Listado de fics del blog

Dale al título para ver el listado completo. Te animo a que me dejes un comentario si detectas algún link roto o erróneo. Con ánimo de que o...

Teenage Mutant Ninja Turtles] Los vigilantes - Capítulo X (Final)


El plan de Raphael había salido perfecto. Puede que él no fuera Leonardo pero tampoco era ningún estúpido; no por nada el maestro Splinter consideraba que Raphael tendría madera de líder si no se dejara llevar tanto por sus impulsos. Si conseguía despejar la mente y pensar con frialdad, podía tener excelentes ideas.

Mientras salían del edificio propuso que se separaran puesto que supuso que, al escuchar los disparos, Snowflake habría tomado precauciones para asegurar su empresa. Y cuando se encaramó a lo alto de un edificio adyacente vio sus sospechas confirmadas: Chopper corriendo en dirección al muelle con el crío en los brazos, alejándolo de la acción.

Cuando se lo expuso a sus dos compañeros se encontró con Gioconda emperrándose en ir ella misma a por el crío, pero Raphael se negó en rotundo, puesto que se daba cuenta de que para ella era una debilidad: no es que a él le diera igual, ni mucho menos, pero la chica podría quedar a merced de Chopper si éste usara al niño como seguro, cosa que sin duda haría. Por no alargar más la discusión (pues su idea es que Gioco fuera con Casey) decidió acompañarla y mandó a Casey para vigilar a Snow, diciéndole que por una vez no fuera tan cabeza hueca y se lanzara a pelear a tontas y a locas; debía entretenerle para ganar tiempo, sobre todo si las cosas se ponían feas. De camino al muelle vieron a Chassis con una bolsa yendo en dirección contraria y Raphael envió a Gioconda para que se ocupara de él. Mientras, la tortuga iría a por el niño. Tendrían que ir deprisa para asegurarse que se reunían de nuevo lo más rápido posible; confiaba que con mostrarle al motero que poseían aquello que tanto celo había puesto en esconder haría mella en la confianza de Snow aunque se imaginaba que el albino no iba a rendirse tan fácilmente. Ahora veía que no se equivocaba, pero esto no frustró ni desesperó a Raphael, al contrario: le entusiasmó.



Snow comprendió muy deprisa que estaba de mierda hasta el cuello. Era increíble como podías tener una situación bajo control para luego desmoronarse en cuestión de minutos.

- Tira el cuchillo – le dijo el hombre tortuga con voz de mando – No tienes a dónde ir.

- ¡Ni hablar, bicho raro! ¡Este capullo se queda conmigo! ¡Si no hacéis lo que os digo le rajo la garganta! ¿Me has oído?

A pesar de su bravata se le acababa el tiempo. Sí, podía tener al alcalde en sus garras pero ¿qué conseguía con eso? No tenía escapatoria: si mataba al alcalde se tirarían sobre él, si no lo mataba, no podría llegar muy lejos. ¡Mierda! Al menos el mocoso era más manejable.

- Tengo un nombre, pero a escoria como tú nunca se lo digo – dijo el hombre tortuga – Puedes hacer esto por las buenas o por las malas. Tú eliges, a mi me da igual…

- ¡CÁLLATE, CÁLLATE! – gritó Snow con tanto ímpetu que escupió perdigones de saliva - ¿Dónde está mi hermano? ¿Qué le habéis hecho?

- ¿Tu hermano? – preguntó la tortuga, enarcando una ceja - ¿Y de todos esos mendrugos cuál se supone que es?

- ¡Tenéis al mocoso! ¿Y mi hermano, maldita sea? 

El hombre tortuga le miró con más detenimiento y cayó en la cuenta.

- ¡Aaah! ¿Te refieres al guaperas? ¡Ya veo el parecido! Creo que está echándose la siesta a bordo de un catamarán. En resumen, no está disponible.

- ¿Cómo sé que no le has matado, cabrón?

- ¡Porque a diferencia de ti yo sé lo que es el honor! No voy amenazando ni agrediendo a gente indefensa como haces tú, pedazo de basura…

Gioconda le silenció tirando de su brazo, puesto que temía que de la rabia el albino rebanara el gaznate al pobre alcalde. Él se volvió y pareció que comenzaron a discutir en voz baja.

- Snow, estás acabado. ¿No lo ves? – intervino el hombre de la máscara de hockey – Te entregaremos, a ti y a tu banda. Agradece que no te molamos a palos. Se ha acabado: tira el cuchillo.

El motero dudaba, quedándose sin opciones. Su cerebro trabajaba a toda velocidad. Nadie de su banda vendría a echarle una mano. ¿Qué podía hacer él sólo contra tres? Su prioridad era escapar. Sintió una leve punzada de amargura por abandonar a su hermano, pero siempre podía ir a rescatarle más adelante.

Se le ocurrió que podría matar al alcalde sólo por joder la pava, pero no le serviría de nada para huir. Entonces tuvo una idea que quizá sirviera ¿no había dejado el inútil del alcalde las llaves de su coche puestas? ¡Tenía que intentarlo al menos! Ojalá haberse quedado más cerca del vehículo, pero quizá si consiguiera una distracción que le diera unos segundos de ventaja sería suficiente.  

Sonrió, aunque la acción le hiciera desprenderse de su preciado cuchillo.

- ¿Qué tire el cuchillo decís? Está bien…

- ¡CUIDADO!

Fue muy rápido. Empujó a De Rosa a un lado y lanzó el cuchillo hacia el trío de bastardos. Sin fijarse si conseguía acertar se dio la vuelta y corrió hacia el vehículo, que hasta tenía la puerta del conductor abierta cortesía del imbécil del alcalde. Justo en ese momento escuchó un sonido metálico muy fuerte y el repiqueteo inconfundible del metal rebotando en el suelo. No lo vio pero Raphael había desviado el cuchillo con su sai.

Cerró la puerta y arrancó el vehículo, metiendo a toda prisa primera para acelerar. Si podía atropellar a alguno de esos hijos de puta, mejor. Vio a la chica echada a un lado dándole la espalda, protegiendo al bebé con su cuerpo y a De Rosa levantarse un poco más cerca de su posición, pero demasiado a un lado. En cambio, el hombre de la máscara de hockey estaba en el medio, el muy chiflado estaba yendo hacia él enarbolando su palo de hockey.

- ¡GONGALA! – le escuchó gritar.

Snow sonrió y aceleró… cuando un objeto pesado aterrizó sobre el capó dándole un susto de muerte. El capó se hundió y el parabrisas se rajó; para más inri su visión quedó bloqueada puesto que todo lo que veía era el hombre tortuga. Y estaba muy cabreado. De un puñetazo reventó lo que quedaba del vidrio frontal y sobre Snow cayeron multitud de trocitos de cristal. Vio su mano asquerosa intentando agarrarle el volante. El motero dio un grito por el sobresalto y unos volantazos con ánimo de quitárselo de encima, cosa que consiguió, pues salió despedido hacia un lado… pero espera ¿estaba sonriendo?

Cuando recuperó la visión se dio cuenta de que se iba de frente contra la parte trasera del edificio de la langosta donde habían retenido al niño. Snow gritó, pisó el pedal de freno con ambos pies y giró el volante en un claro intento por evitar la colisión a la par que apretaba el pedal del freno con ambos pies, pero fue inútil. Se estampó contra el muro de piedra con un sonoro golpe.


Raphael había aterrizado sobre sus dos pies tras ejecutar una pirueta en el aire. Había evitado por los pelos que ese malnacido atropellara a Casey, que era tan insensato como para correr hacia un coche en movimiento. Vio cómo el motero se dirigía él solito hacia su perdición y cuando el coche impactó se apresuró hacia él con Casey y Gioconda, que le había devuelto a De Rosa su hijito, pisándole los talones.

La parte frontal del coche del alcalde había quedado hecho polvo, sobre todo de su lado derecho: del motor salía vapor y humo y cuando se acercaron vieron la puerta del conductor abierta y a Snow colgando desde el asiento hasta el suelo. Estaba inconsciente y sangraba profusamente. Casey se agachó, le agarró de las axilas y lo arrastró fuera del vehículo. Después le tomó el pulso y suspiró.

- Está vivo, sólo magullado – dijo y luego miró de nuevo hacia el coche – Si hubiera llevado el cinturón de seguridad hubiera sido mejor. Por suerte para él ha tenido los reflejos suficientes como para girar el volante de modo que se ha estrellado contra el muro lateralmente. Llega a hacerlo de frente y quizá no lo cuenta...

Raphael no hizo ningún comentario, se limitó a soltar un gruñido.

- Se lo merece. Quería atropellarte.

- Salvo por ti, colega – repuso Casey, levantándose la máscara de hockey para que le viera sonreír – Gracias.

Raphael le sonrió de vuelta.

- Siempre es un placer salvarte el culo.

- Si bueno, tampoco lo digas como si tuvieras que hacerlo a menudo ¿eh?

- Pues casi, casi… ¿recuerdas esta misma noche en el bar?

- Chicos -dijo Gioconda, pero no la hicieron caso.

Hubieran seguido la discusión amistosa pero un carraspeo les interrumpió. Allí estaban los dos De Rosa, padre e hijo, observándoles. 

Ernesto De Rosa era un hombre de mediana estatura y, aunque su aspecto cuidaba de ser pulcro con su traje gris a rayas, camisa blanca y corbata negra, ya no podía decirse lo mismo en ese momento. Lucía profundas ojeras, estaba pálido y sudoroso; sus cabellos negros, antes perfectamente peinados con gomina ahora lucían alborotados. Hasta su pulcro bigote parecía despeinado. Sin embargo, los miraba a los tres con una expresión del más absoluto agradecimiento grabada en sus ojos oscuros.

- Gracias… ¡mil gracias por salvarnos tanto a mi como a mi hijo! – les dijo, con voz cargada de emoción y cansancio – Por favor ¿quiénes sois?

- Somos… somos los Vigilantes, señor – dijo Casey, encogiéndose de hombros.

Él enarcó una espesa ceja.

- Los Vigilantes… pero tendréis un nombre. ¿Me equivoco?

- Me llamo Casey Jones y ellos son Raphael y Gioconda…

- Curiosos nombres… y ¿debería decir curiosos uniformes? – hizo una pausa – Porque no son uniformes. ¿Me equivoco?

Los tres vigilantes intercambiaron una mirada dubitativa pero antes de que pudieran responder De Rosa sacudió la cabeza.

- Da igual. Lo único que importa es que nos habéis salvado. Decidme ¿cómo puedo agradecéroslo?

A Casey se le iluminó el rostro cuando recordó la bolsa de dinero, que ahí seguía en el sitio donde Gioconda la había dejado caer.

- No queremos nada, gracias – repuso Raphael, muy serio y un tanto seco, pues no estaba nada cómodo sabiendo que el alcalde de Nueva York conocía de su existencia – Sólo nos queremos marchar de aquí para volver a casa… vamos, Gioco…

- Puedo pagaros – insistió De Rosa y se volvió hacia la bolsa que contenía los billetes– Aceptad el dinero del rescate, os lo habéis ganado.

Raphael negó con la cabeza.

- No, gracias, de verdad no necesitamos nada que…

- Yo sí quiero algo – repuso Casey tras darse cuenta del apuro de Raph. Miró a De Rosa a la cara – Mis amigos... como usted mismo ha dicho, su aspecto no se debe a ningún uniforme. Ellos SON así… viven aquí, en Nueva York, como usted y como yo, pero, a diferencia de nosotros, ellos no pueden dejarse ver. Cuando llegue la policía, le hará preguntas. Si lo cuenta…

- Lo sabrán algo más de diecinueve millones de personas, sí – asintió de Rosa – Y con el tiempo muchas más.

- Así es. Y creo que no hace falta que le recuerde los graves problemas que vemos a diario por culpa de los prejuicios raciales y étnicos, teniendo a veces unas consecuencias lamentablemente fatales…

- No hace falta que siga, señor Jones. Entiendo perfectamente lo que quiere decir. Como ya se habrá dado cuenta, poseo ascendencia portuguesa. A lo largo de mi vida he sufrido por esos prejuicios que menciona – suspiró - Si no nos toleramos a nosotros mismos por diferencias fútiles ¿cómo reaccionaría la gente si conociera de la existencia de sus amigos?  - el alcalde hizo una pausa y asintió de nuevo con la cabeza - ¿De verdad que no desean el dinero?

- No, puede quedárselo – rechazó Casey y miró a los dos mutantes, que le observaban con gran conmoción y gratitud – Me basta con que me prometa que nunca le hablará a nadie, ni siquiera a su propia familia, de mis amigos. Yo tampoco necesito publicidad, dicho sea de paso. Ese es el único pago que le voy a pedir.

De Rosa sonrió y extendió una mano hacia Casey.

- Trato hecho.

Jones se la estrechó con mucho gusto.


Minutos después Casey conducía de nuevo por las calles de Nueva York, volviendo al barrio donde residían las tortugas para dejarles lo más cerca posible de su casa. Tanto Raphael como Gioconda estaban muy silenciosos desde que se habían separado de los De Rosa. Finalmente, la chica se acercó hasta el asiento del conductor.

- Casey, eso que has hecho por nosotros ha sido muy bonito. Muchas gracias.

- Eh, no hay de qué. Sois mi familia. Es lo mínimo que debía hacer.

- Aún así, muchas gracias. Rapha tenía razón, eres un amigo de verdad – dijo y le dio un beso en la mejilla. Acto seguido se retiró de nuevo a la parte trasera y se sentó al lado de Raphael, apoyando la espalda contra la pared de la furgoneta.

Casey sonrió y al poco se puso a silbar. Al rato, mientras esperaba a que un semáforo se pusiera en verde, miró por el retrovisor y vio que Gioconda se había quedado dormida con la cabeza apoyada sobre el hombro de Raphael, pues estaba rendida después de toda la acción de la noche. En cambio, su amigo permanecía despierto, aunque parecía taciturno. Casey supuso que también estaría cansado; él mismo estaba deseando darse una ducha y meterse en la cama.

- Eh Raph ¿todo bien? – le preguntó para asegurarse.

- Sí – respondió éste – Es sólo que… eres un imbécil.

- ¿Eh? ¿Por qué?

- Podrías – Raphael se interrumpió dándose cuenta de que estaba hablando muy alto. Gioconda se agitó a su lado, pero continuó durmiendo. No es que él estuviera muy cómodo con el acuerdo, pero como había visto cabecear a la chica le había dado lástima y le dio permiso para que le usara como almohada. A fin de cuentas, se merecía cierta comodidad por lo bien que lo había hecho – Podrías haberte quedado con el dinero. En fin, nos metimos en esto porque pensabas que se había robado un cuadro importante por el que pagarían mucha pasta… y te vas con las manos vacías.

- Ya sabes que hago esto por amor al arte… al de limpiar las calles, quiero decir. No lo hago ni por dinero ni por reconocimiento.

- Sí, lo sé, pero… ¿cómo saber que De Rosa cumplirá su palabra?

- Por lo que sé de él ese tío es bastante íntegro, Rapha. Estoy seguro que lo hará… y si no, ya iremos a partirle las piernas.

Ambos se rieron entre dientes. 

- A propósito, ha sido un detalle lo que has hecho por nosotros – dijo Raphael para, a continuación, enarcar una ceja – Pero no esperes que vaya a darte también un besito de agradecimiento ¿eh?

- Me halagas, pero creo que podré vivir sin ello.

Volvieron a reírse.

- Por cierto, eso me recuerda a que tú me debes algo a mí.

- ¿Qué quieres decir?

- No te hagas el loco Case ¿y mi cerveza?

- ¡Raph! ¿En serio vas a empezar con eso otra vez?

- ¡Pues sí! Te salvé el culo en el bar… 

- Oh, no. Ya empezamos otra vez – susurró Casey.

- Y tú me dijiste que me invitabas a una cerveza. Podría pedirte dos por salvarte también en el muelle, pero me conformo con una. Pues bien, son las dos de la madrugada y aún no la he visto…

- Está bien, está bien. Si eso hace que te calles la boca, te compraré una cerveza en la primera tienda que vea abierta. ¡Qué coño! ¡Dos cervezas, que creo que yo también me la he ganado! ¡Nos las tomaremos como dos buenos amigos! Espera, ¿y Gioco? ¿Ella querrá también?

- No, déjala dormir, está reventada. Y si se despierta, le daré de la mía.


Casey cumplió su palabra. Aparcó en doble fila y salió rápidamente para comprar un par de cervezas de su marca favorita. Como a esas horas no había mucho tráfico no temía que la policía viniera a ponerle una multa o llamarle la atención. Cuando regresó a la furgoneta comprobó que no hubiera moros en la costa y abrió una de las puertas traseras.

- A ver, cerebro de guisante, aquí tienes tu puñetera cerveza…

Se interrumpió cuando vio el interior y sonrió con cierta dulzura. Gioconda seguía dormida pero ahora ligeramente ladeada, con la cabeza aun apoyada sobre el hombro de Raphael y la mano derecha sobre su antebrazo izquierdo. En cuanto a Raphael, quien se había quedado dormido tan profundamente que roncaba un poco, permanecía con el caparazón apoyado contra la pared del vehículo, las dos piernas abiertas y la cabeza colgando sobre su otro hombro.

Casey los miró durante varios segundos, cerró con el máximo cuidado que pudo la puerta y volvió con las dos cervezas frías hasta el asiento del conductor. Las dejó en el suelo, delante del asiento del copiloto y retomó la marcha.

- Buenas noches, chicos, que descanséis. Os lo habéis ganado.


<< CAPÍTULO IX || MÁS FANFICTIONS

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Los vigilantes - Capítulo IX


Chopper se había llevado al pimpollo tal como su hermano le había indicado, manteniendo una mano en la boca del pequeño para evitar que se le escuchara. Se apresuró en la noche hasta el embarcadero, donde reposaban varias embarcaciones de diferente tamaño y aspecto, desde botes de pesca hasta barcos privados. De fondo podía escuchar el ruido del mar y a alguna gaviota intempestiva. ¿Dónde podría dejar al mocoso?

Chopper y Snow eran hermanos mellizos y, aunque también habían pasado por la etapa de la niñez como cualquier hijo de vecino, a ninguno de los dos les gustaban los niños. Detestaba encargarse por tanto del pequeño De Rosa, pero apreciaba a su hermano y por él haría cualquier cosa. Ambos habían tenido una infancia complicada con un padre alcohólico que les maltrataba, sobre todo a Snow por su condición de albino. Con voz pastosa siempre le recordaba lo feo y repulsivo que le resultaba su aspecto, que eso lo habría heredado de la familia de ascendencia noruega de su madre (él era alemán) y otras cosas horribles por el estilo. A pesar de que su padre expresaba más predisposición por Chopper esto no impidió que los hermanos se protegieran entre sí, gestando un vínculo tan fuerte que hacía que nunca se separasen. 
Un día caluroso de verano en el que a su padre se le antojó, sorpresivamente, tomarse una lata de refresco al llegar de trabajar fue el fin de una era para ellos. Snow se había bebido la última y el padre entró en cólera cuando vio que no quedaba más. Le preguntó a Chopper y éste, a sabiendas de lo que se avecinaba, mintió y le aseguró a su padre que había sido él quien se la había bebido y le rogó que esperase un poco, que cogía algo de dinero y marchaba a comprar más. Lo hizo porque no deseaba que golpeara a Snow de nuevo. Pero su ofrecimiento no sirvió de nada para aplacar la ira de su padre, que una vez empezaba se desataba con la fuerza de un huracán. Por supuesto llegaron los gritos y los golpes. Snow lo había oído todo a pesar del televisor y, aunque estaba atemorizado, también se sentía avergonzado de que su hermano asumiera su culpa, por lo que reunió el suficiente valor como para acercarse a la cocina, cogiendo por el camino el cuchillo de combate de su padre, un recuerdo de su servicio en Vietnam y que solía dejar clavado en la mesilla del entrada, contra la correspondencia. Aunque su padre quedara un poco cojo a raíz de una herida de bala recibida en el Vietcong eso no le impedía golpear a sus hijos con dureza y en ese momento estaba azotando sin piedad a Chopper. Saber que era por su culpa hizo que algo se rompiera en su interior: sintió en su piel pálida el mismo dolor que sentía su hermano, ese dolor que tenía que haber sido para él y no para Chopper. Pero ¿acaso era un precio justo a pagar por un simple refresco? 
Harto y asqueado se abalanzó sobre ambos y apuñaló a su padre con su propio cuchillo reiteradamente y no paró cuando éste se volvió. Cayó al suelo, un pequeño charco de sangre comenzaba a formarse debajo del cuerpo. El rostro de su progenitor le perseguiría para siempre en sus pesadillas, esa expresión mezcla de sorpresa, odio y dolor, en un rostro que se iba empalideciendo por momentos. Alargaba una mano temblorosa y ensangrentada, mientras que con la otra se apretaba el vientre y sus labio se movían sin pronunciar palabras pero Snow sabía que le estaba llamando.

Snow (aunque por supuesto ese no era su verdadero nombre) lo contempló unos instantes con el rostro pétreo y se acercó hasta su hermano, que seguía llorando y temblando hecho un ovillo en un rincón de la cocina. Se agachó y con suma delicadeza acarició el cabello rubio de Chopper y le abrazó, acunándole como tantas veces había hecho el otro con él.

- No puedes llorar – le susurró, aunque apenas tenía trece años – Recuerda lo que decía mamá. Somos vikingos, y los vikingos no lloran.

Chopper le había mirado con sus ojos avellana y había terminado asintiendo. Tomaron todo el dinero que había en la casa, un par de mudas limpias y se marcharon de allí para no volver nunca más. Aunque odiaba a su padre Snow se cuidó de llevarse su cuchillo, conservándolo como una reliquia familiar para no olvidar ese día, pues desde entonces jamás se separó de él y lo usó muy a menudo. Con el tiempo supieron que su padre no había muerto por el apuñalamiento, ni tan siquiera informó de la identidad de su asaltante; a pesar de ello ninguno de los hermanos se sintió agradecido por ello. Jamás volvieron a cruzarse con él y eso estaba bien: ya se reunirían con él en el infierno. Desde entonces habían huido continuamente, dando tumbos de aquí para allá, uniéndose y desuniéndose a otros grupos de personas tan hechos polvo como ellos y cometiendo todo tipo de delitos. Su pasión por las motos les había llevado a ingresar un día en los Harley’s Demons: conocieron a varios de sus miembros durante un festival de heavy metal que duró varios días. 

Aparte de las secuelas psicológicas de por vida que los malos tratos de su padre les había dejado ambos hermanos tenían mucho en común. Los dos eran altos, de brazos fuertes y espaldas anchas. Tenían las mismas mandíbulas cuadradas, el mismo hoyuelo en la barbilla (como Snow se dejaba barba éste no podía verse) e incluso la misma nariz, si bien Chopper la tenía partida de una pelea antigua; pero mientras que Chopper poseía unos cabellos rubios oscuros, un tono de piel algo más tostado por las largas horas pasadas en la carretera, varios tatuajes y ojos de un hermoso color avellana, Snow poseía un pelo casi tan blanco como la nieve, una piel a juego que tenía que proteger casi al completo con ropa o con factor de protección solar 50+ y unos ojos azules casi violetas. En cuanto a la personalidad el albino era mucho más frío, desalmado y calculador que su hermano y a menudo era la cabeza pensante del dúo, mientras que Chopper solía ser el brazo ejecutor. Por eso Snow era el jefe de esta subdelegación y Chopper el segundo al mando. Pero a él no le importaba recibir órdenes de su hermano; al contrario, las cosas estaban bien así.


Chopper examinó el muelle, meditando aún sobre dónde podría dejar al mocoso: había pensado en uno de esos barcos pero enseguida lo descartó porque se le vería demasiado y cabía el riesgo de que cayera al agua y se ahogase. No es que le importara especialmente si el niño vivía o moría, pero perderle significaría perder la opción del chantaje… y defraudar a su hermano. Y Chopper no deseaba nada de eso, sobre todo lo último.

Miró complacido una caseta de madera que usaba la autoridad portuaria para llevar a cabo trámites administrativos así que se acercó hasta allí con el niño en brazos, que pataleaba y se retorcía.

- ¡Estate quieto monstruito o te tiro al mar! 

El niño no sólo no le obedeció si no que se puso a llorar más fuerte. Chopper soltó una palabrota y salvó la distancia que lo separaba de la caseta en unas pocas grandes zancadas. Abrió la puerta – estos paletos de City Island ni se molestaban en cerrar con llave, pensó – y examinó el lugar. Poca cosa: un escritorio con su silla, papeleo, un archivo y pocas cosas más típicas de una modesta oficina de puerto. Sí, sería un buen sitio para dejar al niño. Que por cierto, seguía berreando sin parar. Chopper se crispó. Tenía que darse prisa: si Snow le había pedido que hiciera esto es porque realmente pensaba que algo iba mal. No podía entretenerse o quizá cuando su hermano le hiciera la señal él no estaría allí para echarle una mano, como en los viejos tiempos. Apretó los dientes y explotó.

- ¡CÁLLATE DE UNA PUÑETERA VEZ, LLORÓN ASQUEROSO!

El mocoso no sólo no cejó en su intento si no que se puso a llorar con más fuerza. Decidió amordazarle usando su propio pañuelo, aunque eso significara que se le llenara de babas, pero prefería eso que a seguirle escuchando un segundo más.  Pero primero debería atarle no fuera a ser que el niño se pusiera a toquetear todo lo de la caseta y tuviera un accidente. Sin embargo, no vio ninguna cuerda allí. Miró a su alrededor y vio una en un catamarán adyacente, amarrado al muelle. 

Chopper resopló, comenzando a tener dolor de cabeza por los llantos, pero en lugar de estampar al puto crío contra una pared lo dejó en el suelo con cierta brusquedad, donde se quedó sentado, y se aproximó al catamarán. Poniendo un pie en el interior y dejando el otro en el embarcadero se dispuso a tomar la cuerda cuando se percató del silencio. ¡El dichoso pimpollo había dejado de llorar al fin! Pero su alivio no duró mucho; justo cuando se dio cuenta percibió una sombra un tanto amorfa cerniéndose sobre él, recortada a la luz de la luna llena.

- Yo que tú no haría eso, guaperas.

Chopper se incorporó con brusquedad, si bien manteniendo los pies en el mismo sitio. Encaramado en el techo de un pequeño yate cercano estaba el tipo tortuga, contemplándole con total tranquilidad de brazos cruzados.

- ¡TÚ! – exclamó, señalando rabioso a Raphael.

- Sí, yo – repuso éste y saltó con gracia al catamarán – Ya sabes quién soy, el tipo que te apalizó en el bar.

Chopper gruñó, sacó los puños americanos que le había prestado un compañero y que había guardado en su chaqueta de cuero y tomó también el kusari-fundo de Gioconda, tensándolo. No tenía ni idea de cómo había conseguido escapar, pero ahora mismo iba a ajustarle cuentas a ese retaco presuntuoso.

- ¡Basta de cháchara! – le contestó el motero – Hablas demasiado, feo. Quizá se te quiten las ganas de hablar en cuanto te dé un repaso.

Raphael captó su mensaje y desenvainó sus sais, no sin antes echar un breve vistazo al muchachito, que les miraba desde el mismo sitio donde le habían dejado con cara de estupor. 

- Tiene gracia – dijo, centrando de nuevo su atención en Chopper - ¿Yo, parlanchín? ¡Je! Eso es que no conoces a mi hermano Mikey – hizo una breve pausa y adoptó una postura de lucha – Pero tienes razón en una cosa. ¡Basta de cháchara y peleemos de una vez!

Dicho esto ambos se lanzaron el uno a por el otro y comenzaron a luchar.



Snow se tensó cuando vio al tipo de la máscara de hockey venir hacia él pero no se sorprendió. Ya había presentido que algo iba mal cuando escuchó el tiroteo, por no hablar que Chassis ya debería haber vuelto. No quiso alarmarse puesto que tenía sujeto a da Rosa con el cuchillo de combate puesto sobre su garganta. Sonreía, los extremos de su bandana roja agitándose con la brisa nocturna a un lado de su cabeza.

- No des un paso más, vigilante – le advirtió – O me temo que tu jefe sufrirá un lamentable accidente.

Casey se paró y miró con cierta curiosidad a Snow. De Rosa también adoptó una expresión de lo más confusa durante un instante, pues era la primera vez que veía a aquel hombre enmascarado.

- ¿Mi jefe? – preguntó Casey y soltó una risotada - ¡Qué dices tío! No conozco a este hombre de nada, aunque admito que me suena su cara.

Ahora fue el turno de Snow de mostrar confusión. 

- ¿Cómo dices?

- Lo que has oído: yo no tengo ningún jefe. 

- Entonces ¿este bastardo no os ha contratado? 

- Negativo.

El jefe de los moteros sacudió la cabeza.

- No lo entiendo… ¿de dónde cojones habéis salido? ¿Por qué coño hacéis todo esto? ¿Es que sois una panda de locos o qué os pasa?

Casey meditó durante unos instantes y se encogió de hombros tranquilamente.

- Puede ser – dijo y añadió, apuntando a Snow con su palo de hockey – O quizá es porque no soportamos ver las calles de mi ciudad llenas de basura como tú. Admito que no es trabajo agradable, pero alguien tiene que hacerlo. Somos los Vigilantes y nos debemos a Nueva York. Por cierto, puede que no le conozca personalmente, pero suéltale ¿quieres?

Hay que decir que temperamento de Snow era muy voluble: alguien podía decir algo gracioso y podía desternillarse de risa de manera sincera, pero a continuación podía dar a dicha persona una puñalada porque también consideraba el comentario como una ofensa. En esta ocasión no fue una excepción. 

- ¡Esa sí que es buena! – dijo a duras penas, pues se estaba carcajeando, pero su expresión se fue tornando furiosa con cada segundo que pasaba – Te atreves a darme órdenes, a mí. En fin, de loco a loco. ¿Qué tal si te vas a tomar por culo y me dejas hacer negocios tranquilamente, eh?

- Me temo que no puedo hacer eso.

- ¿Y qué vas a hacer? No, dímelo. Para detenerme debes acercarte y, si apenas das un paso, me lo cargo – para dar más énfasis a sus palabras, hizo un movimiento tirando más de del pobre alcalde, que dio un breve respingo. Un hilillo de sangre manó de la zona del cuello donde se hundía el cuchillo y resbaló hasta el cuello de la su camisa – Su hijo sigue en mi poder, mi hermano lo tiene a buen recaudo. Y tengo el dinero del rescate. ¡He ganado! Puede que tú hayas conseguido escapar de mis muchachos pero ¿y tus amiguitos? – hizo una pausa y detectó un cambio en la postura del enmascarado, antojándosele que bajaba los hombros – Aaah, no han corrido la misma suerte que tú. ¡Admítelo colega, estás jodido! Podría hacer que te mataran ahora mismo o incluso hacerlo yo personalmente, pero vamos a hacer otra cosa, que me siento muy generoso. Contaré hasta tres: si para entonces no te has dado el piro le rajo como a un cerdo. ¿Qué me dices? Uno…

- ¿Por qué haces esto? – preguntó Casey, mirando un momento a su derecha, demostrando así que estaba contrariado.

- Porque es divertido, porque me gusta.

- No me refiero a delinquir. ¿Por qué el alcalde?

- Porque mis jefes quieren hacerse un hueco en esta ciudad llena de oportunidades. Y para ello debemos obtener ventajas frente a la competencia. Él era un buen sitio por donde comenzar.

- ¿Y sois tan cobardes que tenéis que usar a un niño para conseguirlo?

- Los niños son un bien preciado, todo el mundo se preocupa por ellos y quiere lo mejor para ellos; harían lo que fuera por hacerles felices. Eso en un mundo perfecto. Pero el nuestro es de todo menos eso y a su vez hay adultos que se aprovechan de ellos. Son débiles, vulnerables e ideales para chantajear a otros. Es ley de vida. ¿Acaso no resulta conmovedor ver de lo que es capaz de hacer un padre para salvar a su hijo? Supongo que el pimpollo es afortunado.

A Casey no se le pasó por alto la amargura y el resentimiento con el que pronunciaba esas palabras. ¿Problemas familiares? No le importaba, sólo quería ganar algo más de tiempo, pero tampoco quería provocar a ese lunático arriesgando que soltara el cuchillo más de la cuenta. No había más que ser uno para reconocer a otro.

- Mira, tienes razón, has ganado: tienes todo lo que querías. ¿Por qué no les dejas marchar?

- ¡PORQUE AQUÍ SOY YO QUIEN DA LAS ÓRDENES! – gritó Snow, su rostro blanquecino, ahora azulado por la luz de la luna, se empezó a tornar púrpura. Alzó la mano, haciendo un breve gesto de mano cornuta. Pareció dudar, mirando a su alrededor, pero volvió a sonreír al cabo de un instante– Como he dicho, este mundo es de todos menos perfecto. Así son las cosas y así funcionan. ¿De qué me serviría haber ganado si me detienen? Dos…

Casey gruñó bajo la máscara. Volvía a estar en un punto muerto y odiaba eso. No podía dejar morir a de Rosa, no había nada que pudiera hacer para evitarlo excepto seguir las órdenes de Snow. 

Había cumplido el plan de Raphael al pie de la letra: tú ve a por el copo de nieve, si no hay opción de luchar, intenta ganar todo el tiempo posible, si es necesario usa tu boquita de piñón ¡Qué fácil decirlo! ¿Desde cuándo a Casey se le daban bien los discursos? ¡Él era un hombre de acción! ¡Demonios, se le acababa el tiempo! ¿Dónde estaban los chicos?



Raphael debía reconocer que Chopper era un tío duro. Tenía buen aguante y daba buenos golpes pero carecía de la habilidad y agilidad de la tortuga ninja. A pesar de que aquel tío mediría por lo menos el metro noventa y Raphael no llegaba al metro sesenta, la tortuga le dio una buena paliza. ¡Y el tío seguía aguantando! No podía decirse lo mismo del catamarán sobre el que habían iniciado la pelea pues estaba destrozado, el kusari-fundo abandonado en un rincón. Se habían desplazado al embarcadero y… bueno, en ese momento Chopper le hizo un placaje y ambos atravesaron la pared de la cabaña de la autoridad portuaria, echándola abajo. Todo bajo la mirada del niño, que seguía lloriqueando. La tortuga había dado con el caparazón en la estructura de modo que había tenido una protección extra que Chopper no poseía. 

Raphael se incorporó listo para continuar, pero cuando Chopper se alzó lo hizo balanceándose ligeramente, sangrando por una brecha bajo su pañuelo, por la nariz y por la comisura del labio. Su ojo izquierdo se estaba hinchando, amoratado, al igual que su labio. A pesar de su lamentable aspecto alzó los puños, pareciendo más que nunca un boxeador borracho. Pero Raphael no quiso darle el golpe de gracia, pues vio quién se aproximaba desde atrás.

Chopper en su conmoción veía dos tortugas en vez de una, pero en lugar de preguntarse de dónde había salido la segunda se preguntó qué coño hacían en vez de pelear. ¿Acaso se estaban rindiendo?  Entonces notó que alguien le daba un par de toques en el hombro derecho. Le hizo un gesto a las tortugas para que esperasen un segundo y se dio la vuelta, pero no vio a nadie. Entonces tuvo la ocurrencia de bajar la vista y vio una silueta confusa, que se desdibujaba delante de él. Parpadeó con fuerza, bizqueando, hasta que consiguió fijar la vista. Se trataba de la chica lagarto y… espera, esa bolsa que llevaba ¿de qué le resultaba familiar? Chopper quiso preguntárselo, pero no tuvo ocasión: vio cómo ella echaba el puño derecho hacia atrás y luego lo proyectaba contra su cara. El motero se lo comió de lleno, trastabilló un par de pasos hacia atrás y cayó de espaldas sobre el catamarán, haciendo que se balanceara violentamente por el movimiento de las olas y ya  no levantarse más.

- Eso por el niño –dijo Gioco aunque él ya no podía oírla, agitando la mano con la que le había golpeado. Se volvió a Raph dándole un repaso de arriba abajo, percatándose de los moratones incipientes– ¿Estás bien?

- De lujo. ¿Tú?

Ella palmeó la bolsa del dinero con una sonrisa.

- ¡Pan comido! – contestó y se volvió hacia el niño, que alzó los brazos cuando ella se le acercó – Hola, pequeñín. ¿Me echaste de menos? ¿Estás bien?

- Será mejor que regresemos – dijo Raphael, mirando en la dirección por la que habían venido – No confío en que cabeza de chorlito sea capaz de mantener la calma… ¡oh!

- Aguarda, hay algo que debo recuperar – dijo Gioconda, encasquetándole al niño sin más explicaciones y dejando caer la bolsa del dinero.

Raphael había cogido al pequeño por inercia, por las axilas, y así lo mantuvo delante de él, con los brazos extendidos, en vilo. Lo miró con aprensión y el niño le devolvió la mirada, con curiosidad, y al cabo de un momento terminó sonriendo. La joven tortuga se sorprendió.

- “¡Ey, fíjate, creo que le gusto!“ – pensó y poco a poco se fue formando una sonrisa en su rostro.

- ¡Oh, qué estampa tan tierna! 

La sonrisa se esfumó del rostro de Raphael y dio un respingo, como si le hubieran pillado haciendo algo malo. Allí estaba Gioconda, observándolos desde el catamarán con las manos entrelazadas. En su cintura volvía a estar el kusari-fundo. 

- Cierra el pico – le espetó Raphael de mal humor y le alargó el niño con brusquedad, tomó la bolsa del dinero y echó a andar para darle su caparazón.

Gioconda le siguió con el pequeño en brazos, riendo entre dientes.


- ¡Tres!

- ¡Está bien, está bien! – exclamó Casey, alzando una mano. Snow se detuvo, pues ya se había preparado para rajar la garganta a de Rosa - ¡De acuerdo! Me voy – dijo, a regañadientes, metiendo el palo de hockey en su bolsa y retrocediendo un par de pasos.

Se dio la vuelta, dándole la espalda, aunque sabía que se la estaba jugando. A Snow podría darle por arrojarle el cuchillo para que le hundiera entre los omóplatos, pero confiaba en que no lo hiciera. Avanzó un par de pasos más cuando vio movimiento en los tejados del último edificio, puesto que a partir de ahí comenzaban los muelles. Sonrió bajo la máscara y se tomó su tiempo para darse la vuelta.

Snow y De Rosa continuaban en la misma posición que hacía un momento.

- ¿Estás sordo? ¡He dicho que…!

- Sí, sí, ya sé lo que has dicho. Es sólo que quería apuntar una última cosa. Unas notas a pie de página, si me entiendes – su sonrisa se amplió viendo la cara de confusión de Snow. Fue levantando los dedos según iba enumerando – Primer punto: deberías preocuparte más por tus amigos que por los míos. Segundo punto: es cierto que ahora tienes a de Rosa padre en tu poder pero a cambio no tienes el dinero ni tampoco al pimpollo. Tercer y último punto: aquí el único que está jodido eres tú. Y cuando antes te des cuenta, más opciones puedes tener de escaparte.

A esas alturas el rostro de Snow estaba desencajado. Cómo… cómo se atrevía… sin embargo la duda le carcomía por dentro, desde el principio grandes goterones de sudor le habían resbalado por la piel, empapándole la bandana. Había hecho la señal convenida para que Chopper hiciera acto de presencia y se encargara del enmascarado, pues no pensaba dejarle marchar con vida después de lo sucedido. Tampoco había señales de Chassis ni del resto de sus muchachos: había habido un tiroteo y no había vuelto a saber nada de ellos.  Si todo había ido bien ¿dónde coño se habían metido?

- Veo que sabes sumar dos y dos – apuntó Casey, viendo cómo demudaba el rostro del motero. Repitió el gesto de la mano cornuta – Has hecho la señal y tus coleguis no han venido. ¿Eh? ¿Tendré yo mejor suerte? – preguntó de manera retórica y alzó su mano con el signo del ok.

Al instante aterrizaron los dos tipos disfrazados, uno a cada lado del de la máscara de hockey. La tortuga llevaba la bolsa del dinero y la chica al pimpollo.

- ¡Abel! – exclamó De Rosa, sin poder evitarlo, y se ganó un nuevo pellizco del cuchillo.

- ¡Cállate! ¡CÁLLATE, MALDITA SEA! – exclamó Snow, casi fuera de sí. Miró a los dos bichos raros sin dar crédito – Vosotros…

- ¿Cómo va eso, copo de nieve? – preguntó Raphael - ¿Ya te ha dicho mi colega que estás jodido? Porque lo estás, amiguito, vaya que si lo estás…



[Teenage Mutant Ninja Turtles] Los vigilantes - Capítulo VIII


Ernesto De Rosa vislumbró a los tres hombres en cuanto torció con el vehículo en una esquina. Iba a paso de tortuga, con las luces dadas y cuando los vio – uno de ellos parecía llevar algo en brazos – el corazón le dio un vuelco. Fue a frenar pero se lió con el pie y la palanca de cambios, de modo que el coche le dio un tirón. No estaba acostumbrado a conducir, pues solía ir con chófer o en taxi a todas partes, pero haría lo que fuera falta con tal de recuperar a su hijito. Había obedecido a aquellos desgraciados al pie de la letra y debajo del asiento del copiloto llevaba una bolsa de gimnasio con el dinero que habían pedido y ciertos documentos que podían permitir a aquella banda llamada Harley’s Demons operar con tranquilidad.

Sabía que era un error, que estaba tirando tierra sobre su propio tejado. Sí, de acuerdo, le entregaban el dinero y ellos le devolvían a su pequeño, pero ¿qué sería lo siguiente? Porque seguro que seguirían chantajeándole en un futuro próximo y a saber qué sería lo siguiente que usarían como palanca negociadora. A De Rosa no le preocupaba lo que pudiera pasarle a él, pero otra cosa era cuando amenazaban a sus seres queridos, como su hijo. Sacudió la cabeza; mejor no pensar en el futuro si no en el presente. Se jugaba mucho. Detuvo el vehículo finalmente, intentó calmarse y paró el motor. Sin embargo, dejó las luces dadas, pues el muelle estaba demasiado oscuro.

A pesar de que le costaba no separar los ojos de su hijo se inclinó para tomar la bolsa del dinero y abrir la puerta, saliendo del vehículo despacio y mostrando en todo momento sus manos.

Aquél terrible albino le miraba con una gran sonrisa que a De Rosa no le gustó. Enfundado en cuero negro y rojo, con una bandana en la frente y su cabello casi tan blanco como la nieve, le contemplaba con una mirada helada, que se clavaba y traspasaba como si de un carámbano de hielo se tratara. De Rosa se tensó al instante pero intentó que no se le notara: estaba aterrorizado y más cuando se fijó en la pistola que portaba uno de aquellos individuos. 

- Vaya, vaya, vaya – dijo el hombre que se hacía llamar Snow, cruzándose de brazos – Hablando del rey de Roma…

- ¡Papi! – exclamó el pequeño, extendiendo sus manitas hacia el recién llegado pero el hombre que le sostenía le agarró con dureza y se las bajó, haciendo que el niño soltara un sollozo nervioso.

- Tranquilo, cariño. Papá ya está aquí – dijo De Rosa, mirando a su hijo para después posar la vista en Snow - Por favor – rogó, aunque su tono de voz seguía siendo firme – He traído todo aquello que me pediste. Ahora devuélveme a mi hijo…

Snow alzó una mano sin dejar de sonreír ni de mirarle de aquella forma.

- ¡Alto, vaquero! Puede que en tu despacho estés acostumbrado a dar órdenes, pero aquí no eres nada más que un saco de mierda, exactamente igual que nosotros. Aquí mando yo. Primero la pasta, luego el mocoso.

De Rosa no tenía más remedio que acceder aunque para sus adentros se maldecía por no ser más valiente. Una parte de él deseaba abalanzarse contra aquel hombre y sacarle los ojos pero ¿qué conseguiría con eso? Para empezar, jamás llegaría a tocarle, pues le apuntaban con un arma de fuego. Lo siguiente que podría suceder era que mataran a su hijo delante de él. Además él no era un hombre que estuviera en forma y Snow parecía bastante fuerte debajo de aquella ropa ajustada, por no hablar que serían tres contra uno.

Con un cuidadoso movimiento lanzó la bolsa delante de Snow, quien se agachó para abrirla tomándose un tiempo que al alcalde se le hizo eterno y lanzando de vez en cuando ciertas miradas socarronas a De Rosa, quien lo único que podía hacer era aguardar pacientemente a que terminara sin despegar los ojos de su hijo.

Una vez que el líder de los moteros pareció satisfecho con el botín se incorporó, tomó la bolsa y se la pasó al compañero que sujetaba el arma, que se la colgó del hombro izquierdo sin dejar de apuntar al alcalde.

Entonces Snow, con un movimiento lánguido, como si estuviera aburrido, hizo una seña al hombre que retenía a su hijo. Éste puso al pequeño en el suelo para que fuera él solito andando hacia su padre.

- Venga, largo de aquí…

- Abel, meu pequeno, vai* – llamó De Rosa en su idioma natal, agachándose y extendiendo los brazos hacia él.

El niño miró con sus ojitos azules hacia arriba, hacia aquellos hombres que tanto miedo le daban, pero su padre le estaba llamando. Así que poco a poco el pequeño perdió parte de su miedo y avanzó obediente hacia los brazos conocidos y añorados… hasta que Snow se agachó alargando sus manos hacia él con un movimiento tan rápido como el de una serpiente. Alzó al niño en volandas, apoyando la mano izquierda en su boca para silenciarle e inmovilizarle mientras que la mano derecha permanecía posada en su cinturón, donde tenía algunas bolsas.

De Rosa se revolvió hacia ellos, pero un movimiento del hombre armado con la pistola le hizo retroceder los dos pasos que había dado mientras miraba la escena con sus ojos castaños casi salidos de sus órbitas.

- ¡Por favor! – exclamó, por encima del llanto de su hijo, sofocado por la mano del motero- ¡Por favor, teníamos un trato! ¡He cumplido con mi parte!

- ¿QUÉ HAS CUMPLIDO CON TU PARTE? – exclamó entonces Snow: aquella expresión socarrona se había esfumado y ahora sólo había pura rabia en sus facciones de alabastro - ¡TE DIJE QUE NO HABLARAS A NADIE DE TODO ESTO!

- ¡Y no lo he hecho, por el amor de Dios! – exclamó De Rosa, al borde de la desesperación, llevándose las manos a la cabeza por un instante y alborotando su cabello negro, que ya empezaba a peinar algunas canas.

Snow sonrió y de nuevo con un movimiento increíblemente rápido de su mano derecha extrajo un gran cuchillo negro, heredado de su padre y que usó durante su servicio en Vietnam, y lo llevó hacia la garganta del niño, si bien no llegó a apoyar la fría hoja sobre su piel.

- ¿Acaso crees que soy estúpido? – preguntó en un tono de voz dulce, aunque poco a poco ésta se fuer cargando de desprecio – Todos los meapilas sois iguales: os creéis mejores que los demás sólo porque ganáis mucha pasta, conducís coches caros y porque los demás imbéciles hacen lo que vosotros decís…

- Por favor – rogó una vez más da Rosa con la mente dándole vueltas. Sólo tenía ojos para su hijito, para su niñito que estaba en peligro de muerte. El alcalde estaba tan desesperado, tan angustiado que no podía hablar nada más que en un susurro, temblando y con los ojos brillantes – Haré lo que quieras, te daré todo lo que quieras… 

- Si pensabas que no íbamos a ser capaces de pillar a esos tres zumbados que has contratado es que no sabes con quién cojones estás hablando…

- Pero por favor, a mi niño no… me tienes a mí, hazme lo que quieras, pero a él no, por favor… déjale marchar – seguía De Rosa casi como un autómata, sin escuchar realmente lo que se le estaba diciendo.

Entonces Snow le sonrió de nuevo, pero no con alegría, si no como lo haría un lobo ante la visión de un rebaño de ovejas totalmente indefenso. Estalló en una única carcajada que, a oídos de De Rosa, parecía de demente.

- ¡Claro que vas a darme todo lo que yo quiera! Porque si no regaré el suelo con la sangre de tu pimpollín – hizo una pausa dramática, pensando que ya lo tenía todo resuelto – Para empezar, exijo que…

Se detuvo al escuchar un sonido cercano de detonaciones. ¿Disparos? Por un momento todos los adultos presentes olvidaron en qué estaban metidos y giraron las cabezas en la dirección de la que venía el sonido, que era la de su cubil. Snow sufrió un momento de bloqueo, pero enseguida sospechó lo que estaba sucediendo. 

- Chopper – dijo, endosándole al susodicho al pequeño De Rosa, que seguía llorando sin parar – Esconde al mocoso y no te dejes ver hasta que te de la señal - se volvió a De Rosa senior –. Tú, ven aquí ahora mismo.

El alcalde obedeció sin rechistar y entonces Snow le asestó un puñetazo gratuito en el estómago que hizo que De Rosa hincara la rodilla en el suelo. A esas alturas los disparos ya habían finalizado. Quizá sólo hubo un problemilla con los prisioneros y ya había quedado solucionado o quizá fuera que esos idiotas no sabían divertirse sin disparar a todo lo que veían pero Snow no quería correr riesgos. Sentía que algo no iba bien y su intuición rara vez le fallaba. Así pues, se volvió a su subalterno armado.

- Chassis, ve a ver qué sucede. 

Éste obedeció y se puso en movimiento en dirección al edificio donde la banda había retenido al pequeño. 

Snow se inclinó y agarró al indefenso De Rosa de tal modo que le puso el cuchillo en la garganta.

- Muy bien meapilas, un solo movimiento en falso y te hago una sonrisa nueva – le dijo, mientras observaba a Chassis marcharse. 

Esperaría la vuelta de Chassis pero se había asegurado de que el pimpollo estaba fuera de la vista y además tenía a De Rosa como rehén… sólo por si acaso.



Chassis se dio cuenta un poco tarde de que no había dejado con su jefe la bolsa del dinero pero éste tampoco le había dicho qué hacer con él. Se encogió de hombros y continuó avanzando, con la pistola en ristre: el jefe parecía nervioso así que él extremaría las precauciones, aunque internamente pensaba que serían los muchachos pasándoselo en grande con los tres pirados. Apenas acababa de pensar esto cuando se le pusieron de punta los pelillos de la nuca: había alguien detrás de él. Se volvió deprisa pero no tuvo tiempo de disparar porque algo le golpeó en las manos. A pesar de que aferraba la pistola con fuerza ésta salió despedida hacia arriba. Chassis gruñó cuando perdió el equilibrio porque al girarse con tanto ímpetu no tuvo en cuenta la bolsa de deporte, que se balanceaba a su lado tirando de él. Algo barrió sus pies del suelo y en el instante en que éstos perdían contacto otro pie le golpeó en el estómago, haciéndole volar hacia atrás. 

Cayó pesadamente de espaldas, pero se recuperó y cuando vio que alguien saltaba hacia él encogió las piernas y las proyectó hacia delante. El quejido sordo y el dar con algo blando le confirmó que había devuelto el golpe a aquel hijo de puta.

Se incorporó abandonando la bolsa y buscando su arma, que estaba un par de metros delante de él… y algo más adelante estaba, apoyada sobre sus rodillas, aquella maldita chica disfrazada de lagarta. Ésta se dio cuenta de qué tramaba Chassis y se apresuró también hacia la pistola.  Los dedos de Chassis la rozaron pero un puntapié la mandó lejos.

El motero rugió de rabia y asestó un derechazo en dirección a la chica que lo esquivó y le devolvió el golpe en el costado derecho aprovechando que él tenía ese flanco desprotegido. Chassis volvió a encadenar una serie de puñetazos pero la chica esquivaba todos sus golpes y le contratacaba, de tal modo que fueron retrocediendo hasta que él tropezó con la bolsa del dinero.  Con un rápido movimiento la tomó en las manos y la proyectó contra la chica, dándole de frente y frenando su avance. Pero lo que Chassis no esperaba es que ella se aferrara a la bolsa y que tuviera tantísima fuerza: se sintió arrastrado y tras dar varios traspiés salió despedido hacia delante y se dio de morros en el suelo. Cuando quiso volverse sólo tuvo tiempo de ver un pie descalzo de cinco dedos yendo a toda velocidad hacia él… y luego todo se volvió negro.








* Portugués: "mi pequeño, ven".

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Los vigilantes - Capítulo VII


Ernesto De Rosa no era un mal padre. Tampoco era un mal alcalde. Quizá por esto último los Harley’s Demons le echaron el ojo al poco de llegar a la ciudad: intentaba hacer de Nueva York un sitio mejor. De ahí que promoviera ciertos actos en pos del bienestar ciudadano, entre los que se encontraba atajar la delincuencia. Se decía que era incorruptible e insobornable, que perseguía a los malhechores con gran y enérgico ahínco. Un tipo íntegro y fiel a sus principios, es lo que diría cualquiera que le conociera. Esta forma de ser le hacía muy popular, lo que se traducía que tenía bastantes contactos, algunos poderosos e influyentes. Y muchos enemigos, entre los que se encontraban Snow y sus muchachos. La banda necesitaba dinero e influencias, algo que tenían en su estado de origen pero no aquí.

Los Harley’s Demons no llevaban mucho tiempo en Nueva York pero sí el suficiente para darse cuenta de que había una feroz competitividad por el control de la misma. Ya habían conocido a los Dragones Púrpuras, con los que habían tenido ciertos encontronazos bastante violentos. Con la mafia italiana aún no habían tenido ocasión de pelear pero Snow deseaba saber todo lo posible de ellos: aunque éstos se dedicaban a otro tipo de negocios que los moteros no querían promover de momento, nunca estaba de más recabar toda la información posible de tus rivales. Y luego estaba aquella otra facción en la sombra de la cual sólo existían rumores, pero Snow creía tener indicios suficientes para confirmar su existencia: la más peligrosa, la más poderosa, la que estaba más cerca de controlar la ciudad. Pero eso a Snow aún no le preocupaba pues los moteros no eran lo bastante fuertes; aunque costara admitirlo eran tan insignificantes que no habían llamado la atención de la misteriosa facción… al menos por el momento.

No, Snow debía centrarse en su mayor competidor: los Dragones Púrpura. Pero para hacerles frente necesitaba más dinero, más infraestructura y más efectivos. Tras algún que otro golpe bastante bueno el jefe albino había decidido dar un paso más allá y secuestrar al pequeño De Rosa; la idea la tuvo viendo al alcalde en un gran discurso sobre sus nuevas medidas contra la delincuencia. A Snowe le bastó mandar a un par de sus muchachos para seguirle y averiguar todo sobre él, sus puntos débiles, algo con lo que chantajearle. El pimpollito les pareció perfecto. Qué fácil fue arrebatárselo a la cuidadora y al tipo de la secreta cuando lo llevaban al jardín de infancia. 

Una vez en su poder Snowf recordó por qué detestaba tanto a los niños y no se molestó en ocuparse de él personalmente, encasquetándoselo a los muchachos para que se encargaran de darle de comer, cambiarle los pañales, hacerle dormir y mantenerle en silencio. A pesar de que pudiera sacarles de quicio las órdenes eran claras: nada de hacerle daño o pobre de aquél que tuviera la imprudencia de hacerlo.

Su chantaje comenzó poco después y todo parecía ir por buen camino: nada de policía, nada de prensa, máxima discreción, los cuatrocientos mil dólares en billetes sin marcar en una bolsa, ciertas condiciones que facilitaban a la banda de moteros el movimiento en detrimento de sus rivales y el mismo Da Rosa, sin chóferes, lo llevaría al lugar de encuentro que Snow eligiera: los muelles de City Island a eso de la una de la madrugada del miércoles. Pobre del niño De Rosa si su padre incumplía alguna de estas cosas. Y aunque le había tanteado y le había parecido convincente ahí estaban esos tres tipos con sus ridículas vestimentas (porque eso eran, disfraces ¿no?) que habían estado a punto de llevarse al niño en sus mismísimas narices.

Muy bien De Rosa, tú lo habías querido. En un momento inicial de ira había pensado en romper el acuerdo, pero Snow pensaba aprovechar la tesitura: exigiría una renegociación más agresiva. Era capaz de rajarle al niño la garganta si el alcalde se negaba a sus nuevas cláusulas. Sonrió. No creía que llegara a tener que hacerlo porque estaba seguro que la mera visión de su hijo con el cuchillo de combate de Snow a la garganta sería suficiente para convencerle.

A un gesto suyo uno de sus hombres armados y Chopper, que había bajado al suelo al niño y lo llevaba de la mano, fueron a recibir a De Rosa al exterior de la nave. Dejó al resto de la banda vigilando y encargándose del trío de rescatadores fracasados.



- ¡Agarradlos y atadlos! ¡Veremos si siguen teniéndose de pie después del paseo!

Algunos de los moteros habían traído cuerdas y se acercaron al trío con ánimo de atarles. Mientras tanto otros les apuntaban con sus armas.

- Oye Raph – susurró Casey, volviendo el rostro hacia su amigo – Si tienes un plan, adelante. No sé tú, pero a mí no me apetece que me usen de cepillo para barrer el suelo.

- Vale, puedo encargarme de ellos – dijo, refiriéndose a los tipos armados - pero no creo que pueda evitar que abran fuego. Si las balas os alcanzaran yo…

- Olvida eso y no te preocupes por mí, sé cuidar de mí mismo.

- Estoy lista y más que dispuesta – murmuró Gioconda con fiereza. Ya había comprobado que efectivamente le faltaban sus tessen, por lo que sabía que Raphael los había obtenido cuando ella pasó por su lado para entregar al pequeño y ninguno de esos capullos se había dado cuenta.

Raphael se sintió contento y orgulloso por tener a su lado dos compañeros tan dispuestos y temerarios. No es que no extrañara a sus hermanos, cosa que hacía, pero se alegraba de tener semejantes amigos de su lado. Aún así prefería quedarse más tranquilo.

- Atraeré todo el fuego sobre mí pero aún así apartaros de la línea de acción – hizo una breve pausa - Está bien, a mi señal…

Los moteros justo llegaron a su lado, ajenos a esa conversación.

- ¡Espera! ¿Y si les quitamos las máscaras primero? Quiero ver las caras de estos gilipollas.

- ¡Sí! ¡Yo también!

Parecían muy entusiasmados ante la perspectiva de tener algo con lo que entretenerse. Primero uno de ellos agarró a Casey y le arrancó la máscara de hockey para luego propinarle un puñetazo en el estómago. Lo empujó contra otros dos que estaban listos para atarle; Casey se dejó manejar sin quitarle la vista de encima a Raphael, esperando su señal.

Un tipo calvo, de mediana edad y con una poblada barba morena se acercó a los dos mutantes. La tortuga, viendo como el motero miraba de una forma realmente asquerosa a Gioconda, se interpuso entre ambos.

- Tócala y no vives para contarlo – le espetó, consiguiendo lo que se proponía: atraer su atención. 

No había que ser un genio para adivinar lo que se le pasaba por la cabeza a semejante cerdo. Estaba claro que pensaban que el aspecto tanto de Gioconda como el suyo se debían a que iban disfrazados. Por un lado, eso estaba bien porque aseguraba que su auténtica naturaleza seguía manteniéndose secreta, pero por otro… Raphael bullía de furia viendo la actitud del motero, aunque sabía que Gioconda se las bastaba sola para despachar a semejante piltrafa antes de que éste tuviera la opción de ponerle las manos encima. La única razón de que ella no hubiera explotado ya era porque acataba el plan de Raphael, porque también esperaba su señal.

Sonrió para sus adentros. Sus intentos por atraerle habían funcionado, por no hablar de su movimiento calculado para alejar a Gioconda un poco más de la acción. El motero le lanzó una fugaz mirada asesina e hizo amago de agarrarle con ánimo de desenmascararle. Entonces todo sucedió muy aprisa.

Raphael le agarró y lo lanzó contra los dos tipos que estaban atando a Casey. En el mismo instante la mutante se encogió para tomar impulso y dar un gran salto hacia atrás para retirarse mientras que Casey aprovechaba la situación y comenzaba a dar puñetazos. Se oyeron gritos y empezaron a disparar.

Raphael, a pesar de que se moría de ganas de darle un repaso al cerdo de pensamientos asquerosos, se centró en su objetivo. Temía por Casey y Gioconda pero debía confiar en que fueran lo suficientemente rápidos para esquivar las balas. Girando en el aire con una elaborada pirueta para disminuir al máximo posible la posibilidad de acabar con una bala alojada en su carne, desenvainó los tessen de Gioconda y los abrió, desplegando las hojas de metal contra las que impactaron al instante algunas de las balas. Estos tessen eran una versión mejorada por Donatello del arma clásica. Aprovechando material sobrante del vehículo acorazado lo había cortado en finas láminas para confeccionar unas armas capaces de resistir el impacto de armas de bajo calibre por lo que era especialmente útil para desviar las balas.

Mientras tanto Gioconda, apurada, pues las balas daban donde instantes antes había estado su cuerpo, había conseguido llegar hasta el despacho. Entró rodando y consiguió apañárselas in extremis para saltar de tal modo que pasó sobre una de las mesas, si bien fue un tanto torpe, y cayó de bruces en el suelo. Aun así, no perdió tiempo en resollar de dolor si no que se apartó hacia el lado de los cajones. Dos balas abrieron agujeros en la madera del escritorio y otra en la pared de contrachapado a unos cincuenta centímetros sobre su cabeza. La chica se miró el cuerpo, palpándose el pecho y el abdomen con aprensión y nerviosismo, pero pocos segundos después suspiró de alivio cuando vio que había salido ilesa.


Los disparos por suerte no duraron mucho más. El salto de Raphael había sido excelente: la tortuga aterrizó entre los hombres armados y en ese mismo momento comenzó a golpearles con los pies, los codos y los tessen, dando vueltas casi como una peonza ejecutando unos movimientos impecables y maestros. A pesar de no estar usando sus armas habituales sabía apañárselas con cualquier tipo de arma, como el resto de sus hermanos, gracias a la insistencia del maestro Splinter*.  En apenas cuatro segundos los matones habían sido desarmados y despachados. 

Raphael se incorporó y notó un escozor en su hombro derecho: vio el arañazo sangrante provocado por una bala que le había rozado. Mierda, hubiera jurado que había sido un ejercicio perfecto. Observó desde su nada imponente estatura a los cinco moteros, inconscientes en el suelo, sus manos a ambos lados de las caderas sujetando los tessen de su hermana adoptiva. Acordándose de ella volvió la vista al despacho.

- ¿Gioco? – preguntó mientras observaba a Casey, a medio camino del despacho, terminando de desembarazarse de un buen derechazo del último motero. Su amigo y hermano estaba ileso.

La chica se asomó poco después para su tranquilidad levantando un pulgar para indicarle que estaba bien.  

Raphael le lanzó los tessen plegados cuando la chica se acercó mientras Casey recuperaba su máscara de hockey y su bolsa de palos. Raphael dio unos pasos y se agachó para recuperar sus dos sais, que cruzó delante de su rostro. Por detrás Gioconda ya tenía listos sus recién recuperados tessen y Casey volvía a estar enmascarado y portando en ambas manos un palo de hockey que tenía de recambio.

- Hora de ajustarle cuentas al copón de navidad y de recuperar al chaval – sentenció Raphael.

Sus dos compañeros no pudieron más que secundarle y seguirle al exterior.








* Visto en el episodio 12 de la segunda temporada "¡Vaya cocodrilo!"

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Los vigilantes - Capítulo VI


Casey Jones se tomó unos instantes en procesar lo que tenía ante sus ojos. No sabía mucho de niños, sólo lo justo: que gritaban y lloraban, que hacían pis y caca y que había que cambiarles los pañales de vez en cuando. Ese niño en concreto parecía que ya había superado esa fase, aunque no estaba del todo seguro. Era un negado para saber la edad de un niño con sólo mirarle, todo lo contrario que su madre. Sin embargo, la edad del churumbel no era lo importante (Casey le calculaba unos tres o cuatro años de todos modos) sino más bien ¿qué demonios pintaba allí?

- Pero ¿y este niño? – preguntó, rascándose la cabeza y trasladando el peso de su cuerpo de un pie a otro.

- ¿Nos ves con cara de saberlo? – preguntó Raphael, tan perplejo como él.

Gioconda estaba examinando al pequeño. A la mutante seguían sin gustarle del todo los seres humanos por ciertos episodios desagradables que había tenido con ellos anteriormente, como ya habíamos indicado; hechos que le habían obligado a vivir escondida, moviéndose sin ser vista, por temor a que la hicieran daño o la matasen simplemente por ser lo que era. Había aprendido a la fuerza que debido a su aspecto no podía moverse entre ellos a simple vista, por lo que encontrar un refugio o comida le habían resultado tareas muy complicadas durante el tiempo que vivió en la calle; las tortugas y su maestro estaban en su misma situación con la diferencia de que ellos fueron más listos refugiándose en las alcantarillas. Allí Gioconda estaba aprendiendo muchas cosas, una de las cuales era que no todos los humanos son crueles o malvados. Le había costado aceptar y confiar en April pero gracias a eso lo había entendido finalmente. Aquello le había facilitado las cosas para aceptar a Casey sin dudarlo apenas: si las tortugas confiaban en ellos es que eran buenas personas.

Aún así se sentía un tanto confusa con el niño: una cosa era aceptar personas que eran de confianza de tu familia y otra muy distinta a perfectos desconocidos. Este niño, a pesar de que era demasiado pequeño como para suponer una amenaza, ERA un desconocido, pero el sentimiento que le recorría por dentro cuando le miraba la dejaba desconcertada; a pesar de ser la primera vez que sentía algo así había algo extrañamente familiar en ello. 

No, no le odiaba, a pesar de no conocerle de nada, sino todo lo contrario. Sentía que en cierto modo le gustaba, que debía protegerle… quizá porque era pequeño, vulnerable… como ella misma lo había sido al principio, antes de pasar por la calle. Quizá por eso su impulso fue lanzarse sobre él, agarrarlo entre sus brazos y usar su propio cuerpo como escudo protector. Si no hubiera cubierto al pequeño quizá hubiera resultado herido en la reyerta, Raphael y Casey ni le habían visto. 

El niño había estado llorando antes y durante la pelea por todo el estrépito, Gioconda le había sentido agitarse y estremecerse entre sus brazos, tenía restos de papilla sobre el jersey rojo y el peto que vestía. Al menos esos desgraciados le daban de comer. Pero ahora el pequeño ya no lloraba, si no que miraba con unos grandes ojos azules a Gioconda, con una manita en forma de puño en su boca y con la otra sujetada por la mutante. Y a pesar de que ella era una mutante y que otra persona quizá se hubiera asustado o vuelto violenta con ella, le sonrió cuando su mirada azul se cruzó con los ojos castaños de ella. La muchacha le observó no sin cierta ternura.

- Está claro – respondió entonces la mutante, alzando la vista para mirar a Casey. Su expresión dulce se esfumó y dejó paso a una más seria – Él es el pimpollo.

Casey la miró durante unos instantes sin comprender o, más bien, negándose a comprender.

- ¿Qué?

Gioconda suspiró con impaciencia.

- ¿No lo ves? Piénsalo. ¿No se dijo ya que un cuadro de un museo era un botín inusual para una banda de moteros? Tú mismo detallaste qué tipo de actividades realizaba la banda: no me extrañaría nada que ahora sumaran el secuestro entre ellas.

- ¡Eso es! – exclamó Raphael, golpeando con un puño su palma de la mano – Case, el dinero del que hablaban. Deben haber secuestrado a este crío y pedido un rescate a sus padres, lo mismo son gente de mucha pasta. Mira, si toda su ropa es de marca...

Gioconda asintió.

- Pero… pero… pero ellos mismos dijeron que era el Pimpollo, mencionaron a de Rosa…

- ¿Un nombre en clave? – sugirió Raphael.

- O un apellido, quizá portugués – propuso Gioconda, luego se encogió de hombros – Yo qué sé. Pero un pimpollo tiene muchas acepciones: así se llama a los brotes tiernos, también a las rosas sin abrir… y de manera coloquial se puede referir a un niño. Ya sabes, uno arregladito y guapo. Justo como éste.

- Me recuerdas a Donatello cuando vas de marisabidilla ¿sabes? – dijo Raphael, sacudiendo la cabeza. Gioconda puso los ojos en blanco pero sonrió, aceptando su observación como un cumplido.

Por otra parte, como si se diera por aludido el niño hizo un gorgorito e intentó vocalizar la palabra pero lo máximo que consiguió decir fue algo así como “imoyo”.

En cuanto a Casey miró a sus dos amigos varias veces, luego al niño y por último a Gioconda. Entonces se llevó la mano enguantada a la frente.

- ¡Oh, maldita sea! – exclamó - ¡Esto es una faena, tío, una auténtica faena! Se suponía que íbamos a ganar mucho dinero recuperando una valiosa obra de arte pero ahora resulta que no la hay por ninguna parte – entonces se interrumpió, mirando al niño y poco a poco fue frunciendo el ceño, furioso - ¡Serán malnacidos! ¿Cómo se les ocurre secuestrar a un niño tan pequeñito? ¿Cómo es posible? Uf… ¡M-me ponen enfermo!

- Shhh ¡calla Casey! – le recriminó Gioconda, apretando al niño contra sí, que comenzó a agitarse y patalear – Le vas a hacer llorar si sigues gritando así…

- Ja, por no hablar de que vas a atraer a toda la banda al completo. Propongo que nos demos el piro, ya nos preocuparemos de encontrar a la familia del enano y devolvérselo. 

- Quiero… mi mamá – dijo entonces el niño, hipando.

- Además ¿cuánto tardará en empezar a oler mal? – concluyó la tortuga, con cierta aprensión.

- ¡Oh, no! ¿Cuánto tiempo llevamos charlando? – preguntó Gioconda, alarmada.

- Demasiado – dijo una voz áspera y dura. Los tres se volvieron instintivamente hacia la puerta.

Allí, a unos pocos metros de la entrada, estaba el jefe de la banda, el hombre albino. Detrás de él había varios de sus muchachos, esta vez apuntándoles con pistolas. Y a su lado, triunfante, estaba Chopper, liberado de la opresión del kusari-fundo que, por cierto, se había sujetado al cinturón para adjudicárselo.

- ¡Te lo dije, jefe! – exclamó Chopper con una gran sonrisa - ¡Te dije que estos tíos venían a llevarse a nuestro pimpollo! ¡De Rosa nos la ha jugado! ¡Ha debido contratarles para recuperar al niño por su cuenta! 

Al verlos el trío reaccionó de forma instintiva. Raphael empujó a Gioconda detrás de él y Casey se le acercó, interponiéndose ambos entre el niño y sus secuestradores con sus armas alzadas, listos para pelear.

- Muchachos, creo que vuestras intenciones son absurdas – dijo el albino en un tono de lo más seguro y tranquilo, alzando una mano enguantada para señalar por detrás de él – Esas armas tan bonitas no tienen nada que hacer frente a las pistolas de mis muchachos. ¿Por qué no salís de ahí, nos dais al crío y charlamos aquí fuera como personas civilizadas?

En ese momento se pudo escuchar el llanto del niño; no parecía gustarle demasiado el jefe de los moteros.

- Sí, claro, y de paso nos sacas un té y unas pastas – espetó Casey, sonriendo debajo de la máscara pero mirando con el ceño fruncido al albino. A pesar de su bravata sabía que tenían pocas opciones: no había más salida que la que tenían delante.

- Eso lo dejamos para otro día, si no te importa. Aunque déjame darte un consejo, chaval: no agotes mi paciencia – pausa – Es la última oportunidad: salid despacio, con las manos en alto como buenos chicos o abrimos fuego. A la de tres. Una…

- ¡Si disparas matas al niño y tu oportunidad de forrarte, copito de nieve! – exclamó Raphael, ganándose una mirada ofendida tanto de Casey como de Gioconda. Él se encogió de hombros y sacudió la cabeza: por supuesto no anteponía el valor del niño al de su propia vida, pero era sólo para confundir al albino.

- ¿Y qué me decís de vosotros? ¿Estáis dispuestos a dejaros acribillar junto al pequeño pimpollín? 

Se hizo un silencio incómodo. Casey maldijo para sus adentros. Tenía razón: antes se rendirían que permitir que el niño saliera herido o muerto. Pero entonces caería en manos de los Harley’s Demons otra vez y además ellos estarían a su merced. Volvió a maldecir: estaban en un punto muerto.

Miró a Raphael, buscando apoyo. Éste parecía tan contrariado como él: volvió la cabeza para mirar a Gioconda, que aferraba al niño llorón y le miraba con una mezcla de desesperación y furia reflejada en el rostro. Raphael volvió a mirar a Casey, apretó los dientes y asintió con la cabeza de mala gana. 

- Dos…

Mierda… mierda, mierda… ¡mierda!

- ¡Está bien! – exclamó Casey, resignado - ¡Ya salimos!

Con una última mirada a Raphael el hombre de la máscara de hockey tomó la delantera, seguido por la tortuga y la chica lagarto y salieron del despacho.


- Vaya, vaya, vaya ¡qué tenemos aquí! 

Snow no era un hombre que se dejara impresionar fácilmente pero debía reconocer que aquellos tres eran los tipos más raros que había visto hasta la fecha. Había oído todo tipo de cosas excéntricas sobre la ciudad de Nueva York y sin duda esta era una de las que se llevaban la palma. Un jugador de hockey, una lagarta y un tipo tortuga: los tres chalados que habían dado de tortas a buena parte de su banda.

La lagarta llevaba a cuestas al pimpollín, sujetándole como una madre posesiva y desconfiada; en cambio los otros dos tíos llevaban en sus manos objetos que podían ser considerados como armas. Les sonrió mostrando todos sus dientes e hizo un gesto con la mano señalando el suelo.

- Abajo.

El tipo tortuga arrojó los dos pequeños tridentes al suelo, clavándolos mientras que el tipo de la máscara tiró el palo de golf y la bolsa que llevaba a su espalda con más cosas. La lagarta no portaba ningún arma, pero se tensó cuando Snow clavó sus ojos en el niño.

- Creo que tenéis algo que me pertenece.

- ¡Tendrás que pasar por encima de mi cadáver! – siseó la chica.

Snow le dedicó una sonrisa aún más amplia mientras que, por el contrario, sus ojos brillaban con un destello helado. Alzó las manos enguantadas para que se fijara en los hombres armados. Algunos de los moteros se rieron entre dientes, entre ellos Chopper.

- Nena, no estás en posición de hacerte la dura. Ya hemos tenido antes esta conversación ¿Quieres que tu amiguito corra la suerte de recibir un balazo?

- Gio, dale al niño – le dijo Raphael con dureza.

- Pero…

- ¡Haz lo que te digo!

La chica miró a Raphael que, inflexible, le instaba a que obedeciera sin rechistar. Ella no podía creer que se rindieran tan fácilmente por lo que tenía la esperanza de que todo esto formara parte de algún plan. Porque era cierto que ambos chocaban algunas veces por su carácter, pero ella y Raph se parecían tanto que parecía existir una compenetración íntima y secreta que hacía que se entendieran sin necesidad de hablarse. A pesar de que fue a Leonardo a quién le reveló por primera vez su apariencia Raph fue con la primera de las tortugas con la que se encontró, aquel que supo buscarla más tarde y consiguió convencerla de que abandonara esa espiral de violencia sin sentido en la que se veía atrapada, quien podía entenderla mejor que nadie. Para ella Raphael era como un libro abierto y viceversa: mirarle a él era casi como si se mirase así misma. Gioconda no se rendía fácilmente.  Por eso ella buscó una señal, algo, en su mirada, que le diera una pista…

Finalmente bajó la vista y miró al niño, que la observaba a su vez con expresión inocente, aún con los churretes de las últimas lágrimas destacándose en sus carrillos. Endureció su expresión cuando alzó la vista al frente y miró al hombre albino de la bandana roja que le esperaba con impaciencia, un lobo feroz y hambriento que buscaba un corderito al que hincarle el diente. Vio también las pistolas apuntándoles.

Respiró hondo y avanzó lentamente, pasando entre Casey y Raphael, especialmente cerca de este último, en dirección al jefe de la banda. Apenas notó algo rozándole la cintura por detrás, allá donde había dejado sus tassen antes de coger al niño. En pocos pasos llegó hasta Snow y muy a desgana, le ofreció al niño. Éste le agarró sin miramientos, arrancándoselo de los brazos.

- ¡YA ES NUESTRO MUCHACHOS! – exclamó Snow triunfante, siendo coreado por sus seguidores e instantáneamente el pequeño se echó a llorar. El hombre esbozó una mueca de disgusto y se lo alargó a Chopper, que se hizo con él a duras penas. Gioconda les observaba impotente, con los puños apretados, aun siendo apuntada por las armas de fuego.

Snow se percató de su mirada cargada de odio y de desafío. Su entereza le enfureció.

- Apártate, inmundicia – dijo, mirándola con asco desde su altura superior y mandó a Gioconda de vuelta con sus compañeros de una patada. 

- ¡Gio!

Raphael apretó los dientes con furia y se apresuró hacia la muchacha, que cayó de espaldas al suelo con una mueca de dolor. Sin embargo, no se atrevió a encararse con él porque seguían apuntándoles con las pistolas: Casey y Gio estaban muy cerca de él y, aunque él confiaba en que podría esquivar los disparos como en otras ocasiones, ellos en cambio podían resultar heridos.

- ¿Qué hacemos con ellos jefe? – preguntó uno de los que empuñaban las pistolas - ¿Podemos jugar al círculo con ellos?

Algunas voces expresaron su agrado ante la idea del compañero. Ya habían imaginado la posibilidad de hacer el círculo y poner especialmente al tipo de la máscara y a la tortuga en el centro para que bailaran de un lado a otro recibiendo puñetazos y patadas de su parte. Tenían muchas ganas de hacerles pagar su osadía por atreverse a desafiar a la banda.

- ¡También podemos usarlos a los tres como tiro al blanco! – propuso otro. De nuevo varias voces expresaron estar de acuerdo.

- ¡O atarlos a nuestras motos y llevárnoslos de paseo como los perros que son! – dijo entonces Chopper, aún con el niño en brazos.

¡Oh sí, eso sería de lo más divertido! Las voces se elevaron de nuevo con un gran entusiasmo, un par de compañeros le palmeó la espalda para felicitarle por su gran idea. Snow meditó unos instantes, sumamente interesado en ver semejante espectáculo, pero no se pronunció al respecto. 

Fue entonces cuando, a través de los tablones de la pared más cercana, vislumbró unas luces en movimiento. Entonces recordó que De Rosa venía de camino para pagarles el dinero por el rescate de su hijo.

- Tendrá que esperar, muchachos – dijo, volviéndose a mirarles - Los negocios siempre van antes que el placer.