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[Crossover: Medievil x Corpse Bride] La voz es más fuerte que la espada - Capítulo 6 - Las dos partes de un todo



Capítulo 6 
LAS DOS PARTES DE UN TODO



Teniendo en cuenta todo lo que había visto en su viaje a sir Daniel Fortesque no le sorprendió ya lo más mínimo la tripulación del barco pirata ni su capitán. Estaba acostumbrado a lidiar con otros muertos vivientes y los había tenido de todo tipo: descerebrados, fantasmales, belicosos, chiflados, criminales… y ahora piratas. 

También había lidiado con otro tipo de criaturas más escalofriantes: gárgolas, demonios, diablillos o gólems de piedra, por no hablar de los Rinotauros y los guardianes de Mellowmede, azote de antiguos pueblos de Gallowmere… ¡por favor, si hasta se había hecho amigo de Kul Katura y del anciano dragón! Cierto, estaba el pequeño incidente con el Jabberwocky, pero nadie es perfecto. Pues eso ¿qué le iban a hacer un atajo de grumetillos fantasma que no le hubieran intentado hacer ya?
De modo que cuando el capitán del barco fantasma mordió el polvo Dan tomó el timón del barco felicitándose porque ya estaba muy cerca de la guarida de Zarok. Puso rumbo al noroeste y dejó que el aire empujara el navío a través de las nubes.
Mientras tanto recordó las palabras que había intercambiado allá en las Ruinas Encantadas, en lo que antaño fuera el castillo que fue su hogar, con su viejo amigo el Rey Peregrino.


Los ánimos de Dan habían aumentado más si cabía cuando le quedó claro que el Rey aún tenía fe en él, que de verdad creía que sería capaz de salvar al justo Gallowmere del destino que le deparaba si Zarok ultimaba sus planes. Era de los pocos seres con los que se había cruzado que le tomaba en serio y no se burlaba de él; sintió una punzada de remordimientos por haberle engañado cuando ambos vivían, pero fue un arrepentimiento muy leve y momentáneo. Y se mostró claramente sorprendido cuando el Rey, a pesar de ser un espíritu apegado a las ruinas de su castillo, estaba dispuesto a volarlo en pedazos con tal de arruinar los planes de Zarok, pues los Demonios de las Sombras habían acudido allí en masa movilizándose, siguiendo las órdenes de su amo. Así que destruyendo el castillo mataría a todos los Demonios, devolviéndolos al plano del que nunca deberían haber salido.
Dan Sintió lástima y nostalgia por su amigo perdido, pues pensaba que con la destrucción del edificio al que había estado vinculado su espíritu se habría perdido y por ello pilotó el barco en el más absoluto silencio en señal de respeto, ordenándole a Morten que lo respetase cuando empezó a incordiar. Pero no pudo evitar articular un sonoro “Oooh” cuando vislumbró las luces de la guarida de Zarok en lontananza; una fortaleza inexpugnable levantada sobre la montaña de una isla. Aunque el hechicero era un mal tipo había que admitir que sabía construir.

Fue así cómo sir Fortesque arribó a la guarida de Zarok e irrumpió en territorio enemigo. La única resistencia que halló, para su sorpresa, fueron los diablillos que en su momento ya se había encontrado en el Mausoleo de la Colina, cuando abatió al Demonio de la Vidriera.
Estos diablillos traicioneros eran producto de otro experimento muy similar al del Jabberwocky; mediante el uso de la magia fue posible “domesticar” a estas traviesas criaturillas para que se convirtieran en serviles y dóciles criados del hogar. Sin embargo el mal trato que recibieron por parte de muchos de sus señores les hizo volverse rencorosos y viles. Zarok, demostrando de nuevo ser de lo más avispado, se percató de esta tesitura y en secreto hizo un pacto con los diablillos. A cambio de que trabajaran para él matarían dos pájaros de un tiro: serían libres y podrían vengarse de sus antiguos amos. ¿Quién sería capaz de negarse a un trato así?

Nuestro héroe ignoraba las razones de los diablillos para cambiarse de bando, pero no le importaba saberlo o no: comenzó a abrirse paso a espadazo limpio.




El sonido de un chasquido metálico sumado a unas maldiciones hizo que Emily levantara la cabeza. No sabía cuánto tiempo había permanecido hecha un ovillo, hundida en su tristeza, pero entonces recordó que Maggot había abandonado su cabeza y que por eso hacía mucho que no le escuchaba.
Prestó atención cuando volvió a escucharse un sonido justo delante de ella pero no había nadie más, estaba sola. 
- ¡Casi lo tengo, caray con la cerradura, es de las difíciles! – dijo la voz de Maggot, algo amortiguada desde algún lugar por delante de ella.
- ¿Qué estás haciendo? – preguntó Emily.


Su amigo asomó por el ojo de la cerradura de la puerta.
- ¿Tú que crees? ¡Sacarnos de aquí!
Volvió a introducirse y tras insistir un poco más se oyó otro chasquido.
- ¡SÍ! ¡Empuja la puerta!
Emily obedeció y observó, sorprendida, cómo la puerta de la celda donde había sido encerrada se abría. Esbozó una gran sonrisa y se apresuró a acercarse a la cerradura por el otro lado.
Maggot reapareció, limpiándose la frente con el extremo opuesto de su cuerpo.
- ¡Eso ha sido increíble! – alabó la novia, encantada.
- Ya lo sé… ehm, quiero decir… gracias – contestó él, haciéndose el modesto – Pero deberíamos estar saliendo de aquí.
- Tienes razón ¡vamos!
Emily alargó el dedo para que Maggot se subiera y echó a correr por el pasadizo.






Dan paró la lectura del libro. Aunque éste fuera instructivo sobre cómo Zarok había conseguido hacer lo que había hecho, no le servía de mucha ayuda para detener sus planes. Lo único de lo que le sirvió fue para sentirse orgulloso de sí mismo: en vida este tipo de libros conseguían darle sueño y no era capaz de terminar de leerse ni la primera página. Bueno, ahora tampoco podía hojearlo en condiciones pero tenía la excusa de llevar prisa y el libro daba un poco de repelús. En la estancia además olía a viejo y quería estar el mínimo tiempo posible. Lo único que necesitaba era encontrar la manera de entrar a la guarida de Zarok, donde estaba seguro que el hechicero se había cobijado.
Ahora mismo se encontraba en lo que parecía ser el estudio del hechicero, que hacía las veces de biblioteca privada. Dan había examinado por encima los títulos de los libros y eran tan oscuros y retorcidos que se apartó con cierta reserva.
Su atención la centró en el escritorio donde Zarok parecía pasar mucho tiempo, tomando notas sobre sus experimentos mágicos. Dedujo que allí encontraría la pista para poder continuar, puesto que arriba había dado con una puerta cerrada que conducía, por lo que decía el cartel del pasillo anterior, “Al dispositivo”. Pero faltaba la llave y Dan no la encontraba por ningún sitio.
La sala donde se encontraba era circular; las paredes estaban cubiertas con estanterías repletas de libros en sus partes altas, mientras que el escritorio parecía dominar el lugar, por lo que dedujo que era importante. Había también una cascada cuyo sonido invitaba a la relajación y a la meditación. En un rincón había un cofre muy sospechoso pero necesitaba introducir una especie de combinación númerica que obviamente desconocía; Dan pasó un par de minutos rascándose el cráneo puesto que en vida no había visto nada igual.
Soltó un resoplido – si es que el sonido que produjo podía nombrarse así – apartó el Libro de Hechizos a un lado junto con algunos pergaminos ilustrados con todo tipo de diagramas, dibujos y letras y tomó otro libro, más fino, en cuya portada de cuero podía leerse “Diario de Zarok”

Dan lanzó un par de miradas a los lados para asegurarse de que el hechicero no andaba por ahí y abrió el diario, consciente de que violaba la privacidad de Zarok… pero al fin y al cabo, se lo merecía por las fechorías que había cometido.
Pudo leer:

"Cien años llevo exiliado, abrigándome con mi ira, alimentándome de mi sufrimiento, relajándome con mi angustia. Pero pronto todos me las pagarán. Fortesque incluido  – llegados a este punto Dan leyó con más interés -  “¡Primero desbarata mis planes para conquistar Gallowmere y luego se atribuye póstumamente mi muerte! Cuando le encuentre, le voy a dar unas cuantas patadas al más puro estilo medieval en su esquelético trasero. La verdad es que nunca me cayó bien. Siempre por la corte, molestando. “¿Adónde vas con ese gato muerto Zarok? “. ¿De dónde has sacado ese cerebro, Zarok?” ¡¡Estúpido metomentodo!!…"

Las siguientes páginas se podían resumir en insultos contra Fortesque, dibujos de Fortesque sufriendo diferentes tormentos como ser hervido en aceite o siendo desmembrado por caballos de tiro o asaetado y quemado vivo. También había garabatos, palabras ininteligibles para Dan por estar escritas con runas y, por supuesto, entradas irrelevantes donde Zarok se decía lo hermoso que era. 
- A alguien le falta un tornillo, creo yo – opinó Morten, quien se había asomado por la cuenca vacía de Dan para fisgonear.
Fortesque asintió con la cabeza,  tomó el libro con las puntas de los dedos como si quemase y lo dejó a un lado. Entonces vio, bajo el cráneo de una cabra, unos papeles que le llamaron la atención. Los examinó, pensativo:
Parecía tratarse de una combinación para abrir el cofre que había visto. Dan volvió a rascarse la cabeza, se acercó al cofre y vio que la combinación tenía exactamente cuatro dígitos… además de que el dibujo era bastante sugerente, por lo que la solución a este acertijo era la combinación correcta. El problema es que no conseguía dar con la solución. ¿Por qué no prestó nunca atención en matemáticas? Ah sí, porque se las pasaba durmiendo o haciendo avioncitos de papel… o castigado por hacer esas cosas, sí. ¡Maldición!




- Caray, yo que pensaba que esto era pequeño – dijo Maggot.
- No podemos salir por aquí – dijo Emily, mirando con curiosidad la mano que sobresalía de la pared donde justo encima tenía el cartel de “Al dispositivo” – Creo que necesitamos alguna especie de llave que no tenemos… de todos modos ésta no parece la puerta correcta, debería poner “Salida” o algo por el estilo.
Siguieron avanzando hasta llegar a un recodo.
- ¡Aaah! – exclamó Maggot cuando apareció un diablillo justo por el otro corredor.
Emily no se hizo de rogar. Se arrancó el brazo izquierdo y atizó repetidas veces al diablillo en la cabeza antes de que pudiera decir “hola”. La criatura cayó inconsciente al suelo y empezó a roncar.
- ¡Uf! Eso estuvo cerca – dijo Maggot mientras Emily también suspiraba de alivio – Será mejor que sigas de esa guisa, no vaya a ser que salgan más…
A continuación pasaron una arcada y entonces vieron unas escaleras que descendían. 
- ¿Oyes eso? – preguntó Emily – Parece una cascada. ¡Quizá sea la salida!
- ¿Estás segura? Llevamos un buen rato dando vueltas…
- ¡Claro que sí! Espera y verás…




Dan estaba ensimismado, devanándose los pocos sesos que le quedaban, intentando resolver el acertijo. En ese momento escuchó un ruido distante, como de pasos. Se incorporó, tensándose, escuchando con atención. Pocos segundos después comprobó que efectivamente alguien se acercaba. Miró a su alrededor pero no había ningún sitio donde esconderse para preparar una ofensiva así que se metió bajo la arcada que había debajo de la escalera. 
Escuchó el inconfundible sonido de un taconeo reverberando en las paredes de piedra. Dan se pegó más a la pared, con la espada alzada y su único ojo puesto en la esquina del arco, lugar por el que doblaría quien quiera que estuviese viniendo.
- No estoy perdida, cállate y déjame pensar... No, no pienso regresar por donde hemos venido. Dime ¿qué sentido tendría? Tenemos que salir de aquí…
Se trataba de la voz de una joven mujer pero eso no amilanó a Fortesque. Podía tratarse de algún hechizo de Zarok para que bajara la guardia. Además, por algún motivo, parecía hablar consigo misma.
- ¡Míralo, una cascada! ¡Te lo dije! -  esta vez sonó muy cerca, casi al lado – Quizá si salimos de aquí podamos advertir a Sir Fortesque…
Dan no se quedó de piedra cuando escuchó su nombre, lo cual hubiera sido comprensible, sino cuando escuchó la voz tan de cerca... esa voz… decidió asomarse a echar un vistazo.
Recortada contra la cascada observó a una resplandeciente figura blanca, alta y estilizada. No podía ver el rostro de la recién llegada porque estaba de espaldas y además portaba un velo que llegaba hasta el suelo y que ondulaba por la brisa que entraba por la abertura de la cascada. El vestido se desparramaba en una amplia cola que se arrastraba por el suelo con un discreto frufrú. No se le pasó por alto que su indumentaria había conocido días mejores; no sólo por la suciedad y los desgarrones, si no porque la tela parecía vieja. 
Dan se la quedó mirando, esperando a que ella volviera la cabeza. Quería verle el rostro. Depositando el escudo en el suelo sin hacer ruido alargó la mano recién liberada hacia el velo.
- ¡Qué decepción! – dijo ella -  Por aquí no podemos salir…
Fue entonces cuando algo alargado y pequeñito surgió de la figura.
- Quizá haya otra salida por aquí, veamos – dijo “eso” - déjame echar un vista… ¡¡¡aaaaah!!!!
El gusano – porque eso era - gritó al verle, delatándole. Dan no tuvo tiempo de hacer nada cuando la chica se volvió presta y le atizó en pleno rostro.
- Para, para ¡para! – gritó Fortesque y, dejando caer la espada, se protegió la cara con los brazos, retrocediendo contra la pared.
Encajó tres golpes más en toda la cocorota y el ojo que le quedaba bailó en la órbita. Entonces escuchó una exclamación de la muchacha entre los gritos del gusano, que pedía la sangre de Zarok.
- Espera Maggot ¡no es el hechicero! – exclamó ella, dejando de golpearle por fin.
Fortesque se rascó la cabeza allí donde le habían golpeado, gruñendo por lo bajini, pero se detuvo cuando vio al fin el rostro de la chica. Su sorpresa fue mayúscula cuando se dio cuenta que estaba delante de una novia… cadáver. Su piel poseía el tono azulado de los muertos. El velo que se agitaba por detrás de ella junto con el vestido blanco vaporoso le daba un aire de lo más etéreo, fantasmal. En su única mano sostenía su otro brazo, que estaba totalmente descarnado y que sin duda era lo que había usado para golpearle. Sus ojos eran muy grandes, sus labios gruesos y rosas. En vida debió de ser una muchacha preciosa y en la muerte aún seguía siéndolo, pensó Dan, a pesar del hueso de la mandíbula que se dejaba ver en un agujero en su mejilla, las costillas que asomaban por debajo del traje y el brazo arrancado… por no hablar del gusano carroñero que asomaba por uno de sus oídos. Automáticamente su propio gusano se asomó y prorrumpió en una salva de saludos hacia el gusano de la novia, que respondió muy animado. 
- ¡Anda mira! ¡Un pariente lejano! – exclamó Maggot loco de contento.
Emily en cambio contemplaba con cierto recelo a Fortesque, ya que no le gustaba el modo tan descarado en que éste la miraba, ahí despatarrado ridículamente en el suelo. 
Pero es que él no podía mirarla de otra manera porque ¡era la dueña de la voz que escuchaba en su cabeza! Y al verla vio que era… era…
- Perfecta – musitó.



- ¿Qué has dicho? - le preguntó ella enarcando una ceja.  
Dan tragó saliva en un acto reflejo. La expresión de ella, que era francamente hostil, le amilanaba un tanto.  
Pero entonces los ojos de la muchacha vagaron por su armadura, su espada y su escudo.
- Un momento – dijo y suavizó su semblante - ¿Acaso eres un caballero?
- S-soy – contestó él, pero se interrumpió. Ella había mencionado a Fortesque, por lo cual le estaba buscando y si no era capaz de reconocerle cuando le tenía adelante ¡es porque no sabía el aspecto que tenía!. Carraspeó cuando una idea se formó en su cabeza – Soy amigo del capitán sir Fortesque, su… escudero. Me llamo Daniel...
La chica abrió sus enormes ojos como platos y esbozó una radiante sonrisa que casi, sólo casi, le hizo sentir que sus huesos se derretían.
- ¿Conoces a sir Fortesque? ¡Es necesario que hable con él ahora mismo! ¿Dónde está? – preguntó mirando en todas las direcciones.
Él se incorporó despacio sintiendo un nudo en el estómago, lo cual era absurdo puesto que no tenía desde hacía bastantes décadas. Pero Dan sabía que esa sensación se debía a la decepción interna por saberse poca cosa, por estar delante de algo que percibía como fuera de su alcance.
- Cerca – dijo torpemente, y se limpió el polvo de la armadura.
Sólo entonces Emily le miró y se llevó al rostro una mano.


- ¡Oh! ¡Siento muchísimo haberte golpeado, Daniel! ¿Estás bien?
Ella parecía realmente arrepentida y preocupada. No fue capaz de contestar porque apreció su gesto.
- ¡Eh amigo! ¿Acaso tenemos monos en la cara? – preguntó Maggot, aún asomado por la oreja de Emily quien había estado estudiando atentamente al supuesto escudero.
- ¡N-no! E-estoy bien, gracias – repuso Dan y frunció el ceño. “¿Qué te pasa? Cálmate” se dijo. Luego carraspeó y recogió el escudo y la espada del suelo bajo la atenta mirada de la chica.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó.
- ¡Ay, sí, perdona mis malos modales! Me llamo… Victoria, Victoria Everglot – mintió Emily mientras se colocaba el brazo en su sitio con un crujido.
¿Por qué le mentía? Pues porque se había quedado de lo más desconcertada cuando aquél esqueleto se había presentado como escudero de sir Fortesque. ¿Por qué el caballero usaría a un no muerto? Y además ¿qué hacía ahí escondido acercándose a una dama por la espalda de manera sigilosa? 
“Ya veremos” se dijo.
- ¡Soy Morten! – saludó el gusano de Daniel volviéndose a asomar y Emily le dedicó un pestañeo a modo de saludo.
- Y yo soy Maggot… ¡Hola!
- Ho-hola… Victoria…Es un nombre muy bonito…
- ¿Y sir Fortesque? – preguntó ella, con los brazos en jarras - ¿Va a venir?
- ¡Oh, sí! Bueno él… él está ocupado ahora con… un problema sí… y yo… eeem… yo me he adelantado a echar un vistazo... aunque me encontré con un problemilla…
Emily le miró con los ojos entrecerrados, cada vez más confundida. ¿Por qué sentía aquel hormigueo que siempre sentía en su estómago antes de transformarse en mariposas? Cuando se lo estaba preguntando él le alargó el trozo de papel del acertijo. 
Emily lo estudió con detenimiento. Maggot, muy interesado, también le echaba un ojo asomado desde su oído. Morten por su parte, bostezó algo aburrido y se escurrió en las profundidades de la cabeza hueca de Fortesque.
- He… hemos de llegar al dispositivo de Zarok – explicó Dan – Fortesque me ha encargado que abra el acceso. Es necesario que destruya ese dispositivo mágico… pero no encuentro la llave y creo que ese papel me ayudaría…
- ¡Oh, yo sé, yo sé la respuesta! No, espera, no, no la sé – dijo Maggot, rascándose la cabecita con la punta de su cola.
- Chisst, cállate Maggot, no me dejas pensar – le regañó Emily y se puso a dar vueltas por la estancia mirando con el ceño fruncido el acertijo.
- Oye, respecto a sir Fortesque – empezó Dan - ¿Qué opinión tienes de él?
- No lo sé, no le conozco en persona – dijo Emily sin levantar la vista del papel – Más bien debería preguntártelo yo a ti. 


- Bueno sí… pero ¿qué sabes de él?
Emily se detuvo por un momento, le miró y luego sonrió.
- Poca cosa. No soy de por aquí ¿sabes? Se supone que nos ata un vínculo, aunque tampoco sé el motivo. Se supone que es un héroe ¿no? 
Dan asintió, sumamente interesado. Emily hizo un alto y se atrevió a continuar.
- ¿Puedes decirme cómo es? ¿Acaso alto, fuerte, bien parecido? ¿Posee largos cabellos ondulantes, mentón poderoso y porte arrogante? Supongo que estará lleno de la vitalidad que nosotros ya no tenemos. ¡Seguro que en sus ojos se ve una férrea determinación que le impulsa a seguir adelante, a no perder la esperanza de salvar a su amado reino de las garras del perverso hechicero a pesar de los horrores innombrables, las bestias mágicas y otros múltiples peligros a los que se habrá tenido que enfrentar! ¿He acertado?
Dan no supo qué contestar porque se dio cuenta de que cuando ella hablaba de Fortesque – o sea, de él mismo – parecía tener una idea muy romántica  de su apariencia y forma de ser, la típica que muestran los cuentos clásicos. Se le antojó que Victoria era una muchacha de lo más soñadora que había crecido, al igual que él, escuchando esas historias y en ese momento más que nunca decidió que no merecía la pena decirle que él era ese héroe que en tan alta estima tenía.
- Pues…
- ¿Cómo es que lleva a un escudero como tú? 
- ¿Eh, quién yo? ¡Ah! Sí… bueno… yo era… ahm…
Dan carraspeó. Emily le miraba expectante. Entonces algo encajó en su cabeza, aquella faceta suya que siempre mostraba en vida.
- Fui escudero de su abuelo; ambos participamos en la batalla de Gallowmere y morimos allí sí… ehm, bueno, cuando todo esto pasó decidí buscarle porque sabía que él no se quedaría de brazos cruzados ante esta situación – lo dijo sin pensar, de carrerilla, descubriendo con cierta molestia lo sencillo que le seguía resultando mentir si se lo proponía – En cuanto a su descripción decir que te has acercado bastante.
Se hizo un pequeño silencio en la sala.
- Ajá… bueno, me gustaría hacerte una última pregunta, Daniel.
- ¿Sí?
- Él… ¿él sabe de mi? Es decir… ¿Es verdad que ha escuchado mi voz? Porque… porque yo…
- Sí – dijo él y emitió un suspiro sin que ella le oyera.
Emily asintió. Pero ¿por qué, por qué parecía apenada?
- Gracias por contármelo. Aunque preferiría que no le dijeras que me has visto… bueno por… por lo que es evidente – dijo Emily, con un tono un tanto nostálgico en su voz.
Dan frunció el ceño, ya que no entendía que quería decir ella con… ¡ah!
- De acuerdo.
- Gracias de nuevo.
Ella le sonrío y volvió a mirar el papel mientras él se sentía lo peor de la existencia por mentir a aquella quien acababa de decirle abiertamente que sentía la misma desilusión que él por su aspecto marchito. Súbitamente sintió la necesidad de decirle la verdad, de decirle que no debía sentirse apesadumbrada por querer gustarle a Fortesque porque él no era un vivo…
- ¡Eureka! – exclamó Emily, sacándole de sus pensamientos - ¡Ya está! ¿Hay pluma? 
- Allí – dijo Maggot, quien había estado extrañamente callado, señalando el escritorio de Zarok.
Emily soltó una risita entre dientes y en vez de acudir caminando al escritorio lo hizo dando un par de vueltas sobre sí misma, agitando sus cabellos, el velo y la cola de su vestido con una gracia y soltura que más de un vivo envidiaría. Luego tomó la pluma y escribió sobre el papel.
- Aquí tienes.
Dan tomó el papel y miró sorprendido lo que ella había escrito: 


- ¡Genial! – exclamó, muy contento - ¡Ha sido increíble Victoria!
Entonces se apresuró hasta el cofre, introdujo los números que había escrito ella y el cofre se abrió. Con una gran sonrisa – o el equivalente, teniendo en cuenta de que carecía de mandíbula inferior – se volvió hacia Emily, quien no había podido evitar sentirse halagada. Luego se asomó para ver qué había en el interior de aquél cofre.
Aparte de unos documentos que versaban sobre la propiedad de las tierras donde se erigía el castillo, un peluche de un perrito un tanto ajado, joyas y dinero en efectivo hallaron una Runa del Caos. Emily observó con curiosidad que era del mismo color que la mano que había visto en la puerta del fondo del pasillo del cartel “Al dispositivo”.
Saltaba a la vista que era lo único de ese cofre que interesaba a Daniel. A continuación él se incorporó y se volvió a Emily.
- Muchas gracias Victoria. Sin ti no lo habría conseguido.
- No exageres, no era tan difícil – repuso ella pero estaba encantada con los halagos.
- Sí que era TAN difícil – dijo él, desviando la vista, luego volvió a mirarla – Sir Fortesque me confesó que nunca hubiera podido llegar hasta aquí sin tu ayuda. Déjame agradecerte en su nombre toda tu ayuda.
- Dile de mi parte que ha sido un placer echar una mano – repuso Emily, muy azorada por sus palabras – Quizá si no estuviera tan lejos yo mismo pudiera decírselo…
- ¿Tanto te gustaría conocerle? – preguntó Daniel y Emily detectó un brillo extraño en su ojo – No creo que sea mala idea. A fin de cuentas él se moría de ganas por conocerte a ti.
Emily tragó saliva y agradeció de todo corazón, por una vez, estar muerta porque de lo contrario se estaría ruborizando hasta la raíz del cabello.
- Es mejor así… Creo que se hubiera llevado una honda decepción si me hubiera visto de esta guisa. Sin duda no soy lo que él esperaba; seguro que aguardaría a una muchacha de mejillas sonrosadas, con un palpitante corazón y que pueda respirar. 
- Él está más cerca de lo que crees, pero si no deseas verle, que así sea. Eso sí, sin duda puedo asegurarte que no, que no eres cómo él se esperaba si no mucho mejor…
La novia, al escuchar esas palabras, sintió de nuevo aquél hormigueo en el estómago, como si un centenar de mariposas revolotearan todas al unísono en su interior con ánimo de salir volando. A pesar de que sólo tenía un ojo Daniel la observaba con tal intensidad que no era capaz casi de sostenerle la mirada.
Sin embargo fue él quien bajó la vista primero y carraspeó.
- Se-será mejor que me marche – dijo él mirando la Runa del Caos que aún sostenía en la mano – Buscabas la salida cuando nos hemos encontrado ¿verdad?
Ella asintió.
- Sé dónde está. Podría acompañarte, si quieres.
- No hace falta, tan sólo dime por dónde se va.
Dan quedó un poco decepcionado pero le dio las señas y en ese momento recordó algo pendiente.
- Ahora que me acuerdo ¿no habrás visto a una tal Emily por aquí? – preguntó Dan.
- Quizá… ¿por?
- Rokh, el ave que me trajo hasta aquí, la está buscando y me pidió que la pusiera a salvo.
- Oh, por eso no te preocupes. Ella… ella ya está a salvo.
Se hizo un incómodo silencio. Dan sacudió la cabeza porque no entendía nada pero tampoco tenían mucho más tiempo.
- Si tú lo dices… pero Victoria, tienes que salir de aquí. Las cosas podrían ponerse feas ¿de acuerdo?
- Sí.
Tras dedicarle una sonrisa Daniel subió por las escaleras y antes de marcharse se volvió a mirarla una última vez. Emily le sonrió y le despidió con la mano y entonces él desapareció por la puerta.
- Vaya – comentó Maggot asomándose de nuevo al exterior. Emily ni se había dado cuenta de que se había quitado discretamente del medio – No está mal para ser un esqueleto…
- ¡Daniel! – llamó Emily y cómo él no volvía subió corriendo las escaleras… y casi se chocó con él de frente cuando llegaba a la puerta.
Emily ahogó un grito y osciló al borde de las escaleras pero Daniel la sostuvo y la atrajo hacia así para evitar que cayera.
- ¡Victoria! ¡Lo siento! ¿Estás bien?
- ¡Sí, sí!
- ¿Me llamaste?
- Sí yo sólo… quería desearte buena suerte.
Daniel se quedó mirándola unos segundos.
- ¿Estás segura que no quieres que te acompañe primero a la salida? – repuso entonces él de una manera un tanto nerviosa– Es probable que aún queden diablillos por aquí y me quedaré más tranquilo si sé que estás en buenas manos.
Emily sintió un leve momento de pánico porque Rokh podría, sin quererlo, delatar su mentira.  
- ¡N-no debes molestarte, de verdad que no! Pero si tanto te apetece… Es más, quizá debería yo acompañaros a vosotros.
- ¿Qué? ¿A quiénes? ¡Ah! – exclamó él por casi meter la pata - ¡De eso nada! Sir Fortesque no estaría de acuerdo. Debes ponerte a salvo por lo que pueda pasar. Rokh es amigo mío, cuidará de ti.
A pesar de sus protestas Daniel, siempre por delante, la acompañó hasta el exterior. 



Una vez fuera miró hacia el cielo y agitó los brazos pero no se veía a ningún ave. Dan miró a Emily, un poco avergonzado, e insistió.
- Creo que no me ve…
- Déjame a mi – repuso Emily tranquilamente.
Levantando sus brazos paralelos al suelo alzó su voz, cantando a los cielos una dulce melodía, la misma que empleó cuando le hizo la petición de que le ayudase. Daniel sólo pudo contemplarla encantado, cómo cantaba con los ojos cerrados y el velo ondulando a sus espaldas por efecto del viento.
Entonces se escuchó un graznido que reverberó en la roca y al poco apareció Rokh aleteando hacia ellos.
- Cantas maravillosamente bien – alabó Daniel.
Emily le dedicó una de sus mejores sonrisas y luego se volvió hacia Rokh. Justo cuando él abría el pico para decir algo ella se adelantó.
- ¡Aquí está Victoria! – exclamó con cierto énfasis - ¡Cuánto me alegro de verte Rokh! Emily me pidió que te dijera que está bien y ya se volvió a su hogar…
Rokh la miró de hito en hito pero se percató del gesto que la muchacha le hacía casi de manera imperceptible hacia Daniel, que estaba detrás de ella. Luego se percató del gesto que le hacía Fortesque, negando con la cabeza y como cortándose el cuello con la mano y por un momento Rokh se sintió el pájaro más perdido de Gallowmere.
- Muy… bien – consiguió decir, ladeando la cabeza – Me alegra escuchar eso…

- ¿Has visto a Sir Fortesque? – preguntó a su vez Dan, dándole también un sugerente énfasis a sus palabras.
- Sí… él… está llegando, sí…
- ¡Espléndido! – exclamó Dan, dando una palmada y frotándose las manos - ¡Manos a la obra pues! Será mejor que me vaya adelantando, sí…
Emily se volvió a él.
- Gracias por acompañarme.
- No, gracias a ti por resolver el enigma.
- Aah… Ya te he dicho que no era difícil. Era sólo cuestión de pensar un poquito.
- Era difícil y estuviste genial…
“¿Qué demonios les pasa a estos dos?” – se preguntaba Rokh observándoles con una mezcla de curiosidad y ternura.
- Rokh ¿puedes llevar a Victoria a un sitio seguro? Zarok no tiene a ningún otro sitio huir y esto podría ponerse… complicado – pidió Daniel.
- Cuenta con ello, amigo mío.
- ¿Estás seguro que no quieres que vaya con vosotros? – preguntó Emily – Por culpa de Zarok estoy aquí y…
- Totalmente queda descartado sí – repuso él y entonces tomó la mano de Emily y se la llevó hasta sus labios ausentes  – Ha sido… ha sido un placer conocerte, Victoria.
- Lo mismo digo, Daniel. Cuídate.
Él sostuvo su mano unos segundos más y luego se adentró rápidamente en el edificio sin volver la vista atrás.






[Relatos oníricos] La Niebla Roja - Epílogo (FINAL)

 


10 años después…


Era un nublado y lluvioso día de noviembre. La lluvia caía inexorable sobre el atasco, haciendo que los parabrisas de los coches funcionaran a pleno rendimiento. El ruido de éstos frotando los cristales de los vehículos, junto con el repiqueteo de la lluvia en las carrocerías y el sonido ocasional de algún claxon era todo lo que se escuchaba aquella mañana.


De todos los coches detenidos aguardando que el tráfico se reanudara había uno a destacar. Se trataba de un BMV blanco de cinco puertas en cuyo interior había tres ocupantes. 

Uno de ellos era una niña pequeña iba sentada en la parte de atrás. Jugaba con una muñeca, totalmente ajena al atasco. Llevaba el pelo castaño recogido en dos graciosas coletas y sólo tenía ojos para su compañera de juegos. A su lado tenía la mochila de la escuela, de tela de diferentes colores: naranja, azul y amarillo. 

De fondo se escuchaba el murmullo de la radio y ahora sí podía entender lo que decía:

- … un nuevo hallazgo de lo más inquietante, toda una familia – decía el locutor – Al parecer las medidas del gobierno y de las fuerzas militares no han servido de mucho para contener su expansión. Algunos vecinos aseguran que la familia había tenido un comportamiento extraño los días previos al descubrimiento. Mencionaban algo de una Niebla Roja, un zumbido constante en sus cabezas y el deseo de ir al encuentro de algo desconocido durante la noche. Los cuerpos presentaban unas heridas de lo más extrañas y, aunque nos ha costado lo nuestro, hemos accedido a la información. Al parecer todos ellos tenían las cajas torácicas destrozadas, abiertas hacia fuera y…

Justo en ese momento la radio enmudeció. Pudo sentir cómo se le erizaba el cabello de la nuca y miró con cierta lástima y anhelo a la niña que tenía a su lado. Ésta levantó la vista, extrañada.

- ¿Por qué has apagado la radio papá? – preguntó.

- Porque no me gustaba lo que oía, cariño – contestó Stephen con suavidad pero su rostro parecía tenso. Luego metió primera y el vehículo reanudó su lento avance. 

Stephen vio cómo la niña estudiaba su rostro a través del espejo retrovisor así que esbozó una mueca que la hizo sonreír y reanudó sus juegos con la muñeca. El rostro de él se volvió serio de nuevo una vez ella dejó de observarle. El coche no avanzó mucho, pues el semáforo se puso en rojo. 

Stephen comenzó a golpear el volante con los dedos en un sonido rítmico y constante mientras que sus ojos oscuros se posaban en algún punto en la distancia. 

- Está preocupado, mi pobre, pobre Stephen – pensó – Porque lo sabe… sabe lo que está sucediendo… y lo que puede suceder.

Ella había conseguido mostrárselo a través de sus sueños; por mucho que le doliera hacerle sufrir era necesario para ponerle sobre aviso. Estaba sentada en el asiento trasero, justo detrás de él. A pesar de que sabía que sería inútil extendió su mano para tocarle la nuca y el hombro pues deseaba reconfortarle. Aunque él ya no era suyo seguía amándole y deseó fervientemente, por enésima vez, que pudiera estar de nuevo con él… pero eso era imposible. Volvió la cabeza y vio que la niña la estaba mirando… esa niña que en su momento pensó que sería su hija pero que no lo era, la misma niña que había visto en sus visiones con Alpha Prime, sólo que en una versión más infantil. Algunas veces, durante todos estos años que ella había estado presente, había creído que la niña la había visto, e incluso a veces juraría que la niña le había hablado… pero nunca tenía la certeza absoluta hasta que un día les dijo a sus padres que tenía una amiga imaginaria a la que llamaba Lia… La niña la observó unos segundos más, con unos grandes ojos castaños idénticos a los de su padre, pero los desvió cuando vio que su padre tomaba el teléfono del coche y se ponía a marcar. Le miró con curiosidad.

- ¿Qué haces?

- Llamar a tu madre.

- ¿Por?

Él tardó unos segundos en contestar. Luego murmuró casi más para sí que para ella, con los labios de Amelia repitiendo en silencio las palabras que él diría en voz alta:

- Porque necesito escuchar su voz…

Amelia cerró los ojos y lloró. Había visto su futuro y ella no sabía si podría hacer algo por cambiarlo… pero seguiría intentándolo.


[Relatos oníricos] La Niebla Roja - Capítulo 3


El día había amanecido gris y lluvioso y a aquella hora de la tarde seguía estando gris y lluvioso. Había bajado del autobús y, aunque sabía que estaba en la dirección correcta, volvió a revisarlo en el papel. Apenas podía reconocer su propia letra. La lluvia enseguida lo reblandeció e hizo que la tinta azul del bolígrafo con el que había escrito se emborronara pero a él no le importó. 


Alzó la vista, dejando que la lluvia empapara su cabello negro y su abrigo de fieltro gris. La gente que pasaba a su alrededor le era totalmente ajena, al igual que el mundo que le rodeaba… salvo una pareja joven que se dedicaba grandes sonrisas de afecto. ¿De verdad podría haber gente en esos momentos que fuera feliz? ¿Gente que estuviera en sus hogares, de paseo o haciendo la compra como si nada anormal ocurriese? Él mismo debería haber estado en casa corrigiendo trabajos pero en su lugar se encontraba en este sitio. 

Miró el edificio de bóveda redonda durante un buen rato, estudiando el edificio de ladrillo rojo y tejado verde, y luego cruzó la calle. Se encaminó hacia la entrada pero apenas dio unos pasos se desvió completamente y se detuvo en el pequeño callejón de al lado, intentando serenarse. El pelo negro y lacio le chorreaba gotas de lluvia pero él no le prestó atención. Se acercó un puño a la boca y lo mordió, cerrando los ojos con fuerza intentando ahogar un sollozo.

Pasados unos minutos consiguió mantener la calma. Alzó la vista, tomando una profunda bocanada de aire… ¿qué había sido eso? ¿Alguien le llamaba? Miró las ventanas de cristal que había por encima de él, a unos tres metros. Una de ellas estaba parcialmente abierta por la parte de arriba y Stephen se quedó de piedra. Pero antes de poder estar seguro de lo que estaba viendo las gotas de lluvia que empapaban su cabello le cayeron sobre los ojos. Se quitó la humedad sobrante con los dedos pero cuando volvió a mirar el rostro familiar que había creído ver al otro lado ya no estaba detrás del cristal.

Por un momento había creído escuchar su voz y verla pero allí no había nadie… además era totalmente imposible. Y él lo sabía. ¿Acaso se estaba volviendo loco?  Apesadumbrado sacudió la cabeza, tomó aire de nuevo y decidió acabar cuanto antes. Se dio la vuelta y enfiló hacia la entrada, consiguiendo pasar por la puerta de cristal.


- ¿Señor Williams? Soy el Mayor Evans. Lamento haberle hecho venir pero necesitamos que corrobore su identidad… ya me entiende.

- Sí…

El Mayor Evans, un hombre de color con el pelo moreno ribeteado de canas que vestía su uniforme y portaba una carpeta que ponía “Clasificado” en una de sus manos, enfiló el pasillo acompañando a Stephen en uno de los momentos más duros de su vida. Detrás de ellos iba otro militar cuyo papel era meramente administrativo.

- ¿Puede decirme al menos cómo ocurrió?

- Verá señor Williams, me temo que eso es información clasificada…

- A la mierda su información clasificada. Ya que trae la carpeta haga el favor de usarla.

Al pronunciar estas palabras Stephen no alzó su tono de voz y eso fue lo que hizo que el Major Evans y el militar administrativo se detuvieran. Evans estaba claramente incómodo y levantó las manos en un claro gesto conciliador.

- Mire, señor Evans – comenzó, mientras Stephen se pasaba la mano por el cabello húmedo y luego por el mentón – Lamento de verdad hacerle pasar por este trámite y lamento mucho más la pérdida de su esposa…

- Prometida – rectificó Stephen intentando que las lágrimas no asomaran a sus ojos enrojecidos – Nosotros… íbamos a casarnos en unos meses.

Evans torció la boca y agachó la cabeza, asintiendo.

- Lamento mucho la pérdida de su prometida, pero debería bastarle saber que ella murió en cumplimiento de su deber. Recibirá honores y una condecoración al valor…

- Todo eso no me importa ahora mismo, mayor. Yo lo que necesito son respuestas… respuestas que, aunque no me la traigan de vuelta, ayuden a mi alma a salir de ésta. ¿Comprende? Todo el futuro que habíamos construido, todo lo que habíamos soñado se ha esfumado… porque ella, efectivamente, cumplió con su deber y eso le costó la vida.  Y estaré orgulloso de ella en el futuro pero por ahora todo lo que siento es un dolor tan lacerante que no se lo desearía a nadie. Nunca. Voy a ver su cuerpo para que ustedes puedan poner el sello de identificado obteniendo a cambio una visión que estoy seguro que tardaré años en borrar de mi mente. Firmaré lo que sea, aunque estipule que si algún desdichado día dentro de cincuenta años me vaya de la lengua y alguien tenga que venir a meterme un tiro entre ceja y ceja… pero si me deniegan el saber lo que le sucedió no espere que yo traspase esa puerta.

El administrativo y el mayor intercambiaron una breve mirada. Luego Evans torció el gesto y alzó la carpeta que tenía en la mano, leyéndole su contenido.


Unos quince minutos después Stephen entró en la morgue, seguido de cerca por el Mayor Evans y el empleado administrativo. En mitad de la antiséptica sala había una mesa metálica sobre la cual descansaba un cuerpo tapado por una blanca sábana. Stephen se puso delante con el rostro de piedra mientras que sus acompañantes se quedaban unos pasos por detrás. A un gesto del mayor el forense destapó el cadáver y fue cuando Stephen se quebró en mil pedazos. Sus labios se curvaron en una mueca de paroxismo de dolor, su cuerpo se sacudió en un temblor y sus ojos se anegaron en lágrimas mientras intentaba contener un sollozo. No pudo decir nada pero asintió con la cabeza. El forense miró de nuevo al mayor que asintió con a su vez. El cuerpo volvió a quedar cubierto.

Stephen se dio la vuelta precipitadamente y abandonó la sala abriendo las puertas con tanto ímpetu que rebotaron contra las paredes del pasillo exterior. El empleado administrativo se dispuso a ir detrás de él pero el mayor le detuvo.

- Ya ha hecho todo lo que tenía que hacer. Déjele en paz.

Luego él mismo abandonó la estancia seguido por el empleado. El forense no tardó mucho después en marcharse también.

En esa misma sala, en una de las esquinas opuestas a la puerta, un alma atormentada se descomponía en medio de su sufrimiento.

[Relatos oníricos] La Niebla Roja - Capítulo 2


Según los planos que encontraron en el ala administrativa la salida de emergencia les proporcionaría un atajo para llegar a la salida. Sin embargo era muy probable que se activara la  alarma una vez traspasaran la puerta. 

Amelia, aún algo conmocionaba por lo que acababa de pasar, había vuelto a sentarse. Levantó la cabeza para mirar a sus compañeros: a pesar de que era imposible en su mente retumbaban las voces de Bridges y Ross, que discutían la mejor forma de abordar la situación.  Amelia bajó la cabeza y se llevó las manos a las sienes y se las masajeó, cerrando los ojos, mientras un pitido crecía en el interior de sus oídos ahogando las voces… o potenciándolas. ¿Qué le estaba pasando? ¿Acaso se estaba volviendo loca? No, porque ella había pensado en Lewis y todos lo habían visto, igual que ella lo había visto de ojos del monstruo que lo había matado. ¿Acaso tenían un vínculo mental entre ellos y aquellos monstruos? ¿Ahora tenían un don? Pero ¿cómo funcionaba? Siempre que intentaba responder sus preguntas veía de nuevo aquella sala, la Cámara, de paredes negras y brillo verdoso. En el centro un pedestal y, sobre él, el Tótem…  No, fuera, fuera de la mente. No importaba si el Tótem o la Cámara eran los responsables pero poco importaba. Eso no les ayudaría a salir. Un momento ¿Qué ocurría? ¿Y por qué entraba tanta claridad por las ventanas si estaban bajo tierra todavía? Miró a Ross, Henson y Bridges pero seguían enfrascados en concretar su plan. Amelia decidió no molestarles y se asomó por la ventana más pegada a la pared y se dejó llevar por la visión relajante de la ciudad bajo la lluvia…

- Tan cerca y a la vez tan lejos – susurró.

Entonces le vio. Apoyó la mano en el cristal con los ojos abiertos como platos mirando sorprendida al hombre de cabello negro que se veía por la ventana.

- Stephen – murmuró.

No se dio cuenta que sus tres compañeros restantes se habían acercado a echar un vistazo. 

- Es imposible – dijo Ross – Él no está aquí, Amelia. Es… es imposible…

Pero ahí estaba y los ojos de Ross al contemplarle casi se salían de las órbitas. Stephen, pues él era, tenía unos treinta y seis años, era delgado, de cabello negro como ala de cuervo enmarcando un rostro pálido de nariz algo prominente, un aspecto de su fisonomía que le había costado bromas de lo más crueles en su época de estudiante.  Se cubría la garganta con una bufanda gris y el abrigo negro de fieltro que le abrigaba estaba bastante mojado. Su expresión parecía en extremo fatigada, con ojeras oscuras alrededor  de sus ojos oscuros, que miraban un punto fijo, con el ceño fruncido. Parecía estar aguardando algo. Amelia, que le conocía como nadie, detectó que a pesar de que Stephen parecía tranquilo, algo le inquietaba profundamente: lo sabía por lo rígido de su postura, por los hombros ligeramente adelantados… y por esa mirada. Entonces echó a andar, cruzando la calle, hizo un cambio de dirección brusco y se dirigió adonde ellos estaban, justo debajo de la ventana.

- ¡Stephen! – llamó, golpeando el cristal pero el hombre no la oyó.

Desesperada intentó abrir la ventana subiéndose a una de las sillas. Consiguió abrir la parte superior, que era abatible, y se coló un aire fresco con olor a lluvia. Sacó la mano, lo único que deseaba era tocarle, reconfortarle… reunirse con él. Pero él no parecía verla a pesar de que sus ojos se encontraron... se pasó una mano por la frente, quitándose los cabellos mojados de los ojos, y miró de nuevo las ventanas con el ceño fruncido. ¿En serio no podía verles? Hasta Ross golpeaba el cristal, llamándole por su nombre, si bien con poca convicción. Entonces Stephen se volvió y desapareció de su vista, torciendo  la esquina como si fuera a entrar en el mismo edificio donde estaban ellos… cosa que no sucedió… porque allí no había ninguna puerta que diera al exterior.

Brigdes y Ross discutían.

- ¿Qué coño está pasando?

- Esto no es real…

- ¡Huele la lluvia!

- ¡Es imposible que allí haya algo!

- ¡Pero lo has visto igual que yo Bridges, lo hemos visto los tres!

- No… no puede ser…

Amelia volvió a sentir ese pitido, ese ligero dolor de cabeza. Cerró los ojos y se masajeó las sienes, de nuevo la Cámara y el Tótem aparecieron en su campo de visión y, en el fondo, una neblina rojiza. Los gritos de sus compañeros la enfadaron.

- ¡BASTA! – les dijo. Ellos enmudecieron y cuando volvieron a mirar por la ventana… allí no había nada, tan sólo la oscuridad del pozo al que daba.

- Esos artefactos – musitó ella, en voz baja – Nos han afectado la mente.

Hubo un silencio largo.

- ¿Cómo ponía? – musitó Henson débilmente.

- ¿Cómo dices chico? – preguntó Bridges.

- En aquél galimatías de informe…  algo del ojo interior, de la cognición anómala o no sé qué coño…

- Sí, sí – dijo Ross – Algo así como que la Cámara abre el ojo interior mientras que el Tótem permite nivelar las diferentes frecuencias mentales en una única… incluso la de esos monstruos.

- ¿Qué? – preguntó Amelia, que no entendía nada.

- ¿No ves los documentales? – preguntó Ross pero a pesar de que la pregunta parecía hecha de manera burlona él no sonreía – Visión remota… percepción extrasensorial… clarividencia… telepatía.

- Me cago en la puta – maldijo Bridges – Estarás de coña, Ross.

Él negó con la cabeza. 

- ¿Qué hemos visto? – preguntó Amelia mirando fijamente a Ross.

- Hemos visto a tu prometido, Amelia pero… no era real… es decir, no al menos como lo hemos visto. Él está en otro lugar o quizá incluso en… en otro momento – se pasó una mano por el cabello, hacia atrás – Mirad, no sé cómo explicarlo. En el informe mencionaban que algunos de los que se sometieron a ambos artefactos podían ver el pasado, presente e incluso el futuro… pero de una manera inconexa e incompleta, como cuando abres un libro al azar y vas leyendo párrafos sueltos: no tienen sentido hasta que no te lees toda la historia.

- Pero ¿por qué le hemos visto a él? – insistió ella.

- No lo sé, quizá porque es importante para ti… quizá tu mente se abrió para poder verle porque le echas de menos.

- Yo también he visto cosas – terció Henson – Y no sólo eso… si no que a veces os escucho lo que los demás pensáis. Antes Ross has pensado lo bien que te vendría un café bien cargado…

- Joder, pues sí…

- Y usted, teniente, pensaba en su perrita caniche Fifi, a la que dejó con su vecina que también es buena amiga de usted…

El teniente carraspeó, incómodo pero asintió.

- Es cierto.

- Yo he visto a mi madre – continuó el joven, con la cabeza gacha – Con la piel gris, pústulas y con moscas a su alrededor, el vestido que llevaba en el funeral manchado de tierra … y bichos de diversos tipos correteándole por la piel y entre el cabello… Me decía que por mucho que lo intentara estaba destinado a fracasar igual que fracasé cuando quise cuidar de ella, luego se reía y me decía que la muerte era de color rojo y… y… Dios, y olía muy mal. A… a descomposición – su voz se quebró.

- No te castigues Henson – aconsejó Ross, poniéndole una mano en el hombro. Amelia se mordió los labios porque le dolió la expresión de abatimiento del joven soldado: su madre había muerto años atrás, sola en su casa, porque Henson había estado tan ocupado que no había podido pasarse a ver si necesitaba algo. Su madre se había subido a un taburete para alcanzar alguna especia o el tarro de los macarrones y, al ser mayor y obesa, se había caído partiéndose el cuello. Henson llevaba esa cruz sobre su conciencia.

- No tuviste la culpa ¿de acuerdo? – le decía Ross.

Varios minutos después cuando Henson se hubo calmado Bridges sacudió la cabeza.

- Estoy empezando a aborrecer ese maldito color – dijo.

- Ya somos dos – afirmó Henson sorbiendo por la nariz.

- ¿Qué puede significar?

- Ellos lo ven todo rojo – musitó Amelia y la miraron – Esos seres sólo ven el rojo y el negro... sólo ven la destrucción… lo he visto. Lewis…

- Lewis vio la Niebla Roja – concluyó Ross – Yo también la he visto pero no creo que sea una niebla como tal, si no más bien… una conciencia colectiva. ¿Entendéis por dónde quiero ir?

Asintieron… Amelia recordó aquella visión simultánea de sí misma, de Lewis siendo devorado y de otros lugares de las instalaciones.

- Lewis la vio – dijo Henson – Lo sé. Y Wikilson… y Lewis… por eso están muertos.  Yo también la he visto, pero hay una forma de evitarla.

- ¿Cuál?

- Hacer como que no la ves…

Amelia volvió a sentir un escalofrío y se hizo un incómodo silencio. Entonces Bridges carraspeó.

- Muchachos, no vamos a conseguir nada discutiendo de estos temas tan oscuros – dijo poniéndose firme – Lo mejor es que lo dejemos estar y que nos lo expliquen arriba. Os garantizo que rodarán cabezas pero de momento tenemos que centrarnos y buscar una salida.

- Pero esta visión… la hemos visto todos juntos…

- ¿Acaso no me has escuchado Henson? 

- Señor… sí, señor.

- Así me gusta. Ahora mueve el culo y ayúdame. Las alarmas sonarán y les atraerán como la miel a las moscas pero para entonces habremos montado una barricada con todos estos muebles y archivos para frenarlos.  Abriremos esa jodida puerta y saldremos de aquí de una puta vez…


Lo consiguieron. De algún modo… lo consiguieron. Cuando Amelia tuviera que explicar lo que sucedió entre que abrieron la puerta y se encontraron en el exterior, respirando el aire puro de las montañas, no sabría qué decir porque no recordaba nada en absoluto, tan sólo sensaciones: la alarma ensordecedora, el pulsante color rojo, una mano en su hombro y una voz firme (seguramente Bridges) que les apremiaba. Pero ya está, ya había pasado… estaban fuera y aquellos seres no podrían acceder al exterior porque se habían encargado de sellar el conducto por el que habían salido. Además por su tamaño dudaba que pudieran acceder al pequeño recinto al que conducían esas puertas y subir por la estrecha escalera pero eso no quería decir que tarde o temprano fueran capaces de encontrar otra salida... si no lo habían hecho ya. Debían darse prisa.

Podían ver las montañas y los bosques de coníferas, incluso la entrada a la mina y el jeep en el que habían venido. Tan sólo debían descender unos metros por la pared rocosa y podrían regresar… 

Una vez abajo Henson extrajo una radio especial de la parte trasera del jeep y así pudo dar aviso de su situación para que vinieran a recogerlos. Amelia recordaría más adelante todo esto como pequeños fragmentos casi inconexos, como si se hubiera estado desmayando entre recuerdo y recuerdo.


Varios minutos después el camión militar les devolvía a la improvisada base donde habían recibido sus breves instrucciones antes de bajar al interior de la montaña. Los militares que les recogieron no les hicieron muchas preguntas porque el ver su expresión cansada y abatida les provocó un silencio respetuoso. Sería mejor dejarles un respiro hasta que vieran a los oficiales.

Habían pasado una semana en tinieblas, según les dijeron, y ellos casi no podían creerlo. Amelia contemplaba, apoyada su espalda contra la pared del camión, el paisaje verde y montañoso que había a su alrededor. Una semilla en la más absoluta pesadilla… ya no se molestaron en taparles los ojos por lo que pudieron disfrutar (si es que era posible dados sus ánimos) del paisaje.

El pueblo de Capri (sí, así se llamaba igual que aquella isla del mar Tirreno aunque no tenía nada que ver) era precioso y aunque contemplarlo pudiera parecer un bálsamo para sus almas cansadas el equipo no halló ningún consuelo en sus casas de piedra blanca y tejados rojos, ni en su paisaje bucólico, ni en la lluvia que repiqueteaba en las ventanas. Estaban demasiado exhaustos, demasiado abatidos. El runrún del motor del camión ayudó a Amelia a relajarse, a sentir aún más sueño… un coche blanco entró en su campo de visión. Sobre él repiqueteaban las gotas de lluvia. Estaba detenido en lo que parecía un atasco matutino. Al volante iba Stephen y en el asiento trasero, detrás de él, iba sentada Amelia. Y a su lado una niña que no tendría más de diez años y que, aunque nunca había visto, le resultaba vagamente familiar. Parecía que iban de camino al colegio ya que Amelia, que estaba sentada a su lado, veía la mochila descansando sobre el asiento. Una lágrima rodó por su mejilla.

Se escuchaba el murmullo de la radio pero no conseguía entender qué decía, algo de una familia, pero el tono del locutor denotaba cierto nerviosismo. Justo cuando Amelia intentó concentrarse para aclarar la voz del locutor Stephen apagó la radio con cierta brusquedad. La niña, que había estado entreteniéndose jugando con una muñeca, miró al adulto que estaba en su diagonal.

- ¿Por qué has apagado la radio papá? – preguntó.

- Porque no me gustaba lo que oía, cariño – contestó Stephen con suavidad pero su rostro parecía tenso. El coche avanzó despacio unos metros pero el semáforo se puso en rojo. Pasaron unos minutos que Amelia dedicó a observar el rostro de su prometido, queriendo decirle muchas cosas pero sin ser capaz. No sabía el motivo pero ella se sentía terriblemente mal, muy mal. Miró a la niña de nuevo y sintió un escalofrío pues ella le miraba con tanta intensidad que parecía que la estuviera viendo realmente… ya que Amelia tenía la sensación de ser invisible, no parecía serlo para la niña. Sin embargo la niña volvió a desviar la vista, mirando hacia Stephen con curiosidad, pues él estaba tomando el teléfono del vehículo.

- ¿Qué haces?

- Llamar a tu madre.

- ¿Por?

Él tardó unos segundos en contestar. Luego murmuró casi más para sí que para ella:

- Porque necesito escuchar su voz…

La visión se desvaneció.

Amelia notó la mano de Ross en el hombro y esto hizo que no pudiera contener más las lágrimas, aliviando la tensión que estaba acumulando. Su amigo intentó reconfortarla. Volvía a estar en el camión.

- Tranquila Amelia. Ya hemos salido, recuerda, y todo va a ir bien. Ésta es la prueba – añadió en un tono de voz que intentaba sonar animado – Estoy seguro que lo que hemos visto ha sido el futuro. Todos lo hemos percibido – Amelia miró a Bridges y Henson que la observaban con semblante serio -  Te recuperarás. Stephen y tú os casaréis y tendréis una niña preciosa. Ya lo has visto.

Ella intentó sonreír pero no pudo. Es verdad que eso es lo que ella más deseaba…

- ¿Quieres casarte conmigo? 

Se había llevado las manos a la boca y le había mirado con gran sorpresa. Él había esbozado una gran sonrisa cuando se lo había pedido, el a veces taciturno Stephen. Amelia le  había mirado incrédula y luego había bajado la vista al anillo que sostenía entre ambos. Luego había cerrado los ojos, avergonzada, y había asentido rápidamente con la cabeza.

- Sí, sí… ¡SÍ!

Le había echado los brazos al cuello y él la había abrazado, a pesar de que ella pudiera estropearle la ropa por llevar el delantal manchado de aceite de la cena que había empezado a preparar. Él acababa de regresar tras un largo día impartiendo clase en la universidad pero la había abrazado con gran entusiasmo, sin preocuparse por su ropa un poco ajada. Se habían besado y luego habían hecho el amor… o lo estaban haciendo. Amelia parpadeó porque a pesar de que sabía que era un recuerdo, que no estaba verdaderamente allí, podía sentir el cuerpo cálido de Stephen apretado al de ella. Notó su mano detrás de su abdomen y su cuello, los dedos enterrados en sus cabellos. Ella le aguantó la mirada y se apretó más contra él, buscando sus labios…

- ¿De verdad tienes que ir? – le había preguntado unas ¿horas, días, semanas? Después.

Estaba tapado hasta la cintura por la sábana y la colcha, tumbado de lado con una mano apoyada en la cabeza escrutándola con sus ojos oscuros. Parecía preocupado.

- Sabes que sí – le respondía ella mientras terminaba de vestirse a toda velocidad. 

- ¿Cuánto tiempo estarás fuera?

- Aún no lo sé, pero te llamaré más tarde. ¿De acuerdo?

Ella ya había terminado. Tomando su petate se había dado la vuelta y se inclinó para darle un beso rápido, pero él la había retenido unos segundos y luego la miró con el ceño fruncido.

- Ten cuidado.

- Siempre lo tengo.

Y Así fue como empezó todo… esa misión que ahora les había condenado…

Amelia siguió llorando, desconsoladamente, sintiéndose estúpida, y miró a sus compañeros algo avergonzada. Bridges tenía la mirada perdida en la ventana del vehículo, Henson parecía enfrascado en sacarse la mugre de debajo de las uñas mientras que Ross mantenía su brazo sobre los hombros de ella, mirando hacia la parte delantera del vehículo. Parecía distraído a la vez que presente, acariciándole con cariño con el pulgar de la mano que cerraba sobre el hombro de ella.

- ¿Y por qué a pesar de todo, siento como si todo fuera a salir terriblemente mal? – preguntó Amelia - ¿Acaso vosotros no lo sentís?

Nadie respondió a su pregunta. Ross le apretó el hombro con más fuerza y frunció sus finos labios. Y eso fue suficiente respuesta para ella.



No tuvo que esperar mucho para ver confirmadas sus sospechas. Ahora, varias horas después, mientras recorría las calles de Capri, forzándose en caminar tranquilamente como una transeúnte más, estaba total y tristemente segura.

Su equipo se había disuelto y no tenía ni idea de si estaban bien o no. Sus botas resonaron cuando atravesó un arco que desembocaba en una calle secundaria. Volvió la cabeza y oteó su retaguardia a través de las grandes gafas de sol. El pañuelo que se había anudado la cabeza imitando la moda de Capri le resultaba incómodo pero decidió mantenerlo algo más porque le ayudaría a pasar desapercibida. Había conseguido despistar a los dos soldados que la seguían y, aunque no se sentía satisfecha consigo misma por haber entrado en aquel comercio no había tenido más opción que robar la ropa que ahora llevaba: aparte del pañuelo amarillo, una gabardina color beige, botas verdes para la lluvia y aquellas gafas de sol. 

Volvió a sentir aquel dolor persistente, similar a un ardor, que llevaba padeciendo a intervalos cada vez más regulares, más o menos poco antes de evadirse. Pegó la espalda a la pared, se masajeó ligeramente el estómago y una vez que el dolor remitió decidió seguir avanzando. Parecía que había despistado a sus perseguidores pero mejor asegurarse. Apenas había retrocedido de espaldas unos pasos bajo aquel arco cuando notó algo duro que se clavaba en su espalda.

- No se mueva, señorita Darrow – dijo una voz femenina que identificó enseguida – No quiero lastimarla pero es necesario que vuelva a la base. Aún no ha pasado la cuarentena como bien sabe…

- ¿Ya no me tuteas, Greta? – preguntó Amelia con frialdad sin volverse - ¿Tan grande es la brecha que se ha abierto entre nosotras?

- No es que antes fuera estrecha precisamente – terció ella y Amelia no pudo evitar sonreír por lo mucho que la irritaba.

- Nos mintieron, lo sabes. Y sabes perfectamente que si volvemos nos matarán.

- Y tú sabes perfectamente lo que significa desobedecer una orden.

Claro que lo sabía. ¿La presión del cañón del arma era ahora menor? Volvió ligeramente la cabeza porque deseaba ver la expresión de la mujer. Efectivamente ambas se conocían desde hacía años y, aunque no eran en absoluto amigas, se respetaban mutuamente.

Greta, a diferencia de los otros compañeros que la iban buscando, iba vestida de paisano. Su pelo rubio le enmarcaba el rostro de alabastro hasta el mentón pero sus ondas estaban algo encrespadas por la humedad del ambiente. Su rostro, que Amelia consideraba bonito pero frío y con cierto rictus de crueldad, se mostraba tenso. Sin embargo sus ojos azules de diosa de hielo brillaban más fríamente de lo habitual y sus labios gruesos de color fresa estaban fruncidos. Amelia supo tanto por esos detalles como por el aura de culpabilidad que manaba de ella, tan potente que apestaba, que le había calado.

- Ignoro de dónde sacas esa información – repuso la mujer, hablando con cuidado -  Habéis estado expuestos a unos entes extraterrestres, debéis pasar una cuarentena de seguridad para…

- Sí claro, por eso envían a tu grupo para traernos en vez de a sus propios hombres – repuso Amelia – Piensan que estamos contaminados, que estamos sucios, eso que en los informes llamaban la Niebla Roja… lo mismo que afectó a algunos de mis compañeros: Wilkinson, Lewis… pero no lo estamos. Sí así hubiera sido, ahora mismo estaríamos muertos… no es una enfermedad de todos modos. Ellos caminaron hacia lo oscuridad porque se dejaron atrapar por la mente de esos monstruos que llamáis Primes… y ahora sus restos se pudren allí abajo. En los documentos no está claro pero porque no tuvieron tiempo de investigarlo más. ¿Tenéis intención de bajar a buscarlos para entregárselos a sus familias? Oh, perdona. He olvidado que esa no es tu especialidad.

Greta guardó silencio. Ambas sabían que Amelia llevaba razón puesto que mientras sus misiones eran de rescate las de Greta Smith solían ser más bien de lo contrario.

- No sabes lo que dices – repuso de nuevo Greta y amartilló la pistola – Será mejor que hagas lo que te digo… obedece y no te haremos ningún daño. Te doy mi palabra.

- ¡Y una mierda! – dijo, dándole la vuelta tan rápidamente que Greta apenas pudo reaccionar.

Tomó la muñeca de la mano que sostenía el revólver, que se disparó sin alertar a nadie porque llevaba un silenciador. Dos tiros impactaron en el suelo de adoquines mientras ambas mujeres forcejeaban. 

Amelia consiguió golpear el brazo de su atacante contra la pared y aunque Greta intentó evitarlo su contrincante se las apañó para interceptar su ataque, golpearla en el codo  haciéndole soltar un gemido de dolor y que dejara caer la pistola. Amelia la pateó hacia la calle y un coche la pasó por encima.

Greta la golpeó en el costado, liberándose y ambas mujeres se enzarzaron en una pelea a puñetazos, patadas y llaves. 

- ¿Sabes que aparte de los extraterrestres nos topamos con ciertos artefactos? – preguntó Amelia mientras bloqueaba un certero golpe con el canto de la mano de Greta y proyectaba a su vez un golpe contra ella - ¿Sabes que esas cosas contrajeron, retorcieron y alargaron nuestras mentes? Las fusionaron… es el origen de la Niebla Roja también. Y vosotros sabíais que esas cosas existían, lo sabíais y nos mandasteis ahí abajo…

- Yo… no sabíamos que había seres vivos – respondió Greta, dejando que pierna de Amelia descendiera y buscando un hueco en su defensa – Ni que los artefactos fueran algo más que unas meras piedras con algún propósito ritual o religioso de una raza alienígena desaparecida…

- No me hagas reír… os llegaron los informes, lo he visto en el sistema del laboratorio… sabíais suficiente. Nos mandasteis como conejillos de indias porque no quedaba nadie vivo allí abajo salvo los perros… queríais saber qué pasaba sin correr riesgos. ¿Para qué vendarnos de nuevo los ojos al volver si nuestro destino estaba decidido? ¿Eso es lo que queríais?

Sus palabras afectaron a Greta… o quizá es que Amelia pudo ver con unos segundos de antelación su próximo golpe. El caso es que consiguió agarrar a Greta por el brazo, se dobló para arrastrar con su peso el de la otra mujer, hizo que ambas rodaran por el suelo y entonces Amelia consiguió inmovilizarla, aplicando la famosa llave de estrangulación. No mataría a Greta pero sí la dejaría sin aire provocándole un desmayo.

- Lo… lo siento mucho Amelia…

Su disculpa casi la hizo aflojar su agarre pero Amelia no se dejó conmover. Su corazón recordaba a sus compañeros caídos y al resto de su equipo que seguía vivo pero no sabía si por mucho tiempo… además estaba Stephen. Era lo único que ella deseaba en esos momentos: volver a verle.

- Que te jodan – contestó y apretó su presión.

El cuerpo de Greta se tensó más que nunca para luego quedarse laxo unos segundos después; no estaba muerta, tan sólo desmayada. Amelia podría haberla matado pero se consideraba por encima de su nivel.  No perdió el tiempo. La soltó y luego se agachó, pasando los brazos por debajo de las axilas de Greta y la arrastró unos metros, metiéndola en un portal que había en el paso del arco. Luego prosiguió su camino tras comprobar que no habían llamado la atención de nadie.


Necesitaba un coche y lo necesitaba ya. No podía robarlo porque las calles estaban atestadas de gente con eso de que había salido el sol entre las nubles blancas del cielo. Amelia consiguió llegar hasta el extrarradio del pueblo y levantó la mano con ánimo de detener algún coche. En Capri, que era muy turístico, había muchos taxis sin licencia y estaban además muy acostumbrados al auto-stop.

Mientras esperaba recordó cómo se habían fugado de las instalaciones tras un largo interrogatorio. Henson le había ido a buscar al cuarto donde la habían encerrado mientras esperaba la siguiente reunión. Tuvieron que pasar por la zona de las duchas para poder salir por la parte trasera y tuvieron que dejar inconsciente a un soldado que les había salido al paso con una toalla atada alrededor de la cintura como única indumentaria.

Una vez en la parte trasera entraron en la garita desierta y Henson consiguió las llaves para la salida. Durante el trayecto le había estado hablando sólo con la mente, contándole que tanto Ross como Brigdes habían ido por otro lado. Todos sabían lo que les aguardaría si se quedaban allí más tiempo, pues sabían demasiado… 

Una nueva punzada de dolor le atravesó el estómago y se llevó una mano al mismo, parpadeando y doblándose por la cintura. Boqueó un par de veces y fue cuando el coche paró a su lado. 

- Hola guapa ¿te llevamos?

Ella observó por encima de las gafas que estaba ante tres jóvenes que apenas sobrepasarían los veinte. Todos rubios, broceados y vestidos a la moda surfera. Tres pares de ojos la miraban con curiosidad, algunos detrás de gafas de sol.

- Sí…

Entró encorvada en el coche, sentándose en el asiento trasero detrás del conductor y se sintió mejor. Una vez sentada parecía que el dolor, cada vez más persistente, se mitigaba un tanto. Se dio cuenta de que estaba sudando.

- Yo soy Charlie – dijo el chico que iba a su lado y luego señaló al asiento del copiloto y del conductor – Y estos son Cameron y Justin.

- Ey – dijo el Cameron, el conductor, guiñándola un ojo por el espejo retrovisor mientras que Justin el copiloto, que iba mascando chicle con un brazo por fuera de la ventana bajada, alzaba su otra mano a modo de saludo.

- Hola – dijo ella en voz baja, quitándose por fin las gafas y el pañuelo, ahuecándose su cabello corto que estaba empapado en sudor - ¿Adónde vais?

- A Small Creek – respondió Cameron - ¿Vas hacia allí?

Amelia asintió. Había unos doscientos kilómetros hasta Small Creek, un pueblo el doble de grande que Capri. Le venía bastante bien porque podría apañárselas para viajar hasta su ciudad y… volvió a sentir otro de aquellos dolores punzantes, esta vez más fuerte que nunca, que le irradió hasta el pecho. Intentó disimular su malestar porque no quería alamar a los chicos pero ninguno pareció darse cuenta. Justin se hurgó en el bolsillo de su chaleco, sacó un encendedor y se encendió de manera harto despreocupada un porro. A  Amelia le llegó enseguida el olor de la marihuana; Justin se lo pasó a Charlie, que dio una calada y luego se lo ofreció a Amelia. Ella negó con la cabeza.

- Te vendrá bien – insistió Charlie, sosteniendo el porro delante de ella – Se te ve muy pálida y nunca viene mal un poco de relax…

- No, gracias…

- ¿Estás segura? Esta mierda es de la buena, de verdad…

- Ey Charlie – intervino Cameron – Si te dice que no quiere, es que no quiere. Déjala tranquila.

Charlie se encogió de hombros y le pegó otra calada. Amelia le ignoró. Lo único en lo que podía pensar era en Stephen, en la necesidad casi visceral de que necesitaba verle, advertirle, para que cogiera todas sus cosas y se alejara lo más posible de Capri: no importaba hacia dónde fuera, siempre y cuando fuera lo más opuesto posible a ese pueblo. 

Los chicos, ajenos a sus tribulaciones, charlaban animados sobre los planes que tenían por delante mientras el cuentakilómetros avanzaba y el sol comenzaba a irradiar más fuerte. Amelia, con la cabeza apoyada contra el respaldo miraba el paisaje por la ventana. A pesar de que seguía doliéndole el estómago la combinación del olor a porro, el runrún del motor y el calor que reinaba en el ambiente hicieron que comenzara a sentir somnolencia y sus ojos se fueron cerrando poco a poco. Intentó resistirse, forzándose a abrirlos porque no podía permitirse el quedarse dormida. Pero estaba tan cansada… y además el dormir le ayudaría a escapar del dolor cada vez más intenso y de las preocupaciones… aún no estaba a salvo pero estaba tan, tan cansada… lentamente sus ojos se cerraron y perdió la noción del tiempo.

Un fortísimo dolor agudo la despertó, agarrotándola el pecho. A su alrededor todo era borroso, coloreado por tintes blancos y rojos. Veía unas siluetas vagamente familiares inclinadas sobre ella y escuchaba varias voces distorsionadas que parecían alzarse en una discusión. Había algo en su interior… algo moviéndose… o eso le pareció porque el retortijón que sentía en el estómago le ascendía por el pecho y hasta el bajo vientre, pulsante y en forma de serpiente. En su campo de visión entró un rostro joven, de cabello corto moreno (¿se llamaba Charlie?) pero entonces desapareció y en su lugar notó que unas manos fuertes la asían por los brazos y la arrastraban fuera del vehículo. 

Intentó ponerse de pie pero estaba tan dolorida y tan mareada que cayó de rodillas y soltó un reguero de vómito. Apenas la dejaron terminar y en esta ocasión sintió dos pares de manos que la alzaban por las axilas. Apenas fue levemente consciente de que la arrastraban al interior de un coche oscuro…

- ¡No! ¡No, por favor! – gritó o puede que no - ¡Stephen! ¡Necesito ver a Stephen!

- ¡Shhh tranquila! – le decía una voz masculina que no era la de un chaval de veinte años – Agáchala la cabeza.

Alguien le hablaba, alguien ponía una mano sobre la cabeza y se la bajaba. La metían en el vehículo, la recostaban contra el asiento,  le limpiaban con una gasa fresca el sudor de la frente pero ella apenas notaba alivio. El dolor era pulsante, el dolor era rojo… y le roía las entrañas como si fuera un fuego candente. La siguiente vez que pulsó fue tan intensa que del rojo su visión pasó al negro.


Techo, fluorescentes, techo, fluorescentes… varias personas iban con ella, hablando en un galimatías que no conseguía entender. No podía centrar sus sentidos, no había nada más allá del dolor y de unas ganas tremendas de destrucción por la libertad… y de los hombres de negro y de blanco. Sabía quiénes eran, sabía que la habían encontrado y la habían atrapado. ¿Volvía a estar en la base?

Por un momento tuvo la lucidez suficiente para tomar una decisión. Cuando la camilla se detuvo golpeó a uno de ellos en el cogote, a otro le atizó una fuerte patada en el vientre, derribándole al suelo. Saltó como pudo de la camilla, trastabillando, tirando el gotero. Unas manos intentaron asirla pero ella se zafó. Delante se extendía el largo pasillo de lo que parecía un hospital pero que no lo era. Debía salir de allí, no podía dejar que la atraparan. Echó a correr torpemente, sus pies descalzos sobre el suelo de baldosas negras y blancas. Consiguió correr varios metros pero entonces el dolor la atravesó de lado a lado. Sus ojos se abrieron de par en par y se llevó una mano a la espalda, haciendo que se arqueara hacia atrás lanzando un grito ahogado cuando notó que sus costillas cedían.

Cayó al suelo de frente y luego giró sobre su espalda, sufriendo una contracción. El rojo jamás había sido tan intenso… la rodearon, la agarraron… pero la soltaron haciendo que se golpeara contra el suelo cuando volvió a sentir aquél infinito dolor, a aquella cosa que se movía en su interior y que llevaba todo este tiempo gestándose en ella. Amelia lo sabía porque ahora podía escuchar sus pensamientos, todos ellos rojos, podía sentir sus costillas cediendo, su carne desgarrándose… ansiaba destruir. La sangre salpicó hasta el techo cuando la criatura consiguió abrirse camino hasta el exterior con sus dientes mientras Amelia sufría dolorosas convulsiones, entrando en shock. Nadie intentó ayudarla, todos estaban demasiado asustados para intervenir. Pero Amelia sabía una cosa: nadie estaba más horrorizado que ella.

Una nueva embestida quebró su esternón y un nuevo chorro de sangre saltó en todas direcciones, salpicándole el rostro. Amelia tosió roncamente y la sangre, oscura y espesa, escapó por su boca cuando vio emerger al monstruo de su cavidad torácica, una forma indefinida cubierta por su sangre. A pesar de que se estaba muriendo Amelia alargó unas manos temblorosas intentando agarrarlo para hacerlo pedazos pero estaba demasiado débil como para hacer lo que se proponía.

- Matadlo – intentó decir, pero sólo consiguió que pompas sanguinolentas surgieran de entre sus labios secos – Que alguien lo mate…

Pero nadie parecía tomar la iniciativa, se escuchaban gritos, una alarma, algo metálico que caía al suelo… Cuando su visión empezó a oscurecerse y sus manos fueron retrocediendo entre estertores, dejando ver cómo la criatura se alzaba un metro por encima de su cuerpo y se lanzaba hacia delante, provocando nuevos gritos, disparos y pasos apresurados alejándose de su cuerpo abandonado en mitad del pasillo Amelia vio cómo todo se volvía negro… y luego blanco. Su último pensamiento fue para Stephen.