Listado de fics del blog

Dale al título para ver el listado completo. Te animo a que me dejes un comentario si detectas algún link roto o erróneo. Con ánimo de que o...

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo VI

 


Mientras Yoichi se encargaba de prepararse para la misión Leonardo y Gioconda descansaron, mentalizándose para lo que estaba por venir, si bien Leonardo no podía dejar de sentirse avergonzado de sí mismo.

A pesar de lo que había expresado sus dudas sobre cuál sería la versión auténtica su intuición le decía que, efectivamente, debía creer al joven Nomura. Había ciertos detalles y ciertas obviedades que conseguían que ahora pensara así. Se preguntó, en ese caso, cómo podía haberse dejado engañar tan fácilmente. Era de suponer que, como líder, debía haber sido mucho más inteligente. El imaginar que ella le había engañado y manipulado para que hiciera el trabajo sucio hacía que se le retorciera el estómago. Y el pensar en cómo casi había estado a punto de matar a una persona inocente era lo que le causaba más inquietud. Por eso quería continuar, llegar al fondo de todo este asunto: quería restaurar su honor por haber atentado contra las víctimas y no contra el verdugo.

Ella había usado palabras amables, se había puesto en el papel de víctima indefensa acosada injustamente y él se había dejado cegar por su belleza y su aspecto vulnerable. Pero ahora que estaba lejos de su presencia Leonardo se creía más libre, más dueño de sus propios pensamientos; como si Hayami hubiera sido una droga que hubiera adormecido sus sentidos y ahora se hubieran pasado los efectos. Lo único que deseaba era volver donde ella estaba para enfrentarla, para corroborar la verdad; una parte de él deseaba estar equivocado, pero lo dudaba seriamente.

- ¿Estás bien? – le preguntó Gioconda, observándole con la cabeza ladeada. Por su tono denotaba que no estaba segura de si debía haberle preguntado o haberle dejado tranquilo. Una cosa que le gustaba de la muchacha: no agobiaba demandando respuestas, pero sabía demostrar que estaba ahí si la necesitabas.

- Sí, ahora sí – respondió él, suavizando su expresión. Suspiró; casi que necesitaba desahogarse, aunque igualmente lo hablaría más tarde con el sensei – Es sólo que… me siento tan estúpido por lo que ha pasado…

- ¿Significa eso que das credibilidad a la versión de Yoichi? – preguntó ella.

Él asintió 

- ¿Acaso tú no?

– Admito que la cosa está muy enrevesada pero hay demasiadas evidencias como para que sea mentira ¿verdad? – agregó mirando el cuadro del samurái con el zorro de varias colas y recordando que la propia Hayami tenía, en su biombo, un dibujo muy similar al de ese mismo kitsune – En fin, el estado prácticamente vegetativo del viejo es lo más decisivo de todo esto. En la historia de Hayami hay verdades mezcladas con pequeñas mentiras.

- Y por eso no puedo evitar sentirme así de idiota.

- ¿Por haberte dejado engañar por una cara bonita? – preguntó la chica con una sonrisilla - ¿Es eso lo que quieres decir? – cuando vio el mohín de él Gioco se apresuró a agregar – No tiene nada de malo, Leo. Es decir… ahm… eres de carne y hueso, por si no te habías dado cuenta.

- Pero se supone que he recibido entrenamiento para no caer en esos errores – insistió él – Como futuro jonin debo estar por encima de todo eso.

Gioco se le quedó mirando, tomó aire y se sentó a su lado,  pues antes se había levantado para admirar las piezas de colección del Japón Feudal del viejo Nomura, que por cierto habían quedado desperdigadas por el suelo de la estancia. Por suerte no eran de esas que se rompían.

Una vez se acomodó pareció tomarse su tiempo en responder. 

- Piénsalo de este modo – dijo, finalmente - Puede que tú te hayas entrenado para no caer en ciertas tentaciones, pero también estarán los que se han preparado a su vez para derribar ese tipo de defensas. Según el maestro Splinter yo misma, como kunoichi, debo aprender no sólo a usar las armas blancas si no también mi belleza natural para manipular, engatusar y sonsacar hasta al tipo más frío y duro del lugar – hizo una pausa y sonrió socarronamente - Ahora bien, no sé en qué casos me puede ser útil, la verdad, no es que sea una sex-symbol precisamente.

El último comentario lo dijo a modo de broma, para quitarle hierro al asunto, pero como vio que Leonardo seguía estando demasiado serio e incluso perdido de nuevo en sus pensamientos, lo dejó estar. Le dio un codazo suave en el brazo, obligándole a mirarla. 

- Eh, Leo. No es por hacerte la pelota, pero a mí me parece que, como líder, lo haces francamente bien. No te obsesiones con el tema: a fin de cuentas, no eres una máquina, ¿vale? No eres perfecto y nunca lo serás, por mucho que te esfuerces. No puedes evitar tener ciertos sentimientos. ¿Te acuerdas cuando me encontrasteis?  Yo os ataqué y aun así empatizaste conmigo cuando viste que era mutante. Si en lugar de eso hubieras hecho lo que debías como líder, proteger a tus hermanos independientemente de mi condición, muy probablemente yo no estaría aquí ahora; seguiría rondando por las calles sin rumbo fijo o quizá estaría muerta porque los Dragones hubieran terminando dado conmigo– agregó y, aunque notó cierto cambio en la postura de Leo, éste seguía demasiado hosco, de modo que probó con otra cosa - Además, ya escuchaste a Yoichi; ella llevará como tres siglos haciendo esto, de modo que es toda una experta. Mucho más que tú, ni qué decir yo, así que a mí me parece bastante lógico que haya podido jugárnosla.

- Pero a ti no te ha afectado tanto como a mí. ¿Me equivoco?

- Ya escuchaste a Yoichi; su objetivo son los hombres. Estoy segura de que lo hubiera hecho si me gustaran las chicas en vez de los chicos, que no por eso no deja de parecerme guapísima, ojo – puntualizó Gioconda – Creo que es normal que haya podido atraerte de ESA forma. De todos modos, si te sirve de consuelo, a mí me engañó igualmente al aparecer de esa guisa de damisela en apuros, de modo que no te machaques tanto ¿quieres? Eres demasiado duro contigo mismo; nacimos para cometer errores y aprender de ellos, no para fingir ser personas perfectas.

Leonardo no pudo evitar que se le escapara una sonrisa.

- Eso se parece mucho a algo que diría el maestro Splinter.

Gioconda torció su sonrisa.

- Quizá sea de mi propia cosecha, o quizá me lo dijera él poco después de llegar a vuestra casa, quién sabe – admitió, arrugando el hocico.

- ¡Sí, creo que a mí también me lo ha dicho alguna vez!

Ambos se rieron entre dientes y ella se inclinó para chocar su hombro con el suyo en un gesto de camaradería.

- No le des tantas vueltas y prométeme que no vas a seguir castigándote por eso.

- Lo intentaré – prometió Leo, al cabo de un momento – Gracias.

Ella sacudió una mano, restándole importancia.

- Más te vale – dijo Gioco, poniéndose de pie al ver que Yoichi regresaba, debidamente pertrechado – Porque además te necesitaremos bien centrado para lo que está por venir.



Poco después Leonardo regresaba a China Town, saltando de azotea en azotea, alejado de la mirada de los escasos transeúntes que pululaban, a pesar de las horas, por las calles. Ya se sabe lo que se dice de Nueva York: es la ciudad que nunca duerme.

Se coló en el jardín de la propiedad de Hayami y salto hasta el balcón de la segunda planta. La puerta de cristal estaba abierta y la cortina no estaba corrida del todo: tomó aire y la apartó.

- ¿Hayami? – preguntó.

La encontró sentada al estilo japonés, de rodillas sobre la estera del suelo, con los ojos cerrados y las manos puestas sobre su regazo. El largo y liso cabello negro caía sobre sus hombros hasta la cintura y ahora vestía un kimono de color rojo y negro con detalles en dorado. Sus ojos sesgados se abrieron al escuchar hablar a la tortuga, a la que miró sin variar su postura.  

Quizá fueran imaginaciones suyas pero Leonardo pensó que, desde ese ángulo, su rostro se asemejaba más que nunca al de un zorro. Sus ojos parecían brillar de una forma peligrosa.

- ¿Lo hiciste? – preguntó casi en un susurro - ¿Acabaste con el viejo Nomura y sus lacayos?

- No, no lo hice – admitió Leonardo, en un tono tranquilo. Aguardó algún comentario de la mujer, pero como nunca llegó, decidió continuar – Como ya te dije, no soy ningún asesino.

- Vaya cualidad más desafortunada para un ninja – comentó ella en tono despectivo. A pesar del enfado que sentía las palabras dichas por la mujer y sobre todo esa forma de pronunciarlas le golpearon como latigazos – Supongo que al menos fuiste capaz de darle el mensaje. ¿O quizá le dejaste esa tarea a tu hermana y por eso no está aquí?

- Por sus heridas tuve que mandarla de regreso a casa. Y en cuanto al mensaje lo hubiera dado, quizá, si el viejo Nomura no se encontrara postrado en cama en estado de coma. ¡Ah! ¿No lo sabías? – preguntó Leo cuando vio una confusión momentánea en el rostro de Hayami – Pues así ha quedado después de tus artes.

El rostro de Hayami se contorsionó por la ira.

- ¿Es eso lo que ese despreciable de Yoichi te ha dicho sobre mí? – siseó sin alzar la voz - ¡Fui yo la acosada y la amenazada!

- Eso fue hace trescientos años. Lo único que han hecho ahora los Nomura es defenderse de ti.

- ¿Qué? ¿De qué estás hablando? – ahora parecía confusa y afligida, vulnerable – Leo-san, no comprendo qué quieres decirme...

- Lo sabes perfectamente, deja de fingirte la víctima. Me engañaste y por ello estuve a punto de traicionar todos aquellos principios que mi padre me inculcó desde que no era más que un niño...

- Leo-san, escúchame – dijo ella, interrumpiéndole, llevándose la mano al pecho y poniéndose en pie – No sé qué te habrá dicho Yoichi-kun de mí, pero él me odia. Me odia porque me culpa de los males de su padre, que es un hombre obsesivo que es capaz de enfermar cuando no tiene aquello que quiere. Hasta esos extremos llega con tal de salirse con la suya… siempre fue inestable.

- Pero ¿tú te escuchas? ¿Cómo va a provocarse así mismo ese estado? No, Hayami, no voy a creer ninguna más de tus mentiras – dijo él, dándole el caparazón.

Leonardo percibió cómo ella se le aproximaba desde atrás y pronto el dulce aroma a jazmín inundó sus fosas nasales.

- No me des la espalda, por favor – rogó ella, en un tono de voz tan dulce y persuasivo que era muy difícil resistirse – Eres demasiado gentil y bueno; unido a tu juventud, te hace fácilmente influenciable al sufrimiento ajeno. Nadie se había preocupado por mí de una manera tan sincera, no en mucho tiempo al menos – calló un momento esperando que él dijera algo – Mírame – pidió de tal forma que él no pudo cuanto más que obedecer; ahora ella estaba muy cerca de él– Esos hombres que has visto esta noche son poderosos, ambiciosos, y por eso siempre se han creído con el poder de dictar a otros lo que tenían que hacer, donde tenían que vivir y en qué momento debían respirar. Son malvados, y por ello lo único que merecen obtener como pago es la misma moneda. Y, sin embargo, no todos son capaces de asegurarse de que sea efectivamente eso lo que reciban…

- Pero ellos no son malvados… ellos…

Leonardo se interrumpió incapaz de completar la frase. Hayami estaba muy cerca de él: aunque la mujer sobrepasaba su estatura con creces estaba inclinándose para poder mantener un contacto visual directo con la tortuga. Por un instante Leo se sintió aprisionado bajo aquella mirada para automáticamente decirse así mismo que sólo estaba imaginando cosas y que la idea era cuanto menos ridícula. Una vocecita en su cabeza comenzó a gritarle, instándole a que hiciera algo, pero embriagado por el aroma y su cercanía no se movió, ni siquiera cuando ella apoyó sus delicadas manos pálidas sobre los hombros de él.

- Shhh…  ¿Acaso no ves lo que han hecho contigo? – preguntó con una voz aterciopelada y dulce – Estás tan confundido. Te han engañado porque su fin es salirse siempre con la suya, conseguir lo que quieren a cualquier precio sin importar las consecuencias. A un guerrero de tan puro corazón como tú, cuya meta es hacer siempre lo correcto. Mírame – volvió a decir, su rostro a escasos centímetros del suyo – Yo no soy tu enemiga, Leonardo-san. Déjame que te lo demuestre y, a cambio, sólo pediré una parte de tu esencia…

¿Iba a hacer lo que él creía? Había cerrado los ojos, ladeado el rostro que aproximaba al suyo con los labios entreabiertos. Leonardo la miraba fascinado, dividido entre el impulso de corresponderla o apartarla pero, por algún motivo, era incapaz de tomar una decisión. A esas alturas había perdido la noción del espacio y del tiempo pues de pronto se dio cuenta de que no recordaba ni siquiera dónde se encontraba ni que había venido a hacer. No había nada más alrededor que Hayami.

Pero cuando ella estaba a punto de consumar ese beso Hayami pareció olisquear por la nariz y abrió los ojos enfocándolos no en Leonardo si no en un punto situado por detrás de ella. Mostró sus dientes, escapando de lo más profundo de su garganta un gruñido y se dio la vuelta a una velocidad pasmosa esquivando por los pelos una suriken que pasó rozándole el rostro y cortando varios de sus cabellos oscuros.

En el umbral de la entrada al amplio dormitorio había una figura de poco más de un metro y medio de estatura que contemplaba furiosa la escena, con un brazo flexionado con una shuriken en la mano.

- ¡Quítale a mi hermano tus sucias manos de encima, harpía! – gritó entonces Gioconda.



[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo V


- ¡LEO, YA BASTA!

Gioconda había tenido que actuar con rapidez para evitar que Leonardo cometiera un grave error. De un ágil salto la chica había llegado hasta el ninjato caído, lo había empuñado con ambas manos y había corrido presta para desviar la estocada mortal contra el humano llamado Yoichi. Ahora, cruzando espada con Leo, temblaba bajo la implacable fuerza de su hermano, que con la mirada fija en Yoichi y los dientes apretados, pugnaba por salirse con la suya.

- No… somos… asesinos – dijo Gioco con voz temblorosa por el notable esfuerzo que empleaba por contrarrestar la fuerza de la tortuga – ¿Qué… diría… el m-maestro S-splinter de esto?

La chica había dado con las palabras mágicas. Como si el nombre de su sensei fuera una clave para desactivarle Leonardo cerró los ojos, sacudió la cabeza y entonces vio a Yoichi tendido bajo su pie, y su espada cruzada con la que portaba Gioco. Entonces ahogó una exclamación, bajó su arma y retrocedió, aturdido. La mutante, aliviada y extenuada, resopló y bajó igualmente la ninjato.  Por último se la ofreció a Leonardo, que la recuperó sintiéndose avergonzado bajo el escrutinio de aquellos ojos castaños.

- Y-yo… yo no quería…

Se sentía bloqueado y finalmente soltó sus armas, que cayeron pesadamente al suelo, temeroso de que pudiera repetirse de nuevo aquella situación. Se llevó una mano a la frente y cerró los ojos de nuevo, intentando poner en orden sus pensamientos. Al poco notó la mano de su hermana adoptiva en el hombro. 

- No puedo creerlo – susurró, mirando entonces sus dos manos, abiertas con las palmas hacia arriba, temblorosas. No pudo evitar pensar en Raphael; eso le ayudó a encontrar las palabras exactas de lo que quería decir. Cerró las manos en puños – He… he perdido el control de mi mismo. No… no entiendo cómo ha podido pasar…

- Porque estás bajo el influjo de su mahõ, kappa.

Leonardo alzó la vista y su mirada se cruzó con la de Yoichi. Éste se había puesto de pie y les observaba con una expresión difícil de interpretar.

- No somos kappas – le espetó Gio mientras Leo guardaba silencio - ¿Y qué quieres decir? ¿Su qué?

El hombre observó por un par de segundos a la muchacha sin variar su expresión, les dio la espalda y avanzó hasta situarse al lado de su katana. Miró a sus hombres tendidos en el suelo, derrotados. Por último, extrajo la espada. Leonardo notó cómo Gioconda se tensaba a su lado, pero sus temores fueron vanos: el humano la enfundó.

- Su mahõ, su magia – aclaró, dándose la vuelta – Os ha embrujado, pero sobre todo a él – añadió, señalando a Leo - Tu compañero es…  es técnicamente un hombre, por eso su magia le afecta más.

La tortuga de antifaz azul sacudió la cabeza y Gioconda bufó.

- Si vas a explicarte así, tío, estamos apañados. ¿Qué es lo que está ocurriendo aquí?

- Disculpa sus formas – dijo Leonardo con rapidez, pues se percató de que el hombre parecía haberse ofendido por la contestación brusca de Gio. Era orgulloso – Pero, como comprenderás, esto es muy confuso para nosotros. ¿Podrías explicarte mejor? ¿Quién me ha embrujado? ¿A qué te refieres?

El hombre se cruzó de brazos. 

- Baka!* – espetó, mirando a un lado – No sabéis nada y, aun así, habéis osado entrar en una casa ajena y que habéis destrozado, todo con ánimo de atentar contra la vida de su propietario. Ya no sé si de verdad sois kappas o tan sólo unos insensatos...

- ¿Disculpa? – dijo Leonardo, extendiendo un brazo para frenar a una Gioconda igualmente enfadada – Si hemos penetrado aquí es porque el propietario que mencionas ha amenazado la vida de una mujer inocente… de hecho tú mismo estabas allí, en aquel callejón.

El hombre soltó una risa despectiva. Leonardo, a pesar de lo que acababa de suceder, comenzó a impacientarse y a encontrar molesta la actitud de Yoichi. Sacudió de nuevo la cabeza y tomó aire: no ganaba nada con perder los estribos. Un buen líder jamás se dejaba llevar así por sus emociones, si no que actuaba con sabia y tranquila inteligencia. Y, sobre todo, confiaba en su instinto. Así se lo había enseñado su sensei.

Y ahora mismo ese instinto le indicaba que aquí había algo más de lo que parecía. ¿El qué? Sólo había una forma de averiguarlo.

Se inclinó para recoger sus espadas gemelas y las enfundó igualmente a su espalda. 

- Me parece que no hemos empezado con buen pie – dijo – Por favor, creo que deberíamos aclarar un par de cuestiones pues comienzo a estar cansado de información velada.

- Te lo concederé sólo porque estoy en deuda con ella – afirmó el hombre, señalando a Gio – Me acaba de salvar la vida. Le pagaré escuchando lo que tengas que decirme. Ahora sí, sé breve. Nunca he sido alguien paciente.

El hombre le había hablado con tono amenazante, pero Leonardo no dejó intimidar. Para él resultaba lógico que estuviera enfadado, pero apreció su predisposición a escuchar.

- Te lo agradezco. Me llamo Leonardo y ella es mi hermana, Gioconda. Como bien te ha explicado, nosotros no somos kappas, si no mutantes.

- No me importa lo que seáis realmente, criatura – espetó Yoichi – La cuestión es que habéis entrado en la casa de mi padre para matarle.

- ¡Nosotros no somos asesinos! – exclamó Gio, inclinándose hacia delante y los puños apretados apuntando al suelo.

- Espera, espera… ¿tu padre? – preguntó Leo, a la vez.

- ¡Nomura Tetsuo es mi padre! – exclamó el hombre - ¡Yo soy Nomura Yoichi, su primogénito! 

- Pero yo… yo creía que tú eras… su… lacayo, un asesino de la yakuza…

- ¿Cómo te atreves? – gritó Yoichi y se desnudó los brazos – ¿Acaso ves tatuajes ensuciando mi piel**? Eso es lo que esa maldita mujer os ha contado para que hagáis su trabajo sucio. Y vosotros os creéis lo primero que os cuentan…

- ¡No íbamos a hacerle daño! – gritó Leonardo, sintiendo que perdía el control de la conversación. Respiró hondo de nuevo, intentando centrarse – No… no somos asesinos. Mi familia practica el ninjutsu únicamente como método defensivo, te doy mi palabra de honor.

- Claro, por eso os aliáis con demonios – replicó Yoichi, sarcásticamente.

- Nosotros no nos hemos aliado con ningún demonio.

- ¡No, no lo habéis hecho! ¡Y sin embargo aparecisteis en el momento oportuno en aquel callejón, justo cuando la tenía acorralada!

- ¿Admites, pues, que acosabais a la mujer llamada Hayami? – preguntó Leo.

- ¿Mujer? – rió Yoichi - ¿Tan ciegos estáis? ¿Cuándo vais a quitaros la venda de los ojos para daros cuenta de que ella no es una mujer?

Leonardo se quedó petrificado en el sitio, un escalofrío recorriéndole la columna vertebral que yacía oculta bajo su caparazón. ¿Qué…?

- ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó Gioconda y cómo Yoichi no respondió, si no que en su lugar se quedó mirándolos con una desagradable sonrisa, insistió - ¡Habla, maldita sea!

- La “mujer” que llamáis Hayami no es, en absoluto, una mujer. Es un espíritu maligno que os ha engañado y manipulado… ¡kitsune!



- Kyubi no kitsune – recitó Yoichi Nomura – En Japón es cómo se les conoce a estos yõkai… espectros, espíritus, demonios que son medio hombre, medio animal. Cuando alcanzan cierta edad se dice que pueden tomar forma humana, especialmente la de mujeres bellas y jóvenes, un disfraz efectivo para ocultar su verdadera forma y embaucar a los necios y débiles de mente – hizo una pausa – Tal y como hizo con mi padre. Veréis ahora mismo lo que esa mujer le hizo.

Según les había hecho la revelación Yoichi, tras calmar al personal de seguridad que para ese momento había recuperado el conocimiento, les había conducido hasta el dormitorio de la planta superior. Por lo que les indicó les habían descubierto por las cámaras de vigilancia camufladas repartidas por toda la casa y un sensor de movimiento oculto justo en la planta superior, que activaba una alarma silenciosa.

En el dormitorio pudieron ver la razón por la que Tetsuo Nomura no había salido alertado por el escándalo de la pelea: se encontraba postrado en cama, conectado a una máquina pues, según su hijo, estaba en coma por las acciones del kitsune. Por el día siempre había una enfermera privada cuidando de él y que dormía en el mismo edificio, en la planta inferior, por si surgía una urgencia. Tetsuo estaba literalmente consumido, pues sus huesos se marcaban tanto bajo su piel que su rostro casi parecía una calavera. A pesar de su palidez su cabello, que comenzaba a canear, estaba no obstante bien peinado y el pijama azul parecía impecable. Un tubo transparente iba de su nariz a la máquina, las vías intravenosas conectadas al suero que le mantenía con lo mínimo día a día, la sonda conectada para extraer sus desechos. Tetsuo Nomura, un hombre de negocios cuya moralidad era intachable, yacía de esa guisa ajeno a todo lo que le rodeaba y al hecho de que unos asaltantes habían intentado llegar hasta él con ánimo de amenazarle por algo que no había cometido realmente.

- Llegó a la empresa de mi padre pasándose por una joven mujer que buscaba empleo – había proseguido Yoichi poco después cuando volvieron al salón. Se sentaron en el suelo al estilo japonés, pues los muebles habían quedado destrozados por la pelea – Era joven, hermosa y discreta: el prototipo de mujer tradicional japonesa que mi padre tanto apreciaba para sus negocios. Por otra parte, siempre le gustaron demasiado las mujeres, incluso cuando vivía madre – hizo una pausa - Ella le sedujo con ánimo de acercarse hasta él y comenzar a usar su magia para influenciarle t: para volverle loco y así alimentarse de su genki… su energía vital – aclaró, para no confundir a sus dos oyentes, pues resultaba obvio que no estaban familiarizados con el japonés – Es por esto que le ha dejado postrado en cama, demasiado débil para seguir. Si volviera a alimentarse de él… terminaría con su vida.

- ¿Por qué hace eso? – preguntó Gioco.

- Porque eso le da poder – explicó Yoichi – Cuanto más antiguos son los kitsune más genki necesitan para generar sus colas y poder así ascender hasta los cielos.

- ¿Y cómo supiste que Hayami es una kitsune?

- En realidad no fui yo quien lo descubrió – suspiró, pareciendo avergonzado – Debería haberme dado cuenta antes, pero no lo hice, estaba demasiado ocupado al frente de la empresa en Tokyo y no prestaba mucha atención a las conversaciones que mantenía con él so pena que fueran de trabajo. Fue mi hermana quien lo notó primero. Cuando éramos pequeños nuestra madre nos contaba todo tipo de leyendas de nuestro pueblo, cuyos habitantes parecían vivir siempre rodeados de lo misterioso y sobrenatural. Suzume siempre fue más partidaria a creer en este tipo de historias supersticiosas, pues nuestra madre afirmaba ser descendiente directa de un samurái de bastante talento del período Edo y que, casualmente, protagonizó algunos encuentros con algunas de estas criaturas del folclore tradicional. Hasta no hace mucho yo era un hombre que rechazaba lo sobrenatural. En cambio Suzume, como he dicho, es más imaginativa: también mantenía mucho más contacto personal con padre que yo, si bien por las noches mientras tomábamos el té me ponía al día de lo que él hacía. Me habló de una joven de la que padre parecía haberse enamorado apasionadamente, de un modo que hasta a mi hermana le parecía extraño y fortuito. Y ya directamente un día me llamó directamente al despacho, preocupada, diciendo que padre estaba embrujado. Intenté tranquilizarla, pero fue en vano: aseguraba que veía en él la sombra de la acción de un espíritu malvado y me instó a venir a Nueva York lo antes posible. Conseguí convencerla de que se quedara y marché yo con ánimo de que así se calmaría y comprobar todo esto de lo que me hablaba. Cuando llegué él se enfadó muchísimo, no me quería aquí y me presionaba continuamente a que regresara a Tokyo para no descuidar la empresa, alegando que yo no era quien para meterme en sus asuntos personales, pues obviamente le expliqué el motivo principal de mi viaje. Pero justo cuando iba a marcharme vi a la mujer… sí, poseía una hermosura tal por la que cualquier hombre podía matar, pero también una gran soberbia, algo que tampoco sería llamativo. Pero mi instinto me alertaba de que aquella belleza era peligrosa– hizo una pausa – La animadversión que parecía sentir hacia mí se palpaba en el aire y me pregunté el motivo, pero estaba tan cansado por el viaje en avión, pues no había pegado ojo desde que saliera de mi país, que me dije a mi mismo que para pensar con claridad primero debería descansar.  Una vez repuesto y tras meditar sobre el tema, me dije a mi mismo que lo primero que debía hacer era saber más cosas de ella, de modo que mandé a un par de hombres que trabajan para la seguridad de mi padre a espiarla. Cuando ellos me contaron lo que habían averiguado no era gran cosa, pero para mí estaba claro que aquella mujer sólo se acercaba a mi padre por su dinero, pues parecía tener gustos caros; demasiado caros para un sueldo de una simple secretaria. Intenté hacérselo ver a mi padre, que por cierto cada vez le veía más y más deteriorado, demostrando una debilidad que hasta entonces jamás había sentido. Se me ocurrió usar un intermediario para ofrecerle una buena suma de dinero a la mujer para que dejara el trabajo y se alejara de mi padre, pero nunca lo hice porque un día que mi padre tenía una reunión de negocios ella decidió despedirse de la empresa y se marchó, llegando incluso a ignorar los esfuerzos posteriores de mi padre por comunicarse con ella. Estaba casi loco y esa desesperación, ese profundo apego insano hacia ella le hizo enfermar: sollozaba que todo era por mi culpa, que yo le había alejado de su adorada Hayami porque desde que yo llegué ella comenzó a comportarse de forma extraña. Telefoneé a Suzume y le conté todo, buscando su consejo, pues el médico dijo que el estado de nuestro padre no tenía ninguna explicación porque, físicamente, estaba sano como un roble. Y entonces mi hermana dijo “Yoichi-kun, por supuesto que padre es un hombre sano y no le aflige ningún mal físico, pues su enfermedad es espiritual. Es víctima de la magia del kitsune: recuerda la historia del viejo Tanjiro-san”. La regañé diciendo que dejara de lado por una vez las dichosas leyendas, pero entonces algo, una chispa, se encendió en mi mente: cuando miré a la mujer, vi algo más, algo debajo de ella. Una sombra de múltiples colas. Debí susurrarlo al auricular porque entonces Suzume me volvió a preguntar “¿Recuerdas la historia del viejo Tanjiro-san? ¿Recuerdas lo que hizo para ver al kitsune?”. Y yo contesté “La recuerdo, la recuerdo muy bien…” De modo que me hice con lo que necesitaría, averigüé su dirección y me presenté en su casa. No quiso atenderme, pero conseguí convencerla, alegando tener un obsequio bastante caro de parte de mi padre: ella accedió y abrió la puerta. Entonces vio lo que yo había llevado al menos por instante, su auténtica apariencia… había confirmado las sospechas de Suzume con esa pequeña artimaña. Pero como dudaba de mis propias capacidades de lucha y que estaba además en su territorio decidí posponer la caza, de modo que me dediqué a vigilar día y noche sus movimientos. Cuando encontré una oportunidad fue justamente cuando vosotros dos aparecisteis. 

- Ibas pues a matarla porque es una kitsune – dijo Gioconda, para asegurarse de que había entendido todo.

- No es mi intención matarla salvo que ella me obligue – replicó Yoichi – Dudo incluso que pueda hacerlo, pues es una kitsune bastante experimentada. Sólo quiero obligarla a liberar a mi padre de su embrujo; haría cualquier cosa por conseguirlo.



Llegados a este punto Yoichi Nomura guardó silencio. Gioconda lanzó una mirada de soslayo a Leonardo, que permanecía a su lado en la misma posición que usaba para meditar: piernas cruzadas, manos apoyadas en los tobillos y cabeza inclinada ligeramente hacia abajo. Parecía fijar la vista en la espada que había entre ellos, la espada de Yoichi, que éste había depositado en el suelo como garantía de que no iba a hacerles ningún daño. Incluso la chica se había dado cuenta que tanto la funda como la espada eran realmente antiguas, dada su elaborada y cuidada ornamentación.

Como Leonardo no dijo nada decidió hablar ella.

- Tenemos dos versiones de la misma historia bastantes parecidas entre sí. Puntos en común: que ella trabajaba en la empresa familiar, el enamoramiento de Tetsuo o las vigilancias a Hayami. Pero hay ciertas diferencias: según ella dejó el trabajo porque se sentía acosada por los sentimientos de Tetsuo a los cuales no podía corresponder.

- Vil mentirosa… ¡es ella la que se acercó a él en un primer momento y no se separó hasta que yo llegué!

- Y que cuando tú te presentaste en su casa fue para hacerle una proposición de parte de Tetsuo, una cena en la que ella tendría que aceptar casarse con él o las consecuencias de la negativa…

- Mi visita fue tan sólo para comprobar si ella era la kitsune de la leyenda de Tanjiro, tal como mi hermana sospechaba. 

- ¿Cómo lo confirmaste?

- Porque le mostré algo que los kitsune temen profundamente y, aunque no era de verdad, fue suficiente para que sus emociones la traicionaran.

- ¿Y qué era?

- Una figura de Hachiko***, el famoso perro fiel.

Gioconda se quedó estupefacta.

- No entiendo nada…

- Quizá debiera contaros la historia de Tanjiro-san primero.

- Por favor – rogó la chica, impaciente.

Yoichi guardó de nuevo silencio y su mirada se posó en el enorme cuadro que dominaba el salón: de estilo tradicional mostraba a un samurái, ataviado con su armadura y en actitud aguerrida, enfrentando con su katana a un zorro de múltiples colas.

- Miyamoto Tanjiro, mi antepasado, fue un orgulloso y poderoso samurái que vivió en el Japón Feudal – explicó entonces Yoichi, tomó el arma que había entre ellos– Esta espada le pertenecía; la heredó de su padre, como su padre antes que él. Es una reliquia familiar y ahora me pertenece a mi – hizo una pausa - Como sin duda recordareis, os dije que Tanjiro es protagonista de varias de nuestras leyendas familiares a las que yo nunca di ninguna credibilidad. Pero hay una de esas viejas historias que ahora sé que es verdad. Se cuenta que, durante uno de sus viajes, en una ocasión hizo noche en un pueblecito de las montañas donde pudo enterarse que alguien estaba hostigando a esas buenas gentes, provocando todo tipo de problemas y riñas entre la gente de la aldea. Como samurái era su deber salvaguardar los intereses y a las gentes de la comunidad de su daimio****, de modo que se puso a hacer sus investigaciones para dar con el culpable. Hizo reunir a toda la gente de la aldea en la plaza central y se hizo acompañar del señor que le había prestado cobijo y que observara de lejos. El samurái usó la excusa de un agradecimiento formal hacia la aldea por su hospitalidad. Una vez regresó con el hombre éste señaló a un joven muchacho al que no supo ubicar en ninguna familia. El viejo Tanjiro se aseguró de dar con la casa en la que vivía el rapaz, que resultó ser una propiedad en ruinas; se cuenta que hubo una cruenta batalla entre el samurái y el kitsune, pues eso era realmente aquel chico. No hay detalles, pero se dice que Tanjiro lo expulsó y aseguró poco después a la aldea que aquel ser jamás volvería a molestarles. Y así fue, de modo que aquella aldea siempre estuvo en deuda con él. Poco después regresó a su hogar sólo para darse cuenta de que había una criada nueva trabajando allí: hacía una sustitución de una de las asistentas personales de su esposa, Miyamoto Nozumi. Y él apenas la vio supo de inmediato que había algo extraño en ella, algo que él pudo ver en apenas un primer vistazo, pues Miyamoto Tanjiro era un hombre muy devoto y, en aquella ocasión, supo identificar al kitsune en cuanto lo tuvo delante. Sin embargo, el astuto Tanjiro mantuvo la calma, disimulando perfectamente el hecho de no haberse dejado engañar por la artimaña del yõkai. En su lugar se aseguró de mandar discretamente a una sirvienta a por uno de los perros que se usaban por la noche para la vigilancia, en concreto su favorito, Shinko, a quién él había amaestrado personalmente. Cuando poco después se retiró a sus aposentos el kitsune entró sigilosamente, ajeno a que Tanjiro fingía dormir. Y cuando estuvo justo a su lado, con el puñal alzado con ánimo de asesinarle, Tanjiro emitió un único silbido, el que se usaba para mandar a los perros atacar. El animal se lanzó directamente contra la sirvienta y entonces el kitsune mostró su auténtica forma, dispuesto a huir, pues se sabe que tienen un miedo visceral a los perros y los lobos. Pero allí estaba Tanjiro preparado, portando la misma katana que veis en la mesa; se cuenta que esta vez apresó al kitsune y, robándole su Hoshi no tama, le forzó a marcharse definitivamente con la promesa de que jamás volvería a intentar vengarse sobre él, ni sobre su esposa ni sus hijos y los hijos de éstos, a cambio de devolvérselo. El Hoshi no tama es una esfera que, se dice, posee parte del poder del kitsune o, lo que es lo mismo, una parte de su alma – explicó - Si se separa mucho tiempo de éste, el kitsune puede morir, por lo que para él es sumamente valioso. Y a pesar de que el kitsune es un ser taimado, traicionero e incluso malévolo, se ve obligado a cumplir sus promesas so pena de morir. Sin embargo, tras haber recuperado su Hoshi no tama y antes de marcharse, sintiéndose humillado, le advirtió que a pesar de su promesa se vengaría de Tanjiro por semejante ofensa ante alguno de sus descendientes.

De nuevo se hizo un pesado silencio. Gioconda, quién había escuchado absorta toda la historia, se echó ligeramente hacia atrás para estirar la espalda.

- Guau – dijo. Entonces frunció el ceño – ¿Y dices que crees que Hayami es la misma kitsune que aparecía en esta historia? ¿Cómo puedes estar seguro?

Pero no fue Yoichi quien contestó a la pregunta.

- Si la historia que cuentas es cierta, SON el mismo – aseguró Leonardo, rompiendo por primera vez su silencio desde que se le rebelara la auténtica naturaleza de Hayami – Quiere resarcirse atacando al linaje de Tanjiro – hizo una pausa - Háblame más del Hoshi no tama.

- ¿Qué es lo quieres saber?

- ¿Qué es exactamente? ¿Qué aspecto tiene?

Aquí Yoichi frunció el ceño.

- No sé decirte con seguridad, la leyenda nunca lo explicaba. Sólo sé que es una especie de esfera que el kitsune lleva consigo a todas partes.

- No vimos que Hatsumi llevara ningún objeto como el que describes – observó Leo, pensativo.

- Al parecer sólo se muestra cuando el kitsune cambia de forma.

- Entonces si queremos vencer a Hayami debemos forzarle a adoptar su verdadero aspecto.

Yoichi asintió. Leonardo pareció meditar.

- Como bien ha dicho Gio, tenemos dos versiones muy similares y a la vez distintas de lo que ha sucedido entre tu padre, Tetsuo y la mujer misteriosa, Hayami. ¿Por qué deberíamos creer tu versión en vez de la de ella?

Los ojos de Yoichi parecieron relampaguear.

- ¿Es que no has escuchado nada de lo que os he contado esta noche, tortuga? – preguntó - ¿Tan ciego estás por sus encantos que te niegas a ver la verdad? 

- He visto y he escuchado – aseguró Leonardo, decidiendo ignorar su intento de provocación – Pero no voy a precipitarme a la hora de tomar una decisión si no es con ciertas garantías. No pienso ponerme en riesgo ni a mí ni a Gioconda por ninguno de vosotros.

- Quizá lo que debas preguntarte es por qué deberías elegir ayudarnos a cualquiera de los dos. ¿Acaso es realmente de vuestra incumbencia toda esta historia? Si de verdad no quieres poner en riesgo a tu familia lo suyo es que decidas retirarte; yo jamás he pedido vuestra ayuda.

- Por un lado, tienes razón, no lo hiciste, pero te equivocas en cuestionar si esta historia nos compete. Porque lo hace; desde que decidimos poner nuestros pies en el callejón – dijo Leonardo – Nos entrometimos y ahora sólo estamos inmersos en las consecuencias. Mi padre me instruyó para ser un buen guerrero, y un buen guerrero hace una elección y sigue adelante hasta el final – ladeó ligeramente la cabeza, para mirar a Gioconda de reojo – Para bien o para mal.

- Somos valientes y estamos dispuestos – corroboró la chica para darle a entender su postura.

Leonardo sonrió para sus adentros, agradecido.

- Pero si voy a tomar esta decisión – continuó - necesito saber primero quién dice la verdad y quién miente. Yo… necesito saberlo – concluyó, frunciendo el ceño y apretando los puños.

Yoichi le miró en silencio y fijamente durante largo rato, casi como si fuera la primera vez que lo viera.

- A pesar de ser joven e inexperto hablas como lo haría un auténtico samurái – le dijo, haciendo que Leonardo alzara la mirada – No esperaba eso de alguien como tú.

- He sido educado por mi padre en los preceptos del bushidõ**** – se limitó a confirmar Leo.

- Yo también - Yoichi suspiró suavemente – Hemos sido sinceros el uno con el otro, bushi*****. Aun así entiendo tus reservas, pues efectivamente es mi palabra contra la de la mujer, que todo lo que has visto y escuchado puede tener diferentes sentidos según qué versión elijas. Pero hay algo que puedo garantizarte: Hayami no es humana. Y dada su edad es bastante poderosa, por lo que dudo seriamente que pueda enfrentarla yo sólo, de modo que como has decidido continuar, me gustaría llegar a un acuerdo contigo. Si demostrara que Hayami es una kitsune ¿me ayudarás para convencerla que libere a mi padre de su hechizo?

- ¿Y si estuvieras equivocado?

- Cejaría en mis hostilidades hacia ella, y te pediría que tú eligieras el modo en que podría resarcirme mi error y restituir su honor.

Leonardo guardó silencio durante un buen rato durante el cual sostuvo la mirada de Yoichi, que no pestañeó ni una sola vez. En cambio Gioconda no paraba de pasar de uno al otro, preguntándose cómo demonios acabaría todo este embrollo.

Entonces su hermano dio un paso al frente y extendió la mano.

- Tienes mi palabra. 

Yoichi se la estrechó.

- No es por ser aguafiestas pero ¿cómo desenmascaramos a Hayami? – preguntó Gio – No será tan simple como pedírselo ¿verdad?

- Hay que obligarla – respondió el joven humano.

- ¿Cómo? – preguntó Leonardo - No creo que vuelva a funcionar el truco de colarle la figurita del perro.

- Con astucia.





* Insulto japonés que suele traducirse como "tonto" o "necio".


** Es sabido que en Japón no gustan los tatuajes porque los Yakuza los usan como forma de demostrar su lealtad a sus jefes y señalar también su rango dentro de la organización. Irónicamente la yakuza surgió a raíz de la prohibición de los samuráis que, buscando una forma de ganarse la vida, se pusieron a trabajar para las bandas criminales. 


*** Hachiko: el famosísimo perro Akita que existió de verdad y cuya triste historia hizo que se le dedicara una estatua conmemorativa en la plaza de trenes de Shibuya, pues fue allí donde el animal estuvo por 9 años aguardando hasta su muerte el regreso de su amo, al que esperaba allí cuando volvía de trabajar, y que murió de un derrame cerebral. 

**** Daimio: o Daimyõ, señores feudales para los que trabajaban los samurái. A cambio éstos recibían como pago tierras y riquezas. Aquellos que no tenían un señor y trabajaban de manera independientemente eran conocidos como rõnin, que significa "hombre vagabundo".


***** Bushidõ:  el camino o la vía del guerrero. Era el código ético bajo el cual se regían los samurái. Algunos de sus preceptos eran el absoluto respeto hacia los maestros, la autodisciplina, comportamientos éticos y el respeto hacia uno mismo. Sus raíces filosóficas retoman aspectos del Budismo, el Confucionismo o el Zen.


****** Bushi: "guerrero", término que usaban los samurái para dirigirse a alguien de su misma condición.

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo IV

 


¿Cómo demonios les habían detectado? pensó Gioconda. Si no había cámaras, tampoco habían hecho el menor ruido ni había saltado ninguna alarma y el vigilante de la azotea había quedado noqueado sin darle tiempo ni a pestañear… un momento. ¿Acaso había dado la casualidad de que le hubieran llamado por radio o por el pinganillo, no contestara y vinieran corriendo? La reacción derribando la puerta era un poco exagerada porque quizá su silencio sólo se debiera a un malfuncionamiento de las comunicaciones… en cualquier caso daba lo mismo pensar en ello; en lo que debía centrarse ahora era en encontrar un modo de salir de ese atolladero.

Algo muy similar pensaba Leonardo, que escuchó la barandilla de cristal explotar en mil pedazos, las balas atravesando la pared que había tenido detrás hacía un instante mientras los cuadros caían de sus ganchos, estallando en una lluvia de cristales rotos. Por el momento se mantenían a cubierto tras la pared adyacente al dormitorio, aunque había ido por los pelos, pero ahora se encontraban atorados. Los recién llegados bloqueaban la puerta de salida, sin contar la azotea, pero era demasiado arriesgado el intentar llegar hasta ella y, por otro lado, los hombres armados no tardarían en subir por la escalera obligándoles a retroceder hasta el dormitorio… donde seguramente estaba el viejo Nomura. Cabía la posibilidad del que el dueño de la casa tuviera algún arma allí dentro si bien era raro que aún no hubiera salido con semejante alboroto. Leonardo se preguntó cuál sería el motivo.

- ¿QUÉ HACEMOS? – preguntó Gioconda - ¡ESTAMOS ENCERRADOS!

- ¡LO SÉ! – dijo él, obligándose a apartar esa cuestión de su mente – “Paso por paso” – pensó, apartando a un lado la cuestión del dormitorio. Lo que debía hacer era buscar un modo de sacarles de allí. 

- ¡SI SALIMOS SEREMOS PATOS DE FERIA! – exclamó la chica con un timbre agudo de voz, casi como si hubiera podido leerle el pensamiento. Aunque estaba muy nerviosa mantenía la compostura, pues hacía bastante tiempo que había superado su pavor paralizante a las armas de fuego - ¿CÓMO PODEMOS SALIR SIN QUE NOS VEAN?

A Leo se le encendió la bombilla en ese mismo instante. Hurgando en su faltriquera se puso en cuclillas.

- Gio ¿tienes shurikens*? – preguntó.

- Unas cuantas…

- Dámelas.

Ella se las ofreció sin rechistar, sabedora que él tendría mejor puntería. Leonardo contó las estrellas de metal que habían reunido entre los dos y esperó que fueran suficientes. Alzó la vista hacia el foco que tenían justo encima, se lo pensó mejor, y devolvió a la chica las que ella le había dado. Señaló hacia la fuente de los disparos.

- Cuando te lo indique, quiero que lances todas las que tienes, salvo una, en su dirección, lo más rápidamente que puedas – ordenó – No hace falta que seas precisa, es sólo para distraerles y darme algo más de tiempo. Yo me encargo de las luces. La última lánzala contra esta de aquí – señaló la única luz del pasillo elevado – Y esa será la señal para bajar. ¿Queda claro?

- ¿Estás seguro?

- Como has dicho, estamos encerrados. No tenemos otra opción que ir directamente a por ellos pero su potencia de fuego es mucho mayor y letal. Necesitamos ganar terreno y las shurikens nos ayudarán a conseguirlo. Recuerda: la oscuridad es la mejor aliada del ninja. No nos verán venir pero nosotros a ellos les oiremos perfectamente.

- ¡Luchar a ciegas! – dijo ella con una sonrisa y apretó una de los shuriken en un puño - ¡Vamos!

Leonardo inclinó la cabeza y a continuación cerró los ojos, intentando ignorar los disparos, visualizando dónde estaban las luces del salón, de la cocina y del pasillo, pues las había memorizado con un vistazo rápido cuando entraron. Era probable que no tuvieran ángulo para destrozarlas todas, pero confiaba en apañárselas.

Esperó a que los hombres tuvieran la necesidad de recargar. Sabía que tendría muy pocos segundos para hacer lo que se proponía. Observó la gran cantidad de polvo blanquecino que se había levantado a raíz de los agujeros que estaban abriendo en las paredes, insuficiente para proporcionar una buena cobertura a los ojos de sus enemigos. Sí, definitivamente oscurecer todo era la mejor opción.

Los disparos se detuvieron, sumiendo la casa en un agradecido y bendito silencio. Poco después escuchó al hombre llamado Ren vociferando órdenes en japonés y el sonido inconfundible de armas que eran recargadas. Era el momento.

- Ahora – susurró, se alzó y levantó los brazos.

Lanzó las shurikens en rápida sucesión apenas se dejó ver. Su aparición levantó gritos en sus atacantes, que detuvieron en seco en su avance, pues habían comenzado a encaminarse hacia la escalera en lo que recargaban. Pero no tuvieron ocasión de disparar pues Gioconda arrojó sus shurikens contra ellos, que gritaron, trastabillaron y corrieron a cubrirse donde pudieron. Mientras tanto Leo reventó todas y cada una de las lámparas o focos de luz para sumir la casa en la oscuridad. Él y Gio se sincronizaron bien pues según se parapetó de nuevo ella lanzó la última shuriken, reventando la fuente de luz de su zona, impidiendo que fueran visibles.

- Kuso!** – gritó alguien - Sono rokudenashi wa akari o keshita!*** 

- Nani mo mienai!****  – gritó otro.

- Kinishinai!***** – gritó Ren, su voz ya era conocida para Leo - Karera wa mada soko ni iru node, uchi tsudzukete kudasai!****** 

Leonardo, que para ese momento había retrocedido hasta la puerta entreabierta del dormitorio, no sabía lo que estaban diciendo, pero intuía que estaban intentando organizarse mejor tras lo sucedido. Tenía que aprovechar a hacer su movimiento, puesto que si él fuera Ren ordenaría que, sabiendo que los enemigos contaban con proyectiles, siguieran disparando desde cierta distancia para forzarles a agotarlos y evitar, a su vez, exponerse a salir heridos.

Tenía claro su próximo movimiento, pero para ello debía evitar pisar el suelo: los cristales rotos de los cuadros y la barandilla podrían cortarle los pies y su crujido les daría a los otros una pista sobre dónde tenían que disparar. Sería un movimiento exigente, pero no se le ocurría otro modo de bajar rápido y lo más silenciosamente posible. Además, no había quedado todo tan a oscuras como le hubiera gustado: como la piscina estaba iluminada, las ondas del agua se reflejaban en las paredes, otorgando cierta luminosidad a la zona de la derecha, el espacio para ver el televisor, que era el que estaba más cerca de la mampara de cristal. Por suerte no llegaban hasta la planta superior, donde se encontraban ahora, ni hasta la cocina, que es donde quería ir.  No tenía otra alternativa que pasar a la ofensiva, y hacerlo rápido.

Le hizo señas a Gioco, indicando los cristales; ella asintió. Él iría primero, pero prefería avisarla por si acaso la chica no se había dado cuenta. 

Entonces Leonardo echó a correr, sin hacer ruido, y cuando llegó a la altura donde el pequeño pasillo se abría al salón y que estaba cubierta de cristales dio un salto contra la pared para, a continuación, rebotar hacia la izquierda usando su pie derecho, que tocó la barandilla para, por último, saltar así hacia la isla de la cocina, dando una vuelta en el aire para obtener su impulso.

El saltó funcionó, pues no hizo ningún sonido cuando aterrizó en la fría superficie de mármol de la encimera. Para cuando volvieron a disparar dos de aquellos hombres él ya no estaba allí encaramado mientras que Gioconda estaría a salvo de los disparos si permanecía en su posición. Vio de dónde provenían las deflagraciones por el destello de los disparos: del hall, los dos hombres que disparaban y un tercero que no, seguramente Yoichi, justo detrás. ¿Y los otros dos? Debían ser los que había visto avanzar hasta la altura del sofá. 

Desenvainó sus espadas, cuyo sonido quedó camuflado por los tiros y en ese momento percibió algo moviéndose a su lado. Uno de los dos que no había visto pasó por su lado, pegado a la pared opuesta, hacia la escalera. Leo no perdió el tiempo y con una pirueta llegó hasta su lado, propinándole un contundente golpe con la empuñadura de su espada en la cabeza. El hombre retrocedió un par de pasos y cayó contra el sofá, entrando en la franja de trémula luz azulada que se colaba por la mampara. Le vio uno de los dos que estaban en el umbral al salón y entonces un tercer hombre, el otro al que Leo había perdido la vista, apareció de detrás de la alacena que había justo a la izquierda del hall y que había estado ocupado recargando su arma.

La alzó para disparar y Leo no pudo por más que hacer nuevas piruetas, saltando por un lado del sofá sobre el que había caído el guardaespaldas noqueado y aterrizar por detrás de la barra de bar que quedaba justo enfrente de la posición de los hombres, en la esquina entre el mueble del televisor y la mampara de cristal. Los disparos reventaron varias botellas, así como acertaron a la mampara que daba al exterior, haciendo que una lluvia de cristales cayera sobre Leonardo: la tortuga se encogió un tanto bajo su caparazón para evitar posibles cortes.

Entonces escuchó un grito de dolor, el sonido de algo rompiéndose, más gritos y se atrevió a asomarse. Mientras él acaparaba toda la atención Gioconda se había puesto en movimiento: imitando la idea de Leonardo aterrizó sobre la isla de la cocina, tomó un frutero que había sobre la encimera y lo lanzó contra los dos hombres del hall, acertándole a uno de ellos en el brazo y haciendo que se le cayera el arma. Acto seguido y ejecutando un mortal hacia atrás procedió a parapetarse tras la isla antes de que pudieran acertarla los otros dos.

- ¿Queréis más menaje? – les gritó - ¡Porque aquí tengo de sobra para todos!

- “Gioco” – pensó Leonardo, preocupado, y buscó con la mirada algo que pudiera lanzar a aquellos hombres para atraer su atención.

- Dan'yaku nashi!******* – escuchó sin saber lo que quería decir eso. 

- Kuso! Watashi mo sōde wanaidesu!******** – exclamó otro en contestación.

Por el tono de voz dedujo era algo malo para ellos, aunque no tenía ni idea de qué. ¿Qué no veían nada? ¿Qué se quedaban sin munición? Se asomó ligeramente para echar un vistazo y vio a los cuatro hombres buscando camuflarse en las sombras. 

- Para ser demonios peleáis bien, kappas – dijo entonces el hombre llamado Yoichi, pasando a hablar en inglés – Y lo hacéis a la manera tradicional, sin armas modernas. Os honraría si no fuera por vuestro ruin origen y vuestras viles maquinaciones.

- ¡No somos demonios! – exclamó Gioconda desde su posición segura.

- ¡Tus intentos por confundir mi mente son ridículos, kappa, pues sé lo que ven mis ojos! – exclamó Yoichi y Leo escuchó el sonido de la katana rozando con su funda – Esta es la espada de mi antepasado, con la que segó vidas de demonios como vosotros varios siglos atrás. ¡Esta noche tanto vosotros como esa furcia pagaréis por vuestra osadía! ¡La muerte se cierne sobre nosotros!

¡Basta de cháchara! Leonardo se enfureció cuando Yoichi hizo mención de Hayami en semejantes términos. Quería acabar la pelea y terminarla ya. Se hizo con un par de botellas que habían sobrevivido a la masacre y las lanzó en la dirección que provenía la voz de Yoichi mientras echaba a correr, pero no en línea recta hacia él, si no hacia un lado. Saltó sobre el sofá y vio el reflejo de la katana moviéndose cuando las botellas acertaron cerca del hombre. Allí enfocó su ataque con sus ninjatos.  

- ¡Kiai! – gritó con furia cuando el metal dio contra el metal.

Retrocedió hacia la luz, forzando a Yoichi a seguirle para poder verle con más claridad y ambos se hubieran enzarzado frenético si no fuera porque sus acompañantes se lanzaron sobre Leonardo, empuñando ahora armas blancas. La tortuga confirmó así que se habían quedado sin munición.

Aun así, Leonardo se movió rápidamente, desviando o esquivando todos sus ataques a la vez, aunque eran abrumadores. Esos hombres contaban con cierto entrenamiento en la lucha cuerpo a cuerpo. Iba a retirarse a la zona oscura cuando surgió Gioconda, ejecutando una patada área que derribó a dos de los hombres que le atacaban. En sus manos portaba sus dos tessen abiertos, que usó para interceptar y bloquear los ataques que pronto cayeron sobre ella.

Yoichi saltó hacia atrás, ocultándose en la oscuridad, dejando a su compañero restante pelear contra Leonardo, quién intentaba en vano localizar al hombre, que finalmente reapareció saltando sobre su caparazón, con la katana por delante. Leonardo esquivó por los pelos, rodó por el suelo alejándose de Yoichi, que cortó con su espada un pequeño pedazo de uno de los extremos de su bandana azul. Cuando Leo se incorporó propinó una patada doble en tirabuzón contra el compañero de Yoichi, que acabó fuera de combate lanzado contra la alacena cercana, cuyos cristales se rompieron por el impacto, provocando que varios de los platos y copas que había dentro terminaran volcados y reventados igualmente. 

Al darse la vuelta Leonardo cruzó sus dos ninjatos justo en el momento en que Yoichi descendía su katana sobre él: ambos espadachines ejercieron fuerza para sobrepasar la guardia del otro y se miraron a los ojos, mostrando los dientes. Ninguno cedía ante el otro, de modo que Yoichi optó por levantar la espada e intentar un corte desde un lado, que Leonardo bloqueó con un ninjato para contraatacar a su vez con el otro.

Mientras Gioconda se había visto obligada a retroceder de nuevo hasta la isla de la cocina, donde había esquivado los intentos de los dos hombres que quedaban por apuñalarla. Se coordinaban bien y cuando su espalda dio contra la encimera saltó para ponerse de pie sobre ella. Amarró los tessen en su obi y saltó sobre los hombros del más cercano, rodeando su cabeza con sus piernas, retorciéndose y girando de tal modo que cuando se estiró hacia abajo llevó las manos hasta el suelo y le arrastró consigo, quedando inconsciente por el golpe. Ella quedó sentada y en ese momento escuchó un repiqueteo metálico y vio por el rabillo del ojo una de las ninjatos de Leonardo deslizarse por el suelo hasta dar con la alacena reventada. La distracción estuvo a punto de costarle una lesión, pero esquivó por los pelos el asalto del que quedaba en pie que, usando su tantõ, golpeó de arriba a abajo. Gio se volteó a un lado, giró sobre una pierna sobre sí misma, proyectando su cola contra el estómago del tipo, que gritó y cayó de espaldas contra la isla de la cocina, dándose un buen golpe en los riñones y perdiendo el puñal en el proceso. Aun así, se recuperó enseguida alzando el brazo izquierdo para bloquear un derechazo de Gio; a su vez contratacó y asestó un puñetazo a la chica en el pecho, haciendo que trastabillara hacia atrás mientras daba con la espalda contra la encimera. 

El guardaespaldas se irguió y quiso golpearla de nuevo con las manos desnudas, pero Gioconda reaccionó desviando el golpe con el antebrazo y golpeándole con el puño adoptando la forma del shikan-kern ********** en plena sien. El humano quedó instantáneamente noqueado, cayó sobre sus rodillas y por último de lado para no volver a alzarse.

Gioconda, jadeando, se detuvo para retomar el aliento y, mientras lo hacía, buscó con la mirada a su hermano adoptivo. Sus ojos se abrieron de par en par cuando, a pesar de lo oscuro que estaba, a la luz fluctuante pudo ver el destrozo que habían ocasionado tanto él como Yoichi en su pelea: muebles volcados o marcados con cortes de espadas y los sofás rajados. 

Pero lo que más le sorprendió fue ver a Yoichi arrastrándose por el suelo en pos de su katana que, de alguna forma, había terminado clavada en el suelo de madera a cierta distancia de él. Y entonces vio a Leonardo quien, no sin gran frialdad, se cernía sobre él. Vio, atónita, cómo le plantaba un pie en mitad de la espalda, obligando de una forma dolorosa a que el humano permaneciera inmóvil en el suelo.

- Tenías razón – dijo Leonardo entonces, con un tono de voz engañoso: era calmado sí, pero podía percibirse que debajo se agazapaba una gran ira – Esta noche la muerte se cierne sobre nosotros pero sólo te llevará a ti, guerrero, pero ahora… – añadió, comenzando a alzar su ninjato sobre su cabeza, despacio.

- ¿Qué? – pensó Gioconda, meneando la cabeza como si eso fuera a cambiar lo que estaba sucediendo ante sus ojos – No, no lo haría, Leonardo jamás…

Debajo Yoichi se retorció para mirarle a la cara.

- ¡Déjame que ponga fin a tu sufrimiento! – exclamó la tortuga.



Yoichi había cometido el error de subestimar a su oponente: se suponía que los kappas no eran seres tan inteligentes ni hábiles como para saber pelear tan bien con armas blancas pero éste era excepcionalmente bueno. Poseía una técnica muy avanzada, moviéndose con gran soltura a pesar de su, en apariencia, aparatoso caparazón. Aunque Yoichi había conseguido desarmarle parcialmente, la criatura siguió luchando con fiereza con una sola espada, hasta el punto que consiguió desarmarle a su vez; su katana saltó por los aires y cayó, clavándose en el suelo de parqué. De una patada en el pecho el kappa le había derribado y ahora se disponía a acabar con su vida.

- Tenías razón – dijo el demonio tras pisarle con fuerza la columna vertebral – Esta noche la muerte se cierne sobre nosotros, pero sólo te llevará a ti. Luchaste bien, guerrero, pero ahora…

Yoichi estaba demasiado cansado y dolorido para poder revolverse. Había fracasado, pero no cerraría los ojos ante la muerte de modo que se volvió para mirar cara a cara al kappa, que había alzado la espada por encima de su cabeza. Yoichi dedicó su último pensamiento a su padre, pidiéndole perdón por haberle fallado. Era lo que le verdad le dolía de todo esto: que su error no sólo tendría consecuencias para él.

El kappa debió de malinterpretar su gesto como una demostración de dolor, pues dijo:

- ¡Déjame que ponga fin a tu sufrimiento!

La espada descendió hacia él… sólo para ser desviada por la intrusión de su gemela. A pesar de la fuerza del impacto el kappa no soltó su arma, si no que rectificó y volvió a llevar la espada contra Yoichi. 

Y de nuevo la espada gemela se interpuso, cruzándose con la otra. ¿Quién estaba impidiendo su ejecución? Yoichi había esperado a uno de sus hombres pero no salía en sí de su asombro pues estaba equivocado: se trataba del otro kappa.







* Shurikens: las famosas estrellas ninja, armas de metal arrojadizas, que poseen una gran variedad de formas y estilos si bien predomina la forma de estrella, con filos cortantes y de tamaño pequeño para ocultarlas con facilidad.

** ¡Mierda! - del japonés.

*** ¡Ese bastardo apagó la luz! - del japonés.

**** ¡No puedo ver nada! - del japonés.

***** ¡No importa! - del japonés.

****** Todavía están allí ¡así que seguid disparando! - del japonés.

******* ¡Sin munición! - del japonés.

********* ¡Yo tampoco! - del japonés.

********** Shikan-kern: Técnica que es usada contra zonas óseas duras y amplias; se semicierra el puño de forma que sobresalgan los nudillos medios, que son los que golpean. Enfocado a huesos de la cara, pecho y costillas

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo III


- ¿Qué? – preguntó Gioconda a la par que Hayami se volvía.

Leo alzó una mano hacia Gio. Extrajo una de sus espadas, la tomó en sus manos, hincó una rodilla en el suelo y alzó la espada, ofreciéndosela a Hayami. Cuando habló, lo hizo con un tono solemne.

- No puedo prometerte que le mataremos, ya he dicho que no es nuestra forma de proceder. Si lo hiciera, deshonraría a mi sensei porque me alejaría de la senda por la que él tanto esfuerzo ha invertido en encaminarme – hizo una pausa, tomando aire - Pero desde luego que no pienso ignorar lo que sucede aquí y usaré todos los medios que estén a mi alcance para librarte del acoso al que te somete Nomura-san sirviéndose de sus secuaces. Te doy mi palabra de honor.

Dicho esto, agachó la cabeza y no la alzó hasta que Hayami se situó justo delante y puso una mano en su hombro. Le sonreía con cierta calidez, pero aquellos ojos oscuros mostraban la misma furia que viera antes.

- Acepto tus servicios, Leonardo-san. Ahora id, os prometo que os recompensaré con creces.


Gioconda miraba estupefacta a ambos: el que era su hermano adoptivo y la guapísima mujer japonesa. Por un lado, se alegraba de que Leonardo hubiera aceptado auxiliar a Hayami, pues ella misma sentía, por alguna razón y a pesar de que apenas la conocía, que debía hacer algo por ayudarla. Pero por otro… había algo, no sabía qué, que la inquietaba. Quizá se debiera al hecho de que se había mencionado el acto de matar al viejo Nomura: una cosa era que alguien intentara matarte y otra muy diferente es que tú fueras a hacerlo.  Porque NO era lo mismo. 

Podías odiar a alguien muchísimo, tanto que en alguna ocasión fueras capaz de desearle un gran sufrimiento: sabía que no estaba bien pensar así, el maestro Splinter se lo había dicho también. Aún así ella más de una vez se lo había deseado de todo corazón a más de una persona: todos aquellos que hacían daño, a propósito y con deleite a los demás, por poner un ejemplo. Pero de ahí a cometer un asesinato… como que no.

De modo que cuando Leo había dicho que aceptaba el encargo en un primer momento a Gioconda casi le dio un infarto. Le conocía lo suficiente como para saber que él era un espíritu noble, altruista y bondadoso, que jamás haría daño a una mosca. Pero también sabía que era víctima de un estricto sentido de la perfección, de la justicia y del propio honor: que era incapaz de no prestar su ayuda a aquel que pudiera necesitarle… que por cierto, parecía haber desarrollado un fuerte vínculo con Hayami, como si se sintiera responsable de su bienestar. Gioconda estaba segura de que ella le gustaba. ¿Acaso Leo sentía debilidad por las mujeres japonesas? Gioconda había encontrado divertido fantasear con que hubiera algo entre él y Oroku Karai, la hija adoptiva de Shredder, ya que le había dado la sensación de que su hermano parecía sentir algo por ella. Un día le había dado la brasa a Leo con el tema durante una de sus sesiones de entrenamiento: él se había reído de su ocurrencia tachándola de ridícula y dio por zanjada la cuestión, aunque la muchacha mutante no lo hiciera.  Y ahora por fin había comenzado a creerle, viendo cómo parecía reaccionar en presencia de Hayami. De todos modos a Gio no le sorprendía: ella era preciosa, vulnerable y delicada… parecía el tipo de mujer que podía encajar con él, necesitada de un caballero de brillante armadura que pudiera rescatarla. Karai, en cambio, parecía ser el polo opuesto a ella: la hija de Shredder ya se sacaba las castañas del fuego solita y sin ayudas.

Gioconda encontró, pues, tierno el hecho de que los posibles sentimientos de Leo hacia Hayami fueran ciertos, pero también ligeramente problemático: bien sabía ella lo complicado que podía ser el tema del amor y la de tonterías que te hacía cometer. ¿Sería acaso esta empresa en la que acababa de meterse Leonardo una de esas tonterías que se hacen cegado por el amor? Sería un tanto precipitado teniendo en cuenta que apenas conocían de un par de horas a la mujer. Pero también era cierto que ella misma se había enfurecido y escandalizado al saber la historia detrás de la hermosa mujer japonesa: en resumidas cuentas, también quería ayudar, pero no sabía si sería capaz de matar a ese viejo capullo si le tuviera delante, por muchos motivos que pudiera tener para ello. Se alegraba de que la tortuga de antifaz azul hubiera dejado al menos las cosas claras. Intimidar, que no matar. De nuevo esa alarma interna, de que quizá incluso de esta forma se estuvieran precipitando y no se hubieran detenido a pensarlo un poco mejor.

Pero en esos momentos se levantó Leonardo, volviendo a guardar su espada en la funda y Gioconda supo que, independientemente de lo que su instinto le decía, si él se comprometía ella haría lo mismo. Porque le debía muchísimo. De modo que, por Leonardo, lo haría. 


La noche avanzaba, igual que las dos figuras que se deslizaban por las azoteas en completo silencio, aprovechando el cobijo de las sombras, en dirección a la torre de Nomura, situado en Manhattan. En dicho distrito se encontraban buena parte de las instituciones financieras más importantes de la ciudad, como podían ser el Banco de la Reserva Federal o la Bolsa de Nueva York. Gioconda se permitió un momento para admirar el paisaje urbano, el puente de Brooklyn al fondo alzándose sobre el Río Este, recortado contra el cielo de una noche despejada: nunca se cansaba de las vistas de la ciudad aunque también echaba de menos los frondosos bosques de Northampton por los que había paseado incontables veces en las ocasiones que habían estado en la casa de los abuelos de Casey.

Hayami les había dado la dirección de la torre Nomura, en cuya azotea tenía además su residencia el viejo y ruin Tatsuo. El problema sería llegar hasta allí puesto que la torre se alzaba alta sobre los edificios más colindantes, de modo que lo más probable es que tuvieran que colarse al edificio desde alguna de las plantas superiores. Un inconveniente es que no habían traído ninguna de las herramientas que solían utilizar para este tipo de pesquisas, como las que utilizaron para infiltrarse en el edificio de T.C.R.I. aquella vez*. Sin embargo, Leonardo le había asegurado que encontrarían alguna alternativa para poder entrar, pues no había querido oír hablar de pasarse por casa para pertrecharse adecuadamente.

- Tenemos todo lo que necesitamos – dijo, mirando hacia arriba desde la azotea más cercana.

- ¿Ah sí? Recuerda que ni siquiera yo puedo trepar por paredes de cristal a manos desnudas – le hizo ver Gioconda.

Sin embargo Leonardo hurgó en su cinto, en una de las dos bolsitas que solía llevar colgadas cerca de los tirantes de las fundas de sus espadas.

- Lo sé, por eso nunca salgo de casa sin llevar al menos un par de estos – dijo, sacando dos pares de shukos** de ventosa, como los solía llamar Michelangelo a modo de guasa.

- ¡Vaya! Ahm, retiro lo dicho – dijo Gio, y tomó dos de las ventosas que él le ofrecía, poniéndoselas en las manos.


Poco después escalaban en silencio por la fachada de cristal, poniendo mucho cuidado de cómo posaban los pies para no tener riesgos de resbalar. Los shukos de ventosa les habían resultado también muy útiles cuando entraron en T.C.R.I, si bien allí lo hicieron en sentido inverso: descendieron desde la azotea hasta una de las ventanas. Además, la distancia había sido también bastante inferior. 

La torre de Nomura era un rascacielos rematado en su parte superior por una azotea en forma de media luna donde Tetsuo Nomura tenía su residencia siendo esa parte exterior utilizada como un solárium y piscina. Era el lugar perfecto para acceder al interior de la vivienda, sque ocupaba las dos últimas plantas; lo que quedaba por encima era un pináculo que contaba con escalerilla para permitir el acceso a una antena que servía para comunicaciones. 

Cuando llegaron hasta la altura de la terraza, que contaba con una barandilla de seguridad para evitar caídas, Leonardo tomó las debidas precauciones: Hayami les había advertido que el viejo solía usar todo un equipo de guardias que velaban por su seguridad durante las veinticuatro horas del día. 

La tortuga, firmemente adherida a la pared por las ventosas y a cubierto del viento que había a esas alturas, pues justo soplaba de dirección norte y él estaba en la cara sur, se asomó lo mínimamente necesario para echar un vistazo. Pudo ver un césped artificial, arbolitos pequeños talladas sus copas en forma de esferas, los reflejos de la piscina iluminada ondulando sobre las sombrillas y las tumbonas. Y allí paseándose de un lado a otro cerca de su posición, había un hombre vestido con un uniforme oscuro. Por suerte su atención estaba dirigida al interior y no al exterior: estaba claro que no se esperaba que un intruso viniera en esa dirección. 

Pero Leonardo, como buen estratega que era, no se precipitó y en su lugar siguió observando, intentando discernir si detrás de la mampara de cristal que llevaba al interior del edificio podría ver a alguien más ya que cuando subiera a la terraza sería totalmente visible desde allí, pero estaba demasiado oscuro como para verlo. Había un cincuenta por cierto de probabilidades de que uno o más guardias estuvieran en el interior: no tenía forma de saberlo, de modo que no tenía sentido darle más vueltas, pues no tenían otra forma de acceder al interior de la vivienda nada más que por allí. Y siempre cabía la posibilidad de que hubiera cámaras, algo que Hayami no les había sabido confirmar; por su parte, no veía ninguna. En cualquier caso, no tenían más remedio que seguir. De modo que hizo una seña a Gioconda, que aguardaba a su lado pero en una posición algo más baja; la chica asintió con la cabeza, tensándose.

Leonardo, sin apartar la mirada del vigilante, aguardó pacientemente. Cuando el guardia se detuvo cerca del margen de la piscina, mirando distraídamente a la antena cuya luz roja no cesaba de parpadear, la tortuga hizo su movimiento. Sacó en silencio y con rapidez las manos de las ventosas, que permanecieron pegadas a la fachada y se agarró a la barandilla, impulsándose con los pies para encaramarse en posición agachada sobre la misma. Bajó los pies a suelo firme en el más absoluto silencio y en apenas un par de pasos llegó hasta la posición del guardia, le aferró con fuerza para obligarle a doblarse hacia atrás, tapándole la boca para que no gritara y antes de que pudiera hacer nada Leonardo presionó su brazo contra el cuello del humano; unos segundos después éste quedaba inconsciente. La tortuga permaneció unos instantes más de pie, con el hombre desmayado en sus brazos, mirando fijamente a la mampara de cristal, en completa tensión, pero no acudió nadie que acudiera en ayuda del guardia o para detenerle a él.

Gioconda, quien había recogido las ventosas de Leonardo cuando éste agarró al guardia, saltó ágilmente sobre la barandilla, se agachó para retirar las suyas y se reunió de nuevo con la tortuga, que arrastró al vigilante sujetándolo por las axilas hasta esconderle detrás de una de las tumbonas, de tal modo que si alguien se asomaba no vería su cuerpo desde el interior salvo que caminara un poco. 

Por el momento iban bien pero no convenía bajar la guardia por confiarse: el maestro Splinter insistía en que un guerrero confiado podía ser fácilmente derrotado.


Se aproximaron agachados, sin hacer ruido, hasta la puerta de cristal de la mampara y echaron un vistazo: parecía dar a un espacioso salón donde, a pesar de la poca decoración que podían ver por la oscuridad, parecían mezclarse también los estilos tradicionales japonés y el occidental. Las luces estaban apagadas, pero no se percibía ningún guardia, de modo que abrieron la puerta despacio y se deslizaron al interior. Leonardo buscó de nuevo con la mirada posibles cámaras de vigilancia, acostumbrado como estaba al procedimiento gracias a Donatello pero tampoco aquí pudo ver alguna, algo que a esas alturas le extrañó y preocupó a partes iguales. Era raro cuanto menos que un hombre rico como aquél no tuviera un sistema de vigilancia interno en su casa, independientemente de que ésta se encontrara en un rascacielos; quizá fuera ésa precisamente la razón. El edificio ya contaba con un buen sistema de seguridad en los pisos inferiores por los que tendrían que pasar supuestos intrusos para acceder a la parte más superior; quizá no se les ocurrió la posibilidad de que unos ninjas entraran por la azotea pero aún, así la cuestión permaneció enraizada en su mente.

Entonces se reprochó el darle tantas vueltas al asunto, pues debía centrarse en encontrar cuanto antes el dormitorio de Nomura para lanzarle la advertencia: a esas horas de la madrugada debería estar acostado. Un fugaz pensamiento, una posibilidad que  no se le había ocurrido hasta ese momento, pasó por la mente de Leonardo. ¿Y si el viejo no estaba solo? Hayami había mencionado que tenía, al menos, un hijo. ¿Estaría su esposa con él? Leonardo lo dudaba: teniendo en cuenta que a Nomura le gustaba rodearse de mujeres jóvenes y hermosas como Hayami seguramente su esposa estaría en Japón. Por alguna razón pensar en el hombre maduro poniendo las manos sobre Hayami hizo que a Leo le hirviera la sangre de tal modo que él mismo se sobrecogió. Era furia, desde luego, pero había algo más que no sabía identificar con seguridad. Acaso él… ¿estaba celoso? Sacudió la cabeza cuando notó que Gioconda le palmeaba el brazo, señalándole las escaleras en espiral que había en la pared lateral izquierda, entre el salón y lo que parecía una cocina de estilo office. Leo alzó la vista, siguiendo el recorrido y vio el descansillo de la planta de arriba sumido en tinieblas. Asintió con la cabeza y tomó la delantera, avanzando en el más absoluto silencio como sólo un ninja era capaz de conseguir mientras Gioconda permanecía unos pasos por detrás, ligeramente en tensión, por si algún vigilante más venía. A ella también le parecía extraño que sólo se hubieran topado con uno, pero seguiría a Leo en sus pesquisas.

Las escaleras daban a un pasillo fríamente decorado, demasiado oscuro para apreciar las obras de arte que colgaban de las paredes. En el lado derecho la barandilla de cristal y metal evitaba que cayeras sobre la mesa que separaba la cocina del salón. Gioconda se permitió distraerse imaginando una estampa graciosa: Michelangelo saltando desde la barandilla directamente al sofá que había debajo, tomar con toda tranquilidad el mando a distancia y encender el televisor para sintonizar su programa favorito. Algo peligroso pero divertido, del tipo de cosas que Mikey intentaría sólo por hacerse el gracioso y lucirse un poco. 

Justo después de la escalera una puerta abierta que daba a la oscuridad insondable de un cuarto de baño y, más allá, otra más entreabierta: tenía pinta de que habían dado con el dormitorio. Se apresuraron, pero Leonardo no quería correr riesgos; hizo una señal a Gio para que se quedara en el pasillo e intentó otear a través de la rendija, que apenas tenía un dedo de grosor, sin éxito. Apoyó su mano de tres dedos sobre la hoja de madera y empujó apenas, lo justo para poder ver los pies de una cama grande… ocupada por alguien. Pudo intuir una forma debajo de la colcha, aunque no escuchaba ronquidos: un hombre de esa edad de seguro que los emitiría.

La tortuga de antifaz azul se detuvo, le hizo un gesto afirmativo a Gioconda para que ella supiera que habían dado, muy probablemente, con su objetivo. Pero antes de que Leo pudiera seguir se escuchó un gran estruendo cuando alguien derribó la puerta de acceso a la vivienda de una patada a la par que se hacía la luz..

- ¡Mierda! – dijo Gioconda, entre dientes, alzando la cabeza cuando las luces se encendieron.

Leonardo retrocedió hasta la barandilla y pudo ver, justo delante y más abajo, al llamado Yoichi, en compañía de otros cinco hombres. Él les señaló y extrajo la katana que llevaba colgada al cinto mientras el resto mantenían alzadas sus armas automáticas.

- ¿Cómo os atrevéis? – rugió, su rostro enrojecido por la furia - ¿Cómo os atrevéis a venir aquí, demonios? ¡Esa zorra lo pagará caro! – y a sus hombres - Sorera o korosu!*** 

Los otros alzaron sus armas en su dirección sin dudarlo.

- ¡CUIDADO! – exclamó Leonardo y saltó a un lado, derribando a Gioconda justo cuando comenzaron los disparos.







* Visto en los capítulos veinticinco y veintiseis de la primera temporada, "La búsqueda de Splinter (Partes 1 y 2)".

** Shuko: o tegaki, especie de brazalete que contaba con una o dos correas de cuero, una que se sujetaba a la palma de la mano y la otra a la muñeca o el dorso de la mano, provisto de una banda de hierro con púas que permitía al ninja bloquear ataques con espadas y escalar paredes o árboles como un gato. Especialidad de la Togakure-ryu, también hay una variante llamada Tekagi-shuko (con cuchillas, un arma casi igual a la que porta el mismísimo Shredder) y otra arma similar llamada neko-te (garra de gato).

*** ¡Matadlos! - del japonés.