos detrás de la barandilla de piedra Gioconda estudió el edificio durante un buen rato. A continuación se apartó y se puso a hurgar en la bolsa de gimnasio que había traído Eddie y que les había dado April con ciertos bártulos que les ayudarían en la misión.

- Seguro que el pez gordo tiene el despacho en la planta de arriba pues las pocas ventanas que hay tienen barrotes – indicó, y se puso a hurgar en la bolsa – Tendremos que entrar por uno de los ventanales de la planta baja. El edificio parece caerse a trozos pero eso no significa que sean tan tacaños con la seguridad. Los tíos de la entrada son un ejemplo, pero adentro habrá más.

- ¿Supondría un problema?

- En absoluto – respondió Gioco con una sonrisita feroz mientras se colocaba los cascos y alargaba otros para él - ¿April, me oyes?

- Alto y claro.

- ¿Y a mi? ¿Hola? – preguntó Eddie a su vez.

- ¡Te escucho, Eddie! He conectado los altavoces para que tu madre también os oiga.

- ¿Eddie?

- ¡Mamá! ¿Me oyes?

- S-sí… hijo, tened mucho cuidado. Los dos.

- Lo tendremos mamá – aseguró Eddie pensando en la pistola que llevaba sujeta por la parte de atrás del pantalón.

- ¿Has empezado a montar eso, Gioco? – preguntó April.

- Dame un segundo – respondió la muchacha mientras sacaba de la bolsa el resto de piezas.

Eddie la ayudó. Cuando terminaron el montaje hicieron una comprobación con April para asegurarse de que la artimaña funcionaba, cosa que hizo bien.

- Recuerda la frase que debes decir, Eddie, para que lo active: “Ahora tengo colegas y de los buenos, además”.

- No se me olvidaría por nada del mundo – le contestó Eddie, con una sonrisa.

- Creo que la cuestión es si será suficiente para que muerda el anzuelo.

- Lo hará, créeme.

- Vale. Esta parte ya está hecha – dijo Gioconda y se volvió a Eddie mirándole con tal severidad que él se sorprendió – No dudo que sabes defenderte bien pero si las cosas se ponen feas y te doy una orden deberás hacerme caso al momento. Irás detrás de mi e imitarás lo que haga. ¿Queda claro?

- Como el agua – respondió Eddie, asintiendo.

Ella suavizó su expresión y volvió a ser una adolescente otra vez.

- ¿Preparado?

- Más que nunca. Preparado y dispuesto.

- Pues ¡vamos!


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* Se refiere a los sucesos ocurridos en los capítulos 14 al 16 de la segunda temporada, "Ciudad en guerra" donde los principales grupos criminales  (los Foot, la mafia y los Dragones Púrpura) peleaban por el control de la ciudad aprovechando la supuesta desaparición de Shredder.

** Abanico de guerra, plegable, que puede ser de madera o metal. Es un arma que, en manos expertas, puede ser capaz de brindar eficaz defensa contra espadas, dardos y cuchillas como usarse para matar oponentes de un solo golpe a poca distancia El arte de la lucha que los usa se llama tessenjutsu.

***  Hoz con cadena, de una longitud que va de 1-3m con un peso de hierro o piedra (pomori) en su extremo. Se usaba contra armas como lanzas o espadas y para inmovilizar al oponente (brazos o piernas). El arte de la lucha se llama Kusarigamajutsu.

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Noche de chicas - Capítulo III



La señora Ferguson no despertó hasta que April no le puso una botella de olor fuerte debajo de la nariz. Cuando lo hizo, se apresuró a retirarla y se inclinó hacia ella.

- ¿Gloria? – preguntó suavemente - ¿Se encuentra bien?

- ¡Oh, querida niña! – exclamó, sentándose en el sofá donde la habían tenido - ¿Qué ha ocurrido-ooh?

Sus ojos se abrieron tanto que casi se le saltaron de las órbitas cuando vio a Gioco, apoyada de espaldas en la pared con los brazos cruzados. La chica le sonrió un tanto forzadamente y alzó una mano insegura a modo de saludo.

- Tranquila, Gloria ¡míreme! – dijo April, consiguiendo atraer su atención – Todo está bien. No se preocupe. Esos dos tipos se marcharon ¿lo recuerda? Y no tema de Gioconda; es amiga mía.

- ¿Gioconda? – preguntó la mujer y miró de nuevo a la mutante – No… no entiendo nada de nada. ¿Ella es la iguana a la que te referías antes?

- ¿Iguana? – preguntó Gioco mirando con suspicacia en su dirección - ¿A quién está llamando iguana?

April se volvió rascándose la cabeza y con cierta sonrisilla.

- No importa, ya te lo explicaré más tarde – dijo y se giró de nuevo hacia su vecina  - Gloria, ¿le han hecho daño?

Observó a la buena mujer, un poco enjuta y bajita, con su cabello canoso recogido en un moño y sus lentes que, milagrosamente, no habían caído al suelo cuando se había desmayado. Seguía estando algo pálida pero no tanto como antes. Vestía un modesto vestido oscuro con flores estampadas y aún llevaba puesto el delantal, puesto que la habían sorprendido cuando empezaba a hacer la cena. Solía cenar tarde, cuando su hijo volvía del trabajo.

- No, estoy bien, gracias a ti. Y a ella – agregó, mirando a Gioconda con cierta reserva - ¿Qué es, por cierto?

- Me temo que es una larga historia, pero lo primero es lo primero. ¿Quiénes eran esos dos gorilas y qué querían de usted?

La señora Ferguson parpadeó un segundo.

- ¿Te importaría traerme un traguito de coñac? No soy capaz de pensar con claridad, estoy aún tan nerviosa…

April fue a buscar la botella siguiendo las indicaciones de la señora que, una vez que tomó su lingotazo del fuerte licor recuperó el rubor de sus mejillas y sus ojos adquirieron un brillo más despierto.

- Mucho mejor, gracias querida – hizo una pausa – Pues verás, no tengo ni la más remota idea de qué quieren esos hombres. Yo no los había visto en mi vida… les abrí la puerta pensando que querían venderme alguna cosa. No lo hubiera comprado, pero al menos les daría algo de conversación… está claro que no era el caso. Creo que ha habido una confusión…

- No debería abrir la puerta a desconocidos – dijo April.

- Eso me dice siempre mi hijo.

Sin embargo April no estaba satisfecha, pues había escuchado parte de una conversación que se contradecía con lo que ella explicaba. Y aunque no quería ser tan directa con la pobre mujer y más teniendo en cuenta su estado de salud necesitaba respuestas.

- Pues para que se hayan equivocado, eran de lo más agresivos…

La mujer sacudió la cabeza y pareció incómoda.

- Pues no tengo ni idea…

- No es por faltarle al respeto ni mucho menos pero, por favor, deje de mentir – intervino Gioconda, mirando con dureza a la mujer tendida en el sofá.

April se volvió a mirarla con cierta cara de reproche, pero Gioconda la ignoró. Se aproximó hasta el sofá, haciendo que la mujer se encogiera ligeramente, y se acuclilló para estar a su altura.

- Puede tener sus motivos y los respeto, pero le pido que tenga en cuenta que mi amiga casi sufre las consecuencias porque sólo quería comprobar si usted estaba bien, por no hablar que lo sucedido me ha obligado a exponerme cuando tengo por norma permanecer oculta a ojos de los humanos. Me pone en riesgo. ¿Comprende?

La señora la observó durante unos instantes y agachó la cabeza, cerrando los ojos con fuerza. Se pasó una mano temblorosa por la frente hasta el cabello y a continuación abrió los ojos. Miró tanto a Gioconda como a April.

- Tienes razón, jovencita. Lo siento mucho, yo no quería que esto sucediera – dijo, sincerándose – Será mejor que empiece por el principio. Veréis, mi hijo ha tenido… una vida difícil – hizo una pausa pero como vio que ninguna dijo nada, continuó - No siempre ha llevado una vida honesta, sobre todo en su más temprana juventud. Pero tras pasar una temporada en la cárcel y debido a mi estado de salud delicado entró, como suele decirse, en vereda. Actualmente tiene un trabajo estable y cuida de mi todo lo bien que le es posible. En el fondo siempre ha sido un buen chico; supongo que el perder a su padre cuando era tan niño le afectó más de lo que pude proveer y yo estaba tan ocupada que no le dediqué el tiempo ni el afecto suficiente.

- ¿Estuvo en la cárcel? – preguntó April escandalizada para disgusto de su inquilina - ¿Qué fue lo que hizo?

- Empezó cometiendo pequeños hurtos, tuvo una temporada de reventar cajas fuertes. Un día le pillaron y se fue a la cárcel. Siento muchísimo no habértelo contado – se disculpó – Pero como comprenderás no puedo ir por ahí diciendo a los cuatro vientos que mi hijo es un exconvicto. Además, él ya se ha encauzado, te lo digo de verdad. ¿Acaso has notado que faltara algo de valor?

- No, no, en absoluto – dijo April, más tranquila, porque por un momento había temido que hubiera metido en su casa al descuartizador de Boston o alguien peor – Pero debería habérmelo dicho igualmente.

- Lo siento mucho pero, si lo hubiera hecho ¿nos habrías alquilado el apartamento? – preguntó la mujer. April se ruborizó ligeramente sin decir nada y eso fue suficiente respuesta – Ahí lo tienes, aunque no te culpo. Es precisamente esto el origen de nuestros problemas. Mi hijo no conseguía encontrar trabajo a pesar de llevar una carta de recomendación del alcaide de su prisión, pues durante su condena tuvo un comportamiento ejemplar y ayudó mucho en la cárcel. Probó incluso alguna triquiñuela para conseguir el trabajo pero parece que huelen a los antiguos delincuentes a leguas de distancia. El caso es que el alquiler del piso donde vivíamos por aquel entonces era muy caro, sumando también el coste de mis medicinas nos era cada vez más difícil llegar a fin de mes. Imaginaos nuestra desesperación. Temí que mi Eddie tirara la toalla y volviera a robar. ¡Yo no podría soportarlo! Así que decidí pedir ayuda…

- A la banda de los gorilas antes presentes – concluyó Gioconda.

La señora Ferguson asintió.

- Fue un error, desde luego, pero como digo, estaba desesperada. Haría lo que fuera con tal de evitar que él volviera a prisión: me moriría. Y sé que se autoculparía por ello, no es la primera vez que piensa que mi enfermedad tiene origen en los disgustos que me ha dado. De modo que acudí a su antiguo jefe, un mafioso que le dio trabajo en más de una ocasión.

- ¿Cómo lo encontró? – preguntó April.

- Aunque sea una anciana enferma tengo mis métodos. Baste decir que di con él y le pedí dinero, rogándole que recordara los tiempos en los que mi hijo le hizo aquellos encargos. Él aceptó y me entregó una buena suma, que nos permitiría pagar todas las deudas que arrastrábamos meses atrás, entre ellas el alquiler. Sin embargo decidimos mudarnos una vez nos pusimos al día porque, como dije, ese alquiler era muy elevado. Por eso vinimos a este barrio, donde el precio es más modesto.

- ¿Su hijo no se preguntó nunca de dónde sacó tanta pasta? – preguntó Gioconda.

- Le mentí – admitió la mujer, un tanto avergonzada – Le dije que nos había tocado un pequeño premio de la lotería. El pobre se lo creyó. No estoy orgullosa, pero volvería a hacerlo con tal de protegerle – suspiró – El caso es que pareció que eso nos trajo suerte, porque mi hijo consiguió trabajo como mozo de almacén a tiempo completo y como todas mis preocupaciones desaparecieron, mi salud mejoró…

- Pero entonces llegó el momento de saldar la deuda – concluyó April, al ver la triste mirada de la anciana.

- Así es. El resto de problemas se solucionaron para dar pase a uno peor. Primero empezaron los mensajes y luego esos dos hombres empezaron a dejarse ver. Una vez uno de ellos me ayudó a cruzar la calle sólo para darme un mensaje de advertencia. Me asusté muchísimo; así que ese  mismo día conté todo el dinero que teníamos ahorrado y que cubriría lo que me habían prestado, aunque eso nos dejara tiritando lo entregué de buena fe. Lo tomaron pero me dijeron que debido al retraso debía pagar un interés y me dijeron que sólo me estaban dando algo más de plazo por los viejos tiempos en que Eddie trabajó para ellos. En fin, supongo que les puede la avaricia. Una noche les vi montando guardia delante del portal. Lo último ha sido entrar aquí y amenazarme con pagarles o de lo contrario ¡harían daño a mi Eddie! – hizo una pausa, ahogando un lamento - Me han dado de plazo hasta el amanecer pero no tengo más dinero. Les rogué más tiempo e intenté apelar a su misericordia, pero ellos no saben qué es eso – en este punto se llevó una mano al cuello - Vieron la cruz de oro que me regaló mi difunto marido en nuestra boda y… en fin, me lo arrebataron y se lo llevaron…

- ¡Jo, si lo llego a saber lo hubiera recuperado! – se lamentó Gioconda, meneando la cabeza.

- ¿De cuánto dinero estamos hablando? – preguntó April, pensando en si los escasos ahorros que tenía serían suficientes.

Pero cuando Gloria Ferguson respondió soltó un silbido y Giocionda una palabrota.

- ¿Por qué no prueban a marcharse de aquí? Irse muy lejos, donde no puedan encontrarles – sugirió April, si bien no de un modo egoísta para evitar represalias en su recién reconstruido hogar.

La mujer negó con la cabeza.

- No tenemos donde ir y mi estado de salud es bastante delicado a raíz de todo esto como para hacer un viaje largo. El médico me ha dicho que debo llevar una vida tranquila y sin sobresaltos.

- ¿Y la policía?

- ¿Crees que no tomarían represalias contra nosotros si hiciéramos eso? Aparte, la policía no hará nada por ayudarnos, sobre todo siendo mi hijo un exconvicto. Pensarán que mi historia es falsa y que en realidad él está metido en algo turbio. No, la única solución es que les pague lo que me piden y que nos dejen en paz, pero no sé de dónde lo sacaré.

- Pero ¡eso no funcionará! – objetó Gioconda – Nada les impide pedirle más y más dinero cada vez.

La señora Ferguson suspiró. Se la veía tan devastada que a la chica mutante le dio mucha pena y rabia.

- ¿Crees que no lo he pensado?

- ¿Su hijo no tiene ahorros? – preguntó April.

- No, todo el dinero me lo da a mi y yo lo administro. Ya he entregado hasta el último centavo que tenía pero eso a ellos les da igual.

- Dígaselo a Eddie – dijo April.

- ¡No! – casi aulló la señora Ferguson - ¡No podría ni mirarle a la cara! ¡Él no debe saberlo nunca!

Y como si lo recordara súbitamente, miró el reloj y se puso pálida de nuevo al ver la hora que era. ¡Eddie estaría a punto de regresar del trabajo!

- Por favor ¡tenéis que iros! – les pidió, empujando tanto a April como a Gioco hacia la puerta. Comprobó con cierto alivio que las chicas habían recogido el estropicio de los platos rotos pero debería bajar la basura para que Eddie no lo viera. O bueno, quizá pudiera inventar alguna excusa si no le daba tiempo – Si os ve aquí o le da un infarto – comentó mirando a Gioconda – o me hará preguntas y… no sé si seré capaz de mentirle.

- ¡No! Espere un momento… – protestó la pequeña mutante.

- Pero… ¿y usted? – preguntó April, en absoluto convencida.

- Ya me las apañaré. Negociaré con su jefe, haré lo que haga falta para evitar que Eddie lo sepa y para solucionarlo, pero por favor tenéis que iros ya antes de…

Enmudeció cuando escuchó unos pasos en la puerta de entrada y cuando, con un sonido metálico, alguien encajó una llave en la cerradura de la puerta.

 

Cuando Eddy Ferguson llegó al descansillo del apartamento que compartía con su madre, agotado tras un largo día en el trabajo, poco podía imaginar lo larga que sería esa noche para él. Trabajaba a turno completo en un almacén que abastecía a numerosas tiendas de la ciudad de Nueva York y la actividad era frenética casi todos los días; aun así siempre que tenía opción echaba horas extras con tal de llevar algo más de dinero a casa para poder pagar los gastos médicos de su madre, que no eran baratos. Sumado al hecho de que a su jefe no parecía importarle el dar trabajo a un expresidiario hacía que se dejara la piel en el trabajo, siendo un empleado ejemplar. Su madre había tenido que soportar muchos disgustos por su culpa y estaba convencido de que su forma de proceder en el pasado le había provocado su enfermedad actual; por tanto haría cualquier cosa por ella pues sabía que nada podía hacer por compensarla, aunque nunca sintiera que fuera suficiente.

Esa noche llegaba un poco más tarde porque había tenido que hacer la compra, in extremis dadas las horas que le dieron y cargaba con la bolsa de papel llena de productos cuando metió la llave para abrir la puerta.

Se dio cuenta en ese momento de que algo pasaba, pues siempre dejaban cerrado con llave y pestillo y nada de esto estaba echado. Suspiró, pensando que su madre se había vuelto a olvidar y considerando por enésima vez si no debería pagar los servicios de alguna cuidadora a domicilio.

- Mamá, te he dicho muchas veces que debes cerrar con… llave.

Y ya cuando abrió la puerta y vio a su madre en compañía de la casera, ambas con rostro de sorpresa y estupefacción ya se quedó desconcertado del todo. Pero enseguida se recompuso: April O’Neil parecía una joven agradable, a pesar de que sólo había hablado con ella al principio, cuando alquilaron el piso. A partir de entonces y dado que pasaba casi doce horas fuera de casa todos los días el trato se reducía a un saludo o una despedida verbal o con la mano. Nunca les había molestado, como otros caseros que habían tenido años atrás, que no hacían más que quejarse absolutamente por cualquier cosa. Así cuando se le ocurrió el único motivo por el que la casera pudiera estar allí la miró molesto.

- ¿Qué hace usted aquí? – preguntó, mirándola con el ceño fruncido entrando en el piso y dejando la bolsa en la mesita de la entrada- No irá a subirnos el alquiler, ¿eh?

April miró significativamente a la señora Ferguson y ésta, aún aturdida, sacudió ligeramente la cabeza.

- ¡Q-qué va! – contestó April, un poco aturullada, ya que quedaría rarísimo que no respondiera. Pensaba que el hombre debía conocer lo que sucedía pero ella no era quien para contárselo: eso correspondía a la señora Ferguson – Tan sólo vine a visitar a su madre, pues me pareció que tenía cierto problemilla…

- ¿Ah sí? ¿Cómo cuál?

Eddie sabía que podía ser seco y descortés a veces, podía echarle la culpa a la cárcel por eso. Cuando se dio cuenta de que intimidaba un poco a April se forzó a suavizar sus modales pero aun así no se le pasó por alto la forma en que la chica le miraba.

- N-nada importante, hijo. De verdad. ¿Qué tal el día?

- Bien – respondió mirando a su madre suspicaz. La conocía demasiado bien y estaba claro que algo la incomodaba profundamente. Se preguntó si tenía que ver con April o con él mismo – Mamá ¿qué es lo que pasa? Y no me digas que nada, que esa cara de susto que tienes lo dice todo. ¿No será por culpa de ella, ¿verdad? – preguntó, señalando a su casera con el dedo.

April le miró, ofendiéndose por primera vez desde que él pusiera un pie en el edificio.

- Oiga ¡yo no he hecho nada malo! Tan sólo he venido a ayudar…

- Es verdad, hijo.

- Pero algo te pasa, mamá. ¿De qué se trata? ¿Has empeorado? Te veo muy pálida…

La señora Ferguson se volvió y miró a April en busca de ayuda.

- No puedo – le susurró alzando los brazos y cruzando las manos delante de su rostro.

- Debe hacerlo – rogó April, mirándola a ella y luego a su hijo, que comenzaba a enfadarse.

- Oiga ¿qué demonios está pasando aquí? – estalló él, poniéndose nervioso - ¿Va alguien a responderme de una vez? ¿Qué es lo que no puedes hacer mamá?

Se hizo un incómodo silencio, donde Eddie sólo tenía ojos para su madre quién había retrocedido hasta una silla, se había sentado y se había puesto a llorar.

- Señor Ferguson… Eddie – dijo April, decidiéndose a usar su nombre de pila, a pesar de que apenas habían tenido trato desde que estaban alquilados – Su madre tiene que contarle algo muy importante. Vamos – añadió, animando a la señora Ferguson.

Ésta miró con ojos desolados a su hijo y suspiró.

- No sé por dónde empezar…

 

Eddie Ferguson era un tipo duro; había tenido que serlo cuando inició su vida de delincuencia y más aún cuando estuvo en chirona por todos esos robos. No se dejaba intimidar fácilmente ni tampoco tenía reparos en llegar a los puños, si bien debido a la influencia de su madre intentaba ser un hombre mucho más tranquilo, sosegado y pacífico. Pero aún así y a pesar de la presencia de su progenitora y de su casera estalló de un modo que no lo había hecho en años: enfurecido, dio un puñetazo en la mesa y golpeó la bolsa de la compra, que cayó al suelo desperdigando su contenido. April sofocó un grito, al contrario que la señora Ferguson, que gimió lastimeramente.

- ¡Ese condenado bastardo! – gritó Eddie. Entonces recordó a las dos mujeres y tras luchar un poco consigo mismo, consiguió calmarse. Pero cuando miró a su madre seguía con el ceño fruncido - ¿Cómo no me dijiste nada? ¿Cómo fuiste a pedirle ayuda a él precisamente?

- L-lo siento, t-tenía m-miedo que si lo s-sabías volvieras a… a delinquir y yo… y-yo no podía soportarlo – sollozó su madre y enterró el rostro en sus manos.

April fue a acercarse a consolarla pero Eddie se le adelantó, abrazándola.

- Lo siento mucho, mamá, pero es que hay tantas cosas que no sabes – le susurró con cariño – Sé que no he sido un buen hijo y te pido perdón por todos estos años de disgustos. Y sólo quiero que sepas que por ti haría cualquier cosa. ¿Me oyes? Cualquier cosa con tal de que estés bien.

La señora Ferguson le sonrió entre un mar de lágrimas y ambos se volvieron a fundir en un cálido abrazo. April les miró conmovida pero apartó la vista para darles algo de intimidad, mirando en dirección a la puerta entornada del baño, donde Gioconda se había escondido en los dos segundos que él tardó en abrir la puerta. Entonces presintió a Eddie cerca suyo y se volvió.

- Siento mucho haber sido tan brusco con usted señorita O’Neil  – le dijo, con sinceridad – Ha ayudado a mi madre y estoy en deuda con usted y, si alguna vez necesita algo, avíseme. Salvo si es ilegal, eso sí – agregó, a modo de una pequeña broma para aliviar la tensión, cosa que no consiguió.

La señora Ferguson le había contado todo lo sucedido esa noche, salvo la parte donde intervenía Gioconda, que dejó más en el aire, pero sí le explicó que le había contado todo a April, incluido su pasado delictivo.

- N-no tiene importancia – repuso April un poco azorada y, aunque sonara cliché, agregó - ¿Para qué están los vecinos?

Eddie le sonrió de vuelta. Sin esa expresión adusta casi perpetua podía llegar a ser un hombre con cierto atractivo: llevaba el pelo moreno corto (April notó algunas canas plateadas en las sienes), una camiseta de manga corta de Metallica, pantalones gastados del trabajo y botas de motorista.

- En cualquier caso, gracias, de todo corazón – dijo, y entonces se dio la vuelta – Mamá, voy a sacarte de este lío.

- ¿Qué vas a hacer? – le preguntó ésta, sumamente preocupada.

Él no fue capaz de mirarla a los ojos. Le dio la espalda cuando respondió.

- Saldaré la deuda, por supuesto. Y recuperaré la cruz de papá, te lo prometo.

- Pero no tenemos dinero… ¿acaso? ¿Acaso vas a pedirle a tu capataz un anticipo de la paga?

Él guardó silencio y suspiró.

- Me gustaría decir que sí, pero no puedo mentirte. Saldaré tu deuda de la única manera que sé.

- ¡NO! – exclamó la señora Ferguson y se puso delante de él, aferrándole por los brazos – No… otra vez no. ¿Y si te atrapan? ¡No podría soportarlo!

- ¿Qué otra opción hay mamá? Porque a mi no se me ocurre. No podemos ir a la policía, no podemos huir porque ya te digo yo que nos encontrarán. Créeme que preferiría mil veces reventarle la cara, por todo esto y por lo que sucedió en el pasado… pero no puedo hacerlo; son demasiados. Así que la única opción es conseguir dinero para pagar la deuda antes de que se cumpla el plazo.

- A mí me parece buena opción. La de reventarles la cara, digo.

Todos se quedaron de piedra al escuchar esa voz, que provenía del servicio. Eddie miró en esa dirección, complemente atónito.

- ¿Qué? ¿Quién?

- ¿Estás segura, Gio? – preguntó April, preocupada, mirando en la misma dirección. El señor Ferguson la miró de hito en hito.

- ¡Claro! ¡Es muy injusto todo! – exclamó aquella voz, “Gio”. Eddie se percató de que su dueña era alguien jovencísimo - Piensa en lo mal que lo han pasado para llegar hasta aquí. ¡Se merecen una vida feliz!

April suspiró y se giró hacia Eddie, quien permanecía de pie al lado de su madre totalmente paralizado.

- Será mejor que te sientes – le recomendó– Verás, mi amiga ha sido la que ha despachado a esos dos gorilas antes.

Eddie la miró embobado y a continuación miró a su madre, que se limitó a asentir con la cabeza.

- Me dijo que se había expuesto por ello, que había corrido un riesgo. Por eso no me atreví a mencionarla pero estamos en deuda con ella, hijo.

- ¿Y por qué no ha salido hasta ahora? ¿Acaso está indispuesta? Si te ha ayudado, me gustaría mucho darle las gracias. Quiero verla… verte… bueno…

April a se encogió de hombros, en un gesto que indicaba claramente “que no digas que no te lo avisé” y se volvió hacia la puerta del dormitorio.

- Está bien. Veamos qué puede hacerse.


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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Noche de chicas - Capítulo II

 


El edificio de April poseía tres plantas, sin contar el sótano, que una vez también alquiló a cierto dibujante tiempo atrás: el bajo, donde se situaba la tienda de antigüedades de la joven O’Neil, el primer piso que era su apartamento que contaba con un amplio salón con cocina americana, un baño y un dormitorio y, por último, el segundo piso, antiguo trastero y domicilio de la señora Ferguson desde hacía ya casi seis meses, que fue lo que acordaron por contrato. Se trataba de una mujer ya entrada en los sesenta mientras que su hijo Eddie no llegaría a los cuarenta.

A pesar de que parecían buenas personas April siempre había sospechado, por ciertas costumbres y comportamientos que había visto en ellos, que podían estar pasando por serias  dificultades pero la joven no había tenido forma de averiguarlo. Además, tampoco es que fuera asunto suyo, siempre y cuando pagaran el alquiler y fueran buenos vecinos, requisitos que cumplían perfectamente.

Cuando subió por las escaleras y vio la puerta abierta se extrañó, pero siguió adelante. Mientras llegaba hasta la puerta entornada escuchó una conversación que mantenía la señora Ferguson con, al menos un par de eprsonas. Se aproximó silenciosamente y miró por la rendija.

Vio las anchas espaldas de dos hombres, altos y fuertes, trajeados de pies a cabeza; uno de azul y otro de blanco. La señora Ferguson permanecía de pie delante de ellos y estaba mortalmente pálida, muy asustada. ¿Qué estaba pasando? En el suelo podía ver parte de lo que parecían restos de una vajilla destrozada.

- P-pero ya lo di todo, se lo juro – farfullaba la mujer muerta de miedo – A-además no tengo más…

- No nos tome por tontos, señora Ferguson – decía uno de los hombres, con un ligero acento italiano – Como sabe todo préstamo tiene sus intereses.

- Quizá debiéramos pedírselos al pequeño Chip – insinuó el otro tipo.

- ¡N-no le metan en esto, se lo ruego!

- ¡Pues pague! Venga, seguro que tiene un fondo de contingencias, todas las madres lo tienen… ¿ey, que es eso que veo?

La señora Ferguson dijo algo totalmente incomprensible para April y a continuación vio un forcejeo entre su vecina y el que acababa de hablar. April un respingo, ofendida por el trato dado a la mujer.

- ¡Mira por dónde! Y es de oro del bueno – dijo el hombre sosteniendo algo que April no pudo ver.

- ¡Devuélvamelo, se lo ruego! Me lo regaló mi difunto marido y…

- ¡Cállese! Esto no ha terminado…

Ya había viso suficiente.  Debía llamar a la policía pero recordó que se había dejado el teléfono en su piso. Retrocedió unos pasos pero al apoyar el pie en uno de los tablones de madera éste crujió. Apretando los dientes miró hacia a la puerta y pudo ver cómo uno de aquellos hombres, con una mano bajo la chaqueta de su traje, se asomaba por la puerta y miraba en su dirección. Según le vio April le reconoció porque les había visto rondando por la zona unos días atrás e, incluso, bajar de las escaleras del piso de su inquilina en una ocasión, que en su momento no le dio importancia a pesar de su aspecto sospechoso.

- Vaya ¿qué tenemos aquí? ¡La vecina metomentodo! – comentó el hombre, que también la había reconocido.

- ¡La policía está en camino! – exclamó April en un intento por acobardarle, pero era ella la que tenía miedo – Así que si yo fuera usted cogería a mi amigo y me largaría de aquí a toda pastilla.

Para su consternación y horror el hombre se río. Aún mantenía la mano bajo su chaqueta.

- ¿De veras, nena? ¿Por qué será que no te creo?

- ¡Ermine! ¿Qué pasa ahí afuera? ¿Con quién estás hablando?

- Con una invitada – contestó éste y extrajo su mano de debajo de la chaqueta, mostrando aquello que había estado buscando: un revólver – Ven aquí – ordenó, con voz firme y ya sin rastro de su sonrisa.

En ese mismo momento se escuchó un golpe en el piso de abajo. Tanto April como Ermine miraron abajo y luego éste a ella.

- ¿Hay alguien más ahí abajo? – preguntó.

April dudó. Estaba claro que se trataba de Gioconda y sospechaba que el ruido había sido hecho a propósito. Era una kunoichi y uno de sus fuertes era la discreción. ¿Acaso habría escuchado la conversación y quería captar su atención? April no tenía manera de saberlo.

- Sólo mi iguana – dijo no obstante encogiéndose de hombros.

El tipo con aspecto de mafioso esbozó una gran sonrisa de dientes blancos casi perfectos.

- Claro, una iguana… Ferret – llamó Ermine, volviéndose para mirar a su compinche, que se asomó y miró a April – Mete un tiro a la señorita metomentodo si intenta alguna jugarreta. Voy a revisar el piso de abajo.

Ferret asintió e hizo que April entrara en el apartamento de la señora Ferguson. La chica se apresuró al lado de la señora, que temblaba de pies a cabeza.

- ¿Se encuentra usted bien? – le preguntó, tomándola de las manos.

- S-sí. Pero ¡querida! ¿Cómo se te ocurre venir? – susurró la mujer, lanzando una mirada de soslayo a Ferret, que se mantenía pendiente de ellas desde la puerta pero también lanzaba miradas hacia la escalera por la que su compañero había descendido – Estos hombres… son peligrosos. ¿Quién más hay contigo? ¡Debes decirle que se marche y pida ayuda!

- No se preocupe, señora Ferguson – murmuró April – Mi amiga no es de las que necesiten ayuda. Ella ES la ayuda.

 

Cuando Ermine descendió al segundo piso, con su pistola en alto, no vio moros en la costa. Lo que vio fue la puerta abierta de par en par del apartamento de April y decidió asomarse a echar un vistazo. Por supuesto no se había creído la penosa excusa de la iguana pero le parecía muy raro que, suponiendo que hubiera alguien más, no hubiera salido corriendo despavorido para pedir ayuda. No había escuchado ningún ruido de pasos así que, de haber alguien, estaba en la casa de la vecinita metomentodo. Quizá un novio. Decidió estar preparado, sólo por si acaso.

Se asomó al interior del apartamento de April, apuntando con su pistola. Estaba vacío pero cuando vio la cantidad de platos en el fregadero y los dos vasos sobre la mesa supo de inmediato que aquella jovencita no estaba sola, con o sin iguana. A sus oídos llegaba el ruido de la ducha. Sonrío. Avanzó con más determinación, la vista clavada en la puerta entornada del aseo sin darse cuenta de que la puerta del apartamento se estaba entornando.

Cuando Ermine llegó hasta la puerta del baño, la empujó con brusquedad y apuntó con su pistola se llevó un buen chasco cuando vio que no había nadie bajo la ducha. Alguien había abierto la llave del agua pero no estaba disfrutando del relajante baño.

- Pero ¿qué? – preguntó, retrocediendo.

Y cuando fue a darse la vuelta no tuvo nada que hacer frente al rayo carmesí y escarlata que se le echó encima.

 

El estrépito de la pelea llegó hasta el piso de arriba. La señora Ferguson miró incrédula a April, quien a su vez no apartaba la vista de Ferret que, apostado en la puerta, intentaba atisbar algo a través de la escalera.

- ¡Ermine! ¿Qué cojones está pasando ahí abajo? – gritó. Luego se volvió a April y la apuntó con la pistola - ¡Tú! ¡Ven aquí ahora mismo!

No tuvo más remedio que obedecer. Cuando se puso a su lado Ferret la agarró del brazo y la empujó hacia afuera. La señora Ferguson se levantó e intentó acercarse pero Ferret apuntó a April con el arma.

- Ni un paso, señora, o adiós a su vecinita. Pero acérquese usted también para que yo pueda verla. Y tú – dijo, volviéndose a April – Camina hacia la escalera. ¡Ya!

De esta manera con April por delante y la señora Ferguson en el umbral de su puerta, Ferret alcanzó los primeros escalones. Para entonces todo se había quedado en silencio.

- ¡Ermine! – llamó desde lo más alto de la escalera - ¿Estás ahí, compadre? Dime algo.

- ¡Algo! – respondió una voz femenina, agravada para parecer la de un hombre, desde el piso de abajo.

- ¿Pero qué…? ¡Tú no eres Ermine!

- Te has dado cuenta ¿eh? – dijo la impertinente voz, ya hablando en su tono natural. Le enfureció más comprobar que era de lo más infantil. April en cambio no pudo evitar sonreír: el parecido que tenía Gioco a veces con Raphael en un esfuerzo por imitar sus insolencias y sarcasmos siempre le había chocado pero ya tenía una explicación para ella. Y le pareció adorable, a pesar de las circunstancias en las que se encontraba - No gastes saliva tío, que tu colega no te va a contestar. Si quieres hablas conmigo, pero te lo advierto: no me calientes.

- ¿Y quién puñetas eres tú? – gritó Ferret, enfureciéndose - ¿Qué le has hecho a Ermine?

- ¿Qué quién soy? Tu peor pesadilla. En cuanto a tu colega, se está echando un sueñecito, que es más de lo que merece un gusano como él. ¿Por qué a los malos os gusta siempre meteros con gente que es más débil que vosotros? Dais asco…

Ferret soltó un juramento.

- ¡Déjate de mierdas! ¡O sales ahora mismo o me cargo a la pelirrosa! ¿Me has oído, chulita? – preguntó Ferret, presionando con furia la pistola en la espalda de April, que no pudo evitar dar un respingo - ¡Tienes hasta tres! ¡Uno! – hizo una pausa - ¡Dos! – hizo otra pausa, dubitativo, esperando que fuera quien fuera se mostrara.

- ¡Está bien! Tú ganas.

Ferret esbozó una sonrisa de lo más desagradable.

- ¡Aaaah! Eso está mejor. Ven hacia la escalera ¡y sin jueguecitos, que soy de gatillo fácil!

- Ya voy, me estoy acercando…

Inmediatamente se escucharon unos pasos en el piso de abajo, unos pasos que resonaban de manera exagerada teniendo en cuenta lo silenciosa que podía ser Gioco, pensó April. Ésta mantenía la mirada fija en la base de la escalera, pensando que la kunoichi tendría que tener algún tipo de plan. ¿Verdad?

Unos segundos después vislumbraron la figura que se acercaba hasta el pie de las escaleras.

 

Ferret había visto muchas cosas raras su vida – a fin de cuentas, esto era Nueva York - pero ninguna como la tipa que apareció en su campo de visión. ¿Qué coño era eso? ¿Un puto extraterrestre como los de aquella famosa serie de la televisión? ¿También había venido para esclavizar a la humanidad? Quizá sólo fuera una friki disfrazada, pero si era así, era el disfraz más realista que había visto en toda su vida. Lo que estaba al pie de la escalera era una especie de chica lagarto con un vestido rojo y peluca castaña… suponiendo que no fuera su pelo de verdad. Era menuda y delgada, tanto, que tendría que haberle hecho sospechar al momento de haber sido un poco más listo: no había ni rastro de Ermine. ¿Cómo era posible que esa mocosa tan pequeña se hubiera encargado de él? Como mínimo, tendría que habérsele pasado por la cabeza que hubiera necesitado ayuda, aunque como bien sabemos hubiera estado equivocado.

Pero Ferret no era un tipo que se pudiera llamar espabilado. Se dejaba llevar por la emoción del momento, que en esta ocasión consistía en que creía que tenía la situación bajo control. Sonrió de nuevo, algo que afeaba su rostro y miró con satisfacción a la chica-lagarto sin dejar de apuntar a April, que estaba en un escalón por debajo de él.

A pesar de su falta de luces y del shock inicial se percató de que ésta llevaba las manos escondidas tras la espalda.

- ¡Eh, tú, la lagarta! ¡No avances más! – ordenó y ella obedeció, deteniéndose cuando ya había subido un par de escalones – Bien. Las manos donde yo pueda verlas.

Gioconda sonrió de tal manera que a April le recordó de nuevo a Raphael: era la misma sonrisa que éste esbozaba ante la visión de una pelea. Entonces la joven se dio cuenta de que Gioco la estaba mirando fijamente y que hacía un gesto casi imperceptible con el hombro izquierdo, alzándolo ligeramente hacia la pared. ¿Qué…?

- ¡Estás sorda o qué? – preguntó Ferret, poniéndose nervioso- ¡Levanta las manos o le hago a la chica un nuevo agujero en mitad de la espalda!

- Vale, vale – dijo Gioco, aún esbozando un poco esa sonrisilla– Tranqui, tío. Iré despacito ¿de acuerdo?

Justo cuando iniciaba el movimiento ladeó la cabeza para mirar al rellano del piso de abajo y sus ojos se abrieron de par en par, esbozando una mueca de dolor.

- ¡NOOOOO! – gritó.

Ferret se volvió al momento, apuntando la pistola en esa dirección y entonces Gioconda abandonó su pantomima y alzó del todo las manos a la velocidad del rayo, apuntando en su dirección.

April apenas tuvo tiempo de ver algo acercarse y se apartó contra la pared justo cuando las dos surikens de cuatro puntas pasaron volando a su lado con un silbido. Ferret se revolvió a su lado y lanzó un grito cuando una de las estrellas acertó en su pistola, que saltó de su mano, cayendo escaleras abajo. La señora Ferguson chilló cuando las surikens se clavaron en la pared cercana.

Sin embargo Ferret no tuvo tiempo de lamentarse por perder su arma porque la chica-lagarto había salvado la distancia que los separaba, dio un salto y le asestó una patada voladora en mitad del pecho.

Ferret salió despedido y dio contra la pared de atrás, desprendiendo las estrellas ninja que cayeron al suelo de madera con un sonido metálico. Se quedó tendido con la espalda apoyada en la pared, aturdido. Gioco bajó rápidamente para tomar la pistola y volvió a subir al trote la escalera.

- ¿Estás bien April? – preguntó tomándose un momento para echar una ojeada a su amiga.

- No… vuelvas… a… hacer… eso – advirtió April, aún sobresaltada, con una mano en el pecho.

- Perdona, pero ya te hice el gesto para que te echaras contra la pared. El muy idiota mordió el anzuelo. Toma, ya me deshice de la del otro tío – dijo Gio, tendiéndole el revólver. Entonces se aproximó hacia el derribado Ferret, que sangraba por una brecha en la parte trasera de su cabeza que se había hecho al chocar contra el muro. Le tomó por las solapas de la chaqueta del traje y le alzó, poniéndole contra la pared – Debería darte una buena tunda por amenazar a mi amiga pero prefiero perderte de vista tanto a ti como a tu “compadre”. Y más te vale que no vuelva a ver vuestros caretos por aquí. ¿Capici?

En el piso de abajo se escucharon pisadas. Ermine parecía no haber tenido suficiente y quería recibir un poco más. Gioco se volvió hacia la escalera aferrando aún a Ferret.

– ¡Creo que es hora de sacar la basura! – exclamó Gioconda y lo lanzó escaleras abajo.

Ferret cayó dando un alarido y se chocó con su compañero, provocando que ambos descendieran rodando lo que quedaba de la escalera. Entonces se recompusieron y salieron corriendo atropelladamente.

- ¡Corred cobardes, que eso es lo que sois! ¡Cocoricóo! – exclamó Gioco inclinándose por la barandilla.

Una vez quedó patente que ambos matones se habían ido se incorporó sacudiendo las manos con total satisfacción.

- Pan comido – dijo con una gran sonrisa. Entonces vio a la señora Ferguson observándola con ojos como platos – Ups…

- Cielo… ¡cielo santo! – dijo ésta, tambaleándose mientras se aferraba a la puerta.

April, quien había observado toda la escena sujetando la pistola sólo con el dedo pulgar y el índice como si el metal le quemase, se apresuró hasta ella y la sostuvo antes de que cayera al suelo.

- ¡Señora Ferguson! – exclamó April pero apenas podía con su peso muerto. Se volvió a Gioco – Ayúdame a meterla dentro. Creo que ya da lo mismo ahora que te ha visto…

Gioconda se apresuró y se pasó uno de los brazos de la ahora desmayada señora Ferguson sobre sus hombros y April la imitó con el otro brazo.

- Se lo ha tomado bastante mal ¿eh? – preguntó Gioco mientras entraban en el apartamento.

- Bueno, a mi me ha parecido de lo más razonable – repuso April recordando su propia reacción cuando conoció a las tortugas y a su maestro:  ella se había desmayado hasta en dos ocasiones.


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