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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Los vigilantes - Capítulo I


Era miércoles, el día favorito de la semana de Raphael. Porque todos los miércoles por la noche, salvo que algo se torciera, tenía una cita importante lejos de las alcantarillas, allá arriba en la Gran Manzana. 

Al principio la relación entre Casey Jones y Raphael no empezó con buen pie precisamente pero no tuvo que pasar mucho tiempo para que la tortuga y el joven humano se dieran cuenta de lo compenetrados que estaban. Ambos eran duros, tipos violentos, que necesitaban desfogar sus frustraciones sobre aquellos que hacían el mal en las calles, si bien Casey había llegado hasta esos extremos por circunstancias de la vida muy diferentes a las de Raphael.

Cuando era tan sólo un crío tuvo que ver con sus propios ojos cómo ardía la tienda de su padre, Arnold, a manos del antiguo jefe de los Dragones Púrpura, Hun, porque se negó a ceder a los chantajes de la banda: ellos le ofrecieron protección a cambio de dinero, una protección que por cierto luego nunca existía.  Casey intentó detenerlos pero Hun le golpeó y le amenazó, diciendo que transmitiera a su padre el mensaje de que la próxima vez más le valía pagar. Por supuesto que esto no fue suficiente para que el padre de Casey se amedrentara e intentó denunciar lo sucedido a la policía para ir por los cauces legales; esta decisión le llevaría a la tumba poco después. A partir de entonces Casey Jones desarrolló un odio visceral hacia los Dragones Púrpura y, por extensión, a todos los que eran de su calaña. Siendo ya adulto solía vagar por las calles de la ciudad en plena noche buscando delincuentes a los que golpear con el rostro cubierto por una máscara de hockey, su deporte favorito. Fue en una de esas noches en que conoció a Raphael, que tampoco estaba pasando su mejor época, pues se sentía terriblemente perdido y contrariado por haberse dejado llevar por sus impulsos violentos: si Leonardo no hubiera intervenido habría golpeado duramente a Michelangelo con una tubería de metal, puede que hasta malherirlo o matarlo.

Y cuando Raphael se cruzó con el enmascarado Vigilante y vio la tremenda paliza que les daba a esos delincuentes, no pudo evitar verse reflejado en él y eso hizo que se interpusiera para calmar al misterioso personaje… aunque lo único que consiguió fue que los golpes destinados a esos delincuentes se los llevara él. 

Sin embargo, a raíz de esa noche las tortugas echaron una mano a Casey prestándole su apoyo contra una emboscada traicionera que los Dragones Púrpura le habían preparado en Central Park* y desde entonces se habían hecho buenos amigos; pero de todos los hermanos con quien le unía el vínculo más fuerte era con Raphael.


Era cuestión de tiempo que Casey invitara a Raphael a unirse a sus correrías nocturnas, pero como Casey tenía otras tareas en el mundo de la superficie habían acordado reunirse tan sólo una noche a la semana. 

- El crimen no descansa nunca, pero el resto de las noches me las quedo para mi – había dicho Casey.

Raphael no había mostrado inconveniente puesto que cuando salía nunca daba explicaciones detalladas sobre lo que iba o no iba a hacer, pues sospechaba que sus hermanos no estarían muy de acuerdo. Entonces Raphael solía decirse que cada uno de ellos solía hacer en su tiempo libre lo que les daba la gana: Michelangelo veía el televisor y leía sus cómics mientras se inflaba a patatas fritas grasientas, Donatello estaba siempre con sus inventos y Leonardo solía meditar, practicar con sus ninjatos y leer. ¿Por qué no iba a poder él salir a dar una vuelta y golpear cabezas?

Además gracias a esas incursiones nocturnas habían conocido a Gioconda, una mutante solitaria que ahora vivía con ellos en las alcantarillas.**

Gioconda…

Raphael meditó durante unos instantes mientras observaba a la muchacha ayudar al maestro Splinter a limpiar y ordenar la alcantarilla.

¿Y si la invitaba a unirse a ellos por esa noche? La chica aprendía el arte del ninjutsu rápidamente gracias a los esfuerzos del maestro Splinter. Aparte y con el consentimiento de la vieja rata, Leonardo la instruía en la meditación y en Chi Gong mientras que el propio Raphael la sometía a duras sesiones de ejercicios físicos para tonificar sus músculos, ya que había ganado algo de peso durante su período de convalecencia; poco a poco la mutante inicialmente flacucha iba ganando musculatura.

Supuso que tomar aire fresco le vendría bien y, además así conocería a Casey. Gioconda era muy desconfiada con los humanos por haber sufrido ciertas agresiones cuando vivía en la calle. Al principio cada vez que venía April se alejaba de ella como si la temiera, pero luego la vigilaba desde un rincón con cara de pocos amigos; había costado mucho a la joven humana ganarse la confianza de Gioconda. 

Raphael supuso que conocer a otro humano sólo le ayudaría a perder algo más sus prejuicios para con ellos, por no hablar que sospechaba que ella y Casey se llevarían bien por tener algo en común: odiaban a muerte a los Dragones Púrpura.

Así que estaba decidido. Raphael se aproximó a Gioconda.

- Voy a salir a dar una vuelta. ¿Te vienes, renacuaja?

Ella interrumpió su tarea, le miró con ojos como platos y una sonrisa se extendió por su rostro.

- ¿De verdad? – preguntó, y cuando Raphael asintió se volvió a Splinter - ¿Puedo, maestro?

Splinter lo meditó un momento con una ceja enarcada pero entonces asintió, mirando seriamente a Raphael.

- Gioconda aún está aprendiendo y adaptándose a su nueva vida – le advirtió – No me gustaría que volviera a repetirse un suceso similar al que ocurrió con el mouser***. 

Donatello, quien en esos momentos estaba trabajando en uno de sus inventos se detuvo y giró la cabeza con cierta aprensión reflejada en el rostro para mirar a su maestro, quien ya le observaba con los ojos ligeramente entrecerrados. El maestro aún estaba algo enfadado por lo sucedido aquella vez. 

- Espero que muestres más sentido común y responsabilidad que tu hermano – concluyó Splinter volviendo la atención a Raphael.

- Así lo haré, maestro – asintió éste e hizo un gesto con la mano a Gioconda para que le siguiera. La muchacha le dio a Splinter la escoba y salió corriendo detrás de él.

Splinter les observó marcharse y meneó la cabeza.

- ¿Raphael responsable? – preguntó Leonardo con cierto sarcasmo, aproximándose desde atrás y mirando en la misma dirección que su sensei – No sé, quizá en otra vida.

- Vamos Leonardo, démosle a tu hermano un voto de confianza – alegó el maestro Splinter y a continuación le lanzó una ojeada. Entonces sonrió mientras le ofrecía la escoba - ¿Continúas tú?

Leonardo maldijo para sus adentros mientras Donatello hacía un esfuerzo hercúleo para no soltar una carcajada.

 


Poco después de abandonar las alcantarillas Raphael pensaba en cómo iba a presentarle a la chica a Casey Jones, porque no estaba seguro de cómo reaccionaría ella al verle. Supuso que no le chocaría tanto porque ya conocía a April, de modo que no debería ser tan difícil.

- ¿Adónde vamos? – preguntó Gioconda, mientras le seguía.

Estaban jugando de nuevo a “sigue al líder” ya que Raphael pensó que le vendría bien el ejercicio; el que abría la marcha decidía el destino y los demás debían imitar todos y cada uno de sus movimientos. Normalmente el juego consistía en carreras desenfrenadas donde los hermanos demostraban su pericia y rapidez, esforzándose al máximo con tal de no quedarse atrás. Raphael quería comprobar que ella se mantuviera en excelente forma.

No es que subestimara a Gioconda: la chica había demostrado ser muy capaz en el combate desde antes de comenzar sus clases de ninjutsu y su agilidad era tan buena como la de ellos, incluso puede que más, pues al no tener caparazón tenía mayor libertad de movimientos. Aunque seguía siendo una incógnita cómo había aprendido a pelear de esa manera las tortugas habían decidido no molestarla más con el asunto, pues Gioconda sufría amnesia permanente, de modo que no recordaba nada de su pasado antes de vivir en las calles de Nueva York y acechar a los Dragones Púrpura entre las sombras. Por no saber ni tan siquiera conocía ni su edad ni su auténtico nombre (si es que lo tenía), lo único que tenían de información era un número tatuado en su brazo izquierdo. Por eso había adoptado el nombre que el maestro Splinter había elegido para ella como prueba de su deseo que viviera con ellos de manera indefinida. Gioconda, la de la sonrisa enigmática y misteriosa.

Raphael ejecutó una enrevesada pirueta en el aire y cuando aterrizó a nivel del suelo lo hizo dado la vuelta para mirar a la chica, que en esos momentos aterrizaba enfrente de él ejecutando una maniobra idéntica a la suya salvo por el último giro.

Ya no llevaba la indumentaria que lucía cuando la conoció, consistente en un abrigo negro largo de fieltro, una sudadera raída de color gris con capucha y pantalones oscuros de chándal. Lo único que conservaba de esa época era su pañuelo, que llevaba anudado al cuello por si necesitaba cubrirse el rostro. Ahora había adoptado un look similar a las tortugas, incorporando protectores en los codos y las rodillas, antifaz (en su caso de color rosa, aunque realmente era rojo desteñido pues perteneció antiguamente al propio Raphael) y un kimono que el maestro Splinter había adaptado para ella gracias a su maña para coser. La única razón por la que la chica había insistido en llevar ropa, a diferencia de las tortugas, era porque decía sentirse así más cómoda. En el cinto portaba sus dos tessen y un kusarigama, las armas que había elegido por defecto para pelear.

Se encontraban en un callejón oscuro pero que apenas tenía lugar para un escondite, pues era enano. Aquí era donde había quedado con Casey aquella noche.

- ¿Qué hacemos aquí Raph? – preguntó Gioco, cruzándose de brazos y enarcando una ceja – Has dicho que me lo dirías una vez fuera.

- Eres una impaciente, pero es verdad que dije eso. Hemos venido a jugar a algo que te gusta – explicó Raphael con una sonrisita – Y es a patear traseros.

- ¿Ah sí? ¡Guay! Pero ¿de quiénes?

- ¿Qué más da? ¡A cualquiera que se lo merezca! 

- Me parece bien – replicó ella, encogiéndose de hombros. Puede que no fuera tan temperamental como Raphael pero compartían ciertos gustos- ¿A qué estamos esperando entonces? A no ser que me digas que en ese contendor de basuras hay traseros, cosa que me extrañaría mucho.

Raphael dudó un momento, pero cuando fue a responder tuvo que interrumpirse. Había alguien cerca.

- ¿Raph? ¿Eres tú?

Gioconda dio un respingo y se volvió, llevándose de manera automática las manos a sus tessen, hacia la figura alta que acababa de entrar en el callejón. Raphael la agarró de un brazo y tiró de ella para captar su atención.

- ¡Tranqui renacuaja! – le dijo – Es un amigo…

Ella le miró desconcertada pero el rostro de Raphael no dejaba lugar a dudas de que hablaba en serio. Él la soltó y ella retrocedió en dirección opuesta al recién llegado, mirándole con recelo y curiosidad. Se trataba de un hombre joven, de unos veintitantos años, de pelo oscuro largo hasta los hombros y ojos azules. Vestía una chaqueta vaquera forrada, pantalones de chándal azules con tres bandas blancas en los laterales, zapatillas de color azul de tela y guantes marrones. Era alto y de espaldas anchas y, a pesar de que no se podía ver su cuerpo por tanta ropa, se notaba que era musculoso.

- ¿Quién si no, cabeza de chorlito? Por cierto, hoy vengo acompañado…

- ¡Guauu! – exclamó Casey cuando vio a Gioconda por primera vez y, como estaba acostumbrado al buen estar de las tortugas, se excedió cuando se inclinó hacia ella de manera brusca invadiendo su espacio personal – Pero si es una chica lagar… ¡auh!

Gioconda no se había tomado a bien su acercamiento, por lo que reaccionó a pesar de lo indicado por Raphael y le asestó un revés de abajo hacia arriba emitiendo un siseo amenazador. Le acertó en la nariz. Casey se llevó las manos a cara y Raphael, con los dientes apretados y avergonzado, apartó a Gioconda con brusquedad. 

- ¡Case! ¿Estás bien?

- ¡Uah, tío! Tu amiguita tiene carácter. ¡Me gusta! – respondió Casey mirando con aprobación a Gioconda, si bien manteniendo las distancias. El golpe había sido fuerte pero no le había provocado ninguna hemorragia nasal. Casey había recibido golpes muchísimo más fuertes que ese.

Raphael se calmó al ver que su amigo estaba bien pero miró duramente a Gioconda, que ahora observaba a Casey con el ceño fruncido desde detrás del caparazón de la tortuga.

- ¿Qué mosca te ha picado, niña? – le preguntó Raphael - ¡Te he dicho que es un amigo!

- Tranqui, Raph, no pasa nada, supongo que ha sido culpa mía por acercarme así.

La tortuga suspiró.

- Es que no le gustan los seres humanos, no ha tenido muy buenas experiencias con ellos antes.

- Oh, ya veo… pues lo siento mucho. Oye – agregó, mirando a la chica – Creo que podemos empezar de nuevo, por mí, pelillos a la mar. Me llamo Casey Jones. ¿Y tú?

Ella no respondió enseguida. Raphael, a pesar de que estaba enfadado por su reacción, se dijo que debía tener paciencia con ella. A fin de cuentas, parte de la culpa de lo que acababa de pasar había sido suya, por no haberle avisado antes de que habría alguien más con ellos.

- No pasa nada – le insistió – Es un amigo, como April, aunque no tan listo como ella...

- ¡Ey! ¿Me estás llamando tonto?

- Confío plenamente en él, así que tú puedes hacer lo mismo. ¿Vale?

Al oír el nombre de April Gioconda se relajó notablemente y, aunque seguía sin estar del todo convencida, miró a Raphael y luego a Casey una última vez antes de responder, desviando la mirada.

- Gioconda…

- ¿Gioconda? ¡Es un nombre muy bonito! – alabó Casey, amigablemente - ¡Me gusta!

Raphael no pudo evitar sonreír. Casey podía ser un poco inmaduro y cabeza de chorlito a veces pero era un buen tipo y sabía ser agradable con los demás. Su bien humor ayudó a relajar la tensión en el ambiente y Gioconda no pudo evitar esbozar una tímida sonrisa ante su cumplido, si bien permaneció aún detrás del caparazón de Raphael.

- Si eres amigo de Raph, eres amigo mío – afirmó finalmente tras lanzarle una nueva ojeada, si bien en voz tan baja que casi no se la oía, pero para Casey fue suficiente y asintió satisfecho.

Echas las presentaciones Casey se frotó las manos.

- ¡Bueno! ¡Hoy es miércoles por la noche! Y eso sólo puede significar una cosa…

- Es noche de patear traseros ¡sí! – asintió Raphael y chocó palmas con su amigo - ¿Por dónde vamos a ir hoy?

- ¿Es que vives en las cloacas y no ves las noticias? – preguntó Casey con sorna mientras echaban a andar hacia su furgoneta, que estaba aparcada justo enfrente – En fin, os pondré al corriente mientras vamos de camino. ¡Hoy vengo motorizado!

- ¿En serio? ¿Te has comprado aquel coche de la revista? – preguntó Raphael muy animado.

Casey le había estado enseñando hacía un par de semanas un coche la mar de moderno y bien equipado, con una gran potencia de motor y asientos tapizados en cuero.

- Pues… más o menos…



- ¿En serio Case? – preguntaba Raphael cinco minutos después mientras Casey tomaba una de las avenidas principales.

- ¿Qué tiene de malo la furgo del curro? – le preguntó Casey elevando un pulgar – Es discreta, no gasta mucha gasofa y tira como la seda. ¿Qué mas se le puede pedir?

Raphael soltó un gruñido entre dientes mientras se inclinaba a un lado por la fuerza centrípeta cuando Casey hizo un giro. Gioconda iba sentada delante de él, un tanto tensa a juzgar por sus hombros elevados, las palmas de las manos y pies apoyadas en el suelo del vehículo mientras miraba de un lado a otro cada vez que se hacía un movimiento brusco.

- No he visto peor estabilidad en un vehículo en toda mi vida – gruñó Raphael, que por un momento se había hecho ilusiones de ir en un cochazo de lujo. Apartó de un manotazo una lata vacía rodante de la parte trasera de la furgoneta, donde ambos iban sentados, lejos de miradas indiscretas. A su lado iba la bolsa de golf de Casey y que contenía todo su arsenal: bates de beisbol, palos de golf y bates de cricket. 

- Bueno, es cierto que tiene sus achaques pero… 

- ¿Achaques? Esto es un montón de chatarra andante. Me castañean los dientes por la vibración de la suspensión, juraría que esta parte de aquí - señaló hacia sus pies - está más hundida que la de allí – señaló hacia la de Gioconda - Y además huele como si alguien hubiera matado aquí a un mapache y luego lo hubiera quemado…

- ¡Vale, perdone usted, su majestad! – repuso Casey, sarcástico - ¿A cuántos coches has subido últimamente? La nómina de mecánico**** no me alcanza para un Mercedes ¿sabes? No soy el maldito Rockefeller…

-  Sí, sí, lo que tu digas. Bueno, cuéntame. ¿A quién vamos a aleccionar esta noche si se puede sa…?

Se interrumpió cuando volcó hacia delante junto con Gioconda cuando un frenazo bien brusco sacudió la furgoneta hasta que ésta se detuvo. El claxon bramó bajo la mano de Casey a continuación.

- ¡Los intermitentes están para usarse, pedazo de dominguero, a ver si miras por dónde vas! – gritó y para enfatizar sus palabras agitó un puño por la ventanilla y aplastó el claxon con la otra - ¿Qué me decías? – preguntó suavemente una vez retomó la marcha.

Detrás de él Raphael y Gioconda habían caído hechos un lío y cuando ambos quisieron levantarse se encontraron cara a cara, tan cerca que casi se rozaban sus rostros. La chica dio un respingo cuando se dio cuenta y se apartó bruscamente.

- ¡P-perdona! – se disculpó, encogiéndose en un ovillo y sentándose de nuevo donde estaba. Había vuelto la cara y cerrado con fuerza los ojos porque a esas alturas estaba roja como un tomate.

- No, culpa mía – le contestó Raphael con cierto tono ausente, pues estaba molesto tanto por la interrupción como por la maniobra de Casey. Por tanto, no se dio cuenta de la vergüenza que sacudía a la muchacha. Se dirigió una vez más al conductor – Eh ¿acaso no sabes conducir como una persona normal?

- En la ciudad de Nueva York nadie conduce normal, Rapha – respondió Casey, soltando una risotada – Además no ha sido culpa mía si no de ese cretino dominguero de los...

- ¿Estás seguro de eso?

- ¡Sí!

Raphael le miró muy seriamente.

- ¿Sabes qué?

- ¿Qué?

- Ese “cretino” y tú os sacasteis el carnet en el mismo sitio.

- ¿Ah sí? ¿Dónde, listillo?

Raphael tardó un par de segundos en responder sólo por picarle un poco más.

- En una feria – le dijo, dándole un toquecito con el dedo índice en el hombro para rematar la faena. 

- ¡Te voy a…! – exclamó Casey mientras se giraba bruscamente.

Una nueva sacudida hizo que la furgoneta zigzagueara de un lado a otro mientras Casey envolvía el cuello de Raphael con un brazo para arrastrarlo a la parte delantera con él. La tortuga comenzó a asestarle puñetazos. Ambos se desternillaban de risa. Detrás de ellos Gioconda se puso a soltar toda una sarta de pintorescas maldiciones contra ambos mientras era bamboleada sin piedad de un lado a otro del vehículo.






* Toda la historia de Casey y cómo conoció a las tortugas se nos cuenta en el episodio cuatro de la primera temporada "Presentando Casey Jones".

** Leer mi fic de "Un lugar al que llamar hogar".

*** Leer mi fic de "El topo y el mouser", que también pertenece a esta serie de Historias de la alcantarilla.

**** En la serie de 2003, que yo sepa, no nos dicen a qué se dedica Casey Jones cuando no persigue delincuentes. En los cómics de Mirage se nos decía que era un ex-jugador de hockey (de ahí sus pintas) y termina trabajando en un supermercado como reponedor, pero en la serie animada de 2003 y en la peli de 1990 se ve que es hábil reparando maquinaria. De ahí que haya decidido darle un empleo como mecánico, ya que de algo comerá este señor.

[Teenage Mutant Ninja Turtles] El topo y el mouser - Capítulo VIII (Final)


A pesar de que dieron un rodeo para intentar acceder a la guarida de Dirtbag desde los otros dos accesos no había nada que hacer. El lugar había colapsado por completo. Donatello se sintió un tanto apesadumbrado: no había sido su intención que Dirtbag muriese pero no habían podido hacer nada por evitarlo.

Se volvió a una extrañamente cabizbaja y taciturna Gioconda. Parecía mucho más afectada que él por todo lo sucedido. Tenía el pelo revuelto, la coleta casi deshecha y estaba sucia por el agua de alcantarilla y el polvo.

- No… no hay nada que hacer – le anunció Donatello.

Miró al mouser que permanecía al lado de Gioconda, alzando la cabeza abollada como si esperase deseoso un comando de la chica. Había desaparecido la fatídica luz roja y su comportamiento volvía a ser normal.

- Será mejor que volvamos a casa – dijo.

Ella no le contestó pero le siguió cuando él echó a andar.

 

 ¿Por qué Gioconda parecía tan afectada por la muerte de Dirtbag? Por supuesto que Donatello también la lamentaba pero viendo su devastación parecía que la chica hubiera perdido a alguien muy importante. Le estuvo dando vueltas, lanzando miradas fugaces por encima de su caparazón hacia ella. Sentía mucha curiosidad pero no se decidía a importunarla; sabía por propia experiencia que Gioconda era muy reservada y si le presionabas o insistías lo único que conseguías es que se cerrase más en banda. Lo mejor era esperar, darle un respiro y ella misma se decidiría a contarlo… o puede que no. Donatello se encogió internamente de hombros: contarlo era decisión de ella y de nadie más.

- Ha sido por mi culpa – musitó, haciendo que Donatello se detuviera – Si no hubiera insistido en reparar a Seymour nada de esto habría sucedido.

- No, Gioco, no ha sido culpa tuya – dijo Donatello volviéndose – Seymour sólo intentaba protegerte. Si hay un culpable, ese soy yo: creo que mi código ha sido más perjudicial que beneficioso en este caso. No era mi intención lastimar a nadie pero…

Ella le miró y pareció apurada por su tristeza. Torció el gesto y miró a Seymour, quien dio un pequeño respingo al ver que retenía su atención y siguió “mirándola” con la cabeza alzada. En un principio había apartado al mouser cuando éste la tocó con la cabeza al poco de iniciar el camino de regreso a la guarida pero ahora se sentía terriblemente culpable.

- Eres un montón de chatarra pero aún así te quiero mucho y no me puedo enfadar contigo – dijo Gioconda, mirando al mouser con cierta pena. Se agachó y puso una mano en la cabeza del mouser, que se ladeó para adaptarse mejor a su mano y aumentar el contacto, tal como haría una mascota viva – Es una lástima que Dirtbag tampoco quisiera escucharnos…

- Respecto a eso – carraspeó Donatello - ¿Qué quisiste decirme? Mencionaste algo de un número…

Como estaba agachada con el rostro oculto por el flequillo no pudo ver el cambio en la expresión de la chica, que apretó los labios. Tuvo que hacer todo un esfuerzo para no llevarse la mano derecha al antebrazo izquierdo, donde tenía aquel pequeño tatuaje. Por supuesto que las tortugas conocían la existencia del número, la descubrieron cuando Splinter y Donatello tuvieron que desnudarla para poderle curar la lesión en las costillas que sufrió a mano de Hun. Hasta entonces había estado oculto por la sudadera que la chica llevaba cuando los conoció y, cuando le preguntaron por él, ella se encogió de hombros. Donatello había teorizado conque la mutación de Gioconda no fuera casual como la suya si no intencionada y que ese número fuera una referencia de un control interno de un hipotético laboratorio que hubiera expuesto a la lagartija a un agente mutágeno con el fin de crear algo más. Pero sólo era una teoría y la amnesia de Gioconda no permitía que pudieran saber más.

Sí, las tortugas conocían el número de Gioconda pero ella sabía que Donatello no había visto el otro número en el brazo de Dirtbag. Los números los conectaban, hacía que ambos tuvieran algo en común. Y con la muerte del topo Gioconda había perdido la oportunidad de conocer algo más de su pasado… en fin, suspiró para sus adentros, lo hecho hecho estaba. Quizá con el tiempo consiguiera averiguarlo porque recuperara sus recuerdos. No quería pensar más en el tema, sólo conseguiría sentir un tremendo dolor de cabeza como recompensa a sus esfuerzos y no tenía ganas, muchas gracias.

Había valorado la opción de contárselo a Donnie pero ¿de qué serviría? Lo único que conseguiría es que la tortuga se sintiera peor de lo que ya se sentía por arruinar la posibilidad de que ella despejase aquella incógnita de su vida. Gioconda descubrió que no podía verle triste, como tampoco podía haber visto triste ni a Raphael, ni a Michelangelo, ni a Leonardo ni al maestro Splinter y mucho menos por su culpa.

Así que tragó saliva, frunció el ceño y asintió internamente. Debía dejar de mostrarse vulnerable y abatida, debía alzar la cabeza y continuar adelante. Era la ley de la calle: sólo sobreviven los más fuertes. Y ella se había propuesto no ser débil nunca más.

 

Se aproximó a Donatello y le puso una mano en el hombro.

- Eh – le dijo, para que él la mirase – Sólo intentabas protegerme con esas directrices. No has hecho nada malo. Solo hemos tenido mala suerte… en cuanto a lo que dije… ¡bah! Yo qué sé, me había golpeado la cabeza y acababan de estrangularme, creo que no sabía ni lo que decía, porque ni me acuerdo – le dedicó una media sonrisa y él se la devolvió, lo que le produjo un gran alivio.

- Es que pareces tan triste por la muerte de Dirtbag…

- Es que ha sido algo muy triste – admitió ella, agachando la cabeza. No estaba diciendo ninguna mentira después de todo – Yo tampoco quería que nadie saliera herido pero supongo que hay veces que las cosas están fuera de nuestro control y no podemos hacer nada por cambiarlas. De modo que no tiene sentido que le demos más vueltas. ¿No crees?

Donatello la miró, complacido por semejantes palabras. Le sonaban muy maduras para provenir de ella pero asintió con la cabeza.

- No obstante creo que Seymour no saldrá en una temporada…

- Sí, necesita unos ajustes – corroboró ella apresuradamente – Creo que será un buen castigo para él por haberse pasado siete pueblos. En vez de salvarme….

- Casi te mata… y a mi también…

Se hubieran reído pero recordaron a Dirtbag y las risas se ahogaron en sus gargantas. Donatello se volvió.

- Será mejor que nos demos prisa en volver o si no, nos la tendremos que ver con el maestro Splinter por llegar tan tarde…

- ¡OSTRAS! – exclamó ella con los ojos apunto de salirse de las órbitas pues lo único que había pensado según mencionó Don lo de regresar era en una buena ducha caliente- ¡¿Qué hora es?!

Donatello sacudió la cabeza. Definitivamente tendrían que dar explicaciones a los demás de todo lo sucedido; sabía que a esas alturas estarían preocupados por ellos y con razón. En teoría sólo habían salido para buscar suministros y no para evitar los atracos de las joyerías de la ciudad. Entonces reparó de nuevo en el aspecto desaliñado de Gioconda y tragó saliva, pues el sensei siempre les decía que tuvieran especial atención en que ella no se metiera en líos y que hicieran todo lo posible por protegerla.

Rectificó: lo que definitivamente iba a suceder era que el maestro Splinter le iba a matar.


FIN



[Teenage Mutant Ninja Turtles] El topo y el mouser - Capítulo VII


Seymour había permanecido hasta el momento olvidado en la entrada de la guarida de Dirtbag. Ni Gioconda ni Donatello se acordaron más de él porque estaban un poquitín ocupados intercambiando golpes con un topo mutante que llegaba al metro noventa de estatura. Y aunque Seymour en principio podría parecer que no estaba allí, pues había quedado en hibernación bajo orden de su dueña, su programa se seguía ejecutando, a fin de cuentas. “Veía” lo que sucedía en la habitación adyacente pero su código era indiscutible. Sin embargo, llegó el punto en el que se activó una excepción planteada por Donatello que hacía peligrar el modo hibernación, una de las pocas razones por las que el mouser podía pasar automáticamente al modo activo de nuevo. Esa contingencia era que Gioconda estuviera en peligro.

Cuando Dirtbag la sujetó del cuello, alzándola en el aire, Seymour determinó que esa situación era peligrosa para la chica en un determinado porcentaje que no era suficiente para decidirle actuar. Pero cuando poco después determinó que Gioconda no era capaz de defenderse ni escapar, éste porcentaje creció alcanzado la cuota máxima posible. De modo que la alarma interna saltó y Seymour se activó de nuevo en modo automático con un único comando en mente: proteger a Gioconda. 

Por lo tanto no era de extrañar que Seymour se moviera rápidamente, usando sus dos patitas de metal a la par que abría y cerraba su mandíbula aserrada, produciendo ese sonido chasqueante que podía conseguir que a uno se le helara la sangre de las venas. En su cabeza destellaba una luz roja, que denotaba que estaba actuando en ese momento en modo de emergencia. Se aproximó como una bala hacia Dirtbag quien, como en ese momento estaba distraído mirando con ojos como platos el brazo de aquella lagartija un tanto escuchimizada, no se percató del peligro que le amenazaba.

En el mismo momento en que el topo mutante iba a hablar a la chica que aún mantenía presa Seymour saltó con sus mandíbulas abiertas, apuntando hacia el brazo extendido de Dirtbag, mientras en su mente se repetía constantemente en bucle la orden de “proteger a Gioconda”.


Donatello tuvo serias dificultades para darse cuenta que había estado a punto de perder el conocimiento. Le dolía todo el cuerpo pero eso nunca había sido una excusa para dejar de pelear: aunque él siempre había preferido usar el cerebro antes que los músculos estaba igualmente capacitado para aguantar los mismos asaltos que sus hermanos, aunque secretamente se consideraba a años luz de la fortaleza física de Leonardo o Raphael o incluso de la agilidad y versatilidad en combate de Michelangelo. El caparazón y el plastrón ayudaban pero también un estricto entrenamiento y una férrea determinación eran necesarios para templar al mejor guerrero. Con un quejido se dio la vuelta y tanteó buscando su bo, caído a su lado. Lo recuperó con una mano mientras que la otra se la llevaba a la sien izquierda, sacudiendo la cabeza, que le palpitaba de dolor. El topo le había sacudido bien en lo que duraba un respiro pero todo había sido culpa suya: se había dejado engañar por el mismo truco que él empleara con el propio Dirtbag y...

¡Dirtbag! ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Y Gioconda? Donatello se espabiló de golpe en el preciso instante en que todo se volvía caótico a su alrededor.

Vio a Seymour saltando contra Dirtbag quien sólo se salvó de acabar con un brazo triturado porque se apartó en el último segundo. Vio cómo Gioconda, libre del agarre estrangulador, cayó al suelo y comenzó a toser, llevándose una mano al cuello. Donatello echó un vistazo rápido a Dirtbag intentando librarse del acoso de Seymour; optó por concentrar su atención en comprobar que la chica estuviera bien así que corrió hasta su lado y la sujetó por los hombros, alzándola para mirarle la cara, que quedaba oculta por la mata de pelo sucio.

- ¡Gio! ¿Estás bien? – preguntó Donatello pero la última palabra la pronunció entrecortada porque la chica le aferró una de las muñecas con gran fuerza.

- No… Dirtbag – susurró con voz ronca y áspera producto de la estrangulación. 

- ¿Qué?

- El… el número… tiene…

Donatello sacudió la cabeza. No entendía nada de lo que le intentaba decir Gioconda y no sabía si disponía de tiempo para intentar entenderla. 

- ¡PARA, NO HAGAS ESO, MALDITO TRASTO! – gritó Dirtbag entonces, acaparando toda la atención de Donatello.

Seymour no había conseguido alcanzarle, en apariencia. La tortuga sabía que estando en modo defensivo el mouser no pararía salvo que alguien se lo ordenara. Su programación hacía que quisiera proteger a la chica a toda costa y parecía que el pequeño robot había resuelto que la mejor manera de conseguirlo era acabar con la amenaza, o sea, Dirtbag. Donatello se fijó en una pequeña abolladura que tenía en el morro y vio la pala que Dirtbag enarbolaba en las manos. Se había librado de un ataque muy devastador gracias a ello pero la mala suerte había hecho que bateara al mouser precisamente contra una columna maestra… y el pequeño robot la estaba mordisqueando a base de bien. Sus mandíbulas estaban especialmente diseñadas para triturar piedra y metal, materiales que sin duda encontraría en los bancos que hubiera tenido que atracar de haber salido bien los planes de su creador. Además lo hacía a una velocidad increíblemente pasmosa y antes de que Dirtbag pudiera llegar hasta él para impedírselo grandes cascotes comenzaron a desprenderse del techo. 

- ¡SEYMOUR, PARA! – ordenó Donatello pero el mouser no le hizo ningún caso, ni siquiera levantó la cabeza ni interrumpió por un segundo la tarea. Donatello dudó – Detente ahora mismo… ¡Apágate!

No había nada que hacer. La luz roja siguió brillando, un fatídico aviso de sus intenciones. El mouser estaba fuera de control.

Donatello hizo una mueca de apuro: si sobrevivía a esto debía revisar ese maldito código y hacer ciertos ajustes, pues la medida de Seymour había sido harto desproporcionada y ni tan siquiera obedecía. ¡Iba a matarlos a todos!

- ¡Gio, el techo! ¡Vamos! – exclamó, tirando de la aún aturdida chica para ponerla en pie.

La hizo caminar hasta llegar al acceso por el que ellos habían entrado y se volvió para buscar a Dirtbag, quien en vez de poner pies en polvorosa o intentar detener al mouser se estaba dedicando a intentar salvar su botín.

- ¡DIRTBAG! – llamó Donatello - ¡Deja eso y ponte a salvo!

- ¡Ni hablar, es mi tesoro! ¡No pienso irme sin él! – gritó el topo sin volver la cabeza mientras trataba inútilmente de arrastrar los sacos con las joyas.

Donatello chasqueó la lengua y, mientras pensaba mentalmente en la palabra “IDIOTA” para calificar a Dirtbag echó a correr para llegar hasta su lado. Le agarró del brazo derecho y tiró de él.

- ¡No puedo pararlo! – le gritó - ¡Si no salimos ahora mismo nos tendrán que recoger con una cuchara!

Sus palabras sensatas no causaron ningún cambio en la actitud de Dirtbag, que se volvió para apartarle.

- ¡No pienso dejar todo mi botín aquí! Es…

Un crujido los interrumpió. Miraron alarmados la columna central y vieron a Seymour alejarse a toda prisa de la misma pues ésta comenzó a colapsar. El techo sobre sus cabezas se vino abajo y Donatello tuvo los reflejos suficientes como para hacerse a un lado cuando bloques de piedra y tierra cayeron sobre ellos. Dirtbag no tuvo tanta suerte.

Cuando el polvo se asentó en buena parte Donatello pudo ver que el topo seguía vivo pero estaba aprisionado entre las rocas, que habían sepultado el lugar donde ocultaba su botín. Los músculos de sus brazos y cuello estaban tensos mientras luchaba por liberarse.  Mientras Seymour la había emprendido con el último pilar maestro, cuyas mandíbulas daban buena cuenta de él.

Donatello se levantó y en ese momento una figura pasó a toda prisa a su lado. Gioconda. La chica se arrodilló delante de un atónito pero desesperado Dirtbag, le agarró de un brazo y comenzó a tirar de él.

- ¡No te quedes ahí plantado! – le gruñó entre dientes, por el esfuerzo - ¡Y mueve el caparazón hasta aquí de una vez!

La tortuga obedeció tras invertir dos segundos en darse cuenta de que se refería a él, pues estaba sorprendido no por la orden si no por el tono de la voz de la chica, tan firme y urgente que casi no parecía ni ella. Donatello se acercó y se dispuso a apartar los cascotes.

- ¿Por qué me ayudáis? – preguntó Dirtbag, que había elegido un mal momento para conmoverse. Alzó la cabeza y miró a Gioconda con ojos de cordero degollado – No… no lo sabía… yo no hubiera…

- ¡Cállate! -  le espetó ella - ¡La charla luego, que se te va la fuerza por la boca! ¡Estás así por tu culpa, avaricioso de las narices! ¡Mueve esas malditas piernas!

Dirbag cerró el pico porque no estaba acostumbrado a que nadie le gritara ni le diera órdenes ni mucho menos que le hablara así; no se atrevió a llevar la contraria a semejante harpía. Donatello lo hubiera encontrado divertido de no estar en una situación crítica. De hecho, los cascotes eran tan grandes que no podría apartarlos él solo.

Y, para empeorar más las cosas, se escuchó un nuevo crujido. Seymour se apartaba del segundo pilar de sustento, lo que significaba que cedería en cuestión de segundos. 

- ¡El pilar! ¡Maldita sea Seymour! – le gritó Gioconda muy enfadada.

- ¡Ya te dije que no era buena idea repararlo! – le gritó Don, también enfadado.

- ¡No me vengas con eso ahora! ¡Como puedes ver no es el mejor momento, Donatello!

- Dejadme…

Los dos se interrumpieron y miraron hacia abajo. Dirtbag mantenía sus orejas* gachas pero su tono de voz era firme.

- Todo se va a derrumbar en cuestión de segundos. Poneros a salvo, no podéis hacer nada por mi…

- ¡No! – gritó Gioco – ¡No te dejaremos aquí!

- Tenías razón, todo esto ha sido por mi culpa. Si llego a saberlo antes nunca os hubiera atacado… marchaos y…

Un nuevo crujido. Donatello miró hacia arriba y vio cómo el techo comenzaba a ceder. Actuó sin pensar. Placó a Gioconda de tal modo que se la cargó en un hombro y echó a correr hacia la salida más cercana. Tuvo que saltar al túnel y ambos rodaron por el suelo mientras la galería al completo retumbaba por el derrumbe.

Pasaron unos segundos que invirtieron en recuperar el aliento. Cuando se incorporaron detrás de ellos no quedaban más que polvo en suspensión y cascotes; el acceso a lo que había sido la guarida de Dirtbag estaba completamente taponado.








* Lo sé, los topos no tienen orejas, pero este sí. Y lo peor es que son monas. Asumámoslo.

[Teenage Mutant Ninja Turtles] El topo y el mouser - Capítulo VI


La supuesta guarida de Dirtbag era grande y espaciosa, si bien ni por asomo como la de las tortugas, pero también estaba hecha un desastre, con pilas de trastos acumulados sin ningún orden ni concierto por todas partes. El mutante no tenía gusto por la decoración ni tampoco parecía poseer nada realmente útil aparte de sus herramientas de excavación, a juzgar por el primer vistazo que le dieron Donatello y Gioconda al lugar. La única luz provenía de tres faroles de aceite colgados en diferentes partes de la estancia y un cuarto que lucía sobre en una pared lateral.

- Qué extraño – susurró Donatello, asomado con la más absoluta discreción – ¿Adónde habrá ido?

Había dado por sentado que el topo se habría refugiado aquí pero no se le veía por ninguna parte y no hacía tanto tiempo que se habían separado.

- Es obvio – le hizo ver Gioconda – Le hemos descubierto y ha huido con el rabo entre las piernas, que me lo digan a mi si no.

Donatello captó la referencia: a fin de cuentas, es lo mismo que sucedió cuando él y sus hermanos siguieron a Gioconda hasta su escondrijo en una fábrica abandonada a las orillas del Hudson. Leonardo le había aconsejado cambiar de guarida esa misma noche si quería continuar con vida en vista de que se estaba ganando una atención especial de los Dragones Púrpura*.

La tortuga pensó que podría ser una posibilidad, pero más valía asegurarse. Avanzó hasta el centro de la estancia mientras Gioconda ordenaba a Seymour que permaneciera inactivo en la entrada. Echó un vistazo superficial al montón de basura acumulada – puesto que no era más que eso – y se acercó hasta una cortina raída que colgaba de una barra torcida en una pared. Donatello tomó precauciones, pero enseguida supo que no había nadie al otro lado; en su lugar dio con otra comunicación a otra parte de la alcantarilla. Otra salida. No había señal de nadie escondido entre las sombras.

Al retroceder su pie derecho percibió un cambio en el suelo, un ladrillo que estaba más alzado que los demás. No es que las alcantarillas estuvieran en muy buen estado pero Donatello se extrañó porque, juraría, había notado el ladrillo bailar ligeramente bajo su peso. Sacó su bo y golpeó el mismo: sonó hueco. Entonces se agachó y comprobó que, efectivamente, el ladrillo estaba suelto. Así que lo tomó con las manos, lo alzó y lo apartó a un lado. Alguien había aflojado los ladrillos y había perforado el hormigón de debajo. 

Gioconda mientras tanto examinaba una pila de sucios papeles que había en la única mesa desvencijada del lugar: planos de la ciudad, de la red de alcantarillado y del metro de Nueva York. Alguien – seguramente Dirtbag – había marcado con un rotulador ciertos sitios de interés. Los lugares donde había dado golpes... o dónde los quería dar, aunque algunos eran sitios de comida rápida: a fin de cuentas un topo gigante de un metro ochenta debía comer. Interesante. Con las prisas parecía habérsele olvidado…

- Gioco – dijo Donatello a sus espaldas – Dirtbag no ha abandonado su guarida, no todavía.

- ¿Cómo lo sabes?

- Mira.

Los ojos de Gioconda relucieron cuando se maravillaron por la colección que tenía ante sí. Montones de joyas de todos tipos, formas y tamaños, de piedras preciosas, de oro y hasta billetes podían verse en sendas cajas y sacos escondidos debajo del suelo de ladrillos. El lugar donde Dirtbag guardaba el botín conseguido desde dos meses atrás.

- Guuauuu – alabó ella, incapaz de decir nada más.

- No abandonaría el botín conseguido en todo este tiempo, no tan fácilmente – constató Donatello, poniéndose en la piel del topo. Si él hubiera estado en su lugar, no lo habría hecho. Viendo que la chica no parecía escucharle, pues parecía absorta contemplando el botín, se puso a tapar de nuevo con los ladrillos aquel agujero. Gioconda No pudo evitar soltar un suspiro de una honda decepción. Pero entonces recordó lo que había visto.

- ¡Yo también he encontrado algo, mira!

 Le hizo gestos y terminó agarrándole de un brazo y tirando de él hasta llegar a la mesa. Gioconda casi le incrustó el mapa en la cara debido a su entusiasmo.

- ¡Aquí están marcados todos sus golpes pasados e incluso alguno futuro! Fíjate, fíjate…

Donatello, a pesar de su incomodidad porque sospechaba que si Dirtbag no estaba por allí pronto lo haría, comenzó a examinar el mapa. Fue entonces cuando notó un cambio en el ambiente, el movimiento súbito del aire que les rodeaba… y el levísimo sonido de un roce.

No pensó, sólo actuó. Se dio la vuelta a la velocidad del rayo a la par que sacaba el bo y barría el espacio justo detrás de su caparazón de derecha a izquierda. Gioconda lanzó una exclamación a su izquierda a la vez que la madera golpeó algo firme pero blando y Dirtbag cayó hacia atrás, sobre la pila de cajas adyacente tras las que se había parapetado, pues éstas tapaban otro túnel. El pico repiqueteó contra el suelo a lo pies de la tortuga.

- Silencioso, pero no lo suficiente – dijo Don en voz alta, sosteniendo el bo en ambas manos. Avanzó un par de pasos hacia el topo, que se apoyaba sobre las enormes manos de uñas afiladas, dándole la espalda – Supongo que no estás acostumbrado al sigilo porque no lo necesitas. Te propongo algo: si te estás quieto estoy dispuesto a no usar más mi bo pero me gustaría mucho escuchar tu historia. 

- No sé yo si éste es de los que hablen mucho, Donnie – comentó Gioconda, un poco por detrás de su posición, con el ceño fruncido y las manos posadas sobre los tessen – Yo voto por menos charla y más acción.

- “Tiene la inquietud y las aficiones de Mikey pero de carácter se parece más a Raphael. Mala combinación” – pensó Donatello con cierto disgusto pero en su lugar dijo – No tenemos intención de hacerte daño, Dirtbag, pero allí arriba no nos diste elección. ¿Una tregua?

Dirtbag aún no se había incorporado del todo. Seguía con las rodillas y las manos apoyadas en el suelo.

- Me temo… que la nena… tiene razón – susurró entre dientes, mientras apretaba en sus manos una linterna, la única cosa que se cayó con las cajas a la que veía cierta utilidad dadas las circunstancias - ¡MÁS ACCIÓN!

Donatello maldeciría su estupidez más adelante, pues Dirtbag usó la misma técnica que él había utilizado poco antes. Cuando se dio la vuelta tan rápidamente la tortuga quedó ciega de manera momentánea por una luz blanca, por lo que dedujo seguramente el topo tenía una linterna. Donnie gruñó y alzó el brazo izquierdo para proteger sus ojos pero sólo podía ver estrellitas de colores danzando delante de él. Gioconda también debió de sufrir las consecuencias puesto que soltó una maldición a su lado. Entonces el mutante rugió y se lanzó sobre ellos. 


Dirtbag sabía que en una pelea de dos contra uno tenía las de perder, sobre todo teniendo en cuenta que sus dos perseguidores parecían practicar artes marciales, en especial la tortuga que respondía al nombre de Donnie. A su juicio le consideraba como la amenaza más peligrosa, tanto por sus habilidades como su físico musculoso: era muy fuerte pero no tanto como él.  Si la tortuga caía la lagarta flacucha sería pan comido. 

Puede que alguien más listo hubiera actuado justamente, al contrario; habría creído más sensato ir primero a por el ser más débil y usarlo para chantajear al más fuerte pero Dirtbag no era tan inteligente como para pensar en esto o, simplemente, no entendía el vínculo especial que unía a ambos mutantes, amistad y fraternidad. Semejantes sentimientos le eran de lo más desconocidos y ni tan siquiera se planteaba su existencia, pues él antes era un simple topo que vivía en un zoo. 

Así que se concentró en la tortuga y atacó con rapidez encajándole un directo a la mandíbula que obligó a un Donatello aún cegado a darse la vuelta debido a la fuerza del impacto. Aún así alzó su Bo de manera instintiva pero como lo hizo a ciegas falló al alzarlo demasiado y no pudo esquivar un nuevo puñetazo en el estómago desprotegido. A continuación, Dirtbag tomó a la tortuga de una pierna y de un brazo y la alzó sobre su cabeza para arrojarla contra la pared opuesta.


Gioconda alzó la cabeza viendo cómo el caparazón de Donatello daba contra la pared y era pateado por Dirtbag estando en el suelo. Don parecía semiiconsciente y Dirtbag quiso aprovechar su ventaja alargando la mano para tomar el pico de su mochila.

Gioconda sabía que si seguía así podría matar a Donatello. El pensamiento de que pudiera morir un miembro de su nueva y tan querida familia cruzó por su mente como un rayo y algo en su interior se activó, una especie de furiosa determinación por defender aquello que quería.

Corrió hacia Dirtbag con un grito gutural y comenzó a golpear con sus puños y pies dando chillidos increpando al mutante. En cierto punto el topo intentó usar sus uñas afiladas pero ella lo paró con uno de sus tessen de metal, que absorbió todo el impacto.  A continuación asestó un puñetazo con su otra mano, donde ahora también sostenía el otro tessen plegado, y siguió descargando una lluvia de golpes contra el topo.

A pesar de que Gioconda era más ágil y rápida estaba demasiado cegada por la ira y como Dirtbag era mucho más grande y fuerte fue cuestión de tiempo que la inmovilizara cogiéndola por el cuello y por la muñeca. Ella intentó resistirse pero muy a su pesar tuvo que soltar sus tessen, que cayeron al suelo con un repiqueteo metálico.

- Se acabó… la fiesta… nena – dijo Dirtbag, jadeando y agotado – Vosotros… os lo habéis… buscado…

La chica se llevó las manos al cuello, sujetando entre ambas la de Dirtbag, que se cerraba en torno a ella como un grillete asfixiante mientras intentaba plantar los pies en la pared que tenía detrás. Intentaba con todas sus fuerzas que el topo le soltara pero fue cuando vio algo sorprendente en su antebrazo izquierdo. Dos números: “03”. Tres.

Gioconda se quedó estupefacta. Todo lo que sucedía alrededor dejó de existir para ella, sólo podía ver ese número y su mente, totalmente en blanco, ere incapaz de hacer otra cosa salvo repetir internamente ese número y otro más una y otra vez.

¿Casualidad? Podía ser pero ¿qué probabilidad había? Quería preguntarle, quería saber… 

- E-espera… - dijo, a duras penas, así que lo intentó de nuevo– Espera…

Dirtbag gruñó y la apretó más, haciendo que ella boqueara. Luchando contra su propio instinto de supervivencia hizo lo contrario a lo que estaba haciendo en esos momentos, plantar resistencia. Alargó el brazo izquierdo y lo cruzó sobre el de Dirtbag, asegurándose de que su propio número fuera visible para él… y vaya si lo fue.

Los ojos de Dirtbag se salieron de las órbitas cuando vio el antebrazo izquierdo de Gioconda y una expresión de incredulidad se mezcló con la de la más absoluta sorpresa. Miró a la chica, debilitada por la falta de aire, sin dar crédito. Aflojó ligeramente su agarre pero aún no la soltó. Fue a decir algo pero fue entonces cuando Seymour se decidió a intervenir.






* Si queréis saber más, leed mi fic donde Gioconda hace su primera aparición: Un lugar al que llamar hogar.

[Teenage Mutant Ninja Turtles] El topo y el mouser - Capítulo V

 


Cuando Dirtbag echó a correr en un principio pensó que le seguirían, de modo que cuando llegó a una encrucijada decidió esconderse en uno de los colectores y apagó la linterna de su casco. No quería volver a su guarida salvo estar totalmente seguro de que les hubiera dado esquinazo.

¿Cómo demonios habían dado con él?  ¡Y además eran mutantes! Una tortuga y una lagartija. ¿De dónde habían salido esos dos? No tenía ni idea ni le importaba; no permitiría que nadie le estropeara la diversión.

Odiaba haber tenido que dejar atrás el botín pero se consoló pensando en unas pocas “chucherías” que había conseguido traerse. Los palpó sintiendo el peso y la forma de las joyas que había guardado en sus bolsillos justo antes de abandonar la joyería: esta última era la más grande que había robado hasta la fecha y se había quedado hasta corto con los sacos. Sabía que no era prudente volver hasta pasado un tiempo prudencial y le pudo la avaricia.

¿Por qué robaba? Porque necesitaba hacerlo, simple y llanamente. Era un topo y no había nada que se le diera mejor en la vida que excavar, de modo que ¿por qué no aprovechar sus habilidades innatas para robar? ¡Esos bobos de la superficie no serían capaces de encontrarle! Pero esos dos mutantes… Dirtbag los consideraba dos cabos sueltos que no había tenido en cuenta cuando ideó su plan; puede que las alcantarillas no fueran un sitio de glamour donde vivir pero le seguían pareciendo mejores que el zoo del que provenía. A partir de ese punto Dirtbag no tenía muy claros sus recuerdos pero tampoco se molestaba en rememorarlos; le gustaba su nueva vida y quería aprovecharla. Sin embargo a veces se quedaba pensativo cuando, en el calor de su madriguera, observaba las riquezas que había robado. Le gustaba mirarlas, le gustaban ver cómo relucían… pero a la vez le ponían nervioso. No entendía del todo por qué era un tanto cleptómano ni por qué necesitaba joyas y oro; había llegado a sospechar que tenía que ver con aquella laguna mental que tenía desde que vivía en el zoo hasta que encontró su hogar aquí pero pensar en ello sólo le dejaba un persistente dolor de cabeza. ¿Para qué molestarse entonces?

Elevó su cabeza y olfateó el aire, usando su excepcional sentido del olfato estereofónico*: no captó ningún olor de tortuga ni de lagartija. Tampoco se escuchaba nada en los túneles de la alcantarilla: estaba solo. Así que no perdió más tiempo; salió de su escondite y corrió hacia su guarida, sin darse cuenta de que una de sus preciadas joyas, un collar de perlas, caía al suelo de la alcantarilla con un chapoteo.



- ¿Quieres decir que no seguía el rastro de Dirtbag si no de las joyas? – preguntaba Gioco poco después mientras corrían por las alcantarillas.

- Ajá – asintió Donatello.

Había sido una gran decepción. Por un momento la tortuga había creído que Seymour había localizado a Dirtbag por su condición pero a fin de cuentas, como ya se dio cuenta, era un topo y no una rata, lo cual no era lo mismo ni por asomo.

Stockman ideó, aparentemente, a los mouser como pequeños exterminadores de ratas con la excusa de limpiar la ciudad de tan molestos roedores. Todo el mundo sabía el problema que había en Nueva York con las ratas, cada vez más numerosas, grandes y atrevidas. Sin embargo el exterminio de esos animales era sólo una tapadera, pues el auténtico propósito de los mouser eran robar oro.

Donatello había pensado que Seymour había dado con Dirtbag porque éste era una especie de mamífero similar a la rata pero se había equivocado: lo que había detectado el mouser era el oro de las joyas que el topo mutante había robado. Habían abandonado el botín en el mismo sitio donde lo habían encontrado: estaba convencido de que Dirtbag no volvería a por él puesto que había sido descubierto y así al día siguiente la policía encontraría el botín cuando bajaran a buscar pistas.


Este hallazgo había sido una contrariedad porque ¿cómo iban a conseguir dar con Dirtbag de nuevo? Habían echado a correr por donde Donatello le había visto escabullirse pero pronto llegaron a una encrucijada.

- Sabía que esto sucedería tarde o temprano – se lamentó la tortuga - ¿Por dónde habrá seguido?

Sacó la linterna y se puso a buscar alguna pista que les ayudara a saber por dónde se había ido Dirtbag aunque comenzaba a perder la esperanza. Gioconda en cambio parecía verlo claro.

- Seymour ¡busca!

Sin embargo el mouser no obedeció, si no que se le quedó mirando con la cabeza ladeada. Gioconda probó de nuevo pero como él no hizo nada se quedó un tanto contrariada.

- Acabo de decírtelo. ¡Lo que ha seguido Seymour son las joyas y no al topo!

- ¿Cómo estás tan seguro de eso? Deberías confiar más en mi patito…

- ¿Qué? Aaaahm... Mira, un topo no es una rata, Gioconda – explicó él, con paciencia.

- Ya lo sé, pero algo tendrán en común – argumentó ella, sabiendo que se quedaba sin réplicas.

- No tienen nada que ver. Además el que hayamos dado con él ha sido pura casualidad. La probabilidad que existía de encontrarle es la misma que tenemos para acertar cuál es el camino correcto.

- ¡Pues pensemos! Si tu fueras un topo gigante y además mangante ¿adónde irías?

Donatello se la quedó mirando, pensando seriamente si hablaba en serio o estaba bromeando.

- ¿Por qué me miras así? ¡No estoy tomándote el pelo! - protestó ella agitando una mano, como si le hubiera leído el pensamiento.

- Tienes razón, deberíamos pensar en vez de discutir. Veamos. ¿Superficie o profundidades? – preguntó señalando con la linterna dos vías posibles – Obviamente, profundidades… ¿mayor o menor flujo de aguas residuales?

- ¿Menor?

- Correcto… eso nos descarta esos tres caminos…

- Dirtbag es grande, no puede haberse ido por esos de ahí – indicó Gioconda, señalando un par de conductos más pequeños que había a un lado – Yo podría escurrirme dentro pero ni siquiera tú cogerías con tu caparazón.

- Bien visto – admitió Donatello con una sonrisa pero entonces se palmeó la cabeza - ¡Caparazones! El problema es que, tras la eliminación, aun tenemos dos caminos posibles.

Iluminó ambos con el haz de la linterna, que daba incluso la casualidad que eran adyacentes.

- ¿Qué sugieres? – preguntó Gioco – ¿Izquierda o derecha?

- No… no lo sé. Podría ser cualquiera de los dos.

- ¿Y si lo echamos a suertes? Ya sabes… ¿Eenie, Meenie, Miney, Moe?**

- ¿Qué? ¡Ni hablar!

- ¿Entonces?

- Sigo pensando…


Mientras ellos discutían sobre cuál sería el camino correcto Seymour volvió la cabeza a un lado, en dirección al agua de la alcantarilla. Se quedó observando (una manera de decirlo, pues los mouser no tienen ojos) el agua sucia hasta que saltó hacia ella y sumergió la parte delantera de su mandíbula, como si filtrara el agua. Entonces alzó la cabeza y se dirigió hacia Gioconda. Echó la cabeza hacia atrás para captar su atención y, como ella no le estaba haciendo caso, apoyó la cabeza en su pierna y comenzó a darle suaves cabezazos.

- Un momento Seymour – le pidió la chica. Él obedeció unos segundos pero entonces volvió a insistir - ¿Qué quieres patito? Estamos… espera. ¡Donnie mira! ¡Te lo dije, sabía que Seymour daría con ello!

De la boca del mouser colgaba un collar de perlas.


Estaban de suerte. El topo se había llevado algunas joyas consigo por lo que ahora tenían una pista para que Seymour lo rastrease. Donatello le ordenó a Seymour buscar más joyas y el mouser echó a correr por uno de los dos caminos que habían quedado como posibles, optando por el de la derecha. Donatello y Gioconda se precipitaron detrás de él.

Tras varias vueltas y subidas y bajadas Seymour encontró una joya más, un pequeño broche perlado… y al fondo de ese pasadizo vieron una luz. Donatello le dio el alto al mouser y se volvió a Gioconda.

- Hemos llegado a la guarida de Dirtbag – le informó – Ahora…

- Es el momento de no hacer ruido, lo sé – asintió ella pero luego esbozó una pícara sonrisa – Y de patear traseros, también.

- No te emociones, irás detrás de mi.

Donatello había probado lo fuerte que podía ser Dirtbag y no quería arriesgarse a que Gioconda, aún en proceso de recuperación, saliera herida. Pero ella resopló molesta, apartándose el flequillo.

- ¿He de recordarte quién era la que se colaba en las fiestas de los Dragones Púrpura para reventárselas? - preguntó y le guiñó un ojo - Sé cuidar de mí misma Donnie, preocúpate de tu caparazón que yo me preocuparé del mío… ehm, bueno, tú me entiendes.

- ¿Y qué me dices de tu encuentro con Hun?

Gioconda se sonrojó hasta la raíz del cabello, desvió la vista y se cruzó de brazos, enfurruñándose.

- Eso no cuenta – masculló entre dientes – Nadie es perfecto ¿no?

Donatello suspiró, no quería empezar de nuevo: discutir con Gioconda era tan agotador como inútil. De modo que en vez de contestarle directamente le hizo un gesto con la mano para que le siguiera.

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* A modo de curiosidad, mencionar que he respetado el aspecto dado de Dirtbag en la serie de 1987 aunque hay algunos errores en su diseño: el  más llamativo de todos es que Dirtbag tiene orejas (los topos carecen de ellas porque no las necesitan bajo tierra) a pesar de que se guían más por su sentido del tacto y las vibrisas que tienen en cara, extremidades y cola (esto es, pelos rígidos especializados con sensibilidad táctil y que el mutante tampoco parece tener). Dirtbag tampoco posee grandes zarpas especializadas en excavar aunque en la serie se le ve cavando a manos desnudas, por lo que es un poco extraño que necesite sus herramientas. De modo que prefiero pensar que todo esto se debe a su mutación antropomórfica. Yo por todas estas razones cuando era pequeña pensaba que era una rata. 

** Rima de conteo para los niños, usada para seleccionar a personas o cosas en juegos. Un equivalente en España, por ejemplo, sería el famoso "Pito, pito, gorgorito"

[Teenage Mutant Ninja Turtles] El topo y el mouser - Capítulo IV


Donatello apenas había avanzado una decena de metros pero tuvo que detenerse porque para su sorpresa y consternación la chica no le había obedecido.

- Creía haberte dicho que te quedaras atrás – le dijo, con el ceño fruncido.

- ¿Y perderme la diversión? – respondió ella en un susurro, soltando un bufido. Llevaba al mousser en brazos – Además si no hubiera sido por Seymour no habríamos descubierto esto ¿eh? ¿Y de quién fue la idea de que lo repararas?

Donatello suspiró para sus adentros.

- Vale, pero ahora debemos avanzar en el más absoluto silencio. ¿De acuerdo?

- Como una kunoichi, sí. Captado – dijo ella e hizo el gesto de cerrarse la boca con una cremallera y levantó un pulgar.

Don puso los ojos en blanco y tras esto siguieron avanzando.

 

La alcantarilla por la que iban llevaba un flujo apenas existente de agua pero desembocaba en una principal. Donatello se hacía una idea aproximada de dónde podían encontrarse pero no estaba del todo seguro. Antes de abandonar la seguridad de la galería por la que iba, que casi les hacía ir algo agachados, dio el alto con una señal silenciosa a la chica y luego se asomó despacio para echar una ojeada.

No vio nada extraño hasta que miró hacia la derecha donde comprobó, extrañado, una gran cantidad de tierra acumulada. Despacio y en absoluto silencio abandonó su escondite y de un par de saltos ágiles había cubierto la distancia que lo separaba de ese montón de tierra.

¿Un desprendimiento? Le parecía raro. La galería no estaba obstruida, de modo que ladeó el montón y dio con el boquete de la pared, un agujero lo bastante grande como para que cupiera una persona alta sin ningún tipo de problema. Y entonces vio lo más extraño de todo. Había un par de sacos colocados al lado de la puerta de ese túnel.  Se aproximó a examinarlos con Gioconda a la zaga, quien se quedó vigilando mientras él hurgaba en los sacos. Se quedó estupefacto cuando vio el contenido.

- ¿Qué es todo esto? – preguntó Donatello de manera retórica, de lo más desconcertado.

Gioconda dejó a Seymour en el suelo y se acercó a mirar. Cuando vio que lo que había dentro eran joyas, dinero y y oro ahogó una exclamación llevándose una mano a la boca.

- ¡Es el ladrón de las joyerías! – siseó Gioco, agarrando a Don del brazo y zarandeándolo - ¡El que sale en las noticias! Decían que entraba y salía por las alcantarillas, que excava para llegar a los negocios. ¡Le hemos encontrado Donnie, es él!

Donatello sabía que la niña tenía razón. No había que ser ningún lumbreras para darse cuenta de ello tras ver esos sacos y toda esa tierra esparcida. Estaba seguro que si además consultaba el mapa y la dirección había una joyería justo encima de sus cabezas. Pero ¿qué debían hacer?

No era asunto suyo, desde luego, pero acababan de hallar a los causantes de las oleadas de robos en joyerías y negocios de la ciudad que llevaba dando esquinazo un par de meses a la policía. No podían mirar para otro lado dejando que se marchara de rositas; debían detenerle.

Donatello asintió para sus adentros, pero antes de que pudiera decirle nada a Gioco escuchó movimiento en el túnel que tenían más adelante y surgió una luz amarillenta que les deslumbró. Poco después emergió el ladrón cargado con otros dos sacos sobre sus anchas espaldas.

- ¿EH? – exclamó éste, cuando vio a la tortuga y a la lagartija mutantes delante de él - ¿QUIÉNES SOIS VOSOTROS DOS Y QUÉ HACÉIS AQUÍ?

Pero ellos no respondieron enseguida,  pues se quedaron sorprendidos porque no esperaban su aspecto.

Se trataba, ni más ni menos, ¡que de otro mutante!

 


¡El ladrón de joyas era otro mutante! Cuando lo vio Donatello entendió parcialmente por qué Seymour lo había rastreado. Aunque en un primer vistazo parecía una especie de rata humonoide gigante, mucho más grande y musculosa que el maestro Splinter desde luego, Donatello se dio cuenta que se encontraban realmente ante una especie de topo enorme. Pero un topo no era un roedor ¿por qué Seymour lo había seguido pues?

Su pelaje era gris e iba vestido y ataviado con equipo de minero: el casco con la linterna incorporada, gafas de protección, un peto verde y pantalones negros rotos que le llegaban hasta las rodillas, una bota en el pie izquierdo y una enorme mochila a sus espaldas donde llevaba un pico, una pala y un martillo neumático.

Sin embargo, el hallazgo de su naturaleza no era excusa para pasar por alto lo que estaba haciendo, Donatello lo tenía claro. Además estaba seguro que el ladrón no estaría dispuesto a que lo atraparan.

El mutante (porque eso parecía) arrugó la nariz y examinó al dúo con el ceño fruncido.

- ¿EH? – exclamó - ¿QUIÉNES SOIS VOSOTROS DOS Y QUÉ HACÉIS AQUÍ?

- Podríamos preguntarte lo mismo pero ya sabemos la respuesta – le respondió Donatello, señalando los sacos de las joyas – Tu eres el que está robando todos esos negocios.

- ¿Y qué si lo hago? – replicó el topo con una sonrisita perversa.

- ¡Pues que robar está mal! – le recriminó Gioconda alzando el dedo índice, recordando no sin vergüenza sus días de vivir en la calle robando para sobrevivir, aunque esto era distinto a su juicio- ¡Esas joyas no te pertenecen, así que ya puedes devolverlas!

El topo gigante lanzó un gruñido, soltó el saco y se llevó las manos atrás, sacando el pico para, a continuación, proyectarlo contra Gioconda.

- ¡CUIDADO! – exclamó Donatello, empujando a la chica a un lado antes de apartarse él hacia el opuesto.

Como resultado el pico dio contra la piedra del suelo de la alcantarilla, levantando chispas.

- ¡SOY DIRTBAG Y NADIE ME DICE LO QUE TENGO QUE HACER! – rugió el topo, volviéndose hacia Donatello mientras alzaba el pico de nuevo y lo bajaba con todas sus fuerzas.

La tortuga sacó rápidamente su bo y lo usó para interceptar el pico, alzando sus brazos y apoyando bien sus dos pies en el suelo.

- “¡Es muy fuerte!” – pensó Donnie mientras apretaba los dientes ejerciendo toda la fuerza de la que era capaz en un intento por contrarrestar su ataque.

El topo gruñó y levantó el pico súbitamente haciendo que Don se alzara un tanto perdiendo equilibrio y golpeó a la tortuga en un costado con el pico de canto. Donatello saltó por los aires y dio contra la pared de piedra de al lado, cayendo despatarrado sobre los sacos de joyas que se volcaron desparramando su contenido.

Dirtbag lo ignoró porque estaba furioso por la interrupción de aquellos dos: lo único que tenía en mente era matar. Se aproximó hacia Donatello con el pico en ambas manos pero cuando lo alzó para asestar un nuevo golpe algo tiró de él hacia atrás haciendo que se desestabilizara. Giró la cabeza y vio a la chica lagarto colgada del pico, haciendo fuerza para que él siguiera bajándolo por detrás de la espalda. Dirtbag estaba incómodo en la posición y lo soltó con ánimo de hacerla caer pero ella parecía esperarlo, porque en su lugar lo agarró con firmeza y le hundió el mango entre las costillas mientras él se daba la vuelta.

Dirtbag gritó de dolor pero eso el golpe sólo lo enfureció más. Asestó un puñetazo apuntando a la cara de la chica pero Gioconda lo esquivó agachándose para, acto seguido, arrojarse entre las piernas de Dirtbag. Sin embargo se le olvidó la cola del topo, pues no estaba acostumbrada a enfrentarse a otros enemigos que contaran con cola como ella. Dirtbag la golpeó haciéndola rodar a un lado con un grito de dolor.

Cuando se volvió para recuperar su pico apenas pudo esquivar el bo de Donatello, quien ya se había recuperado del golpe. A pesar de que el topo era grande y fuerte no era tan rápido y ágil como la tortuga y recibió varios golpes rápidos del arma de Donnie. Por detrás vio a la niña sacudiendo la cabeza y levantándose del suelo. En breves estaría lista para pelear de nuevo.

Dirtbag se dio cuenta de que no tendría muchas opciones al luchar contra ambos. Frustrado entendió que no tenía más opciones que la huida, aunque eso significara abandonar su preciado botín. Eso le enfureció pero debía sacar cierta ventaja. Se llevó la mano a su mochila, extrajo la pala y la usó como arma para desviar el nuevo golpe del Bo que iba hacia su frente y luego alzó la pierna asestándole a Donatello un puntapié en el estómago. El plastrón de la tortuga era rígido y le proporcionaba una excelente protección contra golpes pero aún así expulsó todo el aire de sus pulmones cuando el pie del otro mutante le alcanzó, dejando a Donatello doblado sobre sus rodillas.

- ¡Donnie! – gritó Gioco, disponiéndose a encarar a Dirtbag.

Pero éste echó a correr empujándola a un lado, provocando que cayera de bruces chapoteando en la sucia agua de la alcantarilla. Llegó a escuchar una sarta de improperios entre accesos de tos que le dedicó la chica pero Dirtbag la ignoró, poniendo pies en polvorosa. No volvió la vista atrás y pronto desapareció.

 

Donatello inspiró hondo y se alzó apoyándose en su bo mientras recuperaba el aliento. Buscó con la mirada a Gioconda, que estaba de pie en medio del tubo de la alcantarilla, escupiendo y sacudiéndose enérgicamente pues estaba empapada de pies a cabeza.

- ¿Estás bien? – le preguntó Donatello guardando su bo.

Gioconda asintió con el ceño fruncido y escupió a un lado.

- Puaj… sí. ¿Y tú?

Don asintió y miró en la dirección por la que había visto huyendo entre chapoteos a Dirtbag. Luego miró en dirección a los sacos de joyas, esparcidas por toda la alcantarilla. Sacudió la cabeza.

- ¡Debemos ir tras él! – exclamó Gioconda, pasándose el brazo por la boca y haciendo un mohín; había llegado a tragar agua infecta y no podía conseguir sacarse el mal sabor de la boca. Reprimió una náusea - ¡Avisemos a los otros!

Donatello ya había tomado una decisión. Sacó el control remoto de su bolsa y pulsó para que Seymour volviera con ellos, pues no le había vuelto a ver desde antes del encuentro con Dirtbag.

- No podemos perder tiempo llamando a los demás y que vengan hasta aquí – explicó a la chica – Seymour puede seguir su rastro de nuevo pero, si esperamos mucho, es probable que ya no pueda encontrarlo.

Gioconda se le quedó mirando durante un momento pero terminó asintiendo con la cabeza. Entonces se volvió, avanzó unos pasos y se apoyó en la pared húmeda de la alcantarilla para reprimir las arcadas.

- ¿Estás bien? – le preguntó Don de nuevo.

- S-sí… es sólo que… no puedo quitarme… el mal sabor de boca – respondió ella dándole la espalda, temblando ligeramente porque se esforzaba en no vomitar.

Donatello hurgó en su bolsa una vez más, la llamó y le lanzó una botella de agua que la chica abrió con avidez. Sin apoyar la boca en la de la botella se vertió agua limpia y fresca, se enjuagó la boca y luego escupió a un lado; repitió una vez más la operación y luego bebió un poco de agua. Le lanzó de nuevo la botella con una sonrisa.

- Mucho mejor. Gracias.

Donatello le sonrió de vuelta y entonces escuchó el repiqueteo de unas patitas de metal contra el suelo. De la boca del túnel excavado por Dirtbag apareció el pequeño mouser (parecía haberse escabullido por allí durante la pelea) se acercó hasta Don y “vomitó” varias joyas grandes a sus pies.

- Guau – comentó Gio, mirando a Seymour quien, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante, buscaba la aprobación de sus dueños meneando el trasero de un lado para otro como un perro – Dirtbag debió olvidarlas allá arriba.

Donatello se llevó una mano a la frente con fastidio.

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